sábado, 16 de abril de 2011

ESCALERAS Y SERPIENTES


Los jugadores deben colocar sus fichas en el punto de partida, y por turno tirarán un dado que marcará el número de casillas que cada uno debe avanzar. Si se cae en el pie de una escalera, significa que ha encontrado una ayuda en la dura subida, y la ficha del afortunado subirá directamente hasta la casilla superior donde la escalera termina. Si, por el contrario, la ficha del desafortunado cae en la cabeza de una serpiente, significa que ha sido picado por el venenoso animal y bajará de inmediato a la casilla situada en el extremo de su cola, para continuar el ascenso desde ese punto. Existe el mismo número de escaleras que de serpientes. Gana quien llega antes a la casilla superior.

Este juego estaba en la caja de Juegos reunidos JEYPER a los que solía jugar con mis hermanos cuando era niño. Unas veces se caía inesperadamente en alguna escalera que te ayudaba a subir, otras, en alguna serpiente venenosa del recorrido que te hacía bajar. Aunque era fácil desesperarse o lamentarse, lo más recomendable era volver a lanzar el dado y no perder la esperanza de alcanzar la meta.

¡Quién iba a decirme de niño que el azar estaría echando mis dados constantemente, en este jueguecito que llamamos vida! El entrenamiento fue útil, aunque en este juego ni se aburre uno, ni se puede dejar de jugar. Me mordieron algunas serpientes, es verdad, pero me encuentro con muchas más escaleras que me ayudan a seguir subiendo. Gracias a todas las escaleras que subí y perdonen que las pisara.

viernes, 15 de abril de 2011

sábado, 9 de abril de 2011

UNA HORA DE MUSICA

Esta semana estoy visitando Praga, en abril y con Abril. Aquí estamos disfrutando durante unos días de la belleza de la ciudad y de la indulgencia de su clima, por lo general bastante más severo. No les voy a contar todos los placeres que estamos teniendo ocasión de disfrutar. Son muchos. Sólo les digo que estas líneas las estoy escribiendo desde mi habitación del hotel, situado en la falda del Castillo, divisando todos los tejados, torres y cúpulas de la ciudad y oyendo tañer las campanas de sus iglesias.

No voy a contarles más que nuestra visita al Palacio de la familia Lobkovitch, que fue una de las más poderosas de Praga durante siglos. Emparentados con los Habsburgo y los Borbones, estuvieron siempre de parte de los emperadores católicos y, tras la caída del Impero Austro-Húngaro, se pusieron a favor de la republica Checoslovaca. Pero los nazis, en la segunda guerra mundial, les desposeyeron de todos sus palacios, castillos, industrias y propiedades. Nada más acabada la guerra las recuperaron, pero solo para que, tres años más tarde, en 1948, los comunistas las nacionalizaran de nuevo. La familia vivió exiliada durante décadas. Su patrimonio y su antigua vida se fueron convirtiendo en vagos recuerdos de infancia de alguno de los supervivientes de la dinastía. Cuando habían renunciado a recuperar nada, se encontraron con que la caída del muro de Berlín, la Revolución de Terciopelo y Vaklv Havel, les devolvieron todo lo que había sido suyo, también sus impresionantes colecciones de arte y sus joyas, que estos mecenas habían acumulado durante siglos.

Una de esas maravillas es el Palacio Lobkovitch, situado dentro del recinto del Castillo de Praga, que hemos visitado (¡ese Brueghel!, los grabados de Piranesi…). Alli hay una sala llena de instrumentos musicales y partituras manuscritas de algunos de los músicos más grandes de la historia (Gluck, Haydn, Mozart, Beethoven…), que compusieron obras para ellos o estuvieron trabajando en su corte (Beethoven les dedicó tres de sus sinfonías). Ellos eran grandes melómanos.

Y qué mejor sitio, hemos pensado, para ir a una matinée musical. Un pequeño grupo de cámara tocó obras muy variadas, alegres, románticas, graves o nostálgicas. La mayoría de compositores checos. Y allí, en un salón barroco con frescos en el techo y con los antepasados de la familia como testigos, escuchando música, he sentido muchas cosas. Alegría por estar aquí con Abril; placer por poder disfrutar de tanta belleza; he sentido cuánto ha costado llegar hasta aquí, después de sufrir mucho, y lo maravillosa que es la vida y poder seguir en la lucha; también me he sentido orgulloso pensando en los Lobkovitch, que recuperaron lo que creían irremisiblemente perdido y que siguen luchando por lo que aman, puesto que, al igual que ellos, nosotros también podemos decir: "¡Henos aquí, disfrutando de una hora de música!"

miércoles, 6 de abril de 2011

BASURA

De todos ustedes es conocido que la sociedad de consumo es una enorme fábrica de basura y que los residuos ingentes que producen nuestros hábitos opulentos y desarrollados amenazan con colapsar la naturaleza, el paisaje y nuestra cultura.

Antes sólo había basura física. Los desperdicios orgánicos de los restos de comida poco a poco fueron convirtiéndose en envoltorios plásticos, vidrios, papeles. A ese arsenal añadimos excedentes más voluminosos, como muebles viejos, trastos rotos, bibelots feos, juguetes casi sin estrenar, electrodomésticos anticuados, o cosas simplemente sin usar pues no lo pensamos bien al comprarlas compulsivamente. Y así seguimos con los vertidos industriales, la basura del fondo de los océanos, la basura tecnológica, los residuos radiactivos y hasta la basura espacial.

Cuando nuestra sociedad estaba menos desarrollada era infinitamente más eficiente. Antaño la gente aprovechaba lo usado por otros, se reutilizaban las botellas de vidrio, cuyo precio se descontaba al devolverlas, se remendaba y se daba vuelta a la ropa, se volvía a coger los puntos de las medias, se arreglaban los objetos estropeados, el chamarilero pasaba por las casas comprando los papeles de periódico, se ahorraba más, se despilfarraba menos. Hoy todas esas actividades, propias de sociedades más pobres, se han sustituido por el “reciclaje” y la “gestión de residuos”, que no es sino una nueva actividad industrial, tan próspera, que en Italia es controlada por la mafia. Para ello nos imponen –y que conste que me parece bien– sistemas de clasificación por colores de nuestra basura doméstica: gris para la basura orgánica, azul para el papel y el cartón, amarillo para los envases plásticos y metálicos y el verde para el vidrio. Se nos acaban los colores para los “puntos limpios” en los que podemos tirar pilas, bombillas, metales, electrodomésticos, aceites, etc. Ojalá que algún día, si nos concienciamos, consigamos separar, depurar y reciclar toda esa materia inservible.
Pero nuestra producción de excrementos no finaliza aquí. También empezamos a denominar basura a los productos intangibles que generamos y desechamos cada día. No son objetos, son más bien subproductos inmateriales, costumbres degeneradas en las que nos desenvolvemos como peces en el agua (contaminada). Como ejemplos de lo que me estoy refiriendo, he aquí una de mis listas:

- La comida basura: grasas saturadas, excedentes de la comida de “gourmet”, alimentos prefabricados, ganadería industrial,...
- La telebasura: deshechos humanos que exhiben en la televisión sus miserias, con las que pueden compararse las de los espectadores, para su regocijo.
- Los contratos basura: nueva forma de esclavitud a la que se somete a inmigrantes, jóvenes y becarios, y a los que se vende como una gran oportunidad de futuro (¡menudo futuro que les espera!).
- El pensamiento basura: frases recicladas de filósofos que un día iluminaron con su pensamiento profundo y que hoy se utilizan para deslumbrar un instante con su brillantez, en cualquier “demo”, anuncio publicitario o discurso político. La palma se la llevan esos manuales de autoayuda con una filosofía que parece comprada en una tienda de todo a zen.
- Literatura basura: pseudo novelas históricas, llenas de esoterismo y misterios espirituales sacados de arsenal inverosímil de personajes del mundo antiguo. Novelas falsamente románticas, etc. Tienen la cara dura de llamarlos a todos esos libros “best sellers”, aunque la mayoría tienen unas ventas muy discretitas.
- El correo basura: es la propaganda y anuncios indeseables, con los que llenan los buzones de nuestras casas, y ahora también, los del correo electrónico.
- La basura artística: que se nos ofrece habitualmente en los museos y ferias, como el colmo de lo moderno. Otros lo llaman arte líquido. Muchos artistas utilizan en sus obras objetos de la basura.
- Noticias basura: la práctica totalidad de la información con la que todos los medios de comunicación nos inundan cada día, torturando nuestra mente con sus opiniones sesgadas, y con supuestas nuevas, que son las viejas de siempre.

No quiero aburrirles con más ejemplos, sigan ustedes con la lista. Esa basura inmaterial es la más contaminante. El objetivo es no dejarnos pensar, meternos miedo, para ver si nos hacemos caca y generamos así más basura. Se trata de entretenernos, esclavizarnos, atontarnos y sacarnos el poco dinero del que disponemos. Tienen que ser productos altamente perecederos, pues se trata de usar y tirar. Nada de todo eso tiene que permanecer en la memoria, para que queramos volver a comprarlo, ya saben. Su reciclaje tiene la ventaja de que es menos costoso, eso es parte de su esencia: el pastiche y el deshecho. Pero, ¿quién depurará toda la suciedad que queda en nuestro cerebro? ¿La reciclarán para volvérnosla a meter de nuevo? ¿Con qué color la separamos? ¿Con el marrón o con el gris? Me temo que la única solución es dejar de generarla, pues no existen incineradoras y depuradoras para ella. Sin embargo, cada vez utilizamos más el término basura para denominar la vulgaridad y la pobreza espiritual de todo lo que nos rodea. Es una manera de trivializar este lamentable fenómeno y quitarle importancia, para no tener que afrontarlo.
Me temo que si no dejamos de producir basura, el próximo paso serán las personas. Me refiero a esas que ya no producen, que no proporcionan ni siquiera un momentáneo placer o utilidad, y que ya podemos descartar de nuestra vida. No sé si lo saben, pero ya las tenemos entre nosotros estorbando: son esas personas mayores a las que tenemos que cuidar. Sí, esos seres que un día llamamos padres o abuelos; son los vecinos indeseables que no sabemos como se llaman; los enfermos incurables; los parados que cobran subsidio sin pegar golpe; los presidiarios que tan buena vida llevan en las cárceles a nuestra costa, los compañeros de trabajo molestos a quienes el jefe no se decide nunca a despedir; los forasteros de otras razas que vienen a nuestro país para poder comer. Algunos de estos miserables, de países miserables, ya se han trasladado a vivir a los vertederos y a comer basura, ¿a qué esperan los demás? ¿Por qué no los podemos tirar a la basura con el resto de los desperdicios? ¿Qué nos impide llamarles por su auténtico nombre: personas basura?

Quizá nos lo impide el recuerdo de un mundo pasado, en que no había tanta basura, que nos trae un lejano rumor de la conciencia. Quizá sea el miedo al futuro y a que alguien, un día, también nos considere basura indigna. Aunque, bien pensado, eso de la dignidad se encuentre en el presente, y empiece por no rodearnos de tanta basura, generada por el despilfarro, por el abandono, por la falta de amor a lo que nos rodea y por el desprecio a los objetos y a las personas que nos sirvieron un día. Todo esto no es más que una forma de desprecio a nosotros mismos, que nos hemos acostumbrado a vivir en el basurero.

domingo, 3 de abril de 2011

EL EFECTO POTEMKIN


Muchos de ustedes sabrán que la lujuriosa Catalina II, zarina de todas las Rusias, más conocida como Catalina la Grande (1729-1796) tuvo muchos amantes. Pero a los cuarenta y cinco años, tuvo uno que le hizo sentir la sensación de haber descubierto el amor por primera vez. Cayó rendida ante un oscuro militar llamado Gregorio Potemkin. Él era rudo, desgreñado, desgarbado, torpe y maloliente. No era atractivo, pero algunas mujeres reconocieron haber caído presas de su crudo magnetismo animal. A la vez era sumamente inteligente y podía ser entretenido cuando tenía ganas de serlo. Al principio parecía genuinamente enamorado de Catalina y, desde luego, sabía como llegar a su corazón y hacerle sentirse querida. Catalina le confirmó en su puesto de ayudante general, lo instaló a él y a una serie de sus parientes en el Palacio de Invierno y lo recompensó con honores y órdenes. Pronto fue conocido como el Príncipe Potemkin. Aquel fue un momento crucial en el reinado de Catalina.

Años después, en plena guerra contra los turcos, la flota rusa naufragó en el Mar Negro sin entrar en combate (como nuestra Armada Invencible), comprometiendo la suerte de la guerra con Turquía. Las malas cosechas llevaron a la escasez de comida y a la subida de los precios. Una epidemia de peste amenaza a las tropas. Los gastos de la guerra aumentaban la deuda del gobierno. Los detractores y enemigos de Potemkin, que comandaba la flota y que había entrado en una fuerte depresión, acuciaban a Catalina para destituirlo.

En aquella tesitura, y para ocultar el fracaso de su política y la miseria del país, se dijo que en el camino por donde pasaba la zarina en sus viajes, su valido levantaba aldeas falsas, con fachadas esplendorosas edificadas con cartón y pegamento –denominadas supuestamente aldeas Potemkin–. Sus enemigos decían que llevaba a la fuerza a los campesinos de Crimea o contrataba actores de Moscú, para que saludaran simulando alegría al paso del cortejo imperial, y así ocultar la terrible hambruna y el fracaso de sus políticas. Así lo recogieron los informes de la prensa europea, basados en afirmaciones del embajador sajón. La verdad es que la costumbre barroca de aparentar y embellecer las ciudades en las grandes ocasiones con arquitectura efímera (fuentes, carrozas, arcos de triunfo, fachadas...), estaba extendida en toda la Europa de aquel tiempo.

Pero volvamos a la España actual, a ninguno de ustedes le dejarán olvidar que se acerca el día de las elecciones. Y estos días previos, estamos presenciando un alarde de inauguraciones de nuestros políticos. Después de la faena hecha durante la legislatura, parecen satisfechos. No sé por qué, la verdad, porque estos años han sido difíciles. Hemos sufrido la crisis económica y, con ella, han venido bajadas (de sueldos, de pensiones), subidas (de impuestos, de precios, del dinero y de la deuda), pérdidas (de puestos de trabajo, de clientes, de la propia vivienda, de dinero por los impagos y morosos, de muchas ilusiones), despilfarros (ayudas públicas a los bancos que siguen repartiendo beneficios, coches oficiales, televisiones públicas, subvenciones y gastos inexplicables...) y corrupción a raudales. Para colmo iremos a la guerra y con el poco dinero que quede les pagaremos a los partidos políticos la campaña electoral.

Pero nuestros políticos necesitan que les renovemos su contrato y aparecen en la televisión y en los medios con noticias de todos los lugares de este país, inaugurando nuevas infraestructuras: teatros, bibliotecas, líneas de metro, rotondas, palacios de no sé qué, polideportivos, paseos, parques y un sin fin de obras que parecía que íbamos a estar sufriendo durante años y que se acaban de pronto, precisamente ahora. En realidad, muchas de las inauguraciones son de obras o proyectos no terminados; algunos casi no iniciados; muchas inútiles o de dudosa utilidad social..., pero a los políticos les da igual. Incluso inauguran proyectos privados como centros comerciales, parques de atracciones, hoteles o fábricas.

Todo vale para ocultar nuestros problemas tras decorados de cartón piedra. Con eso, y con un poco de demagogia halagadora, para que no se despierte el más mínimo sentido de la responsabilidad personal, y con otro poco de griterío partidista, para no dejar pensar ni debatir sobre los problemas reales, será suficiente, sin duda, para hacernos cerrar los ojos, o deslumbrarnos si los teníamos abiertos. Y así, engañados y contentos, nos pastorearán hasta las urnas, una vez más, con ese efecto grosero, el efecto Potemkin. Igual que aquel príncipe ruso, ellos sí que saben hacer que nos sintamos queridos. Imposible no caer en sus brazos.