domingo, 30 de enero de 2011

GENIOS EN EL MISMO MANICOMIO (1)

 Es un tópico hablar de la relación que siempre han existido entre el genio y la locura. Hoy quiero hablarles a ustedes de algunos que coincidieron en el mismo manicomio suizo en el período de entreguerras.

Nijinsky en "La siesta de un fauno"
Vatzlav Nijinsky (1890-1950), el más grande de los bailarines de todos los tiempos, tuvo una carrera meteórica que duró en total diez años justos. Tenía sólo veintinueve años cuando se vio obligado a interrumpir su profesión artística. Los cinco años que bailó en su Rusia natal y los otros cinco en que actuó en el extranjero –Europa y América del Norte y del Sur-, bastaron para situarlo entre los inmortales de la danza.

Su padre abandonó a su familia cuando era niño. Vivieron en la pobreza con su madre. Su hermano padeció locura. Todo ello configuró en él un carácter tímido. Consiguió entrar en los famosos ballets de la corte imperial rusa, y desde allí comenzó su fulgurante carrera. De la mano de Diaghilev, el más grande empresario artístico de todos los tiempos, que supo reunir a los mejores pintores, músicos, escritores y bailarines en sus espectáculos, consiguió que sus danzas y coreografías fueron mundialmente conocidas. Su genio era aclamado por doquier. Todavía hoy se recuerda en todos los tratados de historia de la música, el escándalo que protagonizó en el estreno de La consagración de la Primavera, de Stravinsky, con su espíritu transgresor de todo lo anterior. Pero la relación con el empresario fue tormentosa. Los celos, la homosexualidad, la envidia, las exigencias de una fama que le hacía trabajar hasta caer extenuado y sonreír en todo tipo de actos sociales, y los abusos del empresario rompieron su relación y le condenaron a la inactividad. Luego vino el aislamiento por la primera guerra mundial, y la revolución rusa, que había acabado con su mundo de la infancia. Más tarde, las inquietudes religiosas, a lo que se añadirían unas relaciones familiares difíciles. Todo ello fue más de lo que pudo soportar. Su espíritu zozobró en la oscuridad y él se retiró del mundo. Le diagnosticaron una locura incurable, lo que obligó, en 1919, a internarle en un manicomio llamado Bellevue, que estaba en Kreutzlingen (Suiza), cerca del lago Constanza.

Clínica de Kreutzlingen
A él le gustaba decir que era un buscador de la verdad, que era un filósofo, pero no del pensamiento, sino que quería llegar al fondo de las cosas a través del sentimiento. Cuando se lo llevaban al sanatorio, tras múltiples brotes y crisis esquizofrénicas, le dijo a su mujer, “no pierdas la esperanza. ¡Dios existe!”. Romola Nijinsky, su mujer, cuenta todo esto en su biografía Nijinsky. En su segunda parte Los últimos años de Nijinsky, el bailarín tuvo altibajos en su enfermedad. Recomiendo su lectura. Su mujer nunca se separó de él y luchó por que se recordara su nombre. Lograron huir de los nazis, que intentaron ingresarle en un campo de concentración como demente, pero consiguieron huir y lograron sobrevivir también, en un mar de penalidades, a la Segunda Guerra Mundial.

E. Kirchner. Mujeres en la calle
Ernst Ludwig Kirchner (1880-1938), impetuoso, hipersensible y muy activo, fue el artista más destacado del grupo expresionista alemán Die Brücke (el puente), que surgió en Dresde, en 1905, y que estaba formado por cuatro estudiantes de arquitectura que decidieron dedicarse a la pintura. No tenían experiencia pictórica, aunque vieron en la pintura un medio de liberación, de expresar un mensaje social. Como artistas utópicos de vanguardia clamaban por la completa eliminación de todos los valores estéticos y sociales existentes, luchaban contra las fuerzas opresoras de la cultura burguesa, mediocre, corrupta y débil. Kirchner se trasladó a Berlín en 1911, donde plasmó su afán de liberación de los convencionalismos a través de la pintura de prostitutas, rufianes y gángsteres y donde se acentuó la pintura de temas eróticos. Sus desnudos femeninos simbolizaban el dominio masculino y la virilidad. Sus obsesiones eran las proezas sexuales, la liberación cultural y los logros artísticos.

E. Kirchner. Los artilleros
El ejército alemán, una de las instituciones que más odiaba, le llamó a filas en 1914. El horror que le produjo la guerra y el miedo por su propia vida o la mutilación, le hicieron entrar en una profunda crisis nerviosa. Fue licenciado poco después a causa de su inestabilidad mental. Siguió trabajando. Cuando estaba al borde del colapso físico y mental, escribió: “Voy tambaleante al trabajo, pero toda mi tarea es en vano y la mediocridad destruye todo con su asalto. Ahora soy como las prostitutas que antes pintaba”. Se trasladó a Davos (Suiza), y estuvo internado en un hospital Bellevue de Kreuzlingen, durante algunas temporadas. Allí encontró temas más agradables pero menos emotivos en la contemplación del paisaje y en la idealización de los campesinos y su artesanía, pero nunca alcanzaron esas obras la plenitud de antes, por la sensación paralizante del miedo que expresan.

E. Kirchner.
Vista del lago Constancza desde Kreutzlingen
Con la llegada del régimen nazi, se confiscaron más de seiscientas pinturas suyas de todos los museos para ser destruidas, su arte fue calificado como arte degenerado, y fue expulsado de la Academia de Bellas Artes de Berlín. Su precaria salud emocional empeoró a raíz de ello y se suicidó en Frauenkich, cerca de Davos, en 1938. Uno de los mejores museos del mundo donde se puede admirar su obra está en Madrid, es el Museo Thyssen. Háganle una visita a ese pobre loco, pues merece la pena.

 En aquel sanatorio de Kreutzlingen coincidieron dos de los genios más importantes de un tiempo rico en artistas y científicos brillantes, pero también en criminales. En la primera mitad del siglo XX las vanguardias y los avances más grandes que había habido nunca, en los campos del arte, del pensamiento y de la ciencia, convivieron con la barbarie, el crimen, el fanatismo y las guerras más atroces que había conocido la humanidad. Sus mentes y su sensibilidad no lo resistieron.

miércoles, 26 de enero de 2011

REBELIÓN EN LA BIBLIOTECA

No sé si se habrán enterado de la noticia que he leído hace unos días. El titular decía:
 
 
En Inglaterra ha habido una rebelión de los lectores, ante la noticia del cierre de las bibliotecas con escaso número de usuarios. Las razones esgrimidas por la autoridad municipal para cometer tamaña felonía han sido el necesario recorte de gastos presupuestarios y los hábitos de los lectores, que están cambiando desde la aparición de Internet.

Los hechos han ocurrido en Stony Stratford, una apacible ciudad a menos de cien kilómetros de Londres. Ante la alarmante noticia del cierre de su biblioteca municipal, los vecinos se han apresurado a acudir a la llamada de una asociación cívica (“save de Stony Stratford Library”) y se pusieron de acuerdo para retirar los 16.000 volúmenes de la biblioteca para demostrar que sigue siendo de una gran utilidad pública. Quieren presionar de ese modo para que la autoridad municipal renuncie a su proyecto de cerrarla. Cada uno ha retirado el número máximo de libros permitidos en préstamo. En pocos días la biblioteca municipal se ha quedado sin libros, ha sufrido una bibliofugia* repentina.

Francamente, en un mundo como el actual, no me ha sorprendido la noticia del cierre de una biblioteca pública. Hace tiempo que lamento la desaparición de las buenas librerías, de las que están dando cuenta las fuerzas implacables del mercado. Es un pasito más, pero esta vez el paso lo tiene que dar, al parecer, el poder público. El objetivo final es sumergir a la población en la subcultura que los medios audiovisuales iniciaron hace años y que ha degenerado en el culto al feísmo en el arte, al fomento del mal gusto, a la tele-basura y otras basuras análogas (comida basura, pensamiento basura, etc.). Ahora con la excusa de la expansión de Internet, que ha vuelto a obligar a la gente a leer sus contenidos, aunque sea de forma bibliopépsica*, nos cuentan que el gasto que producen obligan a los gobiernos a cerrarlas. Ya las tenían en su punto de mira, cobrando derechos de autor por sus préstamos gratuitos.

En estos tiempos de crisis, tengo el convencimiento de que los políticos están siendo empujados de manera implacable por la sinarquía, a avanzar por un camino en el que no creen, pues nos lleva a la pobreza material y espiritual, pero al que temen enfrentarse con su impotencia. Y así, haciendo malabarismos ambiguos desarrollan políticas taimadas, de desarme frente a los poderosos. Desmantelan y dañan irremediablemente todo lo que puede oponer resistencia a este estado de cosas: debilitan el propio Estado, al que dicen que hay que adelgazar, renunciando a que funcione bien; dejan degradar y contaminar la tierra y la naturaleza, que se nos muere aceleradamente sobre-explotada produciendo inútiles bienes de consumo; olvidan a los viejos y jubilados, que al parecer no consumen lo suficiente, y a los que hay que acortar la vida, reduciendo sus pensiones y su protección sanitaria; fomentan polémicas falsas sobre temas secundarios, como cortinas de humo; en fin, manipulan la historia y pretenden rebajar la cultura y la educación, pues el pensamiento puede ser germen de una nueva espiritualidad que tomase conciencia crítica de todo ello, lo que sin duda les parece peligroso.

Todo esto se hace en pro de la reducción del déficit, del crecimiento del PIB, de la viabilidad de la economía y de la libertad los mercados, como si esos fueran valores en sí mismos, cuando sólo tendrían que ser instrumentos para alcanzar mayor bienestar y riqueza, claro que no nos dicen de para quién es esa riqueza. Prueba de la falacia global, es que nadie se pregunta por qué ese libre mercado mantiene abiertas cadenas de televisión inmundas y medios de comunicación manipuladores que pierden dinero a espuertas; por qué los directivos de grandes corporaciones en quiebra reparten beneficios y bonus millonarios, etc, etc. A esos no se les piden cuentas.

Los políticos quieren ignorar, aunque los sinarcas lo saben bien, que la única manera de salir de todo esto pasa por luchar contra el consumo y el despilfarro, proteger la naturaleza, superar los egoísmos del liberalismo y la competencia despiadada; que no hay que caer en los sentimientos excluyentes de nación, religión o raza; que debemos luchar contra la ignorancia y tomar conciencia de esas cosas, que todos sabemos que son injustas, y buscar las fuentes de la buena vida y de una vida buena, que le den sentido, para dejar algo que permanezca cuando ya no estemos. No nos engañemos, todo eso no lo van a poner fácil. La ciencia y la técnica no van a venir a salvarnos, porque igual que los medios de comunicación y la política, están en manos de los poderosos. Sólo podemos virar el rumbo con cultura, tolerancia, educación y pensamiento. Ellos lo saben, por eso cierran librerías y bibliotecas, como están cerrando internet.

Acabarán incendiando nuestros libros, como otros tiranos biblioclastas* hicieron en la historia. Y tengamos cuidado, porque Heinrich Heine dijo que “allí donde queman libros acaban quemando hombres”. Yo siempre pienso que no debemos caer en el catastrofismo ni fomentar el miedo, que es lo que ellos hacen para poder vendernos que sus intereses son la única salvación posible. Pero parece que se va acercando el momento descrito en Fahrenheit 451, la novela de Ray Bradbury, en la que convierten a los lectores en delincuentes y queman todos los libros.

El ejemplo de los habitantes de Stony Stratford nos trae algún optimismo. Todavía podemos organizar la resistencia ¿Qué hará ese ayuntamiento inglés con su biblioteca? Si finalmente acabaran cerrándola, pienso yo que los admirables ingleses, lectores rebeldes, acabarían organizando un sistema de intercambio cívico de sus fondos, impidiendo que desaparecieran los libros, manteniendo la función cultural de lo público y fomentando el amor a la lectura. Si las cosas se pusieran peor quizá se convirtieran en “hombres libro”. Creo yo que nunca se rendirían.

Hagamos votos por su éxito, y organicemos la rebelión, porque si no militamos por el libro, como hacen los ingleses, mal nos va a ir. Y hagámoslo rápido, porque en este país parece que cuando nos acercamos a la modernidad, y empezamos a tener una red de bibliotecas digna de ese nombre, los demás ya están de vuelta cerrándolas. Mientras tanto no dejen de acudir a la que tengan más cerca de su casa.

* Los términos con asterisco pueden consultarse en el Diccionario de Bibliopatías

viernes, 21 de enero de 2011

EL CABALLERO D´EON

Uno de estos días pasados, he acudido con unos buenos amigos a  ver la obra de teatro que Josep María Flotats representa en el Teatro Español de Madrid, sobre la vida de Baeaumarchais. Entre los muchos personajes históricos que conoció en su vida Beaumarchais, estaba un misterioso caballero d´Eon, ambiguo y divertido. No tenía yo noticia de este caballero, aunque alguna reminiscencia tenía yo en mi memoria, me sonaba de algo y no sabía de qué. Varias semanas he tardado en convertir la niebla de mi recuerdo en algo más tangible, pero al final lo he conseguido. Había leído un resumen de su vida en un artículo el primer ejemplar de la revista Manifiesto, del año 2004, que conservo entre los papeles que poco a poco me van sepultando. El artículo se titulaba La libertad de costumbres en el Antiguo Régimen, y su autor es  Rodolfo Vargas Rubio. Copia su biografía del artículo, a riesgo de que las maldiciones de la bruja AGS caigan sobre mí. En cualquier caso no dejen de echar un vistazo, libre y gratuito, a esa revista.

Charles-Geneviève-Louis d’Eon de Beaumont, conocido como el Chevalier d’Eon (1728-1810). Natural de Tonnerre, pertenecía a una antigua familia de la nobleza de provincias. Su fortuna se debió a un incidente fortuito, que parece sacado de las mejores comedias de enredos, de acuerdo con el gusto del siglo XVIII. Resulta que, hallándose el Chevalier de visita en casa de su amiga la condesa de Rochefort, ésta quiso que la acompañara a un baile de máscaras que se daba en Versalles. Como el gentilhombre era imberbe y de una belleza más bien andrógina, ocurriósele a la condesa vestirlo con sus ropas. El resultado fue tan impresionante que engañó al mismísimo Luis XV. Éste, viendo a la dama que acompañaba a la de Rochefort, se prendó de ella y se empeñó en seducirla. Acorralada en una de las antecámaras regias, intentó oponer resistencia al Rey, pero el ímpetu erótico de éste prevaleció y, al vencer a la «dama» tras un prolongado forcejeo, descubrió la superchería. El Chevalier, aterrorizado, se veía ya presa de la regia ira, cuando inopinadamente Luis XV estalló en una sonora carcajada y lo convocó a una audiencia privada en el célebre cabinet noir. El monarca le propuso enviarlo a una misión diplomática secreta, de la cual sólo estarían enterados él mismo, el príncipe Luis Francisco I de Conti y el Chevalier. Esto es lo que se llamó el Secret du Roi, diplomacia paralela a la oficial (llevada por Choiseul, criatura de la amante real Madame de Pompadour), en el cuadro del llamado renversement des alliances que precedió a la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Lo especial de la misión consistía en que d’Éon debía adoptar la identidad femenina.

El caballero d´Eon travestido, en un combate de escrima

Se trataba de hacer llegar a manos de Isabel Petrovna, Emperatriz y Autócrata de Todas las Rusias, unas cartas de Luis XV ofreciéndole una alianza más ventajosa que la que la hija de Pedro el Grande tenía con Inglaterra. Todas las embajadas anteriores del Bienamado se habían estrellado contra el muro infranqueable que el todopoderoso ministro Bestucheff-Ryumin, anglófilo convencido, había levantado alrededor de la persona de la Emperatriz. Había, por consiguiente, que abordar a ésta por una vía indirecta e insospechable. El Chevalier d’Éon se convirtió, pues, en Mademoiselle Lia de Beaumont (nombre de su hermana) y partió en ruta para San Petersburgo con el propósito de hacerse asumir como lectora por la Emperatriz. Recibida en la corte imperial, gracias a los buenos oficios del príncipe Vorontzof, partidario de la alianza con Francia y Austria contra la peligrosa ascensión de Prusia, apadrinada por Inglaterra, Mademoiselle de Beaumont se granjeó inmediatamente la simpatía de Isabel Petrovna. Ésta, cuyo olfato sexual era muy agudo y desarrollado, acabó descubriendo la impostura, pero de buen grado recibió las propuestas de Luis XV… y al Chevalier en su lecho. El equívoco de la situación demuestra lo ancha que era la manga de la moral de entonces, no obstante y ser la Emperatriz una mujer cuya religiosidad rayaba en la superstición. Lo cierto de todo esto es que, al volver a Francia, la falsa lectora llevaba consigo, bien camuflado en su corsé, el ansiado tratado franco-ruso. Una vez firmado en Versalles, d’Éon volvió a Rusia, esta vez bajo su identidad masculina, diciendo ser el hermano de Mademoiselle de Beaumont. Isabel lo recibió de buen grado, quedando sellada la nueva amistad con Francia. La ruina del ministro Bestucheff-Ryumin y del partido favorable a Inglaterra y Prusia estaba cantada.

Tan contento quedó Luis XV del desempeño del Chevalier-Demoiselle, que no sólo lo nombró capitán de Dragones, sino que contó con él para otra delicada misión tiempo después: la aproximación a Inglaterra. La Guerra de los Siete Años (1756-1763) estaba siendo desastrosa para Francia, sobre todo por la liquidación de su imperio colonial en el Indostán y en América por obra de los ingleses. D’Éon llegó a la corte de Saint James, donde, aparte de exponer a Jorge III las razones del rey de Francia, se convirtió en amante de la reina Sofía Carlota, nacida princesa de Mecklemburgo-Strelitz. Se ha llegado a creer, dada la coincidencia de fechas, que el primogénito de la real pareja, el príncipe Jorge, futuro Príncipe-Regente, era el fruto de estos amores ilícitos. De hecho, hasta Jorge III llegó a sospecharlo, al sorprender una noche a la Reina con su amante en el lecho. Para salvar la situación, Cockrell, asistente de Sofía Carlota, dijo al Rey que d’Éon era en realidad una mujer. En Londres, a la sazón, el sexo del enviado de Luis XV era materia de controversia y hasta de apuestas. De Versalles llegaba el eco de los rumores que afirmaban que el Chevalier era un hermafrodita. Jorge III escribió, entonces, a Luis XV pidiéndole que le esclareciera la cuestión. La nueva amante de éste, la Condesa du Barry, convenció al Rey de la conveniencia de mentirle a Jorge III, no sólo para salvar la honra de la Reina, sino también las relaciones diplomáticas entre Francia e Inglaterra. Luis respondió a su real primo afirmando tajantemente y «probando» que el Chevalier d’Éon pertenecía, en realidad, al bello sexo. Esto tranquilizó de momento al Hannover, pero no impidió que continuaran las cábalas por cuenta del personaje, quien vivió holgadamente en Londres cambiando continuamente de atuendos y adoptando ora los masculinos, ora los femeninos.

Al morir Luis XV en 1774, la situación de d’Éon cambió radicalmente. Con el Rey moría no sólo su protector, sino el Secret du Roi. Cuando Luis XVI vino a conocimiento de la diplomacia paralela que llevaba su abuelo y de las andanzas del Chevalier, pacato como era, las desaprobó y ordenó liquidar todo el asunto. Pero el Chevalier estaba en posesión de importante documentación de Estado y el nuevo monarca entró en negociaciones, para lo cual envió a Londres al comediógrafo y funcionario Caron de Beaumarchais, que se hizo llamar Monsieur de Ronac. Su misión consistía en arrancar a d’Éon los papeles de Estado a cambio de una pensión y ciertas garantías de salvaguardia de su persona. Parece ser que el Chevalier se mostró exigente y obtuvo no sólo ventajas de orden material, sino incluso una noche de amor con el autor de El barbero de Sevilla. Una de las condiciones impuestas por Luis XVI fue que aquél no abandonara en adelante la identidad ni los ropajes femeninos. Tan inflexible se mostró sobre este punto el soberano que, cuando d’Éon regresó a Francia en 1777 y se presentó en Versalles vistiendo el uniforme de capitán de Dragones, la reina María Antonieta lo envió a su modista Rose Bertin para que le confeccionara todo un ajuar: desde entonces el Chevalier se convirtió en la Chevalière. Durante su estancia en París se presentó ante él la que fuera una amante ocasional suya: Nadiejda, dama de la emperatriz Isabel Petrovna, que había tenido un hijo de él. El niño había muerto en la infancia y ella no tenía adónde ir.

La Chevalière d’Éon volvió a Londres llevando consigo a Nadiejda, con quien se estableció en Inglaterra. Era un espectáculo curioso para los transeúntes ver a dos mujeres paseando por las calles con demostraciones evidentes de una ternura que trascendía el mero amor de hermanas (que era lo que pretendían ser en público). Habiendo estallado la Revolución y no siendo ya Luis XVI rey, el pacto entre éste y d’Éon no era ya válido, pero la Chevalière prefirió seguir apareciendo como mujer por respeto a la reina Sofía-Carlota. Charles-Geneviève-Louis d’Eon de Beaumont, Capitán de Dragones de Su Majestad el Rey Cristianísimo y Chevalière d’Éon, murió en la ciudad del Támesis en 1810, a los 83 años. Después de haber dado pábulo a toda clase de cábalas y de haber vivido por más de treinta y cinco años oficialmente como mujer, vino a descubrirse la verdad, al ser examinado el cadáver y encontrarse que el difunto estaba dotado con los viriles atributos. Al conocer el rey Jorge III —que se hallaba en uno de sus períodos de lucidez— el resultado del examen post mortem del presunto amante de su esposa, tuvo un nuevo ataque de locura, del que ya no se recuperó, tomando definitivamente las riendas del poder el Príncipe de Gales, el Regente, bajo cuyo gobierno lanzaría sus últimos destellos una sociedad alegre, corrupta, desenfadada y tolerante, cuyo rey iba a ser Beau Brummel, el postrer arbiter elegantiarum, favorito del presunto hijo del travestido más célebre de la Historia.

sábado, 15 de enero de 2011

ME GUSTAN LAS MANZANAS....

 ..., porque cada una tiene un color y un sabor distinto.


Hay manzanas pequeñas,


y grandes manzanas.


Unas invitan al placer sexual,


...otras provocan un irrefrenable afán por alcanzar la sabiduría intelectual, como la que le dio a probar Eva a Adán del árbol del bien y del mal.


Algunas otorgaban la inmortalidad, como las del Jardín de las Hespérides,


o las que dio la Diosa Iduna a los Ases germánicos.


Alguna fue muy famosa por sembrar la discordia, como la manzana dorada que la diosa Éride arrojó a Paris  "para la más bella", lo que obligó a éste a elegir entre las diosas. Este juicio de Paris finalmente provocó la guerra de Troya.


Y aunque ha habido más "manzanas envenenadas", como la que comió Blancanieves,


otras han inspirado grandes ideas, como la que le cayó a Isaac Newton.


Algunas son maravillosas o surrealistas...


Incluso algunos han llegado a desarrollar una nueva tecnología de la manzana.


Pero todas, todas, son sugestivas o tentadoras. ¿Y ustedes, hace cuánto tiempo no muerden una manzana?

viernes, 7 de enero de 2011

BIBLIOPATÍAS

Breve diccionario en el que se incluyen algunas de las numerosas enfermedades que contraen los humanos al estar en contacto más o menos continuado con los libros. Casi todas son contagiosas. Padecer cualquiera de ellas no supone, per se, entrar en el selecto club de los cultos o intelectuales. No busquen contrastar las definiciones en el DRAE, pues la mayoría se han obtenido de libros técnicos y especializados, como Enfermos del libro de Miguel Albero,  La Pasión por los libros, de Francisco Mendoza, Historia universal de la destrucción de libros de Fernando Báez, o Biblioclasmo de Fernando R. de la Flor.

BIBLIOCLEPTOMANÍA: inclinación a hurtar libros, procedente de una anomalía psíquica. Dentro de esta patología podemos encontrar multitud de modalidades: ladrón ocasional, ladrón ilustrado, ladrón por encargo, bibliopirata... La lista de ladrones de libros famosos es tan extensa que daría para un tratado..., y no quiero señalar a nadie.

BIBLIOCLASTIA: también denominada bibliolitia. Dícese de la dolencia que padecen las personas que tienen afán por destruir los libros y lo llevan a cabo. Utilizan diversos métodos, siendo el más utilizado el fuego. Han sido muchos los cultivadores, siendo de los más ilustres, el emperador chino Shuan Ti, la Inquisición o Hitler.

Hoy en día no es una actividad bien vista si se realiza por razones ideológicas, políticas, bélicas o religiosas. La extensión del mal de la bibliocomptentio (vid) ha hecho innecesaria la biblioclastia por esas razones. De todos modos los servicios de los biblioclastas resultan más necesarios que nunca debido a la profusión de libros sin calidad y sin interés que se editan, que no se venden y que merecen la hoguera. Los editores, que no pueden afrontar los costes de su almacenamiento, son los modernos biblioclastas, mientras millones de seres humanos no tienen dónde aprender a leer.

BIBLIOCOMPTENTIO: indiferencia y desinterés hacia los libros. Está tan extendida que puede considerarse el estado natural del hombre posmoderno, por lo que en realidad, la verdadera anomalía sería la contraria: el mostrar amor o interés por los libros.

BIBLIOFAGIA: Comer libros. Aunque no es muy habitual, hay quien devora físicamente los libros, voluntariamente o a la fuerza, como algunos escritores que fueron obligados a “comerse sus propias palabras”, o a perecer en el hoguera. Tiene señeros antecedentes desde la Biblia (Libro de Ezequiel, Apocalipsis de San Juan) hasta El nombre de la rosa de U. Eco (donde el padre bibliotecario, Jorge de Burgos, se come el libro envenado).

BIBLIOFILIA: Afición a adquirir y coleccionar los libros por cualquiera de sus méritos de contenido o de forma, o por su rareza. Esta enfermedad, muy extendida, tiene su raiz en el coleccionismo y es un auténtico cáncer de los que leen libros. Tiene inumerables modalidades: objetoadictos, fetichistas, bulímicos y compulsivos, exhibicionistas, solitarios e inseguros, sedentarios, sensibles, perfeccionistas, completistas..., y devotos de su Alteza (la edición princeps).

BIBLIOFOBIA: odio a los libros. Antiguamente estaba más extendida. Incluye la aversión a los libros como objetos y también a la lectura en sí, por considerarla peligrosa. Es requisito necesario para caer en la biblioclastia.

BIBLIOFUGIA: paulatina desaparición de libros de una biblioteca, bien sea por robo, pérdida, usurpación, préstamo impruedente, accidente u otras causas.

BIBLIOMANÍA: pasión exagerada por los libros, no justificada por interés erudito, literario o científico, sino más bien rayano en la locura.

BIBLIOLATRÍA: Se dice de la veneración exagerada y ciega a un libro, bien sea por su procedencia, autor, antigüedad o contenido.

Llega a su máxima expresión con los fieles o creyentes de las llamadas "religiones del Libro" (judíos, musulmanes y cristianos), que defienden que en sus libros sagrados se encuentra nada menos que la verdad revelada por el mismo Dios, aunque no haya constancia fehaciente ni prueba alguna de que así sea . Esta dolencia les hace felices y la llaman Fe. En determinadas épocas de la Historia, han llegado a quemar en numerosas ocasiones, por sacrílegos, los libros que contradicen o ponen en duda las sagradas escrituras..., y a sus autores (véase biblioclastia).

BIBLIOLITIA: véase biblioclastia.

BIBLIOPEPSIA: propensión a la lectura apresurada, fragmentada y sin aprovechamiento.

BIBLIORREA: padecida por insignes maestros de la talla de Balzac, Baroja y Dickens, consiste en producir páginas sin descanso, con las mismas incomodidades del vómito y la colitis.

BIBLIOTAFIA: dícese del mal que padecen los que acumulan libros para enterrarlos, como hacían los egipcios con sus objetos valiosos que los enterraban enlas tumbas de los notables. En sentido figurado, se aplica al que acumula libros desmesuradamente sin enseñarlos a los demás y sin leerlos.

BIBLIOTROPISMO: Dícese de la inclinación natural, en aquellos que la padecen, a acercarse a los libros, sitos en cualquier estante o librero, aún cayendo en la desatención de su hablante y en las airadas miradas de los dueños de casa. Este mal se manifiesta también en la parálisis súbita frente a cualquier escaparate que los exhiba y aún más, en la mirada impúdica dirigida a la carátula del libro que lee nuestro vecino de mesa en el café o de asiento en el metro.

Hanse visto casos graves en viajes largos en avión, en que no pocas veces un pasajero es asaltado con violencia o le es arrebatado su libro, con nocturnidad, mientras echa una pestañada.

LIPARQUIBIO: (sustantivo, del griego leipo=dejar, arché=inicio, principio; y biblion=libro). Acción y efecto de abandonar un libro en las primeras páginas. También sufren este mal los que padecen bibliopepsia (vid).

LECTOBLOGMANÍA: neologismo que define el mal que padecen, con la consiguiente pérdida de tiempo, los que han dejado de leer libros y leen blogs como este. 

martes, 4 de enero de 2011

OFELIA


"REINA.- Inclinado a orillas de un arroyo, elévase un sauce, que refleja su plateado follaje en las ondas cristalinas. Allí se dirigió, adornada con caprichosas guirnaldas de ranúnculos, ortigas, velloritas y esas largas flores purpúreas a las cuales nuestros licenciosos pastores dan un nombre grosero, pero que nuestras castas doncellas llaman dedos de difunto. Allí trepaba por el pendiente ramaje para colgar su corona silvestre, cuando una pérfida rama se desgajó, y, junto con sus agrestes trofeos, vino a caer en el gimiente arroyo. Alrededor se extendieron sus ropas, y, como una náyade, la sostuvieron a flote durante un breve rato. Mientras, cantaba estrofas de antiguas tonadas, como inconsciente de su propia desgracia, o como una criatura dotada por la Naturaleza para vivir en el propio elemento. Mas no podía esto prolongarse mucho, y los vestidos cargados con el peso de su bebida, arrastraron pronto a la infeliz a una muerte cenagosa, en medio de dulces cantos.

"LAERTES.- ¡Ay de mí! Luego ¿ha perecido ahogada?

"REINA.- Ahogada, ahogada.

"LAERTES.- Atajemos el llanto, pues agua de sobra tienes tú, pobre Ofelia (llora). Con todo, esto no es más que una costumbre. La Naturaleza se aferra a sus hábitos, por más que diga la vergüenza. Cuando este lloro cese, no quedará en mí rastro de mujer. ¡Adiós, señor! ¡Tengo palabras de fuego, que arderían de buen grado si no las sofocara esta debilidad! (sale)."

W. Shakespeare
Hamlet. Acto IV. Escena VII.

lunes, 3 de enero de 2011

PROVENZA

He de confesar a ustedes que acabo de volver de la Provincia de Francia, donde hemos pasado unos días despidiendo el año 2010 y conjurando a los espíritus de 2011, para que nos sean propicios. Hemos estado instalados en una residencia inmejorable, gracias a la tenacidad y sabiduría de alguien querido. Le petite bastide está rodeada de viñedos y olivos, equipada con un hogar acogedor, con el macizo del Luberon al fondo y el río Dordoñe a nuestros pies.

Muchas son las cosas que se podrían decir de aquellos valles y bosques, agraciados por la naturaleza, de su situación inmejorable y de la sabiduría de sus habitantes, que saben cocinar, cultivar y adornar su vida. Y de unos cultivos muy especiales quería hablarles ahora, pues he sentido cómo, a lo largo de los siglos, se ha cultivado el espíritu en esa tierra.

Los griegos y romanos colonizaron toda la región intensamente, dejando calzadas, puentes, foros, teatros, arcos, monumentos, templos, acueductos y ciudades (inmejorable la visita a Glanum, en St. Remy de Provence). Ellos demostraron cómo se podía dominar la naturaleza con estética y sabiduría. Después, cuando la barbarie medieval dominaba en Europa, los señores provenzales dejaron reinar a sus damas, que inventaron las cortes de amor y el amor cortés. En sus castillos (sobre todo en Les Baux) los trovadores componían y declamaban la poesía y la música provenzal. Aquellas damas, inventando un nuevo lenguaje para el amor, avanzaron el Renacimiento, elevaron la sensibilidad del espíritu medieval, tosco a más no poder en las lides románticas, pues hasta entonces el hombre, olvidada la cultura clásica, sólo se dedicaba a la caza y a la guerra. Y allí siguieron estableciéndose pintores y escritores en los siglos barrocos y modernos: desde Petrarca a Van Gogh, de Durrell a Cezanne, de Gaugin a Camus, sin olvidar al Marqués de Sade. Muchos han sido los que han elegido esta tierra para vivir, incluso los Papas.
El resultado es que hoy sus habitantes parecen haber inventado el arte de vivir. Allí, paseando por aquellas ciudades y pueblitos encantadores, se ven por doquier abadías, palacios, iglesias y castillos de nobles y clérigos que amaron la belleza; se pueden visitar lugares donde se honra la memoria de artistas propios y extraños, que han vivido y cantado la alegría y la hermosura de la Provenza. A cada paso se encuentra uno librerías apetecibles donde te sirven un café o una copa de vino. Se pueden visitar las casas y las tumbas de los escritores. Sus habitantes conservan los mismos paisajes que pintaron los artistas que allí vivieron. Pueblos minúsculos tienen espacios reservados para el teatro y los conciertos. Nadie descuida, cada día, la belleza de las granjas y los campos, de las casas y los paisajes, de las calles, de los objetos y los escaparates en las tiendas. Dedican su tiempo al placer de la buena comida, el buen vino y la conversación. Les gustan los perfumes, las flores, las plantas, los aromas. Levantan museos a las cosas que les gustan, da igual que sea un pintor mundialmente famoso, la flor de la lavanda o los sacacorchos. Practican el arte de pasear, la caza, la cetrería. Incluso hemos visto como trabajaba un agricultor en un invernadero escuchando ópera. Allí hasta las chimeneas humeantes, las cunetas de los caminos, las estrellas del cielo o la niebla de la mañana tienen un aire refinado.

Hemos visto en aquellas tierras, en cambio, pocos jóvenes, que sin duda preferirán otras diversiones menos sutiles. Me resisto a creer que los provenzales sólo promocionen la cultura para los turistas, y que todo esto sólo sean digresiones de un iluso a principios de año. Puestos a hacerme ilusiones, me ha dado por imaginar que todavía hay una esperanza, en estos tiempos en que parece que nos vemos arrollados por corrientes poderosas que no nos dejan sosiego para pensar, sino confusión y miedo a la catástrofe. Frente a ello propongo no caer en la melancolía. Todavía quedan valles en que crece esa planta, cada vez más extraña, que es la cultura que eleva y ennoblece el espíritu..., y que además alimenta el cuerpo, porque lo que no son ilusorios son los kilos que he ganado en tan sólo una semana, aunque de eso no les quiero hablar por no ser prosaico, ni tampoco de las aves, foie-gras, ostras, vinos y quesos trasegados, ni de las sublimes burbujas del champagne que ascienden por la copa con la misma suavidad que la Virgen a los cielos.