lunes, 27 de septiembre de 2010

viernes, 24 de septiembre de 2010

EL BUEN MAESTRO


Quiero contarles hoy una historia que acabo de leer. Trata de Jacques Cormery, un niño pobre, hijo de inmigrantes franceses que se habían establecido en Argel, huyendo de la miseria. A su padre lo mataron en la primera guerra mundial cuando él tenía un año. Su madre era sorda. Vivía en una vivienda muy humilde, con dos habitaciones y un retrete en la escalera común. Estaba en un barrio pobre de la ciudad. Dormía en la misma habitación con su madre y su hermano. En la otra dormía una abuela autoritaria. Durante los primeros años de vida comprendió que la pobreza, la invalidez, la estrechez elemental en que vivía toda su familia, si bien no disculpaban todo, impedían en todo caso condenar a las víctimas. Aprendió que los pobres son generosos hasta la prodigalidad, y que pocos son los siguen siendo pródigos cuando tienen medios para ello. Se dio cuenta de que entre el trabajo y la supervivencia, los pobres no tienen tiempo para el placer, pues los días se les hacen demasiado largos y la vida muy corta. Pero también sintió la deliciosa debilidad ante la belleza, que hacen que el mundo sea soportable.

Ese niño amaba la vida animalmente, y a ella se entregaba en sus juegos, en el mar, al sol y al aire, en la calle. Pero tenía siempre una desconfianza resignada frente a la vida, que pare regularmente la desgracia sin haber dado siquiera señales de estar preñada. Su cama, que compartía con su hermano, era el único refugio para el descanso, la soledad y los pesares.

Pero a ese niño, predestinado a la miseria y la infelicidad, le ocurrió una cosa extraordinaria: la escuela. Cuando creía que sería su último año de estudios, se encontró con un profesor, el señor Bernard, que amaba con pasión la enseñanza, los libros y que inculcaba a los niños, con sabiduría y amor, la pasión por la búsqueda de la verdad. Y se fijó en Jacques, por su inteligencia y capacidad, a pesar de ser bastante rebelde e inquieto. Un día, al final del curso, habían llegado al término del libro que el profesor les leía, Les Croix des bois. El señor Bernard leyó con voz más sorda la muerte del protagonista, y cuando cerró el libro en silencio, confrontado con su emoción y sus recuerdos para alzar después los ojos hacia la clase sumida en el estupor y el silencio, vio a Jacques en la primera fila, que lo miraba fijo, la cara bañada en lágrimas, sacudido por sollozos interminables, que parecían no cesar nunca.

-Vamos, vamos pequeños –dijo el señor Bernard con voz apenas perceptible, y se puso de pie para guardar el libro en el armario, de espaldas a la clase.

Aquel maestro, cuando acabó el colegio, convenció a la madre de Jacques, y sobre todo a su abuela, para que le dejaran seguir sus estudios en el liceo. Su familia quería que se pusiera a trabajar para que ganara dinero, pero gracias a su insistencia cedió. Le preparó para los exámenes de obtención de las becas. Consiguió aprobar. Ingresó en el liceo. Se apasionó por los libros. Culminó sus estudios. Salió de la pobreza.

Pasados los años, un día Jacques volvió a la escuela a visitar a su anciano profesor que ya se iba a jubilar. Estuvieron charlando un rato.

- Espera, pequeño –dijo el señor Bernard. Se levantó con esfuerzo, se acercó a un pupitre de escolar en el fondo de la habitación, cerca de la chimenea. Revolvió en un cajón, lo cerró, abrió otro, sacó algo.

- Toma –dijo-, es para ti.

Jaques recibió un libro forrado con papel de estraza y sin nada escrito en la cubierta. Aun antes de abrirlo, supo que era Les Croix de bois, el mismo ejemplar que el señor Bernard les leía en clase.

- No, no –dijo-, es... –Quiso decir: “Es demasiado bello”. No encontraba palabras.

El señor Bernard meneó su vieja cabeza.

- El último día lloraste, ¿te acuerdas? Desde ese día, el libro es tuyo. –Y se volvió para esconder sus ojos súbitamente enrojecidos.

También cuenta la novela otro encuentro posterior, entre profesor y alumno. Esta vez en Francia. Allí le contó agradecido lo que sentía por él. Le confesó cómo, cuando era muy joven, muy necio y estaba muy solo, se le acercó y sin mostrarlo le abrió las puertas de todo lo que amaba en el mundo.

- ¡Oh! Usted tiene grandes condiciones.

- Seguramente. Pero incluso los más dotados necesitan un iniciador. La persona que la vida pone un día en tu camino, ésa ha de ser por siempre amada y respetada, aunque no sea responsable. ¡En eso creo!

Esta historia, es uno de los bellos y emotivos episodios que contiene la novela de la que hablo. Se titula El primer hombre. Es totalmente autobiográfica. Jacques Cormery en realidad se llamaba Albert, Albert Camus, que en esta novela cuenta los primeros años de su infancia y adolescencia en Argel. No pudo terminarla, pues murió en un accidente de coche cuando estaba escribiéndola. El manuscrito contiene numerosas palabras ilegibles, frases sin terminar y errores. A veces cambia el nombre de los personajes y aparecen los nombres reales de su maestro, su hermano, su amigo, su madre, o incluso llega a hablar en primera persona. En esa primera redacción inacabada de la novela es donde se ve latir la vida misma del autor.

La historia del maestro que le inculcó el gusto por la literatura y le permitió salir de la miseria también es totalmente real. Su profesor en la realidad se llamaba Germain Louis. El 19 de noviembre de 1957, apenas recibido el premio Nobel, Albert Camus escribió a su maestro esta carta:

Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Le abrazo con todas mis fuerzas. Albert Camus

viernes, 17 de septiembre de 2010

LOS MEDIOS SERES


Ramón Gómez de la Serna conoció a Carmen de Burgos (Colombine) en 1908 a los veinte años. Carmen, maestra de profesión, ya era viuda y tenía cuarenta y un años –aunque Ramón la creía con treinta. Era una escritora reconocida profesionalmente y polémica por sus artículos en prensa, sus traducciones y por sus posiciones combativas en temas como el divorcio o el voto femenino. Llegó a ser corresponsal de guerra. Entablaron una intensa relación que no fue sólo sentimental, sino de colaboración literaria e intelectual. Viajaron y compartieron casa. Con altibajos, separaciones y apuros económicos se mantuvieron juntos durante veinte años. La ruptura se produjo en diciembre de 1929.

A la sazón, Ramón, como muchos otros autores y críticos de su tiempo, era consciente de la crisis que estaba viviendo el teatro español en comparación con el resto de Europa, sometido al juicio y el éxito de un público anquilosado y burgués. Pero, a pesar de la lúcida conciencia que tenía de ello, Ramón, no vaciló, ni siquiera un momento, cuando le propusieron estrenar en el teatro Alcázar un proyecto de farsa que ya tenía pensada y se llamaba: Los medios seres.

La noticia del debut teatral de Ramón, que en aquellos años conoce el auge de su popularidad como literato y gran humorista, ocupó las más amplias cabeceras periodísticas de Madrid ya una semana antes del estreno, dando lugar, además, a una gran cantidad de artículos y carteleras publicitarias que aumentaron la expectación, presagiándose como el gran evento de la temporada teatral o la obra que iba a cambiar radicalmente el teatro contemporáneo.

Su argumento era sencillo. En el prólogo el apuntador, desde su concha, a la que da la vuelta mirando al público, dice un monólogo. El primer acto presentaba la vida vulgar en el aniversario de bodas de Pablo y Lucía, medios seres, es decir, personas de vidas incompletas que anhelan un complemento para existir. Pablo no acaba de ser feliz con su mujer; ella tampoco es feliz con su marido. En el acto segundo no pasa nada; lo único que pasa es el tiempo. Otros personajes, medios seres también, en parte, exhiben su ingenio o sus manías, bajo las que late su angustia vital. Margarita Robles, que ennoblece un té cursi con el recitado admirable del romance "La casada infiel" de Federico García Lorca. ¿Y en el último acto? Don Fidel, antiguo pretendiente de Lucía, un ser triste e incompleto, sugiere la posibilidad de un triángulo afectivo o amoroso como solución a la indigencia existencial de la pareja protagonista y así completa con Pablo la dicha conyugal de Lucía, mientras Pablo completa con Margarita la felicidad, que sólo a medias Lucía le daba. El sexo es nuevamente una forma de evasión.

Los personajes iban vestidos y pintados de negro por la mitad. Y para que los espectadores supieran cómo descifrar la policroma descomposición cubista de los personajes, símbolo de la eterna búsqueda de la mitad que falta y en la que residía la clave innovadora e interpretativa de la obra, Ramón describió los seres de esta forma: «No son meros arlequines. Son seres en eclipse. Seres reales y hasta vulgares que sólo nosotros, en el secreto de su verdad, vemos mediados. Ellos se creen enterizos, aunque sufren precisamente por la mitad que falta en los seres que aman».

Durante los ensayos, Ramón impuso como actriz a la hija de Carmen, Maruja, que un día había tenido alguna notoriedad. Los actores no quisieron y aquello dejó en la bella joven una herida, que él se vio obligado a restañar. En su autobiografía (Automoribundia) el autor nos cuenta que ella le había tentado de mil maneras, y que él siempre se había defendido. Pero ella era admirable recitadora y él estaba acosado por el miedo y la tensión ante el estreno, vértigo que ella supo consolar. Se consumó el idilio: Ramón enloquecido y febril, ella cocainómana. Carmen de Burgos, su madre y antigua amante de él, enterada del asunto, quiso que se retirara la obra por el feo que le habían hecho. No lo consiguió, aunque sí logró hacer un frente contra la obra.

Al tiempo, los problemas económicos, el miedo ante el fracaso del público y la presión del empresario y de los actores hicieron que suprimiera del texto de la obra algunos personajes y muchas de sus greguerías, para hacerla más comercial. Precisamente lo que él consideraba que eran los granos de originalidad y poesía que salvaban la comedia. Traicionaba en parte su idea vanguardista inicial.

Ramón, que no había querido nunca estrenar por aborrecer el juicio del público, estrenaba. Ramón, que se había mantenido fiel a su amante durante veinte años, se lió con su hija. Ramón, que quería renovar la escena teatral, había hecho una obra de vanguardia a medias. Como él mismo dijo: «Quedé convertido en un hombre con doblez».
El día del estreno fue una batalla campal. Los partidarios y amigos de Ramón, que se habían repartido estratégicamente por el teatro, se enfrentaron con sus elogios, vítores y aplausos a otro sector del público que pitaba y gritaba. Alguno aplaudía y silbaba al mismo tiempo, sin saber si la mitad que aplaudía lo hacía contra la mitad que silbaba. No entendieron la obra. Los días posteriores la obra fue consolidándose y los aplausos fueron mayoritarios. Pero no se pudo borrar la sensación de fracaso. A los críticos de teatro, algunos amigos de Ramón, tampoco les gustó la obra plenamente. Consideraron que se había quedado a mitad de camino. Uno de ellos decía «Por qué no ha triunfado ahora plenamente? O bien, ¿por qué no ha tenido un glorioso fracaso que en un escritor de su independencia evidente habría valido tanto o más que un éxito demasiado fácil por prematuro?»; él mismo se contestaba: «Porque se ha preocupado a medias, pero preocupado al fin, del público tradicional».

Tras el desaguisado, su vida estaba, si no rota, tergiversada. Cuando acabaron las representaciones huyó a París. No volvió sino pasado más de un año. Por debajo de aquella decisión había un secreto: la aventura con Maruja, que acabó rota. Pero el romance fue un espejismo, un contagio de los medios seres. Se sintió momentáneamente un hombre entero necesitado de dos medios seres (como Lucía y Pablo), y la experiencia había resultado estéril.

A pesar de la traición, la amistad con Carmen parece que se reanudó cuando Ramón regresó de un viaje a Buenos Aires, pero ya acompañado de su nueva pareja, la que luego sería su mujer, Luisa Sofovich. Según cuenta ésta, Ramón siguió visitando a Carmen cada domingo hasta su muerte el 9 de octubre 1932.

Carmen de Burgos, hoy casi olvidada del todo, fue evocada por Eduardo Zamacois en sus memorias Un hombre que se va (1964), y Rafael Cansinos-Assens le dedica bastantes páginas en La novela de un literato (1982), recordando las tertulias de los miércoles en su casa, la difícil relación entre madre e hija y, sobre todo, su personalidad vigorosa.

Ella dijo en una ocasión: «Soy independiente y libre... Jamás pensé en el ascenso personal a consta de mi libertad o de abjurar de mis condiciones». Sin duda debió costarle caro en aquella España de fin de siglo, pero esa es otra historia...

miércoles, 15 de septiembre de 2010

RIIIING (CONT.)

Cuando llegó a su casa después de la persecución estaba agotada. Se quitó la ropa y se tendió sobre la cama. Sus absurdos intentos de lectura resultaron imposibles. Encendió la televisión pero pronto la apagó. La angustia sobre lo que acaba de vivir la había agotada. Al poco se quedó dormida.

Se despertó en mitad de la noche. Estaba abotargada, como sumida en una especie de resaca de tantos amantes y muertes como había habido en el último año. No sabía lo que le había pasado ni tampoco lo que le sucedería. No le quedaba dinero para muchos días. A final de mes no podría pagar el alquiler. Hay momentos en la vida –pensó–, que uno tiene que dejar atrás el pasado y definir nuevos objetivos, tener nuevos planes o proyectos. Estaba confusa. No tenía amigas a las que acudir. No podía acudir a su familia, de la que hacía años que nada sabía.

Su vida había sido la de una especie de científico, en el que sus experimentos sin objetivo definido se contaban por fracasos y ya eran muchos. Pero reconocía que en cada error había hecho nuevos descubrimientos. Ya sabía que no era para ella la vida familiar y campestre, de la que había huido siendo pequeña, y el hastío de aguantar hijos o un marido; tampoco encajó en los muchos oficios que tuvo cuando marchó a la ciudad, que la agotaron sin reportarle ninguna satisfacción; amó con desesperación y resultó engañada; estudiar e intentar cultivarse le resultó aburrido; entonces se saturó de placeres y excesos con desconocidos, y todos estaban apareciendo muertos en extrañas circunstancias.

En realidad estaba aterrada. Aquella noche llegó a pensar que se estaba volviendo loca y que era ella misma la que destruía todo cuanto emprendía, pero debido a su enfermedad no podía recordar, lo que había pasado, encontrándose con sus juguetes rotos y sin explicación. Pero no, aquello no eran juguetes, era su propia vida totalmente deshecha. También pensó que no era su enfermedad, sino alguien que quería vengarse de ella y que la perseguía allá donde fuera.

Al final, consiguió tomar la decisión, por otra parte inevitable, de marcharse de la ciudad. Tenía que huir de no sabía qué o quién que parecía perseguirla para destruir todo aquello que tocaba. Buscaría un trabajo, se encomendaría a su psiquiatra, intentaría ser sociable y hacer amigos, pero sin enrollarse con ellos. Necesitaba tranquilidad, sentir que era una buena persona, que alguien se diera cuenta de ello y la quisiera.

Estaba amaneciendo, y había terminado de hacer la maleta. Cuando miró alrededor se dio cuenta de que apenas tenía ningún objeto personal en aquel apartamento, su enésima vivienda en pocos meses. Contempló la pecera y pensó:
- Lo siento por los peces, pero no me los puedo llevar. Supongo que la portera se hará cargo de ellos.

De pronto, oyó unos pasos en el descansillo de su escalera. Alguien se aproximaba a su puerta. Su piel se erizó, como electrizada por el miedo. Sonó el timbre. ¡RIIIING!

Patrice Perrault
Mi marido no remata

lunes, 13 de septiembre de 2010

CUNQUEIROMANÍA (2)

Hace unos meses ya hablé del escritor Álvaro Cunqueiro y de su infancia feliz que nutrió buena parte de su obra y que me llenaba de nostalgias. Pero esta vez quiero contarles la siguiente etapa de su vida por la que sus biógrafos suelen pasar de puntillas.

Corría el año 1921 cuando de muchacho se trasladó a Lugo para estudiar el bachillerato y finalmente a Santiago. En la capital compostelana entró en contacto con un grupo de intelectuales y creadores que engrosaron la vanguardia artística de Galicia. Cunqueiro era un extraña mezcla entre tradicional y vanguardista. Por esos años hace incursiones en la poesía y publica Mar ao Norde (1932), influido por el cubismo y por el creacionismo del chileno Vicente Huidobro. Después de la publicación de esos versos, sus afanes se decantarán por investigar en la tradición de los cancioneros medievales. Fruto de ese interés nace Cantiga nova que se chama ribeira.

Se afilió al Partido Galeguista, una fuerza nacionalista de sesgo conservador, aunque en su seno convivía un sector obediente al nacionalismo de izquierdas. El escritor colaboraba en el órgano de expresión del partido, A Nosa Terra, y en 1936 hacía campaña a favor del estatuto de autonomía de Galicia. La verdad es que a Cunqueiro le interesaban más la buena pitanza y el vino de Ribeiro que la política. "En la cocina es donde el hombre puso más imaginación, mucho más que en la guerra, tanta como pudo poner en el amor y, sin duda, muchísima más de la que pone en la política".

Con la sublevación militar de 1936 empieza lo que algunos llaman sus años oscuros, y de los que el escritor no le gustaba hablar. La guerra sorprendió a Cunqueiro en Mondoñedo. Al poco tiempo se entera de la muerte, a manos de los insurrectos, de algunos amigos suyos, como su impresor, Ánxel Casal. A la vista de su pasado y militancia en el Partido Galeguista, el miedo se apodera de Cunqueiro. Así que enmienda sus veleidades nacionalistas y recurre a un cura de Ortigueira que le aconseja que trabaje para la revista falangista 'Era azul' y salude a lo romano. Cunqueiro hace lo que se le dice, se afilia a la falange y de su magín salen unos versos de alabanza a Franco y José Antonio Primo de Rivera. Por si cupiera alguna duda, escribe para todo papelucho donde estuviesen estampados el yugo y las flechas. En 1939 se fue a vivir a Madrid para escribir en el periódico 'ABC', que le brindó sus páginas. Si había que levantar alguna página a causa de algún problema con la censura, allí estaba presto Cunqueiro para en poco tiempo improvisar un artículo.
Su luna de miel con Madrid dura poco. Cunqueiro, al que le gustaba la buena vida tanto como la buena mesa, pecó de manirroto y estafador. El prosista había alcanzado un acuerdo con el embajador de Francia para escribir una serie de reportajes sobre tierras galas. El diplomático, que desembolsó unas cuantas pesetas como adelanto por gastos de desplazamiento, veía cómo, semana tras semana, los artículos no aparecían. Creyendo que Cunqueiro era un hombre del régimen, el embajador se quejó a las más altas instancias, y su protesta llegó incluso al Consejo de Ministros. La Dirección General de Prensa acordó desposeer a Cunqueiro del carné de periodista. Fue expulsado de la Falange y pierde todo vínculo con el franquismo. Aunque permaneció dos años más en Madrid, casado y padre de dos hijos, regresó a Mondoñedo sumido en una profunda depresión. Muchos de sus amigos republicanos se habían exiliado y los otros le dieron la espalda por sus coqueteos franquistas. Poco a poco empieza a escribir en diarios gallegos, luego vendrían más libros, sobre todo novelas, pero eso es otra historia, que les contaré en otra ocasión.

Y ustedes me dirán que a qué viene todo esto. No viene a cuento de nada, en realidad, pero mantuve el sábado pasado una conversación cenando con unos amigos, mientras reíamos y gritábamos en amigable y caótica tertulia, antes de caer rendidos por los efectos del vino. Hablábamos de arte, de libros, de política, proyectamos montar una empresa de funerales laicos, preferíamos las buenas personas a las brillantes y despotricamos del pasado juvenil y nazi de un personaje muy importante, hoy admirado por muchos.

Y esto último me ha hecho reflexionar sobre mi admiración a Cunqueiro: ¿estoy admirando a un nacionalista gallego?, ¿a un fascista converso?, ¿a un cobarde?, o ¿a un magnífico e imaginativo escritor?, pues todas esas cosas fue Don Álvaro. La respuesta está clara: las historias sobre su vida fueron ajenas al inicio de mi afición a Cunqueiro y no voy a renunciar a ella por no sé qué complejo de "déficit de compromiso democrático" o una estupidez similar. Sí, yo me puedo abstraer de todo lo demás y sólo cultivar el placer de leer sus fascinantes historias sin entrar en otras consideraciones. Uno tiene que elegir entre ser perfecto o ser feliz, entre la coherencia o el placer. A mí, como a Cunqueiro, me gusta más el vino, las buenas viandas y las historias gustosas y antiguas, que el compromiso político de nadie. Si los valores morales y políticos de los artistas fueran la vara con que hemos de medirles, ¿a cuántos salvaríamos? No todos en la tertulia eran de la misma opinión.

Indro Montanelli, en su Historia de la Edad Media, detalla las guerras que mantuvieron güelfos y gibelinos en Italia. Al final del libro el autor reflexiona sobre toda la sangre derramada, para que al final, nadie sepa hoy en día, salvo los especialistas, quiénes eran partidarios del Papa o del Emperador, por qué luchaban aquellos condotieros, reyes y nobles, de los que nadie se acuerda. De toda aquella época sólo han perdurado la belleza de su arte, su arquitectura y su literatura. Ahora sólo conocemos a alguna de las víctimas de la disputa, porque Dante Alighieri escribió su Divina Comedia en la que citaba a muchos protagonistas de aquellas guerras. También nos quedan las maravillosas obras de otros artistas (palacios, iglesias, pinturas, esculturas y joyas sublimes). Entonces, ¿a qué escandalizarse tanto sobre la ideología política de la época, si sólo quedó de ella la belleza que preludiaba el Renacimiento italiano? Ese Renacimiento, por cierto, que tanto admiraba Cunqueiro y que cantó magníficamente en su Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, notable condottiero.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

COMPAÑEROS DE TRABAJO

Cuando voy a la oficina siempre me encuentro a los mismos compañeros. Hablamos un poco del tiempo, del fútbol, de las noticias, de asuntos familiares, de la tele o de salud..., pero teniendo cuidado de no mostrar demasiado nuestra intimidad. Preferimos vivir aislados a exponernos, aburrirnos con conversaciones y anécdotas triviales a permitir que nos conozcan un poco. Pasamos muchas horas juntos, sin compartir apenas nada. Una prueba de ello es que si en el buscador de Google introducimos la búsqueda “compañeros de trabajo”, aparece una hilera de opciones nada recomendable: “envidiosos, molestos, insoportables, hipócritas, problemáticos, difíciles”. Sólo salen dos opciones diferentes: “enamorados” y “amantes”, y quizá tampoco sean las más recomendables.


Por todo eso, construimos poco a poco una burocracia a nuestro alrededor llena de silencios, que nos convierte en seres anónimos y previsibles, intercambiables. Creemos así estar más seguros, pues tenemos miedo de los otros, de su envidia, de que utilicen esa información para hablar mal de nosotros, tememos al ridículo, que no nos admitan como uno más de ellos. Hay muchas maneras de estar solo y una de las peores es vivir así entre mucha gente.
A pesar de todo, algunas veces salta alguna chispa que ilumina un poco la vida de algún compañero, de esa parte de su existencia que imaginamos pero que no compartimos, donde previsiblemente no funcionará tanta reserva y discreción, donde no está en riesgo el sustento, donde no hay competencia con los demás.
Y así a lo largo de estos años me he enterado de que mis compañeros tienen vidas, o al menos parte de ellas, interesantes, atractivas. Descubro que tienen actividades o conocimientos de lo más variopinto: amigo de alguien famoso, cantante, mago, pintor, ilustrador de libros, lector empedernido, bibliófilo, profesora de baile, actor de cine, escritor de poesía, melómano y amante de la ópera, deportista olímpico, juez de línea en torneos internacionales de tenis, fabricante de cometas, artesano, locutor de radio..., y mil cosas más. He ido descubriendo que muchos ayudan generosamente a los demás, cuidan enfermos o familiares, visitan a viejitos que viven solos, o enseñan lo que saben a quienes lo necesitan. De todo eso apenas me enteré sino de manera lejana. Los ejemplos son reales, no me los he inventado. Resulta que muchos llevan vidas ejemplares cuando desconfiaba de ellos, son divertidos cuando les imaginaba medio muertos, son amables cuando me parecieron odiosos y sensibles cuando los pensé egoístas.

Con muchos me hubiera gustado hablar de todo eso que ocultan, o hacer cosas juntos: que nos paseara alguna vez César en su barco, montar con Carlos en bicicleta, pasear por el campo con José María, encuadernar con Paco, tirarme en parapente con Félix, hablar de libros con Carmen... Con muchos ya no lo podré hacer, ya no compartimos el trabajo, perdimos el contacto. Lo lamento pero casi siempre sigo con la misma pose distante que todo lo hace opaco, como si de verdad amara la soledad...
La última sorpresa me la ha dado Guillermo Rayo. Coincidimos a menudo en el ascensor.

lunes, 6 de septiembre de 2010

COLAJE & CITA

Como ustedes saben, Alfonso Puyal es uno de los artistas preferidos del antipático por muchas razones. En otras ocasiones ha dado razón de otras exposiciones suyas. Además de su actividad artística, es profesor universitario, músico, escritor compulsivo y autor de numerosos libros y publicaciones con todo tipo de temática: aforismos, reflexiones y microrrelatos, teoría de la comunicación, la cultura de la imagen, las artes visuales, fundamentalmente el cine y la televisión, y su influencia en las vanguardias, etc... El pasado mes de marzo, tuve ocasión de contemplar una exposición de sus últimas obras, en la fundación Art Sur en Madrid.

La exposición, consistente en obra sobre papel y colajes, estaba compuesta por varias secciones o temáticas. Nada voy a comentar sobre la exposición que no se refleje mejor viendo las imágenes publicadas del catálogo de la exposición, y los textos del propio autor.


cuestiones de género

Posiblemente se trate de la sección más programática de todo el conjunto de la exposición. Pone en cuestión los procesos de codificación a los que está sometida la definición de feminidad y masculinidad. Los estereotipos manejados en la representación del hombre o la mujer terminan por ser una construcción que en unas ocasiones raya con la idealización y en otras con el ridículo. Cada pieza está presentada en forma de tablero de datos al que se va aportado información visual.


anuncios intervenidos

Consecuencia lúdica de las cuestiones de género es el grupo de obras de dicado a los anuncios intervenidos. Si el ejercicio de la cita es componente esencial en el colaje, aquí se están borrando los límites entre la mención o guiño y los derechos de autor. Sería de justicia convertir a la marca en coautora moral de estas intervenciones, pero también es cierto que la apropiación es una práctica bien legitimada en el mundo del arte.



anecdotario

La anécdota no es sino una contestación a los colajes sin objeto. Las piezas conllevan un planteamiento a través de imágenes concretas -a veces un detalle, otras una cita visual-. De cualquier manera, esos fragmentos fotográficos tienen la pretensión de transformarse en imágenes esenciales que remitan a una idea antes que el mero reconocimiento. Desde el lado del visitante, quizá sea esta serie más amable de colaje & cita, porque ¿acaso la primera operación que efectuamos no es identificar la imagen?














páginas
El arte moderno ha empleado profusamente la página del libro como material plástico; hasta aquí no hay nada nuevo. En esta sección, de la cual se ofrece aquí una pequeña muestra, la página impresa, más que un elemento de apoyo, es el punto de arranque a partir del cual el colaje deviene en una suerte de retícula. Los renglones o los versos se reducen a una trama de líneas, mientras que las imágenes, o el propio cuerpo de texto, se convierte en una estructura modular.

sin objeto

El título remite ciertamente a la figura abstracta, pero también a un sencillo juego plástico a partir de un vocabulario de formas que ha ido evolucionando sobre la marcha. Quiere esto decir que, en la mayoría de los casos, estas piezas no han surgido de un núcleo temático o de un referente conceptual, sino del propio proceso de realización del colaje. El rótulo "sin objeto" cobra aquí todo su sentido porque precisamente carecen de significado. Paradójicamente, todas las obras están tituladas.


papel prensa

Esta serie es un elogio de la reproducción y la imagen fotomecánica. Papel prensa es un conjunto de colajes compuestos con un material tan pobre como perecedero: los recortes de periódico. Quería experimentar, por un lado, con los encontrados en sus páginas y, por otro, observar cómo se iba a comportar físicamente el papel en contacto con el pegamento o con otros papeles; cómo iban a estremecerse, a protestar en forma de tirones y arrugas.