domingo, 31 de enero de 2010

EL VIEJO SALVAJE

En la primavera de 1961 se produjo una conmoción en la traquilidad laboriosa de una magnífica residencia situada en Nôtre-Dame-de-Vie (Francia). Su propietario, un viejo de ochenta años, volvió a su casa, convocó a todos sus criados, a los que mandó sacar champagne, y les comunicó la noticia de que acababa de casarse con la mujer con la que había vivido los últimos años: Jacqueline. Aquel enlace fue toda una sorpresa. Aquella sería su última mujer. Había habido otras muchas en su vida, con las que tuvo relaciones apasionadas y tormentosas, crueles y dañinas: casi todas acabaron mal. A pesar de su inmensa fortuna, se comporta míseramente con las que todavía vivían, apenas mantenía relación con alguno de los hijos de sus anteriores mujeres, a pesar de lo mucho que los había querido. A sus nietos apenas si los conocía. Sin embargo era considerado uno de los más grandes artistas de la historia, su fama había dado la vuelta al mundo varias veces, sus cuadros se cotizaban en cifras astronómicas. Se llamaba Pablo Ruiz Picasso.

A pesar de su vejez, continuaba trabajando incansablemente, y desarrollaba una actividad desenfrenada. Tanto en la actual residencia como en las anteriores, la mansión en Mougins, La Californie, y el castillo de Vauvenargues, acumuló miles de obras y la producción aumentaba cada día. Su vida con Jaqueline, mujer enfermiza que le cuidaba y le mimaba, fue apartándole de la vida social. Cada día ve con menos frecuencia a sus amigos, a sus íntimos y a muchos gorrones y aduladores que se acercaban al viejo monstruo del arte para medrar. Sólo recibía a unos pocos íntimos, en visitas breves, pues tenía que trabajar. Muchos enemigos se labró aquella mujer durante aquellos años, por el "secuestro" del artista, del que la acusaban. El hecho es que cada vez salía menos de casa, ni siquiera a ver las corridas de toros que tanto disfrutaba. Para conocer lo que pasaba en el mundo exterior, se aficionó a ver la televisión... Sus últimos amigos, como Sabartés e 1968, morían. A él la muerte todavía le tardaría en llegar, en 1971, pero parecía poseido por una especie de angustia al ver acercarse el final.

Para ahuyentar sus fantasmas seguía trabajando, Picasso trabajaba sin parar. En aquel período de su vida pintó miles de cuadros y grabados, que se caracterizaron, sobre todo, por su vuelta a uno de los motivos que había inspirado gran parte de su obra: el sexo, que aparecía en sus obras de manera más extrema que nunca. Pintó sin cesar a toda una serie de personajes que siempre habían poblado sus obras: mosqueteros, guerreros, hombres con espadas, toreros, comediantes, pintores, artistas de circo, seres mitológicos. Esos personajes son símbolo de la insolencia, de la virilidad, de la fantasía: raptan a las mujeres y las violan, copulan apasionadamente, los cuerpos se entremezclan y se funden con el arrebato de animales en celo. La dama desnuda, acaricidada, echada boca arriba y boca abajo en el desorden de las sábanas, goza totalmente, abandonada a los asaltos del pintor que, con sus enormes atributos, la colma una y otra vez. El "voyeur" sigue detrás de la cortina y no se pierde un detalle del espectáculo que le produce evidente satisfacción. Son obras tremendas y potentes, con imágenes de figuras contorsionadas, que muestran su sexo con detalle, copulando en complicadas posturas. Picasso parece estar diciendo: aquí tenéis como yo conquisto a las mujeres y les doy plena satisfacción. Perdida su legendaria potencia sexual, de la que tanto alardeaba, el pintor, en esas obras, sublimaba sus deseos eróticos.
Las exposiciones de sus obras de aquella época, como la que se celebró en el palacio de los papas en Avignon, tenían una sala secreta y cerrada, en la que se exhiben sus obras más fuertes, a la que sólo accedían los iniciados y amigos.
Entre las colecciones de arte que atesoraba el viejo minotauro, se encontró una serie de grabados japoneses del siglo XVIII. Se trataba de una colección de grabados shinga, también denominados higa: estampas eróticas donde en ambientes delicados de habitaciones decoradas con sedas, biombos, jarrones y bonsais, se representaban escenas pornográficas donde destacaban el enorme tamaño de los atributos sexuales masculinos y las complicadas posturas en que los amantes, no siempre dos, hacen el amor, incluso con pulpos y otros animales.

Acabo de volver de Barcelona, ciudad de la que vuelvo lleno de sentimientos de amor y amistad, medicinas que han de estar en cualquier botiquín. También he tradído el recuerdo de un poco de belleza. El museo Picasso de la ciudad ha abierto una exposición "Imágenes secretas" (que es lo que significa el término higa), donde se pueden ver los grabados japoneses junto a los del pintor, y se puede comprobar la clara influencia que tuvieron en él, a pesar de que nunca le atrajo el exotismo ni el "japonismo", tan en boga en los últimos años del siglo XIX y principios del XX. Las similitudes de esos antiguos grabados con los cuadros del viejo pintor son evidentes.

Sin duda hoy es difícil decir algo nuevo de Picasso, pero esta exposición, que se recorre entre delicados paneles que semejan los biombos de los antiguos burdeles japoneses, permite abrir una ventanita en su mundo complejo y, a través de ella, intentar mirar a escondidas a ese viejo salvaje, igual que un voyeur, como los que tanto le gustaba pintar. Quizá así podamos descifrar sus pensamientos secretos, sus sentimientos ocultos o, al menos, desvelar de dónde sacaba la fuerza portentosa que le hizo mantenerse vivo y creativo hasta los 90 años.

martes, 26 de enero de 2010

EL RESCATE DEL TESORO PINTADO EN LA PARED

Hoy he leído en EL PAÍS que han inaugurado en Barcelona una exposición llamada “La princesa savia”, en el MNAC, donde se muestran las pinturas de la capilla de Santa Catalina en la Seu d´Urgell y cómo fueron arracadas y dispersadas por diferentes lugares. Esta noticia cuenta la historia de los murales románicos atesorados en ese museo, que fueron arrancados de las paredes de sus iglesias de origen a principios del siglo pasado. Leyendo esa noticia, he sentido cierto gusanillo de emoción, al acordarme del día en que contemplé por primera vez aquellos templos maravillosos de Urgell o del valle de Bohí-Taull, en aquel verano en el Pirineo de Lérida, o mi primera visita a ese museo, hace la friolera de veinte años, en la que tuve la primera noticia de aquel rescate del tesoro de las pinturas murales. Pero remontémonos un poquito más.
La aparición del arte románico en la edad media, a finales del primer milenio, fue coetánea con la desintegración del Imperio Carolingio, y fue la primera manifestación artística común del occidente europeo. Los territorios dependientes de dicho imperio que estaban al sur de los pirineos, la llamada “marca hispánica”, adquirieron su independencia, y pronto nacieron los condados catalanes, que luego reconocieron al de Barcelona como soberano. El arte románico se extendió precisamente entonces, cuando se había alejado el peligro musulmán, en un momento favorable y de euforia, en el que arraigaron las grandes familias señoriales y se organizó jerárquicamente la sociedad feudal, empezó a circular la moneda de oro y creció la población.

Esta eclosión se produce al norte del camino tradicional de Aragón, la llamada Cataluña vieja, en la que se encuentran las bellísimas comarcas de Anoia, la Segarra y el Urgell, en los Pirineos y Prepirineos, donde se concentró un gran número de construcciones románicas, cuya densidad disminuye a medida que nos desplazamos al sur. Fruto de aquello, todavía se conservan en Cataluña unas 1.900 iglesias románicas, alrededor de 200 castillos o casas fortificadas con elementos románicos, algunas casas señoriales o palacios, parcialmente renovados, edificios singulares, como juderías, puentes, molinos, etc..., hasta superar los 2.000 testimonios de la época románica. A ello hay que añadir las pinturas murales y los manuscritos ilustrados, las esculturas, tapices, retablos, objetos de culto y multitud de otros objetos (como armas, muebles o joyas).

La vida en los condados catalanes era la propia de la sociedad feudal, rígidamente jerarquizada en estamentos: los campesinos; el bajo clero y la baja nobleza y finalmente el alto clero y la alta nobleza encabezada por la figura del conde.

En estos años llegaron a Cataluña grupos de artistas de corriente italo-bizantina que dejaron sus trabajos por amplias zonas donde las autoridades eclesiásticas y políticas favorecieron la cultura y el desarrollo artístico y donde se estaba llevando a cabo la construcción y reconstrucción de muchos templos, de ahí el carácter itinerante de los artistas cuyas obras anónimas son enormemente originales. La pintura románica mural respondía a un objetivo didáctico de la Iglesia de acercar el mensaje de las historias del Antiguo y Nuevo Testamento a un pueblo que no sabía leer letras pero sí imágenes, unas imágenes que reproducen los textos bíblicos, como si de un libro se tratara. Es una pintura esquemática, sometida al soporte rígido de la arquitectura, pues era pintada en las paredes y ábsides de los templos, con las líneas del dibujo bien marcadas, de colores intensos y dotada de una fuerte carga simbólica.

Pero con el paso de los siglos, esas comarcas rurales perdieron importancia. Los grandes centros de poder se desplazaron hacia el sur y la costa. Aquellas pinturas pasaron de moda, fueron olvidadas en el Renacimiento y en la Edad Moderna. La mayoría de ellas se encontraron después de la restauración de las iglesias, escondidas en los ábsides, detrás de los retablos añadidos en épocas posteriores. Otras estaban a la vista decorando los muros laterales o bien ocultas tras la capas de cal con que blanquearon las iglesias. Aquellas pinturas fueron de lo mejor del románico español, con permiso de San Isidoro, en León.

En torno a 1919, el marchante de arte Grabriel Dereppe y el anticuario Ignasi Pollac, ambos estadounidenses, decidieron comprar aquellas maravillosas pinturas –entonces la legislación lo permitía-, arrancarlas de sus lugares de origen y luego venderlas a los museos americanos. Para ello contrataron a los Stefanoni, saga de restauradores italianos, que se habían especializado en dicha técnica, y que no tenían problemas de lanzarse a lomos de sus burros por los caminos de Europa, para responder a la llamada del mejor postor. La alarma saltó cuando el fotógrafo de la expedición, Vidal Ventura, dio el aviso de que habían comprado el ábside de la iglesia de Santa María de Mur para venderlo al Museo de Bellas Artes de Boston, donde todavía hoy se puede contemplar.

La Junta de Museos reaccionó de la única manera posible: compró los frescos y encargó a los italianos para que los arrancaran. Dominaban la técnica del “strappo” (arrancado). Los italianos pasaron tres años recorriendo iglesias del Pirineo, con la ayuda del arquitecto Lluís Doménech i Montaner, y arrancaron la friolera de 300 metros cuadrados de pinturas. La técnica requería mano firme: cubrir el fresco con una tela, pegarla con cola orgánica de cartílago, y cuando se secaba se podía arrancar la película de pintura, como si de un negativo se tratara y enrollarla. Así, enrolladas, las trasladaron al Palacio de la Ciudadela de Barcelona, actual MNAC, donde aplicaron otra tela en el dorso y las colocaron en sus paredes.

Esta exposición –y ya he vuelto al presente– trata de esta historia, de los problemas de la técnica del arrancado de las pinturas, de su aplicación con tecnología moderna en el día actual y de los problemas que tienen para conservarlas. Del debate sobre la preservación de las obras de arte “in situ” o desplazándolas, habría mucho que hablar y discutir..., y politizar, pues se podría hablar del exilio de las pinturas del Museo del Prado en la guerra civil, de la Dama de Elche, del Partenón de Atenas, o de los expolios de Napoleón..., pero yo no pinto nada en ese entierro (¿encierro?). El hecho es que hoy, gracias a aquellos arrancadores, podemos contemplar el tesoro en un museo patrio sin necesidad de ir a Norteamérica. Consuelo pobre, ya lo sé, para los puristas, que preferirían visitarlas en el lugar donde fueron pintadas y con el fervor medieval de los campesinos de antaño. Sea como fuere, yo invito a los lectores de estas letras a que, en cuanto tengan ocasión y estén cerca de cualquiera de los valles del Pirineo, visiten sus magníficas iglesias románicas, que no todo es esquiar en esta vida. En algunas de las iglesias se pueden contemplar unas magníficas reproducciones de aquellas bellas pinturas.

Esta entrada está dedicada a unas restauradoras de arte que sé que me leen, mujeres interesantes, a las que no perdonaré si no mejoran esta entrada con sus comentarios.

lunes, 25 de enero de 2010

18 DE MAYO DE 1922

La primavera de 1922 representa el canto de cisne de la vida social de Marcel Proust, que ya había abandonado la sociedad, en la que tanto luchó por integrarse y ser aceptado, tras no haber encontrado en ella la dicha que esperaba, pero sí el tema para la novela que le haría inmortal: “En busca del tiempo perdido”. No tiene ilusiones por el mundo, que considera una feria de las vanidades, ni por el amor, que siente que es una ilusión egoísta. Su salud cada vez es más precaria, su vida ya declinaba y apenas salía de la cama. Sólo entonces consiguió cierta notoriedad con la publicación de su obra.

Sydney Schiff, novelista inglés justamente olvidado que escribía bajo el seudónimo de Stephen Hudson, empezó a cartearse con Marcel Proust, al que admiraba profundamente. Quería conocerle personalmente y llegó a escribirle, con bastante torpeza, que a pesar de lo que admiraba cuanto escribía, prefería verle y oírle.

Tuvieron varios encuentros. Pero el más conocido, que llegó a convertirse en una leyenda, tuvo lugar el 18 de mayo. Los Schiff, Sidney y su mujer Violet, invitaron a Proust a una gran cena en el hotel Majestic, que dieron con ocasión de la primera representación del Zorro (Renard) de Igor Stravinski. La brillante mesa reunió a algunos de los más grandes genios del arte y la literatura de entonces. Además de Serge Diaghilev y sus bailarines, estaba Ernest Ansermet, que había dirigido la orquesta en el estreno, el propio Stravinski. También asistieron Pablo Picasso, que llevaba una faja roja alrededor de la cabeza, y James Joyce.

El hotel Majestic de París no es lo que era. Cuando Proust y Joyce se conocieron en esa cena, poco después de la medianoche del 18 de mayo de 1922, se había puesto de moda. A sus salones suntuosos acudían, de rigurosa etiqueta, todas las personas notables que vivían en la ciudad o estaban de paso. Cada una de sus 450 habitaciones daba a la avenida Kléber, muy cerca del Arco de Triunfo. Todas disponían de un cuarto de baño, lo que era una excentricidad lujosa para aquellos tiempos, sobre todo en París.

El principal –y luego proclamado– propósito de los Schiff era reunir en la misma jaula de oro a Proust y Joyce, y observar lo que pasaba entre ellos, para contarlo luego a los cuatro vientos. Lo que pasó fue tan poco que ni siquiera sirvió como tema de conversación en los salones de la semana. Se sabe que Diaghilev, Stravinsky y Ansermet estaban muy cansados de las tensiones del largo día y se retiraron poco después de la medianoche. Picasso se quedó bebiendo hasta que la cabeza se le cayó sobre la mesa. También Joyce, en silencio, bebía champagne y eructaba con ganas. Al llegar, se había disculpado por no estar vestido de etiqueta. “No tengo dinero para esas inutilidades”, declaró. El único tema de conversación que le interesaba era su novela Ulysses, que se había publicado tres meses antes y que estaba ya en todas las bocas, sobre todo en las de quienes la leían sin entenderla. Los restos de la comida fueron retirados de las mesas a la una de la madrugada. Joyce estaba completamente borracho a las dos de la mañana.

Quince, acaso veinte minutos después, los Schiff vieron entrar a un hombre pequeño y sigiloso, enfundado en un abrigo de pieles, que se movía como una rata. De lejos parecía pringoso y húmedo. Era el autor de En busca del tiempo perdido. Ya había terminado de escribir su gran novela y todavía la estaba corrigiendo y añadiendo frases. Era entonces mucho más célebre que Joyce, y sus largas frases perfectas, encadenadas unas a otras por una música inimitable, se repetían en los salones con devoción sacramental. Aunque Joyce no vio a su colega como un hombre enfermo (diría, por lo contrario: “Se queja, pero está más sano que yo”), las drogas que Proust se inyectaba o bebía con frecuencia asesina estaban acabándolo. Seis exactos meses después de la reunión en el Majestic, una septicemia veloz acabaría con él. Dijera Joyce lo que dijera, era un agonizante en lucha contra la muerte.

La conversación que mantuvieron Proust y Joyce fue de lo más decepcionante. Fue el diálogo del “no”: Proust le preguntó si le gustaban las trufas, a lo que Joyce respondió que no. Igual respuesta recibió la pregunta de si conocía al duque tal o cual. Madame Schiff quiso saber si Proust había leído este o aquel capítulo del Ulises. Proust respondió igualmente que no. La situación era inaguantable.

Al marcharse, Joyce subió con Proust al taxi de Odilon Albaret, enciendió un pitillo y bajó uno de los cristales. Sydney Schiff, indignado, le ordenó que tirara el cigarrillo y subiera el cristal, por causa del asma de Proust. Durante el trayecto, Proust se lamenta cortésmente de no conocer la obra de Joyce, a lo que el taciturno inglés replica: “Nunca he leído a Monsieur Proust”.

Aquel encuentro fue decepcionante. Hace poco un escritor inglés, Richard Davenport-Hines, ha escrito un extenso libro sobre aquel encuentro que se había convertido en una leyenda: “Proust at the Majestic. The last days of the autor whose book changed Paris”. Pero como sucede con todas las leyendas, imaginar esa noche de mayo en el Majestic deja sensaciones más intensas que la realidad, que suele ser plana y decepcionante.

Después de aquello Joyce criticaría al escritor francés, en quien no veía ningún talento particular. No obstante, Richar Ellman, el biógrafo de Joyce, cuenta que éste sintió después melancolía por la oportunidad perdida: “Me habría gustado encontrar a Proust en otro lugar, más a solas, para hablar con él a gusto, aunque no sé de qué”.

Esta historia me suscita una reflexión y una pregunta. La primera es que si nada aporta conocer superficialmente a las personas, menos aun cuando se trata de artistas, que ponen lo mejor de sí mismos en sus obras extrayéndolo de las profundidades de su espíritu. Es fácil encontrar, detrás de un gran escritor o un artista, a una persona mediocre o mala, cuya personalidad nunca suele ser superior a su obra. Lo bueno que sin duda tienen, puede encontrarse mejor en su obra, pero nunca con un conocimiento superficial

La pregunta es la siguiente: ¿Cuántas oportunidades de conocimiento, de amor, de amistad..., de felicidad en suma, no habré desaprovechado a lo largo de mis días? Probablemente muchas, como cuando no presté atención a aquella persona, o aquel verano que no me atreví a besar a una chica, ese viaje que no disfruté, el día en que no quise ir a aquel concierto que hoy todos recuerdan como histórico... Pero no pienso hacer ese recuento. Los tímidos llenaríamos mares con esas lágrimas y todos sabemos que de nada sirve lamentarse de las oportunidades perdidas.

jueves, 21 de enero de 2010

SAN SEBASTIÁN

Me llega una carta de mi amiga Regenta, que vive en el valle del Tiétar (Ávila). Me recuerda que estos días pasados se ha celebrado en diversas localidades de aquella tierra la festividad de San Sebastián. Destaca entre todas las que celebran en Poyales del Hoyo. Es uno de los pueblos más pequeños del valle, rodeado de arroyos de aguas transparentes y una naturaleza, que llaman virgen, y que a mí, acostumbrado al humo y al ruido, me parecería incómoda a poco que permaneciera a la intemperie, expuesto al frío o al calor, a la lluvia o al sol, a los mosquitos, a los cardos o al viento serrano: quizá fuera sólo capaz de disfrutar de la belleza de las estaciones suaves, el otoño y la primavera, y no en grades dosis. Me manda, decía, el Almanaque de la fiesta que editaron allá por 2003, lleno de coplas, versos y textos que celebran la fiesta, recuerdan al santo y disertan sobre su imagen, además de diversas curiosidades locales. Lo más sonado de la fiesta es un auto sacramental en el que, hacen descender a un San Sebastián de carne y hueso, del campanario de la iglesia y tras representar su martirio lo exhiben en procesión y en paños menores, por las calles del pueblo.
Ustedes saben que la historia de San Sebastián, como la de tantos otros santos, nos la contó Santiago de la Vorágine, en la “Leyenda Dorada”, allá por el siglo XIII. Sebastián era oriundo de Narbona y estaba avecindado en Milán, que ambas localidades todavía se disputan el origen del santo. Fue un general del imperio romano durante el mandato de los emperadores Diocleciano y Maximiano, que lo distinguieron con su amistad y, tal era la confianza que le tenían, lo pusieron al frente de la primera cohorte que daba escolta a los emperadores, la llamada guardia pretoriana. Estos emperadores pasaron a la historia como grandes perseguidores y matachines de cristianos. A la sazón, Sebastián lo era muy devoto y creyente. Se alistó en la milicia buscando únicamente confortar a los cristianos, expuestos a desfallecer en su fe en medio de las persecuciones a los que se veían sometidos. Descubierto al fin, después de muchas prédicas y milagros, el prefecto lo denunció al emperador Diocleciano, que le llamó a su presencia.
“-¡De modo que te has aprovechado del alto puesto que ocupabas en mi corte y de los honores que te he otorgado, y de la deferencia con que siempre te traté, para trabajar clandestinamente contra mí y contra los dioses del Imperio!
-Eso no es cierto, -replicó Sebastián. –Es verdad que soy cristiano y que adoro al Dios verdadero, pero siempre he deseado y procurado para ti y para el Imperio lo mejor.
De nada sirvieron los razonamientos del acusado. El emperador mandó que lo sacaran al campo, que lo ataran a un árbol y que un pelotón de soldados dispararan sus arcos contra él y lo mataran a flechazos. Los encargados de cumplir esta orden se ensañaron con el santo, clavando en su cuerpo tal cantidad de dardos que lo dejaron convertido en una especie de erizo, y, creyendo que ya había muerto, se marcharon. Pero Sebastián, pese a la gravedad del tormento a que fue sometido, no llegó a fallecer, después de que los soldados se ausentaron, alguien lo desató del árbol y lo liberó.”
Volvió a predicar y a ser apresado por Diocleciano, que ordenó que lo volvieran a torturar hasta la muerte y, esta vez sí, murió y fue arrojado a una cloaca, de donde fue sacado por los fieles, con la intercesión de Santa Lucía, y enterrado junto con los Apóstoles.

Actualmente, San Sebastián es muy conocido por el interés con que numerosos artistas a lo largo de la historia lo han utilizado como motivo de sus cuadros, pues fue el único caso en que la Iglesia toleró que se pintaran hombres desnudos. Nunca le he visto en ningún cuadro ensartado como un erizo o puercoespín, sino que desfallece atado a una columna o un árbol sufriendo las heridas de algunas fechas esparcidas por su cuerpo, al igual que la imagen, también sumamente erótica, del martirio de Santa Teresa de Bernini. Esa actitud de dolor sublime, ese cuerpo musculoso herido y ensangrentado, las posturas con que suele ser representado, que realzan el atractivo del cuerpo humano, lo han convertido, si no lo fue desde el principio, en un icono homosexual.
Hoy se pueden ver varios San Sebastián en la exposición, “Las lágrimas de Eros”, que siguiendo la estela de George Bataille, ha expuesto en Madrid la Fundación Thyssen. Pero son cientos, por no decir miles, las representaciones del santo que hay esparcidas por toda la cristiandad, colecciones, museos, iglesias, ermitas y demás lugares santos o profanos.
A mí personalmente siempre me ha atraído la fotografía que le hicieron al escritor, japonés y suicida, Yukio Mishima, que en una ocasión se hizo retratar disfrazado del santo. Su homosexualidad se ve claramente en toda su obra y en, especial, en “Confesiones de una máscara”, novela en la que cuenta el descubrimiento de su atracción homosexual ante una ilustración de San Sebastián, de Guido Reni, en un libro de arte, estremecido de pagano goce.

Y viendo las imágenes de las fiestas de Poyales y el gentío que acude al Auto sacramental, yo me pregunto –y que nadie se ofenda por mi prosa pagana–, si su éxito se debe al fervor a su santo patrón, a las ganas de celebrar que tienen sus habitantes, o a una oculta atracción para contemplar el cuerpo casi desnudo del joven que representa al santo. De todo habrá, imagino yo, en la viña del señor, y en las villas del Tiétar, y con los más diversos propósitos acudirán unos y otros. Por mi parte, este año no he podido asistir al Auto Sacramental debido a mis tribulaciones, pero del próximo año no pasa, allí estaré -es curiosidad lo que me atrae- y les contaré lo que allí vea, oiga y sienta. Luego dejaré aquel paraíso campestre y aldeano, y me volveré, en coche y feliz, a los horrores de la ciudad.

miércoles, 20 de enero de 2010

EL ESTUPOR Y LA MARAVILLA

No hace falta recibir ninguna carta para sobrevivir con decencia a la soledad: basta saber que alguien puede enviártela, basta saber que puedes recibirla.

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Al parecer, lo mejor para que se cumpla algún deseo es no luchar por su consecución.

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El problema de tener un abuelo gigante es que al nieto no le queda más remedio que ser un enano.

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Porque ese es el secreto: no hay que cansarse de mirar; no hay que retirar la mirada cuando se descubre la fealdad. La belleza sólo llega a quienes la esperan.

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No comprendo por qué nos inquieta tanto lo que está torcido. Un cuadro torcido llama la atención sobre sí mucho más que uno recto y, en este sentido, todo lo torcido posee una virtud de lo que lo recto carece por definición.

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La imaginación o riqueza interior es una cualidad muy beneficiosa para hacer frente a la soledad que suele comportar la vigilancia. La fantasía que he logrado desarrollar durante estos veintiséis años, como el ya mentado sentido de la observación, es también monstruosa. Y es que he llegado a un punto en el que todo –hasta lo más pequeño, sobre todo lo más pequeño– me produce un hondo estupor. Ante cualquier cosa que vea, toque, guste, oiga o huela, me sobreviene la impresión de estar ante una maravilla y eso es lo que he descubierto en estos años: el estupor y la maravilla.

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Y así como el silencio me ha enseñado el valor de la palabra –y este, el de aquel–, la soledad del museo me ha mostrado la dulzura de la compañía y su necesidad.

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Cuando algo fatiga, es que aún no se mira bien; quien se cansa de mirar algo no está todavía dentro de lo que mira. Por eso, precisamente, se cansa. En realidad, las personas empiezan a quererse cuando empiezan a mirarse; eso que llamamos amor consiste, después de todo, en mirar como conviene. Después de mirar algo adecuadamente, ya no podemos ser los mismos; después de mirar algo mucho tiempo, no podemos, sino cambiar de vida.

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Ser vigilante no es, pues, una simple ocupación: es un modo de ser y de estar en el mundo. Es imposible que la custodia de la belleza no imprima carácter.

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Quiero decir que la mejor forma de conocer muchas cosas es atender sólo a una. O, dicho de otra manera, que el mejor consejo que puede darse a quienes quieren conocer el mundo es que se queden en su casa. Para conocer el mundo, es sabido que no hay nada peor que viajar: los viajes son, precisamente, lo que más nos impide hacernos una idea del mundo. Cualquier viajero experimentado sabe que el atractivo de los viajes radica en que, por este medio, se consigue no estar en ningún sitio.

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Estoy de acuerdo en que el museo es uno de los lugares más aburridos que existen; pero al mismo tiempo, y precisamente por ello, es un lugar interesante. A decir verdad, no creo que pueda vivirse con intensidad sin la experiencia del aburrimiento. El aburrimiento es el más grave insulto de la vida: si hay Dios, no creo que aya nada en los humanos que le ofenda más. Y de esto es de lo que he querido hablar en este libro: de la perla que se esconde dentro de lo cotidiano, del milagro de lo vanal.

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Los hombres vienen a los museos en busca de belleza ¡Resulta tan estremecedor ver a todos esos hombres y mujeres, aquí, en respetuoso silencio, mendigando su pequeña ración de belleza!

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No es que Gabriele acompañe mis pensamientos, pues apenas la hago partícipe de ellos; ni siquiera sabe de muchos de mis sentimientos, que hasta estas memorias nunca me había atrevido a compartir. Pero Gabriele acompaña mi cuerpo, y eso –como he llegado a comprender– es mucho más importante que cualquier sentimiento que yo pueda albergar y, ciertamente, que todos los pensamientos que se me hayan podido ocurrir. Prefiero mil veces que abracen mi cuerpo que mis ideas, si es que alguna vez he tenido alguna que se pueda considerar propia. La presencia silenciosa de Gabriele, constante y fiable, me complace mucho más que las palabras de aprobación o rechazo que pudiera brindarme, en caso de que decidiese compartir con ella lo que siento o pienso.

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Solo merece la pena aquello a lo que precede una larga espera.

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También sé que lo esencial de una boca es la sonrisa, y por eso la espero siempre. Y que lo mejor de una vida es el amor, que por eso –estoy seguro– sólo he podido encontrarlo ahora, en este principio de mi final [...] Ese ojo que mira el mundo en sus mejores posibilidades es el que hace mayor justicia a las cosas, devolviéndoles su dignidad. Pero no hay mérito alguno por mi parte. Si hoy veo sobre todo el bien, es porque éste ha sido siempre, en el fondo, lo más visible. Entonces –cabría preguntar–, ¿es que no ha habido nada irritante o aburrido, nada feo o amargo en mi vida de vigilante? ¡Claro que sí! Pero yo he escrito solamente sobre el bien, porque el bien es lo cotidiano. Por el contrario, casi todos prefieren escribir sobre el mal; les gusta fijarse en lo infrecuente y lo violento. Quienes ven sobre todo el mal (¡pobres diablos!) son miopes, ¡ciegos! Ellos sólo ven los fuegos de artificio; sólo oyen el estruendo de las explosiones, incapaces de apreciar la sabiduría del silencio y de lo pequeño, que es siempre lo esencial.

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Perdemos media vida buscando librarnos de aquellos a quines debemos obediencia y la otra media, en busca de alguien a quien obedecer. Gracias a este mandato, en fin, comprendí que había recibido la vida para contarla. Ahora sé que ninguna vida merece la pena si no hay alguien ante quien narrarla o exponerla.

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Son fragmentos de “El estupor y la maravilla”, un novela de Pablo D´Ors. Sorprendente, hermoso y extraño monólogo de un vigilante de un Museo (Alois Vogel), extravagante personaje que nos cuenta su vida, reflexiones, manías y sentimientos. El libro es un (en)canto a la importancia de lo pequeño, y está lleno de perlas, como estas. El cuadro de El equilibrista, de Paul Klee, es parte de una de las hermosas historias que contienen estas páginas maravillosamente escritas.

domingo, 17 de enero de 2010

DICCIONARIO EPISTOLAR (y 5)

FILOSÓFICA.- Carta más bien aburrida, con la que algunos pedantes dan el tostón a quienes escriben, contándoles sus ideas y concepción del mundo. Son famosas las "Cartas filosóficas" de Voltaire.
HANFF, HELENE.- Escritora norteamericana (1918-1997), autora de la maravillosa novela epistolar “84 Charing Cross Road”. Un día de octubre de 1949, una joven escritora desconocida envía una carta desde Nueva York a “Marks & Co”, la librería situada en el número 84 de Charing Cross Road en Londres. Apasionada, maniática, extravagante y pobre, la escritora reclama al librero por carta volúmenes rarísimos durante más de veinte años. Este le contesta, casi siempre eficaz, de modo exquisitamente cortés. Pero poco a poco, la correspondencia va adquiriendo una familiaridad que se convierte en una intimidad casi amorosa. Esta correspondencia excéntrica y llena de encanto evoca, delicadamente, la importancia que ocupan en nuestra vida los libros..., y las librerías.
Anthony Hopkins y Anne Brancroft protagonizaron la película de los años ochenta basada en esta novela.

INSULTO.- Contenido propio de las cartas anónimas. Precisamente así, “Cartas anónimas”, se llama este microcuento:

La empresa se negó a subirle el suelo. Descargó su rabia y furor escribiendo una carta anónima al director, llena de amenazas, palabras soeces e insultos groseros que se extendían a todos los miembros de la familia, salpicando a la tercera generación. Al cabo de unos días, el director, con rostro grave, acompañado por un señor que tenía el aspecto de ser inspector de policía, les reunió a todos y solicitó escribieran al dictado una carta de su puño y letra, debidamente firmada, por supuesto. Respiró tranquilo porque su carta la había escrito a máquina. Al día siguiente diez compañeros fueron despedidos de la empresa y denunciados en el juzgado por “insultos y ofensas” en la persona del director. Otras ciento veinticinco cartas, escritas a máquina, quedaron sin poder aclararse su procedencia y autores de las mismas” (“Florecillas para ciudadanos respetuosos con la Ley”; Alonso Ibarrola).

NÁUFRAGO.- Individuo que escribe cartas muy particulares. Suelen ser mensajes de contenido desesperado, pidiendo socorro y rescate, de redacción breve, sin destinatario específico y que se envían arrojándolas al mar dentro de una botella..

PLUMA.- Para muchos autores es la mejor herramienta para redactar una carta. Toma su nombre de que, en su origen, se fabricaban con las plumas de las aves, cuyo cañón, cortado de manera especial, se mojaba en el tintero. Fueron evolucionando hasta las plumas estilográficas, auténticos instrumentos de placer.

"Hay la pluma que produce erratas quizá por propia comodidad. Hay la que tiene buena letra, la que quiere a toda costa hacer letra redondilla, con los ojos de las oes muy cerrados. Hay la que tiene una letra cercenada, más sincera que las demás y con la que el pensamiento disfruta rematando ideas...". (Ramón Gomez de la Serna: “Automoribundia”).

QUEIRÓS, EÇA DE.- Escritor portugués de éxito en el siglo XIX (1845-1900). Autor de la novela, “La correspondencia de Fadrique Mendes”, personaje singular, autor de cartas escritas desde París, que el autor da a conocer. Fadrique en sus cartas proclama la vuelta a lo genuino, denosta el liberalismo y la democratización de la vida pública y la igualdad de comportamientos e indumentarias, que le parecen insoportables. Tampoco es un romántico, sino propenso al culto de la forma y de la estética como estado superior de un arte idealizado. En realidad Fadrique fue un heterónimo del propio autor, a lo que tan amigo sería, ya en el siglo XX, otro compatriota suyo, Fernando Pessoa.
La novela es agradable y un ejemplo más de la literatura epistolar, hoy bastante olvidada.

REMITE.- Nota que se pone en las cartas para identificar a la persona que la envía. Su ausencia es presagio de sorpresa, secreto... (Ver voz “desconocida”). “No había más que aquellas hojas; ni la dirección del remitente, ni tan siquiera una firma” Stephan Zweig, "Carta de una desconocida".

TINTA.- El color de la tinta utilizada en las cartas es un importante elemento a tener en cuenta. No debe descuidarse su significado. Como todo el mundo sabe, cada color representa algo distinto: el rojo simboliza la pasión, el azul la confianza, el verde la esperanza, el amarillo el placer, el rosa la ingenuidad, el negro la seriedad y la triteza, el gris el aburrimiento, etc.... El escritor de cartas debe tener en cuenta también el color del papel y que su combinación con la tinta sea armoniosa, y sobre todo legible.

Los eruditos chinos, en su estudio, conservaban piezas de tinta china de diferentes colores. Una vez molida y confeccionada la tinta, escribían sus cartas, distintas para cada ocasión.

ULISES.- Personaje mitológico, cuyas desventuras nos cuenta Homero en la “Ilíada” y la “Odisea”. Estuvo diez años en la guerra de Troya y otros tantos perdido por los mares, y fue incapaz de escribir una sola carta a su mujer, Penélope, que a pesar de ello, rechazó a sus pretendientes y le guardó fidelidad haciendo calceta.
URGENTE.- Carta que se expide y cursa con especial rapidez..
WUNSCHZETTEL.- Los alemanes, que son muy suyos, llaman así a la carta a los Reyes Magos. Los cuerpos de estos monarcas de reinos de ubicación incierta, tanto geográfica como temporalmente, fueron enterrados en la catedral alemana de Colonia durante la Edad Media. Contestan a las cartas que les escriben enviando regalos, aunque no siempre los que les piden.

XIN-TAK-SIS.- Vocablo chino que designa la manera de enlazarse y ordenarse las palabras en las oraciones dentro de la carta. En esto de las cartas conviene cuidar la letra, la sintaxis y la ortografía.

YO.- Es el tema favorito del que tratan casi todas las cartas personales. Quien las escribe suele suponer que es tema de interés para el destinatario. Esas cartas se han convertido, con el paso de los siglos, en el mejor ejemplo de “literatura del yo”, que Tomasso Marinetti denostara, como género anticuado, en su Manifiesto del Futurismo, pero que sigue practicándose con profusión hoy en día.

ZOZOBRA.- Estado de ánimo del que teme que no le llegue una carta que tanto espera y que necesita recibir imperiosamente (véase la voz “anhelo”). Quienes mejor conocen esa situación son los náufragos (véase la voz “náufrago”), que la han experimentado físicamente, a bordo del barco que se hundió, y anímicamente, esperando que alguien lea su mensaje en la botella.
FINAL.- Víctor Hugo, que fue poeta, novelista y autor dramáico, que encima intervino en política y que sólo vivió ochenta y tres años, tuvo tiempo de escribir más de diecisiete mil cartas, todas ellas estupendas. A pesar de la agitación de nuestra época, es interesante escribir, al menos, una buena carta todos los meses. Se ha de empezar por tener a quien escribirlas, y si no se tiene se ha de buscar. Es lo que hace Antipático, y todas las veces que parece haber encontrado a alguien escribe, con el fin de añadir ese agrado feliz a su vida. Si no contestan no es culpa suya. Todo este esforzado diccionario no deja de ser una especie reclamo.
Las cartas no tienen por qué ser largas. Oscar Wilde, brillante escritor de numerosas cartas, escribió una de las mejores y más cortas que se han escrito nunca. En una ocasión recibió en una carta invitándole a una velada, que decía lo siguiente:

Lady X, estará el jueves día 25, en su mansión,
a partir de las 5 de la tarde
A lo que el escritor contestó:

Oscar Wilde, no.

sábado, 16 de enero de 2010

DICCIONARIO EPISTOLAR (4)

BERTA.- Nombre de la protagonista de la película de 1965, de Basilio Martín Patino, “Nueve cartas a Berta”, que se encuadra en lo que se denominó nuevo cine español, movimiento renovador que al final no tuvo la continuidad merecida. El filme se abre con una cita que toma el director de los versos del poeta Antonio Machado: “Esta es la historia de un español que quiere vivir, y a vivir empieza”. La película obtuvo la Concha de Plata en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Su argumento es el siguiente: Lorenzo acaba de regresar de Inglaterra, donde se ha enamorado de Berta, una chica hija de padres exiliados que nunca ha visto España. Lorenzo intenta a través de unas hermosas cartas que ella entienda cómo es el mundo en el que un día vivieron sus padres.

CALIGRAFÍA.- Se podría escribir un tratado sobre el tema. De hecho se han publicado innumerables libros y tratados sobre el arte de la caligrafía. Se puede escribir con letra de molde o en tintas de colores o poner dibujos al texto, se puede escribir en columnas como los chinos, o en espejo, como Leonardo da Vinci, pero ¡por Dios!, ante todo que sea la letra clara y se pueda leer, sin que haga falta ser maestro calígrafo. Nuestro olvidado Antonio de Guevara (ver la voz “contestar”), ironizando con la letra de uno de sus corresponsales, le escribe lo siguiente:

Las letras de vuestra mano escritas no sé para qué se cierran, y menos para qué se sellan, porque, hablando la verdad, por más segura tengo ya a vuestra carta abierta, que no a vuestra plata cerrada, pues a lo uno no le bastan candados, y a lo otro le sobran los sellos. Yo di a leer vuestra carta a Pedro Coronel para ver si venía en hebraico; dila al maestro Prejamo para que me dijese si estaba en caldeo; mostréla a Hameth Abducarin para ver si venía en arábigo; díla también al Sículo para que viese aquel estilo si era griego; enviésela al maestro Ayala para saber si era cosa de astrología; finalmente, la mostré a los alemanes, flamencos, italianos, ingleses, escocianos y franceses, los cuales todos me dicen que o es carta de burla, o escritura encantada. Como me dijeron muchos que no era posible sino que era carta encantada o endemoniada, determíneme de enviarla al gran nigromántico Joanes de Barbota, rogándole mucho que la leyese o conjurase, el cual me tornó a reescrbiir y avisar que él había la carta conjurado y aun metídola en cerco, y lo que alcazaba en este asunto era que la carta sin duda no tenía espíritus, más que me avisaba que el que la escribió debía estar espiritado. Por lo que os quiero y por lo que os debo, os aviso y ruego, señor, que de aquí adelante tomés estilo de mejorar la letra, si no, podéis encomendaros a Joanes de Barbota. Tan virgen escapara de mis manos la carta, como escapó la mujer de Putifar de manos de José” (Epístolas familiares).


EPISTOLARIOS.- Llámanse así a las colecciones de cartas privadas de una persona, que se agrupan por determinado periodo de tiempo o corresponsal, para su publicación, aunque fueron cartas personales no destinadas a que fueran divulgadas. Por eso se suelen publicar tras la muerte de los autores, que no hubieran tolerado tal intromisión en su intimidad. Se conocen innumerables epistolarios de personajes famosos, que nos permiten mirar a través de una mirilla, su vida privada, sus sentimientos y las contradicciones pavorosas entre su vida pública y la privada. Existe un blog especializado en cartas famosas.

ESCRIBIDOR DE CARTAS.- Persona que sabía leer y escribir, y que hacía de su oficio el escribir para otras personas analfabetas todo tipo cartas, entre ellas, las cartas de amor. Figura magnífica que permaneció hasta hace poco en algunas de nuestras plazas mayores de ciudades de provincias. Hoy esa función la suple Internet, la actual plaza o feria, donde todo se puede encontrar, en el que existen numerosos sitios que se ofrecen a escribir cartas, de amor o de otro tipo.


GIBRAN, KHALIL.- Poeta, pintor, novelista y ensayista libanés.Su obra cumbre , "El Profeta" se publicó con imagenes de su propia autoría.Mantuvo con la famosa escritora árabe Mary Zidayeh una correspondencia que duró 20 años y concluyó con la muerte de Gibran.
"Querida May:
Dices que soy un artista y un poeta.No soy artista, May, ni poeta.He pasado mis dias escribiendo y pintando, pero no estoy de acuerdo con mis dias y mis noches.Soy una nube, May, una nube que se mezcla con los objetos pero que nunca se une a ellos.Soy una nube , y en la nube está mi soledad, mi hambre y mi sed.pero mi desventura es que la nube anhela que le digan :No estás solo en este mundo , sino que somos dos , y sé quien eres."
Autorretrato (1960).


MENSAJERO.- Es la persona a quien se encomienda llevar las cartas cuya entrega no se quiere dejar al cuidado de los carteros. Son esenciales en las relaciones amorosas que se quieren mantener ocultas, y que se alimentan de las cartas de los amantes, donde conciertan sus citas y proclaman sus amores y deseos. Dado lo delicado de su misión, debe tener disposición, ingenio, inteligencia y discreción. Se ha utilizado mucho a las mujeres en la entrega de las cartas amorosas, para no levantar sospechas, sobre todo viejas como la Celestina o Trotaconventos. El descuido en la elección del mensajero, pueden llevar a la catástrofe a los amantes, como aquella historia en el que la negligencia en la entrega de una carta, dio con la muerte de dos famosos amantes, llamados Romeo y Julieta, según una historia que imaginó el insigne William Shakespeare.

LETAL.- Hay cartas que matan, como algunos amores.

Eran entonces las tres de la tarde, y nuestra amiga estuvo bastante tranquila hasta las cinco, de suerte que todos volvimos a tener algunas esperanzas. Por desgracia trajeron entonces una carta. Cuando quisieron entregársela, dijo desde luego que no quería recibir ninguna, y nadie insistió; pero desde aquel momento pareció más agitada. Poco después pregunto: ¿De dónde venía? No tenía marca. ¿Quién la había traído? No se sabia. ¿De parte de quien? No lo habían dicho a la tornera. Calló por algún tiempo; luego volvió a hablar, pero por sus frases interrumpidas y sin conexión, comprendimos que le entraba nuevamente el delirio.
Sin embargo, tuvo todavía un momento de serenidad, hasta que al fin pidió que le diesen la carta. Apenas fijó los ojos en ella, exclamó «¡De él! ¡Dios mío!». Y luego con voz fuerte, pero sofocada: «Tomadla, tomadla». Al instante hizo echar las cortinas de su cama y prohibió que nadie se llegase a ella; más casi al mismo tiempo tuvimos que hacerlo, porque el ataque había empezado de nuevo, con más violencia que nunca, agregándose unas convulsiones verdaderamente espantosas. Estos accidentes no han cesado en toda la noche, ... y no disimulo a vmd. que me queda poquísima esperanza.
Supongo que esta fatal carta será de Valmont...
"(Pierre Choderlos de Laclos: Las amistades peligrosas).

OLOR.- Sobre el olor o el perfume de las cartas mucho se podría decir. Desde un pasado milenario y en el lejano Oriente (ver la voz del Japón) en que ya se perfumaban las cartas, la humanidad no ha dejado de perfumar sus epístolas, sobre todo las de amor, con alguna fragancia o introduciendo pétalos de flor u hojas de plantas aromáticas. El olor en una carta, de flores o de algún perfume, dice mucho de quien la escribe y sugiere no poco a su destinatario. Hoy en día impregnar de olor nuestras cartas no es necesario, pues constituye una sorpresa que hay que añadir al hecho en sí de recibirla. En ningún caso conveniente que nuestras cartas huelan mal. No es práctica recomendable, escribirlas en la cocina, en un taller con humo, o en algún otro lugar que desprenda olores fuertes o desagradables; en esos lugares, por otra parte, se podrían manchar la carta, defecto en el que tampoco se debe incurrir. Los olores de la carta deben ser agradables y perfectamente reconocibles. Viene aquí a cuento dar noticia de que en 1685, Loreno Magalotti (1637-1712) escribió unas “Cartas sobre los olores” (Lettere sugli odori), que fueron publicadas en Florencia en 1721, en las que, en un tono de placentera y refinada conversación, diserta sobre la facilidad del olfato de inducirnos a error, por ser órgano imperfecto, y ensalza la experiencia olfativa, comentando, de paso, el estado de la civilización de los diversos países, con respecto a los olores. Cuidado, pues, al o “adornar” con olores las cartas.

PAPEL.- Tan importante es en las cartas su contenido, como el color, gramaje y textura del papel con que se escriben, si está o no timbrado o adornado con alguna filigrana, dibujo, marca o emblema personal de quien la escribe, si es antiguo o nuevo, si es siempre igual o distinto para cada tipo de misiva. Denotan el cuidado y mimo con que se escriben, y la atención y el amor a quien se envían.

ROBO.- No sólo abrir y leer las cartas ha sido frecuente lamentablemente (ver la voz "secreto"), sino también su robo. Edgar Allan Poe, escritor estadounidese (1809-1849 ), escribió el famoso cuento La carta robada. En él nos cuenta la historia de una importantísima carta que ha sido robada y escondida por el ladrón en su casa. El ladrón era un ministro que chantajeaba, con su comprometedor contenido, a una persona eminente de la casa real. A pesar de los esfuerzos de la policía durante meses, que ha realizado minuciosos e interminables registros, no es posible encontrarla. El Inspector de la policía le cuenta el caso a unos amigos en el club, que le iluminan en una sorprendente solución.

SECRETO.- El secreto de la correspondencia es un derecho inherente a la intimidad de las personas. Es muy frecuente que no se respete, sobre todo en el ámbito familiar y doméstico, por lo que han de guardarse muy bien las cartas que uno recibe si no quiere que sean leídas por los demás, o incluso deben destruirse si su contenido es comprometedor para los corresponsales. Es un derecho comúnmente vulnerado, a pesar de que todo el mundo sabe que violarlo es un delito. Nuestro código penal lo dice bien clarito: “El que, para descubrir los secretos o vulnerar la intimidad de otro, sin su consentimiento, se apodere de sus papeles, cartas, mensajes de correo electrónico o cualesquiera otros documentos o efectos personales o intercepte sus telecomunicaciones o utilice artificios técnicos de escucha, transmisión, grabación o reproducción del sonido o de la imagen, o de cualquier otra señal de comunicación, será castigado con las penas de prisión de uno a cuatro años y multa de doce a veinticuatro meses” (artículo 197). Así que, ya saben ustedes, ¡mucho cuidado con las cartas¡

SELLO.- Admite, en este diccionario, varias acepciones. 1. Arte gráfico que acompaña a una carta, su precio nos permite enviarla a mayor o menor distancia. 2. Juego simple de niños y no tan niños. Las fases del juego son las siguiente: despegarlo de las cartas, sumergiéndolos bajo agua durante unos minutos, es placer sencillo; colocarlo encima de una toalla y observar su curvatura; prensarlo entre las hojas de un libro. Cuando se adopta la forma de coleccionismo es llamado filatelia. 3. Hermano del papel, en su uso y en su descanso después de viajar con él. 4.Tesoro de la infancia.

WEST, NATHANAEL.- Escritor norteamericano (1903-1940), autor de la novela “Miss Lonelyhearts” (señorita Corazones solitarios), en la que cuenta la historia de un oscuro periodista que utiliza ese pseudónimo para firmar el consultorio sentimental de un diario de Nueva York, al que escriben cartas los lectores, sobre todo lectoras, buscando las tres C (consuelo, consejo y comprensión), o huyendo de su desgracia y soledad. A lo largo de la novela, el dolor ajeno acaba interfiriendo en su propia vida, hasta que ambos planos se confunden. Novela triste y melancólica en verdad, donde se ve que las nobles intenciones son inútiles instrumentos para modificar la sombría realidad. No apta para seres deprimidos o depresivos. Por eso no se aconseja escribir cartas a los consultorios sentimentales.

jueves, 14 de enero de 2010

DICCIONARIO EPISTOLAR (3)

ABIERTAS.- Son aquellas cartas que, aún dirigidas a una determinada persona, se destinan a su publicación, bien en algún medio de comunicación, bien en formato de libro. Muchas de ellas no han resistido el paso del tiempo, pues su interés radicaba en las circunstancias del tiempo y lugar en que fueron escritas. No suelen tener carácter personal, por lo que no interesan al propósito de este diccionario.

Pese a ello diremos que han sido muchos los libros que se han escrito recopilando cartas, reales o simuladas, para tratar de los más diversos temas, crónicas de viajes, cuestiones filosóficas, poéticas, políticas, religiosas, amorosas... He aquí algunos ejemplos: Cartas a un joven poeta (R.M. Rilke), Carta al Padre (J. Kafka), Cartas de la montaña (J.J. Rousseau), Cartas eruditas y Curiosas (Benito Jerónimo Feijoo), Epístolas familiares (F. Antonio de Guevara), Epístolas (S. Pablo), Epístola moral a Fabio, en forma de poema (B.L. de Argensola), Epístolas (Epicuro), Epístola sobre la tolerancia (J. Locke), o Cartas de España (J.Mª Blanco White).

AMOR.- Las cartas de amor son tan antiguas como el arte de amar. Normalmente durante cientos de años la comunicación y el tanteo entre los amantes fue escrito a través de cartas, largas o cortas, de billetes, mensajes, intercambios, etc. Para eso se necesitaba un cierto alfabetismo. Por esto, durante un largo periodo de tiempo ha sido habitual en la historia humana, al menos en la que conocemos. Veamos dos ejemplos.

Si los amantes siguen en relaciones, tras lo dicho viene la correspondencia por medio de cartas, y en esto de las cartas hay maravillas.
“Yo he visto enamorados que se dan prisa en romper a pedazos las cartas, una vez leídas, o en desleir la tinta con agua, o en borrar su escritura, por ¡cuántas mancillas no han tenido principio en una carta!... Conviene que la forma de estas cartas sea la más graciosa de todas, y su disposición la más placiente.
“Por la vida mía, la carta, en ciertos lances, sirve de lengua al amante, cuando éste se encuentra impedido para hablar o sufre sonrojo o timidez. Tan es así, que cuando el amante sabe que la carta ha llegado al amado y que éste la ha tenido en sus manos y la ha visto, siente un arrobo maravilloso que vale por una entrevista. En recibir la respuesta y en contemplarla hay asimismo una alegría que suple al encuentro. Por eso verás que el enamorado se pone la carta sobre los ojos o sobre el corazón y la estrecha. Yo me acuerdo haber conocido algunos enamorados que hablaban con desembarazo, describían con soltura, sabían decir sus sentires de manera acabada y tenían perspicacia y sutileza para apreciar la realidad, y, con todo, no renunciaban a la correspondencia, aún siéndoles hacedero unirse con el amado, por vivir cerca y serles posible la visita. Y es que se cuenta que en la correspondencia hay muchas suertes de placer. Hasta me han dicho de un hombre depravado y de bajos instintos que ponía la carta de su amada sobre su miembro; pero esto es un género de fea rijosidad y un ejemplo de excesiva incontinencia.
“Respecto al hecho de mezclar la tinta con lágrimas, yo conozco a uno que lo hacía, y a quien su amada correspondía mezclando la tinta con saliva.... Yo he visto una carta de un amante a su amado: aquél se había hecho una herida en la mano con un cuchillo, había dejado correr la sangre y, mojando en ella, había escrito la carta. Cuando yo la vi después de seca, me pareció que estaba escrita con lacre.”
Ibn Hazm de Córdoba: “El collar de la paloma”.

“Aprende las buenas letras, es mi consejo, juventud romana, no sólo para que protejas al reo tembloroso. Tan como el pueblo y el juez circunspecto y el senado escogido, así también la joven se entregará rendida a tu elocuencia. Pero que tus recursos queden ocultos, no seas elocuente con descaro; tus expresiones eviten palabras cargantes ¿Quién si no un mentecato le echa discursos a la tierna amada? Muchas veces un exceso de cultura fue motivo de desdenes, sea tu estilo natural y tus palabras sencillas aunque lisonjeras, de modo que parezca que hablas tú en persona”. Ovidio: “Arte de Amar”.

Rafael Argullol, en su blog, comenta que, de manera violenta la aparición del teléfono rompió esto, y nos sumió en una atmósfera de cine negro. En realidad, el cine negro de los cuarentas o cincuentas es la exaltación del teléfono. En las películas la gente no se enviaba cartas, sino que se telefoneaba, y de ahí la crudeza, la violencia y la brutalidad de las relaciones, y la intensidad pasional de las relaciones, porque muchas veces no había siquiera el tanteo previo. Nuestra época, curiosamente, le ha dado la vuelta a todo eso. La comunicación amorosa directa por teléfono ha disminuido muchísimo respecto a lo que era durante el siglo pasado, y hemos vuelto de nuevo a una forma de tanteo escrito, sea a través del email, o del sms, que no deja de recordar aquellos billetes y aquellos tickets que se enviaban los aspirantes a amantes o los amantes en épocas previas a la comunicación verbal. Te doy la razón, pero ha habido un paréntesis en la historia humana moderna y marcado precisamente por el cine en el que la comunicación era directamente telefónica. En el cine clásico predomina la comunicación telefónica, apenas se mandan cartas. Hacen estas llamadas que te introducen a toda la incertidumbre e inquietud que tiene el teléfono: ¿cómo me contestará?, ¿qué tono utilizará?, ¿me contestará? Además, el teléfono exigía que tú mismo fueras en tiempo real variando tu propia táctica en función de las respuestas que ibas recibiendo. Casi no podías pensar. En cambio con el sms, aunque aparenta un tiempo real, tienes unos segundos, minutos u horas para pensar e introducir un elemento que en cierto modo recuerda al antiguo mensaje y a la antigua carta.

Pero la carta de amor quizá ya graznó su canto de cisne sin que lo supiéramos ¿fue su epitafio la angustiada frase de Kafka ("los fantasmas se beben nuestros besos por el camino"), la melancólica chabacanería de Joyce, las ternezas de Kurt Tucholsky o alguno de los tangos que se placen en contrastar lozanías de pasión con reumatismos de la desilusión?
En este género literario siempre sorprendemos a nuestros admirados bajo otra luz: Oscar Wilde en sus solicitadas a los diarios es altivo y brillante pero en sus cartas privadas un mendigo sensiblero; Perón carece de ambición política y es entrañablemente cariñoso en sus mensajes a Evita, Henry Miller es menos erotómano y violento, Picasso inventa un "te amo en todos los colores", Heidegger relativiza el concepto desoculto de verdad para excusar ante su esposa Elfride una de sus tantísimas infidelidades, Napoleón, asquerosamente depravado, ordena a Josefina: "Llego en dos semanas: no te bañes". O las enigmáticas cartas de amor de “Seda”, de Alessandro Baricco.
Hay tantas clases de cartas de amor, como amores hay en este mundo. Pero aquel que vive su amor por correspondencia, no puede dejar de sentir, la ansiedad de recibir otra carta, lo que la golondrina llama “anhelo”, pues así debió sentirlo.

ANHELO.- Deseo vehemente de encontrar esa carta en el buzón-bandeja de entrada. Dependiendo del remitente, puede ir acompañado de ilusión, añoranza, desasosiego, avidez y a veces incluso obsesión, desembocando en una maravillosa sensación placentera una vez leídas y releídas esas líneas, objeto de deseo.

ANTIGUA.- La carta personal más antigua que se conoce fue escrita por un soldado egipcio alrededor del año 2400 a. de C. En ella, además de otras consideraciones de índole personal, se queja de la mala calidad de los uniformes.

DICCIONARIO EPISTOLAR (2)

BUZÓN.- Depósito donde se meten las cartas para que lleguen a sus destinatarios. Existen varios tipos. Unos están instalados en la vía pública. Allí los escritores de cartas las introducen para que los carteros las recojan a determinadas horas del día y procedan, después de su clasificación, a su reparto. Otros están en la entrada de las casas particulares, para que allí las depositen los carteros, y sean recogidas por su destinatario en su domicilio. Hay otros tipos de buzones, como los de sugerencias o quejas, o los que, en Venecia, se utilizaban para hacer denuncias anónimas. Eran buzones siniestros, envidiosos, donde los ciudadanos cainitas y cobardes acusaban a otros de traición, como la famosa “bocca di leone”, que todavía puede verse en el Palacio Ducal.

La mejor definición de buzón, sin embargo, es esta: “Objeto absolutamente cotidiano que en determinados momentos puede llegar a encerrar todo tipo de papel, tinta, lágrimas, sueños, deseos, anhelos...”. Nos la ha prestado la eminente profesora, pedagoga, micóloga, lectora empedernida y directora de la mejor escuela del Valle del Tiétar, que se hace llamar Regenta, que nos recuerda que Mario Benedetti, escribió este poema, llamado “Buzón de tiempo”:

En el buzón de tiempo se deslizan
la pasión desolada / el goce trémulo
y allí queda esperando su destino
la paz involuntaria de la infancia /
hay un enigma en el buzón de tiempo
un llamador de dudas y candores
un legajo de angustia / una libranza
con todos los valores declarados.
En el buzón de tiempo hay alegrías
Que nadie va a exigir / que nadie nunca
Reclamará / y acabarán marchitas
Añorando el sabor de la intemperie
Y sin embargo / del buzón de tiempo
Saldrán de pronto cartas volanderas
Dispuestas a fincarse en algún sueño
Donde aguarden los sustos del azar

ESCRITOR DE CARTAS.- Desde hace años se le consideró un ser extraño. Hoy es una especie amenazada de extinción. “...no, no había un solo tipo sociable. Todos éramos por naturaleza escritores de cartas” (J.D. Salinger: Nueve Cuentos).
CONTESTAR.- Cosa que se debe hacer con todas las cartas que se reciben, y que con frecuencia, por pereza u otras razones, no se hace o se hace con mucho retraso. Es causa muy frecuente de la interrupción de la correspondencia entre dos personas. Hay que citar aquí, a nuestro olvidado Fray Antonio de Guevara, que una vez dijo, ante la tardanza en recibir una carta, lo siguiente: "Vuestras cartas, señor, son tan cuerdas y tan bien preveídas, que antes que salgan de su tierra dejan ya hecho el agosto y vendimia. Si como era carta fuera cecina, ella hubiera tenido tiempo para venir bien sazonada, porque ya hubiera tomado la sal y aun descolgádose del humo. Las cartas que habéis, señor, de enviar, y las hijas que habéis de casar, no curéis de dejarlas mucho añejar, porque en mi tierra no dejan añejar otra cosa sino los tocinos que han de comer y las cubas que han de beber”. Nos cuenta el fraile también que los emperadores romanos no quería leer y menos proveer, las cartas con una antigüedad mayor de veinte días.

Por eso contestar las cartas recibidas, sobre todo si son personales, es cosa que debe hacerse sin excusa ni retraso.

DESCONOCIDA.- "Cuando por la mañana temprano el famoso novelista R. Regresó a Viena después de una refrescante salida de tres días a la montaña, decidió comprar el periódico. Al pasarla vista por encima de la fecha, recordó que era su cumpleaños. Cuarenta y uno, se dijo, pero esta constatación no le agradable ni le desagradaba. Echó un vistazo a las crujientes páginas del periódico y se fue a su casa en un coche de alquiler. El mayordomo le informó de dos visitas y de algunas llamadas recibidas durante su ausencia, y le entregó el correo acumulado en una bandeja. Él lo examinó con indolencia y abrió un par de sobres cuyos remitentes le interesaron; vio una carta con caligrafía desconocida apariencia demasiado voluminosa que, en un principio, dejó de lado. Entretanto le sirvieron el té. Se reclinó cómodamente en la butaca, hojeó el periódico y algunos folletos. Después encendió un cigarro y cogió la carta a la que no había prestado atención. "Era un pliego de unos veinticinco folios escritos precipitadamente con letra femenina, desconocida y nerviosa; más que una carta parecía un manuscrito. Palpó de nuevo el sobre, instintivamente, por si encontraba alguna nota aclaratoria. Estaba vacío. En él no había más que aquellas hojas; ni la dirección del remitente ni tan siquiera una firma. Qué extraño, pensó, y cogió nuevamente la carta. «A ti, que nunca me has conocido», ponía como encabezamiento, como si fuera un título. Perplejo, se planteó: ¿Iba esto dirigido a él o a una persona imaginaria? De pronto se despertó su curiosidad, y empezó a leer." (Stephan Zweig: Carta de una desconocida).

JAPÓN.- En el Japón de la era Heian (siglo X), descrito magistralmente en la novela "Historia de Genji", la comunicación epistolar, reservada a los estamentos altos de la sociedad, se realizaba con una primorosa caligrafía, realizada con pincel y tinta china, sobre papeles de diferentes texturas, colores y perfumes, a las que se acompañaba algún objeto, como un abanico, una rama o una flor, y que se enviaban a través de un mensajero. Todos esos signos externos estaban dotados de significados, que se correspondían con el mensaje, el destinatario, el autor y la situación concreta en la que eran escritas esas maravillosas cartas. Destaca por su interés la “carta de la mañana siguiente”, que dirigía el amante a su amada, una vez abandonado el lecho, a la mañana siguiente del encuentro amoroso, para manifestar su felicidad y gratitud por la generosidad de la mujer, lamentar la obligada separación y hacer votos por un próximo encuentro.

KLEE, PAUL.- Pintor suizo (1879-1940), que supo, en su obra Espíritu de una carta reflejar la complejidad de sentimientos que puede contener una carta, su tristeza y también su desamparo antes de que llegue a su destino y sea leída por su destinatario.

En su vida dejó escritas numerosas cartas a través de las cuales podemos comprender mejor su obra y su pensamiento.

miércoles, 13 de enero de 2010

DICCIONARIO EPISTOLAR (1)

INTRODUCCIÓN
Hablo de las epístolas, esos escritos de carácter privado dirigidos por una persona a otra, con el ánimo de entablar una comunicación personal, dándose noticia mutua de los acontecimientos de su existencia, o de sus sentimientos e ideas. No me refiero al vastísimo campo, para mí inabarcable, que queda fuera de esta definición: los naipes y juegos de cartas, los documentos, las cartas náuticas o de marear, las cartas de pago, las cartas credenciales, las de recomendación, la carta de hidalguía, de vecindad, etc, etc...

Durante el siglo pasado, sobre todo después de la guerra, la progresiva extensión del uso del teléfono redujo el hábito de escribir cartas personales. Tan sólo se entablaban relaciones epistolares cuando la distancia impedía, o hacía muy caro, el uso del teléfono para tales fines. La aparición de Internet y del correo electrónico, desde hace quince años, ha resucitado el hábito de escribir para comunicarnos personalmente. Pero, ¿estamos realmente ante el mismo medio de comunicación?

Yo pienso que no, pues se ha perdido aquel ritual de escribir las cartas a mano sobre un buen papel, meterlas en un sobre con la dirección del destinatario, pegar el sello, echarlas al correo y esperar la respuesta. Y no estoy hablando sólo del aspecto material, físico, de la correspondencia de antaño. La inmediatez del envío y de la recepción, tanto del correo electrónico, como de blogs, foros, chats, comunidades virtuales de usuarios y demás arsenal de medios que nos brinda Internet, ha hecho desaparecer una específica manera de contar las cosas, porque ya no escribimos las mismas cosas que entonces, ese lenguaje está definitivamente perdido, pues, como preveía Macluhan, "el medio es el mensaje".

Las relaciones epistolares han sido machacadas por las conversaciones telefónicas, que cuando son breves no sirven para expresarnos, y cuando no lo son, nos torturan las orejas; y después sepultadas por las “nótulas electrónicas”, en los que una declaración de amor es un sms de este tenor: “tqm”.

Dentro de poco, cuando desaparezca nuestra generación, ya nadie conservará esos preciosos documentos en los que se resumía una mili, una estancia en el extranjero, un noviazgo, unas vacaciones o una amistad. Esas cartas antes se guardaban en cajas o atadas con cintas y han permitido conocer y comprender las cuitas de no pocos artistas, políticos, literatos, seres notables que han brillado en la tierra, o simplemente de nuestros familiares. Ahora mismo, toda esa información, que se sigue generando en medios electrónicos y telemáticos, ¿en qué baúl o buhardilla están almacenados? Ahora ya nadie disfruta del placer de recibir una carta de un amigo o de un amor, simplemente, porque no reciben ninguna. ¿Quién de nosotros que un día disfrutó de ese placer aspira hoy a mantenerlo? Se nos está olvidando. Y eso, por no hablar de todo un género literario, el epistolar, llamado a desaparecer. Habrá que decir: “Adiós a todo eso”, como hizo Robert Graves cuando decidió abandonar su antigua vida

La única fuente de esperanza es saber que recibir una carta en el buzón de casa sigue teniendo un enorme atractivo, pues ¿a quién no le gusta, al abrir el buzón, encontrar algo que no sea correo bancario o publicidad?

Por eso, declaro mi espíritu de resistencia frente a este estado de las cosas, aunque soy consciente de la inutilidad del gesto. Ahora, antes de que nos olvidemos de que no hace mucho tiempo la gente escribía por carta sus amores, sus perdones y resentimientos, sus viajes y avatares, sus ideas y lecturas, su pensamiento y sus sentimientos, quiero rendir un pequeño homenaje a ese mundo de las epístolas, pavorosamente perdido, iniciando una DICCIONARIO EPISTOLAR. El proyecto es muy superior a mis fuerzas, por lo que sólo pretendo incluir unas primeras voces, necesariamente provisionales. Lo demás lo confío a la colaboración de mis escasos lectores, para que con sus comentarios aporten algo a mi pequeño diccionario. Se irá añadiendo todo lo que me queráis sugerir, siempre que tenga sentido. No os dejéis engañar por el tono serio que a veces adopta este blog, pues se pueden comentar chistes, sucesos reales, citas de literatos o artistas, noticias de todo tipo, etc... También se pueden comentar las voces ya publicadas, proponiendo correcciones, añadidos, o cualquier otra observación a lo ya dicho.

¡COLABORA YA, HAY PREMIO! Si el proyecto progresa adecuadamente, editaré otro cuaderno del antipático, una copia del cual haré llegar a todos los participantes.

Empezaremos, pues, poniendo las tres primeras voces al diccionario.

ARTE POSTAL.- Es un circuito o tendencia alternativa de Arte que consiste básicamente en la realización de obras, en técnica libre, sobre soportes que "acepten" ser enviados por correo, y esto depende mucho de las normas que tengan las administraciones postales de cada país. Las obras adquieren los más variados formatos (dibujo/pintura/fotografía/digital/collage...), o se incorporan al papel timbrado; pueden ser enviadas como una postal (sin sobre) o convertir el sobre también en "obra creativa"; por supuesto los sellos, matasellos etc., acaban formando parte de la obra, de su historia, de su "viaje", etc. A veces son, en fin, poemas visuales que conjugan texto e imagen o... lo que cada artista desea enviar. Existen tantas posibilidades y variaciones, cuantos artistas...y carteros existen. El problema, si lo hay, lo tendrá "Mr. Postman", pero su misión es... que el correo llegue a su destinatario y si no... devolverlo al remitente.

Para el artista postal, el arte es, sobretodo, un producto de comunicación y no una mercancía que deba venderse en galerías y en los circuitos tradicionales del arte. Como resultado, crea su propio lenguaje, anteponiéndose a los medios de comunicación de masa. Se caracteriza por ser una manera rápida y amplia de difusión artística. La facilidad de su producción, almacenamiento y consumo, hacen del arte postal una manifestación artística donde su modo de hacer es cotidiano y está al alcance de cualquiera.

Breve historia del arte postal: Sus antecedentes históricos se pueden encontrar en las experiencias de los futuristas, dadaístas, surrealistas, artistas pop, neodadaístas, neorrealistas y conceptualistas están. Francis Picabia y Marcel Duchamp enviaban, como divertimento, pequeñas postales metálicas a sus colegas. Kurt Schwitters elabora sus Merz con materiales recopilados de la basura, más adelante se interesa por las interferencias en los servicios postales y crea su propio sello de caucho.

Pero la creación del arte postal como tal se suele situar a raíz del grupo Fluxus. El año 1962 es considerado el momento formal de su surgimiento, cuando el artista neodadaísta americano Ray Johnson (1927-1995) crea su "New York Correspondance School of Art". Este artista llevaba desde 1955 realizando envíos "Moticos", que eran collages de trozos de papel que enviaba a una lista de destinatarios, con la consigna “altéralos y pásalos”. En 1965 Dich Higgins publicó el libro “The paper snake” con los moticos que había ido recibiendo de Jonson.

Hoy, el arte postal cuenta no sólo con artistas plásticos, sino también con poetas, músicos, arquitectos, fotógrafos -conocidos o no-, que encontraron en ese medio una manera particular y especial de expresión. Desde entonces las experiencias de arte postal y las exposiciones sobre este fenómeno no han hecho sino extenderse en todos los países.

¿Y tú, por qué no te animas? ¿Quien sabe si puedes ser autor o receptor? Al placer de escribir y recibir cartas, le puedes añadir el encuentro de una "pequeña obra de arte" en tu buzón, que un nuevo amigo te envía...

CARTERO.- Funcionario de correos encargado de repartir las cartas en los domicilios de sus destinatarios. Antaño iban con su uniforme y su bolsón de cuero al hombro y hacían cuanto era posible para realizar la entrega. Siempre llamaban dos veces. Hoy van mal vestidos y con un carrito de la compra amarillo, realizan su trabajo a cambio de un contrato laboral precario y un sueldo miserable. ¿Alguien recuerda hoy la ilusión, la impaciencia y los nervios que se sentían esperando al cartero para que nos trajera aquella carta? Para quien lo haya olvidado se recomienda escuchar la versión original de la canción, "Please, mr. postman", que tantas veces han interpretado otros muchos.



VERMEER DE DELFT, JAN.- Pintor holandés (1632-1675). Fue el autor que, probablemente, mejor reflejó la emoción de escribir y recibir cartas. Sus maravillosos cuadros ambientados en el ámbito doméstico de la Holanda del siglo XVII, normalmente cerca de ventanas.
En algunos cuadros representa a mujeres escribiendo cartas: en uno, una mujer lujosamente vestida, parece sorprendida escribiendo una carta, mientras mira hacia un lado. Va vestida lujosamente, con perlas, de amarillo, que según Andrea Alciati, en sus Emblemas, era color "amantibus et scortis aptus". En otro cuadro, una mujer escribe una carta a la luz de un ventana de vidrios emplomados y una cortina blanca, sobre una mesa cubierta con un tapiz rojo. Escribe en presencia de su criada, que será, sin duda, la confidente que sirva de mensajero. El cuadro del fondo, representa a Moisés rescatado de las aguas, que simbolizaba entonces el espinoso asunto de los niños no deseados.
En otros cuadros se representaban a mujeres, leyendo alguna carta: una mujer embarazada, probablemente la carta sea de su marido, que se encuentra de viaje en algún lejano lugar, o al menos eso sugiere el mapa del mundo que se divisa colgado en la pared; otra lee lo que sin duda parece, por su expresión de emoción contenida, una carta de amor..., en la reserva de su dormitorio, al lado de su cama. Las manzanas que hay encima de la cama representan el fruto prohibido.