martes, 24 de mayo de 2011

DEFENSA DE LA ARTESANÍA

José Llorens Artigas
Hay veces que siento nostalgia de la belleza de los objetos artesanales. Octavio Paz, cuyas ideas sigo en esta entrada, decía que la belleza de los objetos hechos a mano es inseparable de su función: son hermosos porque son útiles. Las artesanías pertenecen a un mundo anterior a la separación entre lo útil y lo hermoso. La sociedad, no hace tanto tiempo, estaba dividida en dos grandes territorios, lo profano y lo sagrado. En ambos casos la belleza estaba subordinada, en un caso a la utilidad y en el otro a su eficacia mágica. Había una relación secreta entre su hechura (cómo está hecha una cosa) y su sentido (para qué está hecha).

Hasta la Edad Media, los artistas eran anónimos. Aunque se conserva el nombre de algún artista clásico (como Fidias), desconocemos el nombre de la mayoría de los que levantaron y adornaron los templos, los palacios, las plazas y los jardines antiguos. Los músicos, actores y poetas de las cortes eran tratados como criados. La palabra arte significaba oficio o técnica y a quienes lo practicaban se les llamaba artistas, sin distinguir si era el que iluminaba un manuscrito, esculpía la figura de la Virgen o cincelaba una armadura. Cuando la sociedad fue perdiendo su sentido religioso, algunos de aquellos artistas empezaron a ser distinguidos de los demás, y se consideró que en la consecución de la belleza sólo algunos de ellos, nimbados por un aura mágica, merecían ser llamados artistas. El resto quedó como simples artesanos.

Simón Berasaluce
Ocurrió en el Renacimiento. Entonces fue surgiendo la figura del artista como artífice de lo sublime, como autor del objeto único e irrepetible, que firmaba sus obras. Paulatinamente fue adquiriendo prestigio: dejó de ser un empleado o un sirviente, y con el paso de los siglos subió poco a poco los peldaños de la escala social, aunque seguía dependiendo de poderosos mecenas. Pasados los siglos, sus obras salieron de la catedral, del palacio, de la tienda del nómada, del salón de la cortesana, de la cueva del hechicero y fueron a parar a los museos, convirtiéndose en iconos. El arte heredó el poder de consagrar a las cosas e infundirles una suerte de eternidad: los museos y galerías son nuestros templos modernos y los objetos que se exhiben en ellos están más allá de la historia. Para que una cosa bella pasara a ser objeto de culto como obra de arte debía excluirse de antemano su utilidad (como una pintura o una escultura), pues para ser arte había de cumplir la función religiosa de los objetos místicos.

Así fue como sólo algunos artistas lograron alcanzar el nuevo estatus. Primero ascendieron los poetas y los escritores. Luego les siguieron aquellos que practicaban las llamadas bellas artes (pintura, arquitectura y escultura). Finalmente se incorporaron los músicos, actores y bailarines. Pero atrás quedaron otros muchos, como los canteros, vidrieros, orfebres, herreros, tapiceros, ebanistas, joyeros, tapiceros, alfareros, cerrajeros, curtidores, sastres, zapateros, lutieres, encuadernadores... Pocos de estos artesanos llegaron a alcanzar el estatus superior de artista, aunque fueran únicos en su género. Así se abrió la brecha entre el artista y artesano.

Los objetos que seguían confeccionando los artesanos oscilaban entre la utilidad y la belleza, en un constante vaivén, que no tiene otro nombre que el de placer. Porque el objeto artesanal satisface la necesidad de recrearnos con las cosas que vemos y tocamos. Está hecho por los manos y guarda impresas las huellas digitales de quien lo hizo, no su firma; está hecho para las manos: no sólo lo podemos ver sino que lo podemos palpar. La artesanía es un signo que expresa a la sociedad no como trabajo (técnica) ni como símbolo (arte, religión), sino como vida física compartida. La vida cotidiana de la gente seguía rodeaba de objetos prácticos y hermosos, que servían para beber, para comer, para vestirse..., para vivir.

Emili Brugalla
Pero la artesanía sufrió un golpe definitivo con el advenimiento de la sociedad industrial, en el siglo XIX. Empezaron a fabricarse todos esos objetos en serie de modo industrial y los artesanos a ser sustituidos por las máquinas. La reacción contra la invasión de la producción fabril hizo surgir movimientos como el Arts and Crafts, el modernismo o la Bauhaus, que intentaron integrar los antiguos modos artesanales en los modernos sistemas de producción, que pretendían integrar la belleza y utilidad en todas las facetas de la vida, unir el arte con la artesanía.

Pero la guerra estaba perdida. Los objetos industriales han acabado inundando todo. Tienen un diseño, es verdad, pero totalmente alejado de la belleza artesanal. Su naturaleza efímera les obliga a estar en constante cambio e innovación, pues sólo el espejismo de su novedad es acicate para que los compremos. Su producción en masa los ha convertido en objetos de consumo, la mayoría inútiles o superfluos, que desaparecen con la misma rapidez que aparecen. En realidad no desaparecen, sino que su destino, cuando dejan de servir, es el basurero, pues se transforman en desperdicio difícilmente destructible. Del mismo modo, el consumismo y la industria han generado un mundo en el que también los artesanos han ido a la basura. Ya no existe ese espacio intermedio entre el objeto industrial fabricado en masa y la obra de arte única y original.

Ironías del destino, los valores de la artesanía, acosada y derribada, ahora sobreviven en la actividad de los artistas, muchos de los cuales siguen dibujando o creando sus obras de arte “a mano”, y así transmiten a su obra el auténtico aura de lo irrepetible; pero también determinados sectores industriales, después de haber acabado con las antiguas artes del oficio, pretenden elevar a la categoría de obras de arte sus diseños industriales. Ejemplos de esto son la alta costura o algunas artes decorativas, que ya han llegado a los museos.

Por eso hoy quiero defender la artesanía, ese mundo intermedio entre el museo y el basurero. Porque nos enseña a vivir poco a poco, a amar el trabajo bien hecho y con sentido, a hacer cosas útiles y bellas, cosas placenteras. Porque con ella aprendemos a amar los objetos que se gastan poco a poco y aceptan su fin, pero sin consumirse al instante. Porque la artesanía nos enseña a vivir y a producir en un modo pleno de sentido. Porque es más sano y placentero hacerse la comida despacio y con alimentos naturales, que comprarla ya cocinada y envasada en plástico. Porque es más ecológico dar valor a los objetos duraderos que consumir y tirar. Porque el objeto artesanal nos proporciona el placer de hacer las cosas con las manos y el placer de tocar los objetos que necesitamos en nuestra vida cotidiana, esos que nos ayudan a apagar la sed, a adornar una mesa, a vestirnos cómodos o a sentirnos a gusto en nuestras casas. Porque las flores de nuestro jardín son más bonitas cuando las hemos cultivado nosotros mismos.

Los hechos son irreversibles, no me engaño, pero seguimos necesitando la utopía del artesano. Esa necesidad ha provocado que proliferen cursos de mil cosas pintorescas. Pero no hablo de hacer botijos o encuadernar libros a mano. No se trata de abandonar la técnica, sino de volver a la artesanía, aunque utilice rayos láser y ordenadores. Sólo a un privilegiado grupo de diseñadores les es dado hoy en día  idear los nuevos productos, impulsados por la mercadotecnia, pero no por la necesidad real ni por el contacto físico con su producto. El resto de operarios de este sistema productivo repetitivo y alienante tienen reprimida toda forma de amor o de valor en su trabajo, dominado por la tiranía del trabajo en serie, la reducción de costes, el mercado y la competencia. Todos esos tristes trabajadores, la mayoría, necesitan cubrir esa carencia creativa en los ratos de ocio.

Pero pienso yo que mejor sería la sociedad que crea los propios objetos que necesita, hechos por personas que conocen y aman su oficio, cuyo conocimiento trasmiten fielmente durante generaciones, adaptando la forma y la función del producto, sin obligación de innovar de modo compulsivo o de repetir su trabajo como máquinas. Una sociedad que no crea los objetos que usa, es menos auténtica, más uniforme, más gris. Sólo cuando el objeto es adecuado a quien lo usa, en su forma y en su función, le siguen el placer, el deleite y la satisfacción. Cuando todo se compra hecho y no se comparte lo que cada uno crea con los demás, se hace una vida más privada, más particular, más egoísta. La vida pierde su sentido social, su sentido de lo público, de lo común. La sociedad que hiciera más cosas con sentido, digo yo que estaría más equilibrada.

viernes, 20 de mayo de 2011

LA EDAD DE ORO

«Después que Don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano, y mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:

Manifestación  de indignados y amantes de la utopía, en la Puerta del Sol de Madrid.

–Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro (que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima) se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de “tuyo” y “mío”. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes, a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano, y alcanzarle de las robustas encinas que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles forman su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo.


«Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aun no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella sin ser forzada ofrecía por todas las partes de su fértil y espacioso seno lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester....  No había fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La Ley del encaje aun no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado.

Strauss-Khan. Presidente del FMI.
Acusado de intento de violación
«Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por donde quiera, solas y señeras, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y su propia voluntad. Y ahora en estos nuestros detestables siglos no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta... Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la Orden la de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos...».
Miguel de Cervantes
Don Quijote de la Mancha
Primera Parte. Capítulo XI.

 
Manuel Chaves. Era Presidente de la Comunidad Andaluza,
cuando se produjeron, en su seno, fraudes a la Seguridad Social.
 
Francisco Camps. Presidente de la Comunidad Valenciana. Imputado en casos de corrupción.


lunes, 16 de mayo de 2011

CUNQUEIROMANÍA (5)

Dibujo de Álvaro Cunqueiro

¡Otra vez! Imagino que eso es lo que habrán exclamado al ver el título de esta entrada, y habrán pensado que, además de antipático, soy un pesado y un rarito, con esa manía que tengo por Álvaro Cunqueiro, al que casi nadie ha leído nunca. No deben pensar eso por el simple hecho de que ustedes no lo hayan hecho.

Como lector que gusta de su literatura, me siendo en la obligación de recordarles que este año se cumple el centenario de su nacimiento. Además he de decirles que no estoy sólo. Le reeditan, le estudian, le filman y, lo más importante, le siguen leyendo y le recuerdan. Sin lugar a dudas se celebrará el centenario y oirán hablar ustedes del escritor gallego este año más veces. Para botón de muestra he aquí enlaces a  alguna de las noticias publicadas en los últimos días (hay muchas más).

ÁLVARO CUNQUEIRO: BEBEDOR DE SUEÑOS






Por mi parte, yo sólo puedo recomendarles que lo lean, y para quien se apunte, un juego: Los personajes de Cunqueiro. Propondré la descripción de un personaje. Los improbables lectores de este blog y del escritor, deben averiguar su nombre. Quien acierte su identidad propondrá otro personaje, hasta que alguien adivine, que será a su vez quien proponga el siguiente personaje, y así sucesivamente. Empezaré con el más fácil:

"El señor XXX, según se sabe por las historias, era hijo de soltera y de ajena nación, y vino heredado para Miranda por una tía segunda por parte de madre; pero hacía de esto tanto tiempo que nadie recordaba bien el suceso. Solamente una vieja de Quintás hacía algo de memoria de que siendo niña la llevaron al entierro de una señora de Miranda, y detrás del cura de Reigosa, que cantaba muy bien, iba XXX vestido de negro, con una gran bufanda colorada, y ya entonces tenía mi amo la barba blanca. Por XXX no pasaban años, y de esto se quejaba como de un maleficio, pero pocas veces, que el ser de él era aparentar muy franco y abierto, contento del mundo y hablador, y sonreía muy fácil; le ayudaban a ser franco los ojos claros, y aquella su frente levantada y señora, y hasta aquel gesto que tenía de acariciarla con la mano derecha cuando te hablaba. Era de pocas carnes, pero muy puesto en sus anchos y gentil, y muy andador..."

¿De quién se trata en esta descripción, que inicia uno de sus libros más famosos?

sábado, 14 de mayo de 2011

LA PLATA

El matrimonio Alnolfini. Jean van Eyck


Para recorrer los días de su existencia, las personas tienen, como los automóviles, diferentes marchas. Hay días montuosos y difíciles, y días en pendiente que se dejan bajar a toda marcha y cantando. Tener un viaje mejor o peor, depende de cómo se manejen esas marchas, porque a todos nos toca subir y bajar, tarde o temprano.

Cuando uno lleva años viajando aprende muchas cosas. Una de ellas es que al subir una de esas cuestas montañosas y antes de emprender el descenso, hay que parar y admirar el paisaje que con tanto esfuerzo se ha podido dominar. En esos momentos y a pesar de la fatiga, se aprende a disfrutar del valor de todo lo que se ha sabido conservar, aunque sean cosas simples. Gracias a la buena perspectiva y a los ojos de la memoria, se reviven los buenos momentos, en el pasado se reconoce quién es uno, se llenan de aire los pulmones y de combustible el coche, y se reemprende el viaje.

Hoy es uno de esos días para mí. Veinticinco años de viaje con la misma compañera, la única, Abril. Dice la tradición que hemos ganado la plata.

Veo el camino recorrido, parado aquí en este alto. Todo me gusta más que el primer día. Ahora sé que el primer enamoramiento fue fruto del deseo, de la ilusión y de una imaginación que todo lo iluminaba. Desde aquí veo los primeros besos y abrazos, los años de convivencia en Valencia, el amor primero y salvaje que sentí cuando nacieron nuestras hijas, desde aquí las veo crecer y siento que las quiero todavía más (¡qué mayores!), veo todas nuestras casas que decoramos y habitamos, las noches en la cama, los viajes, los amigos y familiares que nos quisieron y nos quieren, los buenos momentos en torno a la mesa, las lecturas compartidas, las canciones sentidas juntos, los trabajos y los años de toda nuestra vida, los placeres y los días que hemos disfrutado. Con ella he aprendido a amar y a ser feliz. Ahora ya no quiero nada más.

Sí, después de tantos años no me ha abandonado ese estado de enamoramiento, que la mayoría opinan que es pasajero. Además, ahora sé que ese amor no era una ilusión juvenil, sino que es la evidencia de lo que dos personas pueden llegar a construir. Y desde ese edificio, me asomo orgulloso al balcón del porvenir y nada temo. Montados en este automóvil, juntos y felices, cambiando las marchas, bajaremos después alegres y cantando, subiremos sufriendo cuando toque, incluso nos bajaremos a empujar si hace falta. Sabemos de sobra que de todas esas cosas se ha alimentado nuestra felicidad. Y ahora conducimos mejor. ¡Felicidades Abril!