Ya se va el año 2011. Para los celtas, los años son como liebres y toman figura de éstas cuando las contempla un humano. Por eso los años se van tan rápidos, como liebres veloces en campo llano. Los años se van rápido. No se sabe si devoramos los años o si los años nos devoran a nosotros, no se sabe quién come a quien, si el hombre al tiempo o el tiempo al hombre. Pero digamos adiós a este año, que ha sido confuso y fatal.
Yo les deseo a todos los que me leen un muy feliz 2012, o al menos que sea algo mejor que el año que se va. Hay coincidencia en que será un año oscuro y que a todos nos traerá la ruina. Así lo predicen las listas de la cábala, el repertorio ceremonial chino, las profecías de Nostradamus, los secretos de Fátima, los calendarios de los incas y, sobre todo, los pronósticos de los economistas y políticos. A eso se dedican esos seres agoreros y catastrofistas, que antes llamábamos brujos y magos, y ahora denominados expertos. Nos asustan, pues, los adivinos, desde la oscuridad de los siglos y hoy desde la omnipresencia tecnológica de los medios de comunicación. Pero no les tomen demasiado en serio. Todo lo que hace el hombre con el tiempo es medirlo. El pasado lo recuerda mal y luego lo olvida para poder contarlo como se le antoja. El futuro nunca lo adivina, pero insiste en predecirlo. A algunos eso les da buenos réditos.
Por eso no dejen que nadie les quite ahora, cuando llega un Nuevo Año, la esperanza de Vida Nueva. Y si, finalmente, resulta ser 2012 un año tan malo como predicen, también se irá corriendo como liebre camino del mar, a encontrarse con sus compañeros, los años pasados. Mientras tanto, yo espero el nuevo año, junto a mi amada, escuchando buenos villancicos.