viernes, 19 de marzo de 2010

RAMÓN EN SU TORREÓN

Es el título del último libro que me han regalado. Habla de Ramón Gómez de la Serna y de su despacho, al que llamó el Torreón porque, en 1923, lo instaló en un torreón del edificio que ocupaba el número 6 de la calle Velázquez de Madrid, y que pertenecía al vizconde de Matamala. Hoy ese edificio ha desparecido y ocupa su lugar el hotel Wellington, cuya fundación editó el libro con motivo de una exposición que realizaron en el Centro de Arte Reina Sofía en el año 2002, y de la que todavía guardo el folleto, encartado en el libro de Ramón “Ismos” al que se dedicó la exposición.
Son varias las cosas que me evoca la lectura de este libro gozoso. En primer lugar el deseo y la nostalgia de Madrid. Nostalgia de los lugares desaparecidos de mi ciudad que no conocí, pero que ahora tanto me atraen y que el escritor fecundó con su imaginación: el circo Price de entonces, del que tanto escribió, el café Pombo, en cuyas tertulias pasaba las tardes, el Torreón.... Sin duda son signos de la poca cultura de esta ciudad, que no conserva las creaciones de sus artistas, que no guarda memoria de su pasado, que no quiere saber de dónde viene ni quién es.

El deseo de Madrid es consecuencia de lo mismo: visitar y pasear los lugares que todavía se conservan: el Rastro, al que Ramón dedicó un libro admirable, otros cafés, el museo municipal, donde se custodian los paneles de su despacho, el museo romántico que compró un velador del desaparecido café, el acueducto y parque de las vistillas (donde se alza un monumento a su memoria). Si quieren saber más sobre lo que supuso su ciudad natal, pinchen aquí.
En segundo lugar, quiero hablar de los despachos de Ramón, que este libro describe admirablemente. Fueron los siguientes:
- 1903-1918. Calle de la Puebla 11 (hoy 9), donde vivía con sus padres. Madrid
- 1918-1923. En un hotelito en la calle María de Molina 44 de Madrid, hoy también desaparecido (¡ay!), hasta la muerte de su padre.
- El ventanal de Estoril, donde se hizo levantar una casa y una ruina económica, que pronto tuvo que abandonar, dilapidadas la herencia y un premio de lotería que le tocó.
- 1923-1930. El Torreón de la calle Velázquez 6, en Madrid. A parir de entonces, llamaría torreón a todos sus despachos.
- 1930-1936. El Torreón de la Calle Villanueva 38. Madrid. Allí se instaló un micrófono para emitir los programas que hacía en Unión Radio.
- 1936-1963. El Torreón de Buenos Aires, situado en la calle Hipólito Irigoyen 1974, de esa ciudad, donde recaló en su exilio. Domicilio provisional que sólo le duró hasta su muerte.
En todos esos despachos Ramón escribía por la noche hasta que el amanecer le sorprendía trabajando en sus cuartillas. Entonces dormía hasta las tres de la tarde (hora a partir de la cual estaba disponible en su teléfono y dirección, según rezaba en sus tarjetas y papel de escribir). Desde sus despachos, su ingenio y su imaginación destilaron una obra prodigiosa, llena de vanguardismo y de originalidad. El ambiente de esos torreones era abigarrado y loco, lo que quedó reflejado en su obra, igual que el sabor de las ciudades en que se encontraban. Ramón, con objetos y con tan inefable decoración, se convirtió en un auténtico creador de su entorno y ese ambiente fascinante lo iba trasladando, una y otra vez, a sus sucesivos torreones.
En cualquier caso, el ambiente de sus torreones inevitablemente recuerda el de algunas casas o gabinetes de otros grandes artistas o escritores: el gabinete André Bretón, la casa de Isla Negra de Pablo Neruda, La casa della vita en Roma, de Mario Praz, el biombo de Lord Byron, el ático de Joan Brossa en la calle Balmes de Barcelona, la casa del arquitecto John Soane, en Londres y tantos otros...
De lo último que quiero hablar es de los objetos de Ramón. En todos los torreones, desde el primero, en la calle de la Puebla, había multitud de objetos. Objetos derivados de la tradición: reproducciones de estatuas clásicas, bargueños, velones, candiles, cornucopias, azulejos levantinos, espadas, alfanjes, pistolas, cristos, vírgenes, santos, unas gárgolas compradas en París, un candelabro de Iglesia, exvotos...; Objetos actuales, en general estrambóticos y absurdos: unas mariposas de Indochina, un pájaro que canta, una codorniz de reclamo que sonaba cuando se apretaba una pera, un botijo de cristal mallorquín, objetos de magia, cajas de música, juguetes, títeres, ídolos africanos, un carillón japonés, un tapiz egipcio, una muñeca rusa, un reloj segoviano, unas manos de llamadores, una veleta; también tenía útiles de su oficio: plumas, tinteros, pipas de fumar, libros, papeles, pisapapeles, un globo terráqueo para viajar, gracias a él, con la imaginación... En el techo, bolas de cristal, murciélagos, golondrinas de madera, un sol de purpurina, pelotas de goma. En las paredes, espejos, cuadros, llaves, y un sin fin de cosas más. También dos objetos de mayor calibre: una muñeca de cera, de tamaño natural, que estaba sentada en un sofá, y un farol de la calle, donado por la compañía del Gas.... A ello se fueron añadiendo paulatinamente, gracias a su afición por acudir asiduamente al Rastro madrileño, más y más objetos, pozal de cosas, como si quisiera contener la ciudad en su interior. Describir sus torreones supondría hacer una interminable lista, una montaña de objetos. “Tendría que hacer un libro para describir por qué me rodeé de esas cosas de carácter que fui encontrando en los rincones pintorescos del mundo”, escribió. Fueron sus objetos los que inspiraron tantas y tantas gregerías.Cuando se trasladó a la calle Villanueva 38, huérfano de su interior madrileño, al principio tentaron al escritor las paredes blancas. Pero terminaría llenándolas. Como resarciéndose de la pérdida del Torreón inauguró la decoración de estampas, que recubrirían las paredes como una enredadera. Al respecto diría que “el escritor es como un presidiario que no sale de su celda y que por eso decora, igual que el confinado en la cárcel la llena de inscripciones y grafitos”. Se convirtió en uno de los mejores collagistas españoles, y pegaba estampas y fotografías en paneles, biombos, techos y paredes que lo recubrirían todo, plagando la habitación y saturando la mirada y el espacio. Pegaba imágenes de los siglos más diversos, la mayoría en blanco y negro pero también algunas en color. “Tijereteo sólo lo extraordinario y lo mismo me da desmochar un libro caro que una revista de colección”.
Acaso Antipático ha intentado hacer lo mismo en el despacho que siempre ha tenido en sus casas sucesivas: habitaciones antipáticas y antisociales, que han sido simultáneamente para él, taller de encuadernar, sala del té, alcoba de siestas, gabinete de estudio, sala de música, baúl de recuerdos, máquina del tiempo, laboratorio de soledades, agencia de viajes, biblioteca y rincón de lectura. Desde la que ahora tiene escribe esto. Va abigarrando paulatinamente el espacio con sus amigos los objetos, los libros y los papeles. Siempre, eso sí, conciente de que su talento no da más que para celebrar el genio de otros, como Ramón, a quien no pretende emular.
Pero no piensen ustedes que Ramón estaba todo el día encerrado en su Torreón, sino que era un ser vitalista, con un increíble sentido del humor. Recorrió el mundo dando conferencias, pues era un gran orador, como se puede ver en este ejemplo.

8 comentarios:

  1. Curioso don Ramón
    Antipático tiene que salir más y respirar aire fresco eh

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  2. He disfrutado..leyéndote hoy......me encantan las paredes llenas de fotos...¡¡¡¡ Berta

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  3. Tu torreón tiene algo de viejo desván, lleno de sorpresas perfectamente ordenadas en cajas, cajones, carpetas, archivadores...Libros clasificados por riguroso orden que me gusta espiar en cuanto estoy un momento a solas, muchos de ellos exquisitamente encuadernados. Sintiéndome inculta ante tanta sabiduría por cm2. Algo de Ramón tiene Antipático, no dejes de maravillarnos.

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  4. Cada poeta tiene casas, que habita, que desea y a veces, que construye. Como Antipático, Neruda tuvo varias, una de ellas "La Sebastiana" está en Valparaíso. Como todas sus moradas, esta está repleta de vidrios de colores, de maderas, de mascarones y caracolas, de amigos, de libros, de lápices, mucho vino y comida marina.
    Esta casa, su propio torreón, la construyó a partir de anitguas otras que vararon en el puerto, eternamente sacudido a intervalos de oleajes y terremotos. En ellas se refugió y amó, a veces fue feliz y sintió, intensamente, su alma naufragada.
    Un poema en espera de abril en primavera



    Algo pasa y la vida continúa

    La casa crece y habla
    se sostiene en sus pies,
    tiene ropa colgada en un andamio,
    y como por el mar la Primavera
    nadando como náyade marina
    besa la arena de Valparaíso,

    Ya no pensemos más: ésta es la casa:
    ya todo lo que falta será azul,
    lo que ya necesita es florecer.
    Y eso es trabajo de la primavera.

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  5. Helene: efectivamente tengo mi despacho tan lleno de cosas, que apenas hay espacio para mi cuerpo. El orden es cuestión de supervivencia. El espacio lo ocupan las palabras y los pensamientos de otros, aunque quizá quede un poquito de sitio para mis pensamientos. En cualquier caso, la tienes a tu disposición para cuando quieras, aunque yo no esté.

    Anónimo: conozco tres de las fascinantes casas de Neruda en Chile: "La Chascona" en Santiago, "La Sebastiana" en Valparaíso, y la de Isla Negra. Son un magnífico ejemplo de Torreón abarrotado..., aunque ahora de turistas. Corría 1996..., ¡y tanto que corría, qué lejos está ya! Pepe y Jerónimo, sevillano uno, de Granada el otro, venían conmigo. Hace tiempo que no sé de ellos. Tengo que escribirles.

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  6. Froiliuba: no temáis, me gusta pasear, por el campo y la ciudad, hago deporte. Tomaré el sol esta primavera, sentado en una terraza, dando sombra a una caña de cerveza y leyendo un periódico.

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  7. A lo de la caña me apunto (lo del deporteeee)

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  8. En la noche, desde la "La chascona" (mujer despeindada o con mucho pelo) se escuchaba, el bramido de los leones cuyas jaulas del zoo de encuentran próximas...Neruda gustaba de hacer escuchar a sus invitados este maravilloso y extraño sonido.
    En mi anónima adolescencia esperé durante meses una noche de niebla para ir a escucharlos...
    Estos torreones nerudianos,en los 14 años transcurridos, están cada vez mas mágicos como si de un encantamiento hubieran nacido, y como si hubieran adquirido vida propia, esa que seguramente tenía el torreón de Ramón y que supongo tiene el tuyo, Antipático.
    Cada torreón tiene una disposición microcósmica, de libros, estampas, piedritas y algún feo recuerdo de viaje, objetos que tanto saben de uno y que se obstinan en no callarlo jamás a los ojos de quienes los recorren.
    Y tienen también sus sonidos y aromas particulares, el penetrante olor a pinos, a mar o el especialísimo rugido de unos forasteros reyes exiliados en esta fria extremadura.

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