viernes, 30 de abril de 2010

TRISTEZA

A Paco
«Cuando Frank se enteró de que su único hijo, de treinta años, se había suicidado sintió un golpe tan fuerte que pensó que no podría sobrevivir. Le había dedicado toda su vida, pues la madre estuvo enferma desde que nació su hijo. Toda su vida la había dedicado, desde que tenía memoria, a hacer feliz a esa familia. Ahora todo se hundía.
«Vivimos en una cultura -y esto es un tópico-, que da la espalda a la muerte. Si estamos poco preparados para enfrentar
la muerte de un ser querido, no nos pasa siquiera por la cabeza que ese ser sea precisamente aquel que nos tiene que sobrevivir: el propio hijo. El proyecto de vida de Frank pasaba inevitablemente por su hijo, al que había cuidado, alimentado, divertido, ayudado, alentado y querido con un cariño más intenso de lo normal, pues se vio en la obligación de suplir las carencias de la madre. Cada día, durante años, jugó con él, lo llevaba al parque, le preparaba las comidas, lo lavaba, le compraba la ropa. Le había ayudado a estudiar en el colegio y en la universidad. Cuando su hijo encontró su primer trabajo parecía que le había tocado la lotería a él, estaba enormemente feliz viendo el fruto de años de cuidados. Ahora todo estaba roto. Aquellos años volvían a él a cada rato en forma de recuerdos. Muchas veces, cuando menos lo esperaba, eran violentos zarpazos, que le desgarraban el corazón y le dejaban totalmente abatido y sollozando.
«Mucho había sufrido Frank antes, pero aquello fue lo más solitario y aislante que había sufrido en toda su vida. Sus amigos se convirtieron en extraños, porque se preguntaba: “¿cómo pueden entender la intensidad de mi dolor ellos, que no han pasado por lo mismo?” Querían distraerle, sacarle de casa, procuraban que se olvidara, que no hablara de aquello ni pensara en su desgracia. Pero él sólo quería desahogarse y hablar de lo que le pasaba. Se sentía fuera de lugar entre ellos y entre sus familiares. En consecuencia dejó de verles y se desligó de todo aquello a lo que se sentía atraído. Perdió el sabor de la vida: la familia, la pareja, su propio cuidado. Tampoco pedía ayuda.
«Al principio, por las mañanas, se veía tan débil que pensaba que no podría levantarse de la cama. La rutina de su vida diaria, súbitamente, empezó a molestarle. Las actividades que antes disfrutaba ahora las sentía como cargas. Algunos días era incapaz de trabajar, pero otros era absorbido totalmente por el trabajo, intentando aliviar aquel dolor tan terrible. Algunos días sentía que se quería morir, otros se ponía a reír y se sentía contento otra vez, hasta que veía como una nube negra colgaba otra vez sobre él. Aquellos sentimientos tan contradictorios le hicieron pensar que estaba volviéndose loco. Pero Frank no estaba enloqueciendo, sólo estaba en duelo por la muerte de su hijo.
«Un día, paseando por el parque que había al sur de la ciudad, vio por casualidad a un extraño grupo. Era un conjunto curioso y heterogéneo de personas de distintas edades, que se hacían compañía a la sombra de los árboles, jugando al ajedrez, charlando, o haciendo gimnasia. Al observarlos sintió el deseo de sentarse cerca de ellos y observarles. Cogió el gusto de ir allí todos los días. Empezaron a saludarle y pronto conversaron con él. Todos habían pasado por desgracias que les habían expulsado de sus vidas quedándose solos y desamparados. Casi todos habían perdido a quien más querían. No tenían miedo de hablar de sus penas y en su compañía encontró consuelo. Aquellos extraños se convirtieron en amigos.
«Le enseñaron a ser paciente y bueno consigo mismo, a dejar de castigarse. Le hicieron ver que su tristeza y su nostalgia por su hijo nunca desaparecería, pero que el tiempo le concedería momentos de paz entre las oleadas de dolor. Esos momentos debía aprovecharlos para acercarse más al amor que su hijo sintió por él y para disfrutar los regalos que le dejó en su paso por esta vida. Aprendió a resolver su duelo, a vivirlo, a sufrirlo, a llorarlo, a gastarlo. Su proyecto de vida se había roto, era verdad, pero su vida no había acabado, y sobre las bases del recuerdo del amor de su hijo construyó otro.
«Y así fue envejeciendo. Sentía una enorme tristeza por la ausencia de su hijo, pero también reconocía que se había vuelto más humano, más cálido, más conectado a la vida, más comprensivo con los sentimientos de los demás, que antes había ignorado. Empezó a recordar el sufrimiento de quienes habían estado cerca de él en otro tiempo, que necesitaron su ayuda y que no la encontraron. Se avergonzó de lo insensible y egoísta que había sido. La muerte de su hijo le enseñó que todavía había tiempo para cambiar.
«Así era Frank cuando estaba en el umbral de su vejez. Volviendo a nuestra historia diré que aquella mañana de primavera Frank....»

Robert Cather: fragmento de “The Blue Hotel
Traducción: Antipático


lunes, 26 de abril de 2010

CURA DE MOSCAS

Al Sr. Mesonero, mi profesor de literatura de bachillerato, él sabe por qué

Por fin parece que estos días de primavera empiezan a anunciar el calor del verano. Y unos días de sol han hecho aparecer en mi calle y en mi casa, y en los jardines vecinos, las inquietas y negras moscas. A mí me parecen algo molestas, pero hay quien las tiene en tan gran estima que se somete a una cura con estos insectos.


"Cuando le encontré contemplaba absorto el maravilloso espectáculo de la ría de Arosa desde una roca de Punta Cabreira, en la isla encantada de La Toja.
- He venido a curarme a Pontevedra -me dijo.
- ¡Ah! -contesté distraídamente-. Se baña usted en esas aguas.
- No; no vengo en busca de ninguna clase de aguas.
Tiró una piedrecita al mar. Luego, agregó, sencillamente:
- Vengo por las moscas.
- ¿Por las moscas?
- Sí.
Le miré un instante.
- Temo, en verdad, que esté usted muy enfermo.
- Hace un mes estaba peor. Gracias a estas moscas... ¡Oh, estas moscas! Ustedes no saben la riqueza que tienen con ellas en Galicia.
Fruncí el ceño. ¡Qué diablo! Yo bien sé que en Galicia hay una terrible cantidad de moscas extraordinariamente molestas; pero no me gusta que un forastero me lo reproche. - Bien -repliqué-, ¿y qué tenemos con eso? Son moscas gallegas, nacidas de moscas gallegas; pican en lo suyo. Si a usted le parece mal, no haber venido.
- ¡Cómo! ¡No haber venido!.. Pero si yo les debo la vida y las amo como nadie las sabe amar. Yo estoy sometido aquí a una cura de moscas. Ustedes son los que desconocen la importancia de estos insectos maravillosos. En todo el mundo no hay una mosca igual a las moscas de la provincia de Pontevedra. Todas las moscas pican; éstas muerden. Todas las moscas tienen tenacidad; pero éstas no conocen la fatiga. Una mosca inglesa no vuelve nunca al sitio de donde fue arrojada. Una mosca madrileña vuelve seis veces. Una mosca africana vuelve quince. La mosca pontevedresa vuelve siempre mientras haya vigor en sus alas. La calva de un amigo mío fue atacada por una mosca de Salvatierra. Esta mosca sorteó millares de manotazos, acompañando a mi amigo por toda la provincia durante un mes. Le esperaba a la orilla del mar, cuando se bañaba, y a los pies de la cama, cuando dormía. Hoy he recibido un telegrama de mi amigo desde Orense. "Maruxa se quedó en Salvatierra", me dice. Había puesto nombre a la mosca, como se le pone a un perro o a un gato. Tengo la seguridad de que está triste. Le tenía cariño ya. Y es natural. ¿No le parece?
- Me parece -respondí sombriamente- que intenta usted burlarse...
- ¡Qué ignorancia! Cuando le haya explicado, comprenderá... La mosca pontevedresa muerde en todas partes. No existe contra ella la defensa de los vestidos.. Muerde al través de los calcetines, de la americana, de un gabán... Ataca por centenas, por millares. Y ella es la que da salud a la raza. ¿Por qué las Rías Bajas son más ricas que las Rías Altas? Por las moscas. En las Rías Altas, los hombres quedan dulcemente inmovilizados en la contemplación de la naturaleza. Les gana el sopor, la quietud, el no hacer nada. Se dedican a crear casinos con nombres ingleses. En las Rías Bajas, el hombre no puede estarse quieto. Si se está quieto, lo devoran las moscas. Va, viene, manotea, y esta actividad le lleva a ser comerciante, a crear industrias... Se acostumbra a agitarse en su lucha con las moscas, y ya no puede estarse quieto nunca. ¿Quién fundó la rica y trabajadora ciudad de Vigo? Las moscas. ¿A quién se deben las innúmeras fábricas de conserva y de salazón que hay en estas riberas? A las moscas. ¿Dónde están los hombres más laboriosos, los mejores hoteles, la gente más emprendedora? ¿En La Coruña, en el Norte? No: en Pontevedra, en el sur gallego, feliz poseedor de esas moscas, que no tienen rival en el mundo.
Yo soy coruñés. Mi amor propio me incitó a aclarar:
- No sé cómo dice usted eso. En La Coruña hay moscas verdaderamente formidables.
- ¡Psch! Moscas de tercera clase, moscas de "Sporting-Club". Si va allí una de estas moscas, se las come a todas. Pero aún no he terminado. Es preciso que le explique a usted mi "cura de moscas". Yo soy un hombre linfático. Vivo, como usted sabe, en Madrid. Mi existencia es reposada: una existencia de hombre de bufete. Ando en coche o en tranvía, permanezco muchas horas inmóvil... Mi linfatismo crece, mi estómago se estropea. Todos los veranos acudo aquí. Las moscas me acometen. Y ando, corro, manoteo, me irrito... Mis brazos hacen una incesante gimnasia para espantar a las moscas voraces... Toque usted.
- ¿Qué es eso?
- Es el bíceps. Parece el de un boxeador, ¿verdad? Hace un mes y medio, cuando vine, apenas tenía el hueso. Mucho ejercicio. Sano ejercicio. También tengo más nervios. No se los puedo enseñar a usted, pero sé yo que los tengo. Y como con verdadera hambre. Ustedes dicen: "Son nuestras aguas". No; son estas moscas. Suprima usted las moscas, y los diversos manantiales salutíferos de Galicia se desprestigiarán rápidamente. Además, las costumbres gallegas sufrirían una transformación. Por ejemplo: no habría emigrantes. El emigrante huye de las moscas. Las moscas empujan a América a muchos millares de seres para los cuales el mar es simplemente una ancha planicie sin moscas. Esos emigrantes son los que envían a Galicia millones y millones y la enriquecen. Desaparecidas las moscas, las gentes no tendrían por qué marcharse de este país de maravilla, donde la vida es menos angustiosa que en otros muchos. He aquí cómo la mosca pontevedresa cumple un fin salutífero y un fin social-económico. ¿Quién trae esos soberbios transatlánticos que rayan el cristal prodigioso de la ría de Vigo? Una mosca. ¿Quién les lleva a América? Una mosca. La implacable mosca pontevedresa. Y esta mosca es la que da origen a las Casas de banca, por las que giran fondos los emigrados, y a las Casas consignatarias, y a las escuelas que fundan los indianos; a todo, en fin, lo que es progreso, cultura, riqueza...
Cruzo las manos, como en éxtasis.
- ¡Y qué inteligencia! -agregó-. Nadie tiene la noción del deber como una de estas moscas. Oiga usted un caso. Por las mañanas entra el camarero a despertarme, abre las contraventanas, y se va. Yo soy perezoso. Mi linfatismo me incita a volverme a dormir. Imposible. Varias moscas zumban, me clavan, me muerden, cosquillean en mí. Tengo que levantarme. ¿Es que han comprendido que debo hacerlo así, que no me conviene continuar acostado?
- Acaso sea porque, al abrir las contraventanas, al entrar la luz...
- ¡Oh, no! Esa es una explicación trivial. ¿Usted cree que no les molesta tanto giro, tanto picotazo? ¡Si yo no sé cómo aguantan! ¡Pobres! Hacen cuanto pueden por cumplir su misión.
Bruscamente, mi amigo se puso en pie, pálido y con los ojos extraviados por el miedo:
- Perdone usted... Ya continuaremos hablando... Ahí vienen tres moscas furiosas que me persiguen desde ayer... Me han descubierto. Había conseguido darles un esquinazo... ¡Ahí están!... ¡Perdone!...
Y se dio a correr como un loco, dejando olvidado el sombrero."

Wenceslao Fernández Flórez

miércoles, 21 de abril de 2010

JOSÉ MINDLIN: CAZADOR DE LIBROS

El pasado día 28 de febrero murió José Mindlin, el mayor coleccionista de libros de Brasil, que a lo largo de su vida llegó a adquirir una ingente cantidad de libros (un kilómetro de estanterías), muchos de ellos extraños, raros, curiosos e inencontrables.

Era hijo de una familia judía rusa, que se estableció en Brasil a comienzos del siglo XX. Sus padres, que habían nacido en Rusia, se conocieron en 1905 en Nueva York, a donde habían emigrado cada uno por separado. Se casaron y decidieron marchar a Brasil. Su familia siempre tuvo aficiones intelectuales, gusto por la pintura y una razonable biblioteca.

José fue abogado, empresario y político. Su pasión fueron los libros. Todos sus ingresos, que en algunos momentos no fueron pocos, los dedicó a la adquisición de libros. Fue también editor y librero, aunque tener una biblioteca privada y una librería son cosas difíciles de compatibilizar. “Me costaba vender cada libro que querían comprarme. Conseguí recomprar casi todos los buenos libros que pasaron por mis manos” –manifestó. Por eso tuvo que abandonar ese negocio ruinoso. Conoció a casi todos los buenos libreros antiguos de muchísimas ciudades, a los que ha fatigado buscando sus libros. Su vida, sus viajes, su casa, sus amigos, su mujer, fueron sólo compañeros y escenarios de su pasión por la caza de los libros. Le gustaba más la búsqueda que la pieza una vez cobrada.

En su biblioteca tenía verdaderas joyas en forma incunables, manuscritos y primeras ediciones de multitud de obras maestras de la literatura: los Ensayos de Montaigne, los Triumphi de Petrarca, Os Lusiadas, de Camoens, la Hypnrotomachia Poliphili, y el Liber Chronicarum, Las flores del mal de Baudelaire, Fausto de Goethe, Iluminaciones de Riambaud, Victor Hugo, las Obras completas de Moliere, Machado de Assis, Proust, Balzac, Guimâraes Rosa, Tolstoi, Cervantes, Sthedhal, Eça de Queiroz... y así miles y miles de libros.

Su afición por la bibliofilia le vino por la lectura. De lo único que se lamentaba antes de morir era de no haber podido leer más en su vida. Calculaba que habría leído unos 10.000 libros, algo más de dos libros por semana de media.

Yo también me he hecho ese cálculo. Si me comparo con Mindlin el resultado es descorazonador. En estos momentos tengo una biblioteca de cerca de 3.000 volúmenes (ninguna primera edición valiosa). Muchos de mis libros no los he leído. Si consigo leer la mitad que Mindlin, podré leer, como mucho, unos 50 libros al año, y si disfruto de una larguísima existencia podré leer unos 40 años más. En total podré leer 2.000 libros más en lo que me resta de vida. Está hablando un optimista que no cuenta con que lleguen ni el aburrimiento por seguir leyendo, ni la escasez de tiempo, ni cegueras, ni otras enfermedades que se lo impidan. A esos libros habré de descontar los que releeré, que es otro placer al que no pienso renunciar. Conclusión: tengo que elegir y descartar. No se puede leer todo. Seguir coleccionando libros no es razonable y puede llegar a ser una verdadera locura. Todo eso ya lo sé, pero los sigo buscando y comprando, encuadernando y contando, clasificando y ordenando. Para mí la vida es como una inmensa biblioteca llena de posibilidades y combinaciones; y no leer es renunciar a vivir bien, pues la lectura es sinónimo de disfrutar más de todas esas cosas, de conocer sus secretos. Si un libro me cansa lo dejo. "Nada hago sin alegría" como decía Montaigne.

Quizá sea esa la oculta razón por la que, estas navidades, mi hermano me ha regalado esta biblioteca. Es pequeña pero no podré leerla nunca, pues sus libros son de madera. La he instalado en casa y la contemplo todos los días. No deja de recordarme la futilidad de mis afanes lectores. Gracias hermano por tan bonito regalo, auténtico monumento a mi manía.

viernes, 16 de abril de 2010

LISTA DE LISTAS

Hace unas semanas, los curiosos de este blog habrán visto que leía un libro llamado “El vértigo de las listas”. Se trata de un ensayo de Umberto Eco en el que reflexiona sobre el hecho de que, a lo largo de toda la cultura universal, los artistas y escritores han realizado infinidad de listas, intentando describir o representar las más variadas cosas, muchas de ellas inabarcables. El libro, profusamente ilustrado, incluye listas de todo tipo, listas de lo indecible o incontable, listas de objetos, listas visuales, listas de lugares, de maravillas, de colecciones y tesoros, de propiedades, caóticas, cerradas, abiertas y de mil vértigos más (por cierto, en el cuadro de la portada una de las mujeres es una conocida nuestra, Jane Burden).

A mí la lectura de ese libro me divirtió mucho, la verdad. La razón de ello es que yo también tengo gran costumbre de hacer listas, de todo tipo de cosas, probablemente llevado de un cierto espíritu burgués y diletante que cree poder controlar, apuntándolo, todo aquello que le rodea y que no entiende o desconoce. Obviamente, el que mucho abarca, poco aprieta, y hacer la lista de los emperadores del Japón, de los caballeros de la mesa redonda y de cosas así que son las que me gustan, no muestra más que una cierta incapacidad de profundizar en el tema.

El hecho es que llevo años haciendo listas diferentes sobre las cosas más peregrinas. Unas son simples recordatorios o proyectos de uso personal; otras muestran un cierto afán de abarcar una realidad que se me escapa; también las hay de curiosidades y, sobre todo, abundan las relacionadas con los libros, pues al fin y al cabo soy eso que los pedantes llaman un “letraherido”.

Repasándolas me he sorprendido de la enorme cantidad de tiempo que he (¿mal?)gastado a lo largo de todos estos años haciéndolas. El hecho es que me he divertido mucho con ellas. He olvidado de dónde he sacado la mayoría de los datos, casi todas son muy incompletas o fragmentarias, entre otras cosas, porque ya su enunciado anuncia lo infinito.

Propongo un juego para poder completarlas de alguna manera, y por eso hago aquí una relación de todas ellas. Mis lectores, probablemente estupefactos y espero que divertidos también con mi locura, quizá quieran hacer sobre ellas alguna consulta o tengan curiosidad por saber qué he anotado en ellas. Para ello sólo tendrán que elegir la que les provoque ese deseo y proponer en su comentario algún elemento que yo no tenga incluido en ella. Lograr este objetivo es cosa bastante fácil, la verdad, porque ninguna está ni medianamente completa. Si se consigue el premio consistirá en contestar a la pregunta o publicar entera la lista en cuestión. He de advertir que algunas no son lo que parecen, y que otras, por ser personalísimas (*), no se prestan a ese juego.

Ahí van todas las que tengo apuntadas en mis últimos cuadernos.

Lecturas recomendadas por Oscar Wilde

Lista de cosas que quiero comprar (*)

Libros de aventuras y sobre el mar

Libros leídos (*)

Listas de regalos recibidos o hechos (*)

Parafilias y perversiones

Lugares donde se venden mapas

Cosas para hacer en casa (*)

Libros de historia

Tiendas curiosas de Lisboa

Paseantes ilustres

Palíndromos

Exposiciones visitadas (*)

Novelas policíacas

Diccionario de vientos

Libros de viajes

Frases coleccionadas (*)

Micronaciones

Suicidados ilustres

Lecturas pendientes (*)

Artistas que vivieron en Tánger

Libros sobre la Rusia de los zares

Palabras que no sé lo que significan

Deseos antiguos (*)

Ciudades y mundos submarinos

Personajes monstruosos pero reales

Lugares a donde quiero viajar (*)

Personajes venecianos

Cosas que se pueden hacer para decrecer

Instrucciones para amar a L.(*)

Webs sobre libros y literatura

Las librerías más bonitas del mundo

Elementos y partes de un hórreo

Señales gráficas utilizadas por los ladrones

Tumbas y cementerios ilustres

Casas de escritores

Componentes de grupos artísticos

Placeres

Hablas de los animales

Bibliotecas imaginarias

Cuentos y cuentistas

Lugares que me gustan de Madrid (*)

Libros eróticos

Clásicos

Tipos de bibliofilias

Artistas muertos en accidentes de coche

Artes adivinatorias

Escritores malditos

Personajes acostados

martes, 13 de abril de 2010

CUNQUEIROMANÍA (1)

Supongo que a estas alturas, muchos de mis lectores sabrán que soy un adicto lector de un escritor al que copio con frecuencia, y en ocasiones ni siquiera lo cito de tan familiar que me resulta.

Se trata de Álvaro Cunqueiro (1911-1981). Nació en Mondoñedo (Lugo), ciudad episcopal, “rica en pan, en aguas y en latín”. En ese lugar fue obispo Fray Antonio de Guevara, allá por el siglo XVI, lo que dio lugar a que escribiera su “Menosprecio de la corte y alabanza de la aldea”. También escribió sus “Epístolas familiares”, en las que introducía multitud de noticias históricas e inventadas, y que tanto influyeron en nuestro escritor. La noticia del nacimiento de Álvaro la transmitió “la Paula”, la campana catedralicia anunciadora de vida, en contraposición con los mensajes de muerte reservados a su hermana “Petra”.
Cunqueiro era el hijo del boticario de Mondoñedo. Su padre, el barbado don Joaquín, cazador y gastrónomo, también era un excelente botánico que le enseñó a amar la naturaleza y el nombre de todos los pájaros y las flores. En la rebotica, que se encontraba en los bajos del palacio episcopal, asistía a las tertulias que su padre organizaba con sus amigos. En "Tertulia de boticas y escuela de curanderos” escribe: “el autor de este texto tuvo ocios bastantes en la oficina de farmacia paterna para, desde párvulo, deletrear en los botes los nombres sorprendentes, desde el opio y la mirra a la menta y la glicerina, y más tarde, ayudar a hacer píldoras y sellos, y escudriñar el misterio del ojo del boticario, y sumergir una mano en las cajones de las plantas medicinales, la genciana, las hojas de sen, la salvia, la manzanilla..., y darle al molino de la mostaza, cerca del cual estaba la redoma de las sanguijuelas. Mi padre preparaba la tintura de yodo, un vino aperitivo, o las limonadas purgantes para la gula del obispo Solís. Se me aposentó en la imaginación una idea de las farmacias todas del mundo, que era mágica y fui curioso de ellas”.
La niñez de Álvaro también discurrió entre juegos por las estrechas calles mindonienses y por los alrededores de la ciudad. “Siempre me recordaré de la cerca de la era, de laurel romano, tan pajarero, en la que tantos nidos velé, y de la higuera ramona, tan viciosa, al pie de la casa, junto al pajar grande”. No faltaron las clases en una modesta escuela, lecturas, muchas lecturas, y relatos de sucesos que alumbraron la imaginación de su madre, doña Pepita Mora, o la de sus tías, o la de alguna de las sirvientas de la acomodada casa. “La tribu en la que nací, lo que me enorgullece, no es otra que la tribu de los imaginativos”.

Y con esa imaginación, aprendió a fabular desde niño. En la barbería de su ciudad, mientras leía el diario a los clientes, transformaba las noticias metiendo anécdotas o variaciones de su propia cosecha, que siempre eran giros sorprendentes y poéticos. Tomaba historias rescatadas de la biblioteca de la catedral, de Antonio de Guevara y de mil más, las inventaba y reinventaba, y estuvo toda su vida reviviendo a los clásicos griegos, a los mitos celtas de su tierra o de las tierras bretonas, a la saga de Arturo y los caballeros de la mesa redonda, a los artistas del renacimiento, a los poetas de oriente, las cuentos de las mil y una noches, y a tantos otros. ¡Cuántas lecturas no habré yo tomado por evocarlas Cunqueiro en sus libros! ¡Cuánta belleza descubierta gracias a él!

Revivió el mundo de su niñez en sus libros “Merlín y familia”, o en “Las mocedades de Ulises”, de manera magistral, evocando una tierra gallega situada ora en las islas de Bretaña ora en Ítaca. A los diez años marchó a Lugo, para completar su bachillerato. Vinieron los años universitarios luego en Santiago y más ciudades y cuidados. Pero esa es otra historia de la que no quiero hablar ahora.
Y me ha venido a la mente una vez más el escritor gallego, porque Abril ha vuelto de visitar la tierra de Lugo estos días. Nos lo cuenta Golondrina, que estuvo con ella. Dice Abril que por aquellos pagos, la tierra de Miranda como él la llamaba, todavía se le recuerda, y que allí viven aún algunos familiares de escritor a los que les gusta hablar de él y que, incluso, puedo conseguir algunos libros dedicados por el propio autor.

Al oír estas nuevas me ha invadido el deseo de visitar su tierra. Hablando de tópicos gallegos es inevitable hablar de morriña, y he de confesar que a veces tiendo a la tristeza, pero, como Cunqueiro solía decir, “la tristeza es un lujo que sólo pueden permitirse los jóvenes, los mozos”.

Pero esa nostalgia que yo siento no es la de mi tierra natal, ni la del paraíso de una infancia libre y campestre que no tuve, pues mi infancia, moderadamente feliz, transcurrió en Madrid, donde todavía vivo. En realidad echo de menos un lugar en que no nací ni crecí; un pueblo inexistente, rodeado de campos, en el que cuando de niño saliera de casa me topara con un río que se adentrara en el bosque; unos pájaros que no vi volar tras los montes; aquellas mañanas brumosas que no tuve; el cielo nocturno plagado de estrellas, que la contaminación me ocultaba. Cuando descubrí a Cunqueiro, allá en mi año de soldado raso, sentí la dicha momentánea de vivir en ese mundo de felicidad y de imaginación, que era su Miranda, real e inventada a la vez. Después conocí a Abril y una de las cosas que me enamoró de ella (¿cuántas cosas no lo hicieron?) fue su infancia feliz en el poblado de Bolarque, situado en un valle a la ribera del Tajo. Hay reservas de petróleo, de divisas, de la biosfera, naturales, de muchas cosas..., y hay reservas de felicidad. Estas últimas sólo se encuentran en la infancia y no todo el mundo las tiene. Las de Cunqueiro y Abril son inagotables. Siendo novios ella me hablaba de su paraíso. Yo, en aquellas tardes ya lejanas de un verano portugués, sólo supe proponerle que visitáramos otro, leyéndonos el uno al otro “Las mocedades de Ulises”. Años después recomendé a mi hija la lectura de ese mismo libro, del que hizo un trabajo de literatura. Hoy les recomiendo su lectura a todos ustedes..., perdonen la manía, pero creo que les gustará.

domingo, 11 de abril de 2010

YO QUERÍA SER ESCRITOR

De "Gringo Viejo", película de Robert Redford basada en una novela de Carlos Fuentes.
Interpretada por Gregory Peck y Jane Fonda.

viernes, 9 de abril de 2010

LUCIDEZ

«Estas líneas que ahora te envío son el resultado de muchos años de estar juntos. Al principio, antes de conocerte, fueron años de soledad y de deseo. Vino después la hora feliz del descubrimiento y de la correspondencia ¿Te acuerdas? Mi transformación recuerda el cuento de la rana y la princesa. Luego siguieron años de pasión y de alegría: de amor. Nacieron nuestros hijos. Siguieron momentos no tan buenos, de amor y de tristeza, de amor y de escasez, de amor y de problemas, de culpas y perdones, de amor y de aburrimiento, también de risas y de amigos..., pero sobre todo de felicidad. Nuestro amor es un amor doliente y sonriente, ilusionado y desesperado, un amor loco, pero con instrucciones de uso.
«Este amor es hoy adulto, cabal y por eso también se sabe inconsciente e irracional. Yo diría que es lo más parecido a la lucidez: nos conocemos bien aunque nos hagamos los tontos. Los sabios nunca cuentan que el amor es el método más penetrante para llegar al conocimiento.
«Nuestro amor es estadísticamente improbable. Frente a pronósticos agoreros parece que no se agota, sino que crece mientras envejecemos, cuando otros abandonan o fracasan. Tenemos suerte.
«Alguna vez tuvimos visitantes codiciosos que echaron sal en la herida de los celos y eso algún escozor produjo. Ahora la guerra, la soledad, el dolor y la enfermedad nos han traído otro compañero inoportuno, esta vez es ácido corrosivo: el miedo. Pero yo no le doy la espalda, por si acaso, sino que le miro a la cara, y con una sonrisa displicente pienso: “
otros lo intentaron y no pudieron, será mejor que lo dejes...”, y sigo amándote. Aceptemos que tenemos miedo, sabemos bien cuál es el peligro, es algo muy concreto. Pensemos en que pronto volveremos a estar juntos: sólo así encontraremos el valor que necesitamos en esta guerra».
Fragmento de la carta de un soldado desde el frente a su mujer enferma, 1943.
Cartas de amor” Editorial Orfeo, Guadalajara 1960


domingo, 4 de abril de 2010

GRAN VÍA INSÓLITA... Y ATLÉTICA

Hoy se cumplen cien años desde que el rey Alfonso XIII inaugurara las obras de apertura de la Gran Vía madrileña. Nuestro consistorio ha tenido a bien conmemorar tamaño acontecimiento con una serie de actos y ceremonias que no voy a recomendar a nadie, aunque sí la lectura del precioso libro llamado “Gran Vía 100 años”, editado por el Ayuntamiento, en el que se cuenta e ilustra la historia de esta calle.

Su apertura respondía a un programa urbanístico que desde el siglo XIX defendía abrir una arteria amplia, higiénica y moderna, que comunicara los nuevos barrios de Madrid, en sentido este-oeste, al igual que había un eje que vertebraba la ciudad de norte a sur como eran los paseos del Prado, de Recoletos y de la Castellana. Con esta vía se quería dotar a la ciudad de una calle moderna, en la que se ubicaran los servicios terciarios que tanto necesitaba. De paso se derribaba un barrio insalubre, pobre y conventual, de callejones estrechos y oscuros, de casas pobres, típicas de la ciudad antigua, que se consideraban insalubres. Para ello hubo que expropiar y derribar cientos de edificios. Más de treinta años se tardó en construir la Gran Vía, en tres tramos: el primero (1910-1916) comienza en la calle Alcalá hasta la red de San Luis, el segundo (1917-1929) llega hasta la plaza del Callao, y el tercero, que se terminó después de la guerra, termina en la plaza de España.

Allí se levantaron edificios que en aquel tiempo fueron los más altos de Europa: los primeros grandes almacenes de Madrid, edificios de comunicaciones, como el de Unión Radio y de la Telefónica, cines, teatros, hoteles y clubs de elite, salas de conciertos, edificios de oficinas, tiendas lujosas y modernas, apartamentos, cafeterías a la americana... Fue el centro comercial, de ocio y de negocio, que estuvo de moda durante décadas. Desde allí Hemingway y John Dos Pasos escribieron sus crónicas sobre la guerra civil, y en la posguerra allí se hospedaron las grandes estrellas de cine como Ava Gadner o Sofía Loren, se organizaban tertulias literarias, Chicote hacía sus oscuros negocios en su bar, se recibió al presidente de Estados Unidos, etc. Yo no conocí la Gran Vía en su esplendor, la que había sido signo de la modernidad de la capital, donde se mezclaban todo tipo de arquitecturas, con su pretendido carácter cosmopolita.
Quien quiera conocer y ver más cosas sobre esta calle, no tiene más que pinchar aquí:

Cuando paseaba de niño por esa calle, en los años 60 y 70, siempre tuve la sensación de que esa especie de Nueva York a la española, mezcla castiza de Broadway y Quinta Avenida, convivía con la tiña y la mugre de sus calles aledañas, aquellas que fueron quebrantadas para su apertura y que ahora desembocaban en ella. Desde su aparente esplendor se atisbaban esas callejas oscuras y a los pobres, vagabundos, rateros y prostitutas que las habitaban, aunque no se atrevieran a frecuentar tan lujosa calle, llena de gente rica y bien vestida.
Los centros de poder y modernidad de la ciudad se desplazaron hace tiempo a otros lares. El bar de Chicote es hoy un museo. Se han cerrado casi todos sus cines y los centros comerciales sufren para sobrevivir. Y aunque todos los edificios que se construyeron siguen en pie, y la Gran Vía está atestada de transeúntes, la “gente guapa” se marchó hace tiempo. “En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”, que diría nuestro famoso hidalgo. Parece como si aquellos barrios desgarrados hace un siglo, quisieran ahora tomar venganza. Los drogadictos, marginados, desesperados y buscavidas, a la vista de que el dinero y el poder le han dado la espalda, han tomado de nuevo esa calle, sobre todo a partir del anochecer. Los turistas y curiosos han de prevenirse de esa fauna.
A pesar de su actual decadencia, que se quiere revitalizar, hay que reconocer que en todos estos años la Gran Vía nos ha dejado todavía infinitas anécdotas e historias que se pueden rescatar del olvido, pues contienen el espíritu del XX en nuestra ciudad, y también imágenes insólitas, que son las que ahora traigo.
Las primeras que me llaman la atención son aquellas en que la han filmado, pintado o fotografiado totalmente desierta, como en el cuadro de Antonio López que encabeza la entrada, o la película “Abre los ojos” de Alejandro Abenamar.
Insólita es la secuencia del edificio Capitol, en la película “el día de la Bestia", igual que la de Edgar Neville, que hizo montar a caballo a Fernando Fernán Gómez en la película “El último caballo”...

Ignacio Goitia la llenó de jirafas... Incluso el Atlético de Madrid, cuando subió del infierno de la segunda división, consideró que el mejor sitio para salir era por una alcantarilla de la Gran Vía.
Sí..., soy del Atlético. Algunos vecinos míos en esta ciudad prefieren el monocultivo del Real Madrid y no entienden la disidencia atlética. Pero los del Atléti somos como esos barrios pobres que algunos creían destruidos para siempre, que tenemos nuestro corazoncito y pensamos que nos asiste el derecho a salir del subsuelo y ocupar un pequeño sitio bajo el sol. ¡Faltaría más! Y ¿qué mejor sitio que en la Gran Vía? Un sitio perfecto para recordar a algunos prepotentes que todo esplendor tiene su fin.