miércoles, 28 de julio de 2010

LA PATA DE PALO

Hoy he visto por la calle un hombre con una pata de palo. He de reconocer que hace tiempo que no veía ninguna, supongo que por los avances de la cirugía y de las prótesis. El hecho es que la pata de palo (hoy sería una pierna ortopédica) ha sido para mí una metáfora de las dificultades que a todos nos toca llevar a cuestas en esta vida.

Como decía Robert Walser «¿Qué persona honrada no ha estado desvalida nunca en su vida, y qué ser humano ha mantenido por completo intactos a lo largo de los años sus esperanzas, planes, sueños? ¿Dónde está el alma cuyos anhelos, osados deseos, dulces y elevadas concepciones de la felicidad se cumplieron, sin tener que hacer descuentos en ellas?». Mejor es no derrochar palabras a este respecto, porque todos tenemos una pata de palo: si no es nuestro padre, es nuestro hijo, el marido o la mujer, el jefe, el trabajo, el negocio, el dinero, la salud; si no es nuestro mal carácter es que somos demasiado buenos... La realidad siempre opone resistencias a nuestros deseos que, por el contrario, no suelen ponerse límites. Y todos los hombres, por supuesto, hemos vivido en épocas terribles.

Ha habido muchos personajes que han tenido pata de palo, han triunfado en la vida y nos han dado ejemplo de estoicismo. Y no hablo de personajes literarios o de ficción, sino de personajes históricos que existieron en la realidad. Unos fueron navegantes, como François Leclerc (~1554), Cornelius Jol, (1597-1641), que fue navegante y almirante de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, o Blas de Lezo (1687-1741), almirante español; otros fueron políticos, como Peter Stuyvesant (1612-1672), holandés, director general de Nueva Ámsterdam, o el Gobernador Morris (1752-1816), político americano; también hubo militares, como Józef Sowiński (1777–1831), general polaco del siglo XIX; y no faltaron los artistas, como Clayton Bates conocido como Pata de palo Bates (1907-1998), bailarín afro americano amputado, o Pata de palo Sam, (Arthur Jackson) (1911-1977), músico de blues americano. También ha habido deportistas famosos que han batido records.

Pero hoy me gustaría hablar de “La Divina Sarah”, como llamaban a Sarah Bernhartd, (1844-1923). Fue la más conocida actriz de finales delo siglo XIX y principios del XX, agasajada y alabada por todo el mundo. Trabajó en innumerables proyectos teatrales demostrando un carácter perseverante, una gran profesionalidad y dedicación a su arte. Pero en el cenit de su carrera, tuvo un problema en la rodilla de su pierna derecha, la misma que se había fracturado de niña y que le provocaba dolores insoportables y molestias constantes.

Fue en el año 1914, durante una de sus interpretaciones de la obra dramática Tosca, la misma que Puccini hizo triunfar en el género operístico. En la última escena, cuando la heroína se lanza desde un barranco, no se tomaron las medidas de seguridad pertinentes. Sarah se lanzó, y se hirió la pierna. Fue empeorando hasta que no hubo otro remedio que amputar en febrero de 1915. Una vez recuperada de la amputación y ya empezada la Primer Guerra Mundial, la actriz decidió hacer una gira tras las trincheras francesas haciendo actuaciones para animar a las tropas. Organizó varias giras con su compañía y recorrió toda Francia. Aun con la pierna amputada, Sarah Bernhardt siguió actuando. Recitaba monólogos, poemas o representaba actos famosos de su repertorio de obras en las que no debía estar de pie. Siguió también participando en películas tras la guerra, y murió con las botas puestas, casi en el mismo escenario. La sofisticada, la glamourosa, la archifamosa, la divina, la extravagante, la bella y la sublime, la más conocida y reconocida actriz que ha habido nunca en el mundo del teatro, también tuvo una pata de palo.

Eduardo Galeano, le ha dedicado estas palabras: “A principios de los años veinte, al cabo de más de medio siglo de monarquía absoluta, ella seguía reinando en los teatros de París y programando giras de nunca acabar. Ya rondaba los ochenta años, estaba tan flaca que ni sombra hacía y los cirujanos le habían cortado una pierna: Todo París lo sabía. Pero todo París creía que esa muchacha irresistible, que arrancaba suspiros a su paso, estaba representando estupendamente a una pobre anciana mutilada.”
Siempre hay algo que nos produce dolor, de lo que podemos quejarnos. Pero ya lo ven, no debemos afligirnos por las desgracias. No nos hacen diferentes a los demás, lo que nos hace únicos es la manera que tenemos de vivir con ellas. Un buen ejemplo es Clayton Bates, que con su pata de palo bailaba de maravilla.

domingo, 25 de julio de 2010

LA TORRE DE BABEL

Todos ustedes habrán oído hablar alguna vez de la Torre de Babel. La primera noticia que tenemos nos la da el Génesis, en su capítulo XI. Luego diversos libros de los judíos enriquecieron el mito.

Los primeros descendientes de Noé viajaron juntos de un país a otro hasta que llegaron a una llanura en la tierra de Sinear y dijeron: “Vamos a coger ladrillos de fuego; nos construiremos una ciudad y una torre que llegue al Cielo y seremos una sola nación, no sea que nos dispersemos por el haz de la tierra”.

Pronto se elevó la Torre a setenta millas de altura, con siete escaleras en su lado oriental, por las que los peones de albañil subían a la cima; y otras siete en el lado occidental, por las que descendían.

Dios observó lo que hacían y pensó: “Mientras continúen siendo un solo pueblo, con una sola lengua, todo lo que proyecten lo realizarán... Confundamos ahora su lengua y provoquemos malentendidos entre ellos”. Hizo eso, y poco después la construcción de la torre cesó, pues si un albañil le pedía a un peón “dame mortero”, el peón le entregaba un ladrillo, con el cual el albañil mataba airadamente al peón. Muchos eran los homicidios que se cometían en la Torre a causa de esa confusión. La cosa llegó al extremo de que si un ladrillo caía de la mano de un hombre y se rompía, todos lamentaban su pérdida, pero si un hombre caía y moría sus compañeros ni siquiera volvían la cabeza. Por fin la obra quedó paralizada.

Los constructores se dispersaron en todas direcciones. Cada familia comenzó a hablar su propio idioma, eligió su propio país, fundó sus propias ciudades, se convirtió en una nación y ya no reconoció un gobernante común. A las ruinas se les llamó Babel, porque Dios confundió las lenguas de la humanidad y dividió a una nación en setenta.

Digo todo esto porque aquí llevábamos una temporadita en que los comentaristas políticos habían dejado de profetizar las mayores calamidades provenientes de las plagas nacionalistas del norte. Pero poco nos duró la tranquilidad, pues la maldición de la división, la lengua, las naciones y las banderas vuelven a hacer tambalear la Torre de Babel en la que vivimos, esta vez la discordia viene del noreste.

La cosa es que en este país no terminamos de dispersarnos y nos empeñamos en vivir en la misma Torre y la cosa tiene mal remedio. Y nos arrojamos ladrillazos y nos pegamos tiros. Si dejamos de matarnos, las víctimas también son arrojadizas, las del terrorismo, las de la guerra civil. Si bajamos el tono del conflicto, seguimos agrediéndonos con las banderas, la lengua, los impuestos, las leyes, las sentencias; si se trata de divertirse, también el fútbol y los toros se utilizan para fastidiar... Todo sirve como proyectil.

No sé qué pecado hemos cometido nosotros, pero parece que alguien nos ha condenado a no entendernos y nos ha enviado unos ángeles negros y terribles para que se dediquen a la política en nuestra Torre. Lo único que sé es que a estas alturas se me están quitando las ganas de seguir viviendo en Babel.

Mientras hago la mudanza, prefiero seguir pensando en términos míticos, y soñar que la humanidad una vez tuvo una lengua única, hoy perdida para siempre, pero que perdura, a rachas, en las sonoridades de cada lengua particular. Si hoy hablamos distintos idiomas, no olvidemos que proceden de aquella lengua común, esa con la que reímos, cantamos o decimos "¡ay!", "tengo hambre", "te quiero", "dame la mano"... El mito de la Torre de Babel es bastante desalentador, pues en él sólo caben dos opciones: tirarse los ladrillos a la cabeza o largarse cada uno por su cuenta. Pues bien, si pensamos eso, separémonos cuanto antes, y si no, pongámonos a buscar alguna solución menos traumática, pero ¡ojo!, que no sea arrojadiza y que sea estable, que ya vale de seguir empujando cada día al otro un poquito más, hasta la próxima embestida. Si ello no es posible, pues lo dicho, pero que sepan que para tirar ladrillazos o meter en el ojo el asta de una bandera, que conmigo no cuenten.

jueves, 22 de julio de 2010

BARÓMETRO

Dice el diccionario que un barómetro es una cosa que se considera índice o medida de un determinado proceso o estado. Pues bien, les voy a contar un secreto. Mi barómetro es la lectura, y es de doble efecto.

Cuando estoy feliz, contento o tengo paz en mi interior, leo con placer, leo mucho y metiéndome en las historias, en los sentimientos o en las ideas que esperan dentro de las páginas silentes de los libros.

También se produce el camino inverso, pues no sólo leo cuando estoy bien. En ocasiones gracias a la lectura escapo de mis depresiones, tristezas, rutinas o aburrimientos. Salgo de mí y me introduzco en los mundos ficticios o reales que otros crearon y estamparon en forma de palabras.

Son bastantes los libros que pruebo, algunos de ellos los devoro, pero pocos son los que mastico y digiero. Esto último no se produce nunca cuando estoy mal. Pero cuando pasa es como una pequeña explosión de alegría intelectual. Algunas de esas lecturas me han descubierto el sentido de muchas cosas o me han hecho comprender a las personas; otras han quedado ocultas y se recuerdan días, o meses después, adornando una conversación, ayudando a relacionar cosas o ideas lejanas, invitando a leer otros libros, a viajar; casi todas me han contado algo nuevo. Unas pocas, las lecturas más persistentes, me han acompañado todos estos años y se han convertido en relecturas. Todas han contribuido, con su impalpable goteo, a ser quien soy.

Y esas experiencias, esas vidas ajenas que me permiten vivir los libros, me alimentan y dan fuerza, salvan una tarde, una semana..., ayudan siempre..., pero no, ellas solas no pueden salvar ni dar sentido a una vida. La realidad está ahí fuera acechando con la escasez, el azar, el paso del tiempo, uno mismo, los demás y otras amenazas irremediables. Pero uno afronta todo mejor cuando tiene el arsenal adecuado, y la lectura, en fin, es un arma irremplazable. Leer no me sirve más que para vivir mejor, para sacarle un poco más de placer a la vida. Si no, no me sirve para nada.

Por eso, la semana que no saco horas para leer, cuando no leo asiduamente y con deleite, es que hace mal tiempo en mi interior. Ese es mi barómetro, mi indicador de bienestar. Ya lo saben ustedes, soy así de rarito. Y para los curiosos mirones de mi biblioteca, dejo esta fotografía para que puedan echar un vistazo. Aquí paso las horas.

viernes, 16 de julio de 2010

CUANDO EL FINAL SE ACERCA

«Antes, cuando bebía, Riba no distinguía entre emociones fuertes y débiles, tampoco entre amigos y enemigos. Pero la lucidez de los últimos tiempos le ha ido devolviendo lentamente la capacidad de aburrirse, aunque también la de emocionarse. Y el mar de Irlanda...., le parece la más soberbia encarnación de la belleza, la máxima expresión de aquello que desapareció de su vida durante tanto tiempo y que ahora, nunca es tarde, encuentra abruptamente, como si estuviera en la mitad de una gran tormenta y con la emoción del que siente en pleno descenso en la vida, pero frente a la belleza inconfundible, gris de borde plateado, de un mar que ya no habrá de olvidar nunca mientras tenga memoria».

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« –¿No nos habrás hecho venir hasta Dublín para poder convertirte en una metáfora? –dice Ricardo.
– ¿Y qué mal hay en que nuestro Riba quiera ser alegoría, testigo de su tiempo, notario de un cambio de época? –Interviene Nietzky, que está ya como una cuba.
– Pero ¿hemos venido hasta aquí para que nuestro querido amigo se convierta en testigo de su tiempo? Es lo último que me esperaba oír –dice Ricardo.
– Bueno, y también para sentirme vivo –protesta Riba con inesperada y verdadera amargura– y para tener algún viaje que contarles a mis padres cuando vaya a verles los miércoles, y para sentir que me abro a los demás y dejo de ser un hikikomori. Que tengáis compasión de mí. Es todo lo que os pido.
Le miran como si hubieran oído hablar a un extraterrestre.
– ¿Compasión? – pregunta Javier, casi al borde de la risa.
– Yo sólo quiero que el funeral sea una obra de arte –dice Riba.
– ¿Una obra de arte? ¡Ah, eso es nuevo! –interviene Nietzky.
– Y también que comprendáis que jubilarse es jodido, que me sobra tiempo y a veces pienso que no me queda nada por hacer, y por eso me gustaría que fuerais más compasivos conmigo y comprendierais que trato de organizar cosas para escapar del tedio.
Su voz suena tan quebrada que les deja paralizados a todos por un momento.
–¿No os dais cuenta? –prosigue Riba–. No me queda nada por hacer, salvo...
Baja la cabeza. Todos le miran, como pidiéndole un esfuerzo, como rogándole que, por favor, complete la frase y diga algo que les ayude a ahorrarse tener que seguir sintiendo tanto bochorno y apuro por él. Todos desean que termine pronto el trance.
Baja aún más la cabeza, parece que quiera hundirla en el suelo.
– Salvo...
– ¿Salvo qué, Riba? ¿Salvo qué? Por dios, explícate. ¿Qué te queda por hacer?
Le gustaría decirlo, pero no lo hará: salvo reencontrar al genio, a la primera persona que hubo en él y que se esfumó tan pronto.
Pero no lo dirá, no.»
Enrique Vila Matas
Dublinesca

lunes, 12 de julio de 2010

EL HOMBRE TRANQUILO


Considero que soy nervioso. A menudo he admirado a las personas que, en medio del caos y el desorden, de las calamidades y avatares, de las prisas y las presiones..., son capaces de mantener la calma y aplicar sentido común a lo que parecen problemas irresolubles.

Y digo todo esto para dedicarle esta entrada a Vicente Del Bosque. Sí ya sé lo que me van a decir: ¿pero tú no eras del Atleti? Como futbolista y jugador ha estado vinculado toda su carrera al Real Madrid al que dio muchos triunfos. Como entrenador, recuperó los años dorados del Real Madrid: dos nuevas copas de Europa, más ligas. No debería apreciarle, hizo más grande al rival. Pero, ¡qué le vamos a hacer! La coherencia sin fisuras sólo es patrimonio de imbéciles y dogmáticos.

En mis años mozos, cuando escuchaba los partidos en la radio, había un locutor que le llamaba “cámara-lenta-del-bosque”, tal era la extrema tranquilidad de sus movimientos, que compensaba con una gran claridad en la visión del juego y una precisión asombrosa en sus pases.

Un año después de que el Real Madrid lo fichara de entrenador del primer equipo (había estado en categorías inferiores del club y había sustituido provisionalmente a entrenadores despedidos), Pérez llegó de presidente y se dedicó a fichar por cantidades astronómicas a los que se tenía por los mejores jugadores del mundo (Figo, Zinade, Ronaldo...). Eran los galácticos. No le consultaron ni le tuvieron en cuenta pero Vicente del Bosque fue asimilando e incorporando al equipo a aquellas estrellas con la máxima naturalidad, sensatez y sentido común. Tanto divo no parecía producirle ningún problema. Cuando le cesaron de entrenador en el Real Madrid, por la necesidad de "modernizar al equipo", cometieron una grave equivocación. No pareció inmutarse. Se despidió con elegancia. Desfilaron tras él entrenadores más guapos, que sabían idiomas, más jóvenes, extranjeros..., pero el equipo pasó varios años sin ganar un título. Pérez acabó dimitiendo.

En aquellos años yo coincidía con él a la hora del café en un bar de oficinistas, empleados y albañiles, cerca de la plaza de Castilla, al que íbamos cada día. Su modesto coche, su anorak raído, sus compañeros de trabajo..., nadie diría que ahí estaba sentado un gran entrenador que ganaba millones y salía cada semana en la televisión.

En una ocasión, cuando le preguntaron a Fernando Fernán Gómez cómo dirigía a los actores en sus películas, se quedó muy sorprendido y dijo:

“- Yo he sido actor toda la vida y no he necesitado que nadie me dirigiera. Ya me sabía el papel. Por eso yo lo único que hago es decirles a los actores cómo se tienen que poner delante de la cámara para que salgan todos en el encuadre, y cómo tienen que moverse para no tropezar.”

Parece que Del Bosque dirigiera igual a sus equipos. Buenos jugadores y dejarles hacer lo que saben. Como los buenos cocineros: excelente materia prima, poco manipulada. Es uno de los más grandes, pero no tiene el egocentrismo de Mourinho, ni el autoritarismo de Capello, ni la finura de Wenger, ni la meticulosidad de Benítez, ni la sabiduría campechana y un poco bestia de Aragonés. No lo necesita. Se encontró un equipo que funcionaba y ganaba. No lo cambió, sólo lo retocó para mantener su calidad, así de fácil, tan fácil que muy pocos son capaces de hacerlo.

Estos días hemos admirado cómo, a pesar del acoso de los periodistas, mantenía la calma ante las cámaras y medios, hacía lo que le parecía mejor, encajaba las críticas, apenas si se alegraba o lamentaba en el banquillo por los lances del juego, le obedecían sin rechistar los mejores jugadores del mundo, a los que protegía de las críticas, los equipos más grandes le temían... Todo ello con una media sonrisa, mucha paz y una expresión en la cara bondadosa, que parece simplona, pero que oculta una gran sabiduría... Es uno de los entrenadores de fútbol más laureados del mundo, pero sobre todo es el más tranquilo. Pero ¿cómo lo consigue?

Se mantiene unido a su familia. Tiene un hijo con una enfermedad genética al que adora, al que ha dedicado su vida y que le da las mayores alegrías. Ama su trabajo y hacerlo bien. Supongo que sabe como nadie distinguir las cosas importantes de la vida de las que no lo son. Sabe que lo importante es levantarse por la mañana, estar vivo y luchar. Si no entra una pelotita en la portería, impulsada por unos atléticos jóvenes en calzón corto, no pasa nada..., y da igual que todo un país esté pendiente del dichoso balón (¡ese balón de playa!, ¿de dónde lo sacaron?). Si no entra y no puede dar una desesperada e inmensa alegría a millones de compatriotas que ayer sufrimos lo indecible, pues otra vez será. Eso es lo que hizo anoche y durante todas estas semanas: estar tranquilo, hacerlo bien. Gracias por su manera de ver el fútbol, míster. Y, sobre todo, por su manera de ver la vida. ¡Chapeau!

sábado, 10 de julio de 2010

DICCIONARIO BLOGGER


Cuando uno pretende hacer un comentario a alguna entrada en un blog de Google, la herramienta que se utiliza llamada Blogger abre una ventana y pide que copies una extraña palabra, especie de contraseña que permite publicar el comentario escrito. Barrunto que un ordenador genera esas palabras aleatoriamente, o quizá con algún código. Pero cada vez me asombro más del magín de la tecnología que genera esos extraños palabros, en un idioma desconocido, con una sonoridad rara, pero repleta de sugerencias.

El otro día una amiga me sugirió la idea de hacer un vocabulario, inventando definiciones estupefactas para tan extraños vocablos. Pensé que podía ser divertido. He aquí algunos ejemplos:

INGSHOU: masaje en el runcio que se da con huesos de zarigüeña.

ENTSMO: abreviatura de eminentísimo.

SIMPLED: sencillod.

BRAFOOD: alimento para valientes.

SHALLY: dícese del orgasmo femenino cuando sobreviene en público y repentinamente, al tomar algún alimento exquisito en un restaurante.

UNKINQ: maldición que se profiere al quedarse sin tinta mientras se escribe con pluma.

FORPHI: dificultosa manera en la que las niñas cursis y con brackets piden algo por favor. Después dan las jhrazias.

MARUPU: crujir que hacen las faltas de las mujeres desnudas al andar.

La lista es virtualmente interminable. Si mis desocupados lectores quieren participar conmigo en este nuevo pasatiempo, pueden empezar a publicar sus definiciones. ¡Hagan juego!

viernes, 9 de julio de 2010

SOBREVIVIR A LA AVALANCHA.... Y SEGUIR ESCALANDO

Para Javier, Marta y Diego

Cuando alguien sufre una enfermedad grave y de larga duración, la persona más allegada a ella asume las tareas propias de su cuidado, compañía y recuperación. Es un trabajo duro cuando se prolonga muchas semanas, meses o años. Es como una impresionante escalada a un ocho mil. Hay que entrenar nuevas habilidades: “cuidamar” al enfermo, multiplicarse en tareas de soporte, sobrevivir... Pero hay una dificultad que solemos descuidar: se trata de los demás.

Cuando la calamidad hace explosión, viene seguida de un alud de manifestaciones de amor y de amistad. Al principio uno se aturde y la consternación de los demás refuerza nuestro sentimiento de autocompasión. Ante tanta muestra de amor y de amistad uno debería estar agradecido, y lo está. Pero a veces resulta lo contrario, tanta gente incomoda, tanta ayuda estorba, algo no funciona. Si no gestionamos bien la tropa de familiares y amigos que nos brindan su ayuda se corre el riego de morir aplastado por una torpe avalancha de ayudas inútiles, muestras de afecto inoportunas, visitas y llamadas agotadoras, buenas intenciones incómodas.

Es verdad que los familiares y amigos nos pueden aliviar de tanta carga y dar lo que necesitamos, pero existe un inconveniente, también esa faceta requiere habilidades y experiencia. Hay que saber aprovechar el enorme poder de ese amor en nuestro provecho. Si no, lo que debería ser gratitud se convierte en enfado y agotamiento. Uno se da cuenta de que todos quieren ser los primeros de la clase en la asignatura de ayudar, pero ¿por qué no hacen bien los deberes? Por si les sirve de algo la experiencia de un antipático, ahí van unos consejos:

1. El primer momento se suele vivir en el hospital. Todos tenemos metido en la cabeza desde el colegio que una de las obras de caridad es visitar al enfermo. ¡Quiten esa idea cuanto antes de la cabeza a todos a quienes conozcan! ¡No se crean nada!. Aquello se escribió hace dos mil años, cuando no había hospitales. Los que velan al enfermo bastante tienen con lo suyo, como para hacer de anfitriones. Los enfermos que están en el hospital necesitan descansar, no recibir visitas, sobre todo los primeros días. Díganselo a todos. Muchos no atenderán y se presentarán en el hospital sin avisar, inundándole de frutas, bombones o flores cuando el enfermo no puede comer y apenas hablar. Por supuesto, irán personalmente para sentirse reconfortados por su buena acción y estarán satisfechos de atender la llamada de lo que consideran un compromiso. Pero algunos sensatos reprimirán las muestras de su sincero cariño, hasta no estar seguros de ser útiles. 2. A las ganas de ayudar que todos tienen en estas circunstancias se suma su ansiedad por la falta de información, quieren saber qué pasa. Para evitar las llamadas constantes que colapsan el teléfono cuando más falta le hace a uno y le dejan sin batería, tecnifíquese: hágase una lista de contactos en su móvil, y manténgales informados de la situación del enfermo periódicamente, a través de sms. No se olvide de advertirles que no llamen, que volverá a informar. También ahora, algunos no le harán caso, pero ¡ánimo! ya sólo quedan los más pesados. Si apaga su teléfono, corre el riesgo de que muchos se presenten en persona.

3. Pero no se engañe: necesita a los demás. Por muy importante que uno se crea, no es el único que sufre por su ser querido. Los demás necesitan sentirse útiles y su ayuda será inestimable. Por eso, no se exceda en su labor disuasoria. Piense qué ocurriría si nadie le llamara o pretendiera ayudarle, si le dejaran sólo en ese momento. 4. No haga esfuerzos extraordinarios ni tome decisiones importantes en los primeros momentos. Ya tendrá tiempo de pensar las cosas que haya que cambiar. Ni su vida se acaba aquí, ni se hunde el mundo. Sólo hay un problema serio que requiere de decisiones razonables, teniendo en cuenta todos los factores. Ahora lo importantes es hacer sólo lo imprescindible en las próximas 24 horas.

5. Duerma, descanse, haga ejercicio, coma bien. En primer lugar, por uno mismo, y en segundo lugar, porque si se siente imprescindible y necesario (a lo mejor lo es), tendrá que estar en plena forma y no agotado o de mal humor.

6. Diviértase y encuentre distracciones a la menor ocasión. Los problemas y el miedo agobian tanto en esos momentos que lo mejor es aprovechar los resquicios y escaparse por las grietas que nos abra la desgracia para no hundirse.

7. Reserve sus llamadas y organice las visitas con quien usted crea que es mejor. A los demás dígales que su auténtica ayuda es que no vengan ni llamen. No se lo tendrán muy en cuenta porque pensarán “pobre, lo está pasando fatal”. Elija bien a los que se ofrecen. Tenga en cuenta los deseos del enfermo para seleccionar las visitas. Lo importante es él.

8. Nadie hace bien sus deberes si no se le dice cómo hacerlos. Reparta las tareas concretas que sean útiles de verdad, no lo deje a la iniciativa de cada uno. Dígales las pequeñas cosas que uno necesita: comprar medicinas, llevar los niños al colegio, preparar comidas fáciles de calentar, hacer turnos en el hospital o en casa, pasear al perro, pasar la ITV al coche, hacer la compra. Piense que nunca se ha visto en otra igual: le aliviarán de engorros y faenas molestas. El campamento base es imprescindible para el éxito. Si todavía siente que algunos estorban, háganles leer esto.

9. Si ha llegado hasta aquí ¡Enhorabuena!, ha conseguido sobrevivir a la avalancha. Cuando el enfermo vuelve a casa, las cosas se calman y la gente se olvida. La crisis ha terminado, los mensajes periódicos no son necesarios y las visitas se van espaciando. Nadie puede vivir en un “estado de emergencia” permanente. Todos sabemos que entonces empieza lo más duro, la reconstrucción de la vida perdida, la recuperación que a veces pensamos que nunca llega. El último tramo de la escalada, casi en solitario.

10. Debe ser conciente de que el resto es llegar a una gran cima, y sólo unos pocos subirán con uno allí arriba, durante los próximos días, semanas, meses... Al final quedará la familia más cercana y un puñadito de amigos. Descubrirá que algunos de los más dispuestos a tirarse al fuego para sofocar el incendio al principio, no fueron capaces de ir a traer un cubo de agua para apagar un rescoldo.

11. No se resista ante una enfermedad larga. Las cosas han cambiado y debe ir adaptando su vida a la nueva situación, será mejor para todos: horarios, costumbres, dedicación al trabajo, vida social y familiar. No pretenda dar de alta al enfermo antes de tiempo. La normalidad no consistirá en volver a lo de antes, sino encontrar un nuevo equilibrio en esa cuerda floja que es la vida. No se lamente por ello, pues el mundo que usted vivía resultó no ser tan sólido como pensaba. Ahora la familia y esos amigos de verdad le ayudarán como nunca.

12. Uno puede participar en la recuperación del enfermo y contribuir a que se sienta mejor. Con ello mejorará su estado de ánimo y conseguirá un ambiente más confortable. Hay que aprender un nuevo concepto de lo que es escuchar, de entender la depresión y la ansiedad, de acompañar y compartir la esperanza.

13. Llore cuanto necesite. Y acompañe en la tarea al enfermo si eso les alivia. Ante el cúmulo de problemas y desgracias, uno tiende a hacerse el fuerte, a reprimir su desesperación y a ocultar el llanto. Apóyese en los demás. A unos dígales cómo se siente. Otros querrán ser sus confidentes y sentirán preocupación por usted. Hágales saber que también les quiere, que por ahora tiene le ayuda necesaria, que en cuanto pueda les llamará. Ayude a todos a ponerse en su lugar. No les alarme con un excesivo mutismo, pensarán que está bloqueado o hundido.

14. Y sonría. Sonríales. Sonreír es muy bueno para uno mismo y no digamos para los demás. Tenga sentido del humor, les hará saber a los demás que lo suyo no es tan trágico. Verá reflejada su sonrisa en los rostros de quienes le rodean, y eso es mucho más agradable que ver caras tristes. Piense que un elevado porcentaje de enfermedades que antes eran incurables, ahora son tratadas con éxito. Algunos llaman a eso esperanza. Yo considero que sólo es una perspectiva razonable.

Si consigue desarrollar esa función social de manera eficaz encontrará una gran ayuda para la ingente tarea de cuidamar, sustentar y sobrevivir, que son las importantes de verdad. ¡Ah! Cada vez que supere una dificultad, no olvide celebrarlo.

César Pérez de Tudela
Manual de escalada

miércoles, 7 de julio de 2010

TORMENTAS Y CATÁSTROFES

Contemplo en el Museo del Prado los cuadros de Joseph Mallord William Turner (1775-1851), pintor del que apenas tenía información, aunque siempre me ha agradado, sobre todo por sus obras de su última etapa, como este Anibal y su ejército cruzando los Alpes.

Su padre, William Turner, fue un fabricante de pelucas que luego se convirtió en barbero. Su madre, Mary Marshall, un ama de casa, fue perdiendo su estabilidad mental paulatinamente siendo joven, quizá debido a la muerte de la hermana pequeña de Turner, en 1786. Ella murió en 1804, recluida en un psiquiátrico.

Tormenta de nieve en alta mar
Posiblemente esta situación condujo a que el joven Turner fuera enviado en 1785 con su tío materno a Brentford, un pequeño pueblo al oeste de Londres, cerca del río Támesis. Allí Turner mostró por vez primera su interés por la pintura. Pronto desarrolló su capacidad artística, tanto en el óleo como también con la acuarela. Entró muy joven en la Real Academia de Arte. Viajó por Francia, Suiza y sobre todo visitó varias veces Venecia.

A medida que paseo por la exposición me voy enterando de la influencia de los pintores clásicos en su pintura, a los que emulaba (Rafael, Leonardo, Rubens, Claudio de Lorena, Poussin, Ruysdael, Rubens, Caneletto, Teniers, Watteau, Gainsborough,..). Una gran parte de su obra son pinturas de temas tradicionales, históricos, arquitectónicos, paisajes, encargos académicos. Así obtuvo el reconocimiento público que tanto le importaba. Sus cuadros estaban perfectamente acabados. Tenía una gran ambición y esas obras estaban destinadas a su exhibición y venta. Era su faceta pública.

 Cabaña destruida por un alud (1810)

Poco a poco fue cambiando y consolidando un estilo propio, quizá por la influencia del color de la pintura veneciana, de los hallazgos de los efectos de la luz, del romanticismo, del mar, de la fuerza de los elementos de la naturaleza, de la riqueza de la tiniebla. Se sintió atraído por las catástrofes de la naturaleza y por la fuerza de lo sublime, con su fuerte carga simbólica, que a la vez es capaz de provocar violentas emociones. Fue soltando su pincelada, liberó el color y la forma.

Conforme envejecía, Turner se volvió muy excéntrico. Tuvo pocos amigos, excepto su padre, que convivió con él treinta años, asistiéndole eventualmente en su estudio. Su padre murió en 1829, lo cual le produjo una honda impresión, por la que entró en depresión.
 
Esta exposición es un magnífico ejemplo de la evolución de su pintura, y en ella podemos encontrar su culminación: el díptico compuesto por Sombra y Oscuridad –la tarde antes del Diluvio, y Luz y Color –la mañana después del Diluvio, ambas de 1843. Él llevaba años preparando lo que consideraba su liberación final.
Sombra y oscuridad. La tarde antes del Diluvio (1843)
Durante la vida de todo artista –y de todo ser humano– existe una gran elección: ver o mirar. A esas alturas de su vida Turner ya se había decidido definitivamente por renunciar a todo el tesoro de formas adquirido a lo largo de muchos años y sustituir la mirada, como fase de aprendizaje, por la visión. Algunos han querido ver en ello un antecedente del arte abstracto o no figurativo, pero no se trata de eso. La mirada es el aprendizaje de la visión, que se logra en la madurez que todo artista anhela alcanzar. Poco importa si el resultado es figurativo o abstracto. En estas pinturas sobre los colores del Diluvio encontró el argumento que necesitaba. Nunca la oscuridad había sido tan densa, como la tarde antes de la catástrofe, y consiguió la visión esencial, el triunfo del color, representando la luz de la mañana después.

Luz y color. La mañana después del Diluvio (1843)

El paseo artístico entre sus tormentas y catástrofes tardías me hace pensar. Cuando estamos acuciados por los problemas y a merced de elementos hostiles y poderosos, en lugar centrar la mirada en el frío, las olas, la enfermedad, la ruina, la soledad, los aludes y el naufragio, cuánto mejor sería que fuéramos capaces de superar esa mirada para trascenderla en nuestra propia visión. O dicho de otra manera, que aunque no nos quede más remedio que sufrir cuando toca, también podemos pensar que resistir no es sólo el camino para sobrevivir y seguir sufriendo, sino también una vía para dotarnos de sentido e ilusión. Turner lo consiguió tarde, pero por esas obras ha sido recordado.
Esas otras pinturas estuvieron, en su mayor parte, ocultas en su estudio. Se descubrieron tras su fallecimiento y son precisamente las que interesan al espectador moderno, hasta el punto que algunos piensan que habría que juzgarle sólo por ellas. Esos cuadros y acuarelas representan hoy el Turner más conocido. Fueron los cuadros que nunca expuso en su amada Academia, que tantos éxitos mundano le deparó. Murió en 1851 y está enterrado en la Catedral de San Pablo, en Londres. La mayor parte de su obra se puede contemplar en la Tate Gallery, pero si ustedes no quieren o no puede viajar, tienen más cerca la oportunidad del Prado. No se la pierdan.

domingo, 4 de julio de 2010

ACONTECIMIENTO

Después de seis meses, esta es la primera semana sin entrada en el blog.

Encontré la salida.