sábado, 24 de septiembre de 2011

LA ORACIÓN DE LOS AMANTES

Hoy les quiero contar una historia conmovedora que he escuchado en la radio.

Un hombre de cincuenta y tantos, tenía una mujer que estaba enferma de cáncer. Un día ella, desesperada por el avance de su enfermedad, lloraba llena de angustia. Le gustaba su vida y no quería dejar de vivir. Él no sabía cómo consolarla. Se metió con ella en la cama y propuso a su mujer escuchar, para distraerse, alguno de los programas de Mundo Babel, que Juan Pablo Silvestre emitía cada sábado en la radio. Abrazados escucharon las palabras, las canciones, los sonidos y los pensamientos de Juan Pablo, que obró un milagro: les trasportó a aquel “mundo” suyo tan personal. Les permitió alejarse de ellos mismos y de su ansiedad. Se olvidaron, durante dos horas, de sus sufrimientos. Pronto se convirtió en el programa favorito de ambos y se descargaron otros muchos programas de la página Web de la radio para escucharlos.

La impotencia que siente quien está al lado de un enfermo incurable es difícil de describir. Pero cuando aparece alguien que consigue traer al enfermo un poco de distracción y de consuelo, siente por él un inmenso agradecimiento. Y como aquel hombre era amigo de escribir cartas le escribió una de agradecimiento a Juan Pablo.

La respuesta tardó en llegar, como todas las cosas que merecen la pena, pero al cabo de unos meses recibió esta carta:

“Gracias en primer lugar por ese AGRADECIMIENTO en mayúsculas que me enviaste, ya hace unos meses, junto a tu historia de amor maravillosa, dolorosa, fieramente humana, pero que habla de dos personas grandes en el dolor que es donde se miden las cosas ciertas.
“A pesar del tiempo transcurrido, lo cierto es que me llegaste al alma. El próximo sábado 27 de agosto, intentaré agradecértelo mínimamente y el programa os estará dedicado (sin citar nombres). Será una oración, una declaración de AMOR, con mayúsculas, esa energía que transforma la cruda realidad.
“Lo escribí yo y lo escribirá la música pero vosotros lo encarnáis de la mejor y más heroica manera.
“No sé cómo os habrá tratado la enfermedad en este espacio, ojalá el milagro exista, pero ya sois un milagro en vosotros mismos y en vuestra relación. Mi felicitación cariñosa y un fuerte, fuerte abrazo”.

Aquel sábado (27 de agosto de 2011) el programa pudo escucharse en la radio. Juan Pablo Silvestre lo llamó La Oración, y ahora ustedes lo pueden escuchar aquí. Espero que les guste tanto como me gustó a mí.
Escuchar programa
(2 horas)

viernes, 16 de septiembre de 2011

DEVORAR A LOS HIJOS

La familia debería ser siempre un reducto de intimidad, de protección y de amor, y a menudo lo es. Pero por desgracia, al ser un recinto cerrado, cualquier cosa es posible: lo mejor y lo peor. Las relaciones tiránicas, crueles, violentas y espeluznantes que a veces tienen los seres humanos(?) cuando viven en familia pueden llegar a ser un verdadero tormento para sus víctimas.

En estos tiempos son frecuentes las noticias que nos llegan sobre mujeres maltratadas por sus crueles maridos o parejas. Parecen noticias llegadas del infierno. Son, sin embargo, mucho menos frecuentes las denuncias y noticias sobre los hijos que también pueblan ese infierno. Los maltratos y abusos a que son sometidos muchos niños por sus padres suelen ser silenciados por sus parejas, sin duda atemorizadas por la bestia. A todos nos llenó de horror y angustia la historia de aquel austriaco, Joseph Fritzl, el llamado “el monstruo de Amstetten”, que tuvo encerrada durante años a su hija de la que abusaba sexualmente y con la que tuvo varios hijos-nietos, que nunca habían salido del cubículo oscuro y subterráneo donde los encerraba.

Esto me trae a la mente la genealogía de los Dioses griegos, que nos cuenta Hesíodo en su Teogonía. Cuenta que Urano, el Cielo, tuvo con Gea, la Tierra, varios hijos: los Cíclopes, los Hecatonquiros, las Titánides y los Titanes; los nombres de estos últimos eran Océano, Crío, Jápeto, Hiparión y Crono.

Cuando Urano sepultó en el Tártaro –el infierno– a sus hijos los Cíclopes y a los Hecatonquiros, Gea incitó a los Titanes a que lucharan contra su padre. Los dirigió el más joven de ellos, Crono, que, armado con una hoz, sorprendió a Urano mientras dormía y lo castró. Los Titanes entonces dejaron el mando de la tierra a Crono, que volvió a encerrar en el Tártaro a los Cíclopes y a los Hecatonquiros.

Crono se casó con su hermana Rea, una de las Titánides. Como sus padres le habían predicho que sería destronado por uno de sus hijos, Crono devoraba a los vástagos que iba teniendo con Rea: Hestia, Deméter, Hera, Hades y Posidón. Cuando Rea dio a luz a Zeus, lo escondió en Creta y entregó a Crono una piedra envuelta en pañales para que la devorara como a sus anteriores hijos. Zeus se crió con los Curetes, que golpeaban sus escudos para que Crono no oyera los llantos del niño. Logró hacerse más tarde copero de Crono y, con ayuda de Metis, hizo que su padre tomara su dulce bebida mezclada con mostaza y sal, lo que hizo que vomitara, primeramente la piedra, después a sus hermanos y hermanas aún vivos.

Entonces Zeus y sus hermanos declararon la guerra a los Titanes, que estaban dirigidos por el gigante Atlante. La guerra duró diez años, hasta que Gea profetizó que Zeus vencería si se aliaba con los Cíclopes y los Hecatonquiros, encadenados por Crono en el Tártaro.

Zeus liberó a todos ellos y les dijo:

– Escuchadme, hijos de Urano y Gea, para que diga lo que el corazón me manda. Luchamos a diario desde hace tiempo, nosotros los hijos de Crono, contra los Titanes, por la victoria y el poder. Mostrad vuestra fuerza contra los Titanes, en esta lucha, recordando nuestra vieja amistad y cuánto habéis sufrido en vuestro cautiverio.

Ellos, agradecidos, les regalaron las armas con que vencieron. Hades desarmó a Crono con ayuda del casco que lo hacía invisible, Posidón lo inmovilizó con su tridente y Zeus lo derribó con su rayo. Crono y los Titanes, derrotados, fueron confinados en el Tártaro o desterrados.

Al Dios Crono, los romanos le llamaron Saturno. No sé cuántos “saturnos” hay sueltos por ahí, que hacen sufrir lo indecible a sus propios hijos, que viven encerrados en un infierno atormentado de crueldad, violencia, desprecio, miedo, insultos, abusos, complejos y culpa. Hay muchas maneras de devorar a los propios hijos y no todas son tan impactantes o manifiestas. Un padre tiene un enorme poder, sus hijos son débiles y les necesitan para sobrevivir y, sobre todo, necesitan que su padre les quiera. Pero ese poder sobre los hijos es peligroso. Algunos padres sienten amenazada su autoridad o celos de sus hijos, y entonces ejercen su poder, maltratándolos, insultándolos, minando poco a poco su autoestima, su capacidad de amar y pueden convertirles así en los padres crueles del futuro. De ese Tártaro algunos hijos no salen jamás y son destruidos. Todos quedan marcados de por vida.

A nuestro alrededor puede haber padres terribles que maltratan a sus hijos, eso si no hemos sido nosotros mismos una de esas víctimas. Quizá esos pobres hijos y esas pobres madres estén esperando que mostremos un poco de piedad, de ayuda, como la que recibieron Zeus y sus hermanos de la tiranía de su padre. No podremos regalarles un casco que les proporcione la invisibilidad, un tridente que inmovilice al maltratador o un rayo que lo destruya, pero quizá la ayuda que podamos dar a las víctimas sea llamando a la policía o a los servicios sociales; aislando al salvaje para que sienta su maldad; pronunciando algunas palabras de amistad, que les digan que no tienen la culpa, que son las víctimas, que no tienen la culpa, que no tienen la culpa...; quizá así les proporcionaremos consuelo y ánimo para la lucha contra esos titanes, que no son invencibles. A los demás, nuestro silencio sí que nos hace culpables.