martes, 29 de marzo de 2011

GÉRÔME Y CHARDIN: EL GRAN ARTE Y LA INTIMIDAD


Chardin
Aprovechando que este año se celebra en nuestro país la cultura rusa, se ha programado en mi ciudad una serie de exposiciones de pintura francesa. Entre otras, estos días se exponen las obras de dos pintores franceses: Jean León Gérôme (1824-1904) en el Museo Thyssen; y Jean Simeón Chardin (1699-1779) en el Museo del Prado. 

Poco sé de Gérôme. Pintor academicista, pero al parecer poco ortodoxo, se dedicó a crear mundos pictóricos inéditos, y a contar grandes historias clásicas, de la antigüedad y temas orientales, ajenos a su época y a su vida, como gladiadores romanos, baños turcos o mitos. Es el pintor de lo exótico, el narrador de todo.
Gérôme. Pollice verso
La primera noticia que tuve de Chardin se la debo al poeta Juan Gil Albert, que en sus memorias, tituladas Crónica General, escritas con una prosa refinada y ejemplar, recoge sus primeras experiencias y las cosas que le marcaron en su juventud. Él decía que sobre ese material virgen, que uno es en los primeros años de vida, se inscribe a perpetuidad quien se va a ser, mucho antes de que hayamos aprendido a ser el que quieren que seamos. Volviendo al tema, digo, que leía esas memorias cuando me encontré con una pasaje en el que recuerda una visita al Museo del Louvre, y en la que habla a Chardin:

Chardin

“No debo dejar pasar como dato preliminar de esas nupcias de mi espíritu, el encuentro, en las salas del Louvre dedicadas a la escuela francesa, con Chardin. Se veían allí frutos sobre alguna mesa, una chocolatera de porcelana, tazas puestas al descuido, unos brioches, y sobre todo, una luz clara, módica, sin contrastes, sin patetismos, que baña las cosas, un como buen gusto casero que hacía vivir esos objetos en una atmósfera de lo que yo llamaría un fino bienestar medio, que dista tanto de la ampulosidad burguesa de los lujosos bodegones flamencos como de la exquisita abstracción monacal de los limones del Prado en las naturalezas muertas de nuestro Zurbarán; en Chardin estaba patente el tacto de la vida, la gustosidad del vivir, la encantadora medianía de los ratos fugaces que no están hechos de exaltación, de ostentación, ni de éxtasis, sino simplemente del goce culto de la vida ordinaria en el fluir de sus días normales hechos de insignificantes intimidades. Chardin, a su hora, me llevaría de la mano a presentarme en su postrero familiar, Bonnard, heredo feliz de su savia, tal vez acrecentada por una mayor dejadez sensual de los tiempos, como la mujer, al aflojarse el corsé, parece que se esponja. (...)”

Las veces que he visitado el Louvre, acordándome de la lectura de Gil Albert, me he detenido a contemplar el arte intimista de Chardin, pero saturado de tanta belleza y tanto arte, entre tanta gente y tanto ruido, nunca he podido apreciar aquella exaltación antigua de la vida casera y gustosa que emanaba de sus cuadros. Aún menos he podido apreciar a Gérôme, pues apenas si he sentido algún interés por este pintor, salvo que una vez me interesó su cuadro Friné. Claro que nunca me topé con la lectura de ningún admirador suyo, que me lo hiciera ver bajo una luz especial.

Vermeer de Delft.
Ambos pintores representan dos visiones de la pintura radicalmente opuestas. En mi primera visita al Rijkmuseum de Ámsterdam sentía una enorme emoción pensando que iba a encontrarme con la famosa Ronda de noche de Rembrandt, sin poder imaginarme que, cuando saliera del museo, el recuerdo insobornable que me iba a llevar de él era el de una joven esposa encinta que leía una carta a la luz de una ventana en un pequeño, pero maravilloso cuadro de Vermeer. Ignoraba entonces que Vermeer había tenido entre sus incondicionales a Marcel Proust, pero la lección recibida se podía resumir en algo tan obvio como que el arte se puede dividir en dos grandes apartados: el que narra el mundo exterior y el que se centra en la intimidad de su autor. Desde entonces, yo he preferido siempre éste último.

Esta semana iré a ver ambas exposiciones. Iré sólo, a deshora y en silencio, para poder apreciar los sutiles colores y esa luz clara de Chardin, para poder penetrar la intimidad de su vida. No tanto recogimiento me exigirá la pintura de Gérôme. Las expectativas de pasar un rato agradable son altas. Ojalá pueda llegar a sentir la misma emoción que Juan Gil Albert ante el arte del primero..., o a sorprenderme de los mundos fulgurantes del segundo. Quien sabe, a lo mejor me llevo otra sorpresa, como en Ámsterdam pero al revés, y quedo transportado desvelando el esplendor del gran arte. Igual me pasa como  Friné, cuando iba a ser condenada a muerte por el tribunal que la juzgaba, su abogado, desveló toda su belleza, y fue absuelta por los magistrados deslumbrados. En fin, ¿llegaré a entender alguna vez de pintura? Deséenme suerte.
Frine. Gérôme

sábado, 26 de marzo de 2011

LOS AZARES DE LA MUERTE

El pasado día 24 de marzo se conmemoraba, en realidad aquí nadie conmemoró nada, el aniversario de la muerte del músico catalán Enrique Granados (1867-1916).

A raíz del éxito de la suite pianística Goyescas, la Ópera de París encargó a Granados una ópera. El compositor planteó la adaptación del material pianístico de Goyescas en obra lírica y se trasladó a una casa que el musicólogo Kurt Schindler le prestó en Suiza, donde terminó el trabajo. El estallido de la Primera Guerra Mundial desbarató el proyecto del estreno parisino, y el Metropolitan Opera House de Nueva York se ofreció para la primicia. Allí coincidiría con Pablo Casals, quien ensayó la obra con la orquesta. Enrique Granados estaba nervioso, porque había tenido toda su vida una gran aversión a los viajes por mar. Poco antes de embarcar comentó bromeando: “En este viaje dejaré los huesos”. Finalmente Enrique y Amparo, su mujer, se embarcaron. En una carta escrita a sus hijos durante la travesía y despachada en Nueva York, dice: “…debíamos estar navegando diez días y hemos estado quince. Unas cuántas horas de calma y el resto un temporal que no se acababa nunca. Creíamos que no os volveríamos a ver. Una tarde, vuestra madre y yo, nos abrazamos y rezamos para que Dios os guiara…”

En Nueva York comenzó enseguida una actividad frenética de preparativos, contactos y ensayos con la orquesta. Tal y como se había planeado, Pablo Casals ya había conducido los ensayos principales, y Granados y el famoso violonchelista ofrecieron un concierto en la “Friends of Music Society” antes del estreno de Goyescas unos días más tarde. Además, Granados grabó algunos rollos de pianola y tuvo una intensa vida social, ya que la sociedad neoyorquina consideraba como un verdadero lujo contar en la ciudad con un artista europeo del renombre de Granados, de manera que era invitado constantemente a cócteles y recepciones.

El estreno tuvo lugar finalmente el 26 de enero de 1916. El éxito fue apoteósico, y la duración de las ovaciones histórica. Granados escribió a un amigo: “Por fin he visto realizados mis sueños (...) Toda mi alegría actual la siento más por todo lo que tiene que venir que por lo que he hecho hasta ahora”. La popularidad de Granados subió hasta las nubes. Incluso el Presidente Wilson le invitó a la Casa Blanca. Este homenaje tendría, como veremos, consecuencias funestas para el matrimonio Granados. Para poder asistir a la recepción de la Casa Blanca, Granados tuvo que cambiar la fecha de regreso a España. Como consecuencia, tuvo que hacer un transbordo en Inglaterra. Al día siguiente el Embajador de España ofreció un almuerzo en su honor durante el cual le hizo ver el peligro de embarcarse en una nave de un país beligerante, por más civil que esta fuese. Granados se alarmó hasta el punto que intentó cambiar los pasajes, pero ya no había tiempo y su impaciencia por regresar a casa le llevó a persistir en la ruta mencionada.

Los Granados se embarcaron en el Puerto de Nueva York el 11 de Marzo de 1916. La despedida en el muelle fue muy emotiva, acudiendo muchos amigos. Le fue entregada una copa de plata conmemorando el estreno de Goyescas en Nueva York, firmada por todos los artífices del acontecimiento y con más de cuatro mil dólares en su interior. Tras una breve escala en Inglaterra, el 24 de Marzo a las 13:15h se embarcaron en el vapor Sussex. Hacia las 14:30 el Sussex fue detectado por el submarino de guerra alemán UB-29, que aparentemente lo confundió con un barco minador y hacia las 14:50 lanzó un torpedo que impactó en el medio del casco, partiendo al Sussex por la mitad. La proa del Sussex se hundió enseguida, mientras que la popa quedó a la deriva y fue remolcada posteriormente hasta el puerto de Boulogne. El camarote de los Granados se hallaba en la popa, y en él fueron encontrados sus equipajes y muchos objetos personales, pero es claro que en el momento del impacto el matrimonio se encontraba en otra parte del barco. Enrique Granados se lanzó al agua y fue izado al poco a bordo de una de las lanchas de salvamento, pero al ver poco después a su esposa debatiéndose entre las olas, se lanzó a rescatarla, siendo engullidos los dos por el mar. No sabía nadar. Su muerte fue tan romántica como su música.

En la catástrofe del Sussex perdieron la vida otras ochenta personas. Se sucedieron muchos homenajes a Granados después de su muerte, siendo posiblemente el más emotivo el organizado por Pablo Casals en el Metropolitan de Nueva York, en el mismo escenario en el que poco tiempo antes habían estrenado juntos Goyescas. Con toda la audiencia en pie, se interpretó la Marcha Fúnebre de Chopin, con las luces del teatro apagadas y el escenario iluminado únicamente por un candelabro colocado encima del piano. La muerte sorprendió a Granados poco antes de cumplir 49 años. Sin duda, le llevaba acechando durante meses, pues tuvo que recurrir a aquel cúmulo de casualidades para hacer su labor.

Por ironías del destino, el hijo de Granados, también de nombre Enrique Granados, fue campeón de España de natación de 100 metros libres en 1923, y nadó por primera vez en España en estilo crawl. Su mujer también ganó campeonatos de natación, y sus hijos, Enrique y Jordi - nietos del compositor - fueron también campeones de natación en las modalidades de fondo y medio fondo. Yo les dejo con un poco de su música.

domingo, 20 de marzo de 2011

ELOGIO DE LA MEMORIA

Cuando yo era un niño nos enseñaban en la escuela a memorizar las tablas de multiplicar, las capitales del mundo o algunos poemas clásicos. Mis padres opinaban que aquella educación había degenerado una barbaridad, que no aprendíamos nada. A ellos les obligaban a recitar “de carrerilla” –como se decía entonces– muchas más cosas, como los afluentes de los ríos o la lista de los reyes godos. Era cierto que las cosas estaban cambiando. En realidad, nunca dejan de hacerlo. Empezaba a hablarse entonces de que era mucho más importante el desarrollo de la capacidad de raciocinio y el acceso a los recursos de conocimiento disponibles, que saberse de memoria infinidad de datos, la mayoría inútiles. Era mejor saber consultar y buscar, que memorizar.

Una de las primeras elecciones que tuve que tomar en vida fue la de elegir un bachillerato de “ciencias” o de “letras –como se llamaba entonces–. Elegí letras. Así tuve que aprender el vocabulario, las declinaciones y los verbos del latín y del griego, el nombre de multitud de autores y obras literarias, de reyes y héroes, de batallas y lugares.... Los alumnos que se decidieron por estudiar ciencias, tampoco se libraron de aprenderse de memoria la tabla de los elementos y sus símbolos, las reglas de la formulación química, mil teoremas matemáticos y otras tantas leyes de la física.

Ya noté entonces que los alumnos de ciencias nos miraban con desprecio a los que cursábamos letras, alegando que sólo teníamos que aprender “de memoria” las cosas, sin aprender a razonar y a pensar. Me hubiera gustado verles traducir algunos textos latinos o griegos, y desentrañar su verdadero sentido, sin leyes de la lógica que les guiaran por ese proceloso piélago. En fin, aquello parecía otra crítica más al uso de la memoria, que consideraban contraria a la inteligencia o la razón.

Cuando elegí estudiar Derecho muchos consideraban aquello como aberración a la inteligencia, pues pensaban que sólo consistía en aprenderse de memoria artículos y leyes. Cmo si ellos solitos hubieran descubierto, sin necesidad de memorizarlas, las leyes de la física o de la lógica –éstas, por cierto, eran materia de la filosofía que se estudiaba en letras–. En fin..., ya ni les cuento lo que escuché sobre mi decisión de presentarme a unas oposiciones, en las que tuve que recitar un amplio temario en un tiempo cronometrado delante de un tribunal, para poder aprobar e iniciar una carrera como funcionario. Es evidente que he vivivo en un ambiente en que predominaba el descrédito de la memoria. Por ella quiero ahora romper una lanza.

Saber de memoria –en algunas lenguas se dice “saber de corazón”–, supone tomar posesión de algo, ser poseídos por el contenido del saber de que se trata, y así puede florecer en nuestro interior, enriqueciendo y modificando nuestro mundo y nuestra existencia. El gran arte mnemotécnico ha caído en el olvido. La educación moderna se asemeja cada vez más a una amnesia institucionalizada. Aligera el espíritu del niño de todo el peso de la referencia vivida. Sustituye el saber de memoria, “que es también un saber del corazón, por un caleidoscopio transitorio de saberes siempre efímeros. Yo pienso que todo lo que no aprendamos ni sepamos de memoria, dentro de los límites de nuestras facultades, siempre aproximadas, no lo amamos verdadramente. Los libros sólo ponen el sello.

Pero la memoria es mucho más. Es conocer con el recuerdo de nuestra biografía, quiénes somos y qué hacemos en este mundo. Cuando alguien nos pregunta ¿quién eres?, pregunta por lo que hemos hecho, lo que hemos gozado o sufrido, lo que hemos querido, lo que hemos logrado o perdido. Sólo desde la memoria, con nuestras propias palabras, podemos reinar sobre el imperio del olvido, y recobrar el presente con las armas de una existencia pasada que nos alienta hoy, y que nos permite saber quienes somos, lo que valemos y lo que podemos hacer. Las personas que conviven con quienes padecen amnesia, por mil causas (alzeimer, demencia senil, lesiones cerebrales...), saben bien de su tragedia.

Para la filosofía y la estética antiguas, la madre del conocimiento era la memoria. Platón nos cuenta, en Fedro, la siguiente leyenda: El dios egipcio Theuth era descubridor del número y el cálculo, la geometría y la astronomía, del juego de las damas y los datos y, sobre todo, de las letras. Un día el sabio mostró a Thamus, rey de Egipto, aquellas artes exponiendo minuciosamente su utilidad. El rey las aprobaba o desaprobaba, según le pareciesen bien o mal. Cuando llegaron a las letras, dijo Theuth: “Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría”. Pero él le dijo: “¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes
contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque, habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y además difíciles de tratar, porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad”.

Platón concluye en su diálogo, que el recurso a la escritura merma la capacidad de memoria, que considera esencial, pues todo conocimiento es el recuerdo del mundo de las ideas en el que estuvieron nuestras almas, y que toda conciencia es reminiscencia. Yo no sé si el filósofo tenía razón, pero hay que reconocer que lo que está escrito, almacenado, en una agenda por ejemplo, no necesita ser confiado a la memoria. Parece ser, pues, que eso de las letras no siempre va unido a la defensa de la memoria.

En la antigüedad el mundo del conocimiento escrito era casi inexistente, toda la tradición de conocimiento y de arte no podía venir más que de su trasmisión oral. Los libros eran escasos y caros, y la mayoría de las personas eran analfabetas. Así, la tradición oral como método de trasmitir el conocimiento, no obstante el descubrimiento de las letras, se mantuvo en la cultura occidental durante siglos. Las mitologías, los textos sagrados, los cantos épicos, y la transmisión del conocimiento se producía de forma oral, lo aprendido se confiaba al potencial de la memoria. Todo sabio, artístico o científico, tenía sus discípulos a los que trasmitir su sabiduría, y vivían con él durante años en su estudio o en su taller. Para la filosofía y la estética antiguas, la madre de las musas era en verdad la memoria. En la Edad Media los escasos libros eran custodiados y copiados en monasterios y universidades.

Por eso, desde la antigüedad se desarrollaron técnicas nemotécnicas. Lo llamaban el arte de la memoria. Dialexis recomendaba para ello prestar atención, repetir lo que oyes o ves, y ordenar lo aprendido. Cicerón recomendaba crear lugares de la memoria. Y así se siguieron ingeniando todo tipo de artificios intelectuales para fomentarla: la imaginería medieval, los teatros de la memoria, y hasta fórmulas esotéricas que convirtieron el arte de la memoria en un conocimiento oculto..., y finalmente perdido.

Gutemberg había cambiado las cosas. El renacimiento y la ilustración las precipitaron. Los libros menudearon y empezó el declinar de la memoria como bandera de la sabiduría. Platón iba a tener razón. No siendo la memoria tan necesaria, aumentó su descrédito. Poco a poco dejó de utlizarse como método de aprendizaje. Hoy tenemos por seres faltos de inteligencia a quienes hacen alarde de saberse cosas de memoria. Hoy sabemos, gracias a los neurólogos y psicólogos, que el subjetivismo de nuestro conocimiento, tiende trampas y celadas a nuestros recuerdos, que inconscientemente manipulan la realidad vivida y no son de fiar. En los testimonios judiciales se da más crédito a una prueba de ADN o un documento gráfico, que a la palabra jurada de un testigo.

La revolución electrónica, el advenimiento planetario del tratamiento de textos, del cáculo electrónico de las computadoras, las inmensas bases de datos accesibles por Internet y mil artilugios más, están reemplazando los laberintos incontrolados de nuestras bibliotecas por un conjunto integrado de circuitos. La realidad virtual y los documentos multimedia reemplazarán más eficazmente el conocimiento de la realidad y también nuestros recuerdos. Entonces ¿para qué recurrir a la memoria? Eso piensan muchos desde hace años. Basta mirar en torno para descubrir, día a día y bajo sutiles formas, esta creciente invitación a la desmemoria.

Perdonen ustedes, pero para quien está levemente preocupado por eso que llaman ideas y que pretende ejercer, humildemente, el natural y estimulante sentido crítico, la cosa no está tan clara. ¿Dónde está el conocimiento que supuestamente facilita la acumulación de tantos recursos tecnológicos? Hay mucha información, es verdad. La proliferación de títulos publicados es tal que no caben en las librerías, y como consecuencia sólo encontramos en ellas un tipo muy determinado de literatura, que no fomenta precisamente la crítica y el conocimiento, sino distraer el aburrimiento. La historia está perfectamente manipulada, y se la cita constantemente como argumento para cualquier cosa, pero nadie invita a su estudio. Los medios de comunicación nos cuentan siempre las últimas noticias como si fueran las primeras, como si no tuvieran precedente; será que tiene mejor venta lo único y lo excepcional, aunque sea lo de siempre. Hoy, en esta aldea global, los aldeanos apenas tienen cosas que contarse, pues ya les cuentan otros más eficazmente su vida, convertida en la de espectadores desmemoriados. Con el descrédito de la memoria se produce, a la vez, el envilecimiento de la conciencia, se confunde la realidad con sus esperpentos, y se traslada la posible busca de la verdad, de la armonía y de la justicia al territorio de la utilidad avariciosa. La memoria estorba, porque para todo eso no hay que mirar atrás, sino olvidar de donde venimos, quiénes somos.

Para mí es muy importante la memoria. El recuerdo de los buenos momentos me ayuda a superar los malos. Ella me dice que superé muchas dificultades cuando otras nuevas se presentan, o que las superaron otros. Cuando no puedo disfrutar de los placeres pasados, disfruto volviéndolos a vivir en el recuerdo. Las catástrofes y los peligros que nos acechan, otros los sufrieron, y sobrevivieron. ¿Dónde está su ejemplo sino en la memoria colectiva? Eso que llaman memoria, no es ni más ni menos que la herramienta esencial de la conciencia y la cultura, individual y colectiva. No me gusta el interés que hay en despreciarla, en decir que es inútil ejercitarla, me parece sospechoso.

¿No han sentido nunca el placer inesperado de vivir un momento especialmente feliz, porque en un viaje, en un encuentro con alguien, en una lectura, viendo una película, contemplando un cuadro, disfrutando un paisaje, o saboreando una comida, la memoria les ha traído una cara, una historia, una anécdota, un lugar, un aroma o algo aprendido en la niñez, que les ha permitido enriquecer y revivir con más intensidad su presente? Yo por nada del mundo me perdería esa sensación.

Cada día alguien intenta olvidar alguna cosa, un mal recuerdo, una tristeza, un error... olvidamos continuamente pequeñas cosas cotidianas que nuestra memoria selectiva rechaza por no considerar  importantes, porque eran desagradables, olvidamos nombres, caras, a veces nos olvidamos de nosotros mismos. Mi memoria ha enterrado muchas de esas cosas que nunca recuperaré, algunas dolorosas. Ella misma se encarga de enterrar y deformar, no hace falta que nos anestesien más.

En el viaje de vuelta a Ítaca, los compañeros de Ulises fueron a parar a la tierra de los Lotófagos. Allí les dieron de comer loto, que era un dulce alimento que les provocaba el olvido, y con ello su deseo de regresar a casa. Ulises tuvo que rescatarlos por la fuerza, atándolos en su nave. Si no se hubiesen perdido para siempre en una tierra desconocida. No lo olviden.

jueves, 17 de marzo de 2011

LOS GOZOS DE LA SOLEDAD


Érase una vez, en la lejana China, durante la dinastía Tang, un letrado taoista que se llamaba Wang Wei (699-759). Era pintor, en blanco y negro, y un famoso poeta. Vivió la covulsa época de la insurrección promovida por An Lushan contra el emperador Xuan Zong, de cuyos desastres quiso escapar, refugiándose en un remoto rincón a orillas del Río Wang, que dio nombre a un famoso ciclo de poemas (Poemas de Río Wang), que compuso en unión de Pei Di. Éste también era letrado, también escrior, también adicto a la soledad del bosque de bambús regados por la plácida corriente.

Allí Wang Wei pudo recitarle a su amigo estos versos:

Sentado entre los bambúes,
en el bosque solitario,
silbo una canción
y toco el laúd.
En lo hondo de la espesura
con nadie trato,
sólo acude a iluminarme
la clara luz de la luna.

Pei Di, quizá pudo replicarle con estos otros versos:

El cielo azul se oscurece, 
el sol se oculta, 
el susurro de los pájaros 
se une al del arroyo, 
la verde senda del agua 
en la espesura se pierde.
Gozo de la soledad,
¿tendrá fin algún día?

miércoles, 9 de marzo de 2011

MARCEL DUCHAMP Y EL DECRECIMIENTO

Marcel Duchamp (1887-1968), fue un artista y ajedrecista francés, grabador de profesión. Tenía las cejas rubias, los ojos grises, la nariz mediana, el mentón redondo, el rostro oval y medía 1,68 metros de altura. No solicitaba nada, vivió siempre con presupuesto limitado, carecía de propiedades (fincas, automóviles, etc.), y ni siguiera poseyó una biblioteca personal. Nunca formó una familia en sentido escricto. Cuando se casó en 1954 con Alexina Sattler, ex mujer de Pierre Matisse, era demasiado tarde (eso dijo al menos) para “producir” descendencia biológica.

Viajó mucho, siempre con poco equipaje, y a veces sólo con lo puesto. Toda su existencia estuvo presidida por el ahorro, aunque entendido éste en un sentido opuesto al de la acumulación previsora de la ética burguesa. Consumir y producir lo mínimo posible era para él una manera elegante de preservar su libertad. Duchamp no se dejaba atrapar ni por una mujer en concreto ni por ningún movimiento artístico o literario (aunque transitó por buena parte de las vanguardias del arte de principios de siglo: dadá, el cubismo o el surrealismo, y fue uno de los artistas que más influyó en el arte moderno). No se sabe bien de qué vivió a lo largo de su vida, y ni siquiera él mismo fue capaz de dar al respecto explicaciones satisfactorias. Es obvio que él no tenía un gran interés por los asuntos económicos.

Un personaje así podría ser un modelo existencial, y no solo filosófico o intelectual, de otra corriente de pensamiento que últimamente está de moda: el decrecimiento, que tiene revistas y todo (en Francia e Italia), y que tiene bastantes intelectuales detrás (Serge Latouche, Nicolas Georgescu-Roeger, Karl Dolangi, Baudrillard y una pléyade de intelectuales más, muchos hispanoamericanos).

Constatan que la sociedad contemporánea, arrastrada por el imperio de lo económico y del crecimiento, está hiperacelerada, insaciablemente ávida de noticias y novedades, sometida a una avalancha de información, anuncios, estímulos y distracciones, que aturde la capaciad de atención, inocula el afán de consumir y tener más cada vez con creciente adicción, frustración e infelicidad.

Esas tendencias buscan el sentido de la vida en otros valores y modos de vida ajenos a la acumulación. No se trata de ascetismo, sino de encontrar la alegría de vivir que obviamente el actual sistema no la proporciona. Se quiere subir el nivel de vida concebido de otro modo, con iniciativas como “el buen uso de la lentitud” (Pierre Sansot), el “slow food” (Carlo Petrini), “la simplicidad radical (Jim Merkel), etc.... Se trata de fomentar el placer de vivir y convivir, desarrollarnos en el sentido de dejar de arrollarnos unos a otros, de tener más tiempo libre, crecer en creatividad, y ser ciudadanos responsables con un mundo bello y frágil, en el que todavía se pueda disfrutar de la naturaleza sin estar rodeado de basura.

Antecedentes históricos no faltan, desde que el oráculo de Delfos dijera “de nada demasiado”, la historia nos ha ido recordando filosofías de moderación, como el confucianismo que enseña “tanto el exceso como la carencia son nocivos”, o el clásico taoista Lao Tsi que dice: “Quien sabe contestarse es rico”; también la Biblia nos dice “no me des pobreza ni riqueza” (Proverbios), o la metáfora del camello y el ojo de la aguja cuando el evangelio de Mateo nos habla de los ricos. En fin, hasta Benjamín Franklin escribió que “el dinero nunca hizo feliz a nadie, ni lo hará... Cuanto más tienes más quieres. En vez de llenar un vaso vacío, lo crea...”.

Supongo que siempre ha habido utopías e ilusos, pero el pensamiento ecologista y su crítica están haciendo mella, y los desastres naturales que nos rodean y se aceleran, están poniendo nerviosos a los políticos y a los poderosos, el planeta se calienta, la energía escasea y los recursos naturales desaparecen, mientras cada vez hay más pobres y son menos pacíficos. A algunos no les salen las cuentas, empiezan a pensar, casi seguro que demasiado tarde, que las teorías del crecimiento son insostenibles. Algunos países desarrollados intentar razonar y paliar  su despilfarro, pero los países emergentes, con economías sin escrúpulos, los invaden y colonizan, con más destrucción y más pobreza y desigualdad, gracias al “invento” de la globalización. No parece haber salida.

A estas alturas, desde luego, nos reímos de todo eso. La gente ha aceptado la idea de su propia muerte individual, así que ¿por qué debería perturbar su paz mental la muerte de su civilización? A mí también, como a los demás, debería darme igual todo eso. Coherentemente dejo a los ecologistas la tarea de impulsar proyectos colectivos de decrecimento y de crítica del capitalismo.

Lo único que pretendo es vivir mejor. Me pondré manos a la obra a mi modo: haciendo una lista más. Esta vez la lista será de las cosas que debería hacer para decrecer, ¿la cumpliré?.

- Hacer uso de la lentitud deliberada y liberarse de la velocidad y la prisa.
- Comprar cada día una cosa menos.
- Pasear y charlar con los amigos.
- No coger el coche a menos que sea imprescindible.
- Practicar la siesta.
- Vivir en el campo y, si no puedo, estar más al campo.
- Aburrirme.
- Defender los tranquilos placeres materiales y sensuales, que proporcionen un goce lento y prolongado.
- Escribir y leer.
- Comprar menos alimentos envasados, menos en plásticos, tetabricks, etc...
- Reciclar toda mi basura.
- No escuchar, leer, ver noticias o novedades, ni en la radio, ni en la tele ni en los periódicos, sino hablar con la gente.
- Crear tiempo libre para la creatividad: música, pintura, artesanía, cocina, jardinería, conversación...
- Trabajar lo menos posible, reduciendo mis necesidades.



Fuente: suplemento Culturas. La Vanguardia
 Dibujos de Andy Singer

domingo, 6 de marzo de 2011

ORDENANDO LA BIBLIOTECA


Sí, yo también soy de esos que ordenan y reaordenan sus libros constantemente. Hoy le toca el turno a los de cocina de Abril. Sí ¡ha vuelto! (a cocinar). Por cierto, si les gustan las dos cosas, los libros y la cocina, no se pierdan la exposición "La cocina en su tinta" de la Biblioteca Nacional.

martes, 1 de marzo de 2011

EL HOMBRE QUE AMABA A LAS MUJERES

Me encuentro plácidamente estos días leyendo la Historia de mi vida del veneciano Giacomo Casanova (1725-1798), ese personaje legendario que recorrió toda Europa en pleno siglo de las luces. Fue violinista, poeta, seminarista, militar, jugador empedernido, mago, alquimista, creador de la lotería nacional de Francia, espía, agente financiero, escritor, filósofo, aparte de –por supuesto– libertino y mujeriego.

Muchos han sido los seguidores de sus aventuras, amorosas o no. Los más eruditos forman hoy un club de casanovistas, que se reúnen en congresos, publican una revista, escriben ensayos, y tienen mil discusiones sobre qué fue verdad y qué fue mentira en todas aquellas portentosas aventuras, personajes y amores que nos contó en las más de 3.000 páginas de sus memorias. Todos los años, la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, algunos casanovistas se reúnen para conmemorar así la fuga de nuestro héroe de la carcel veneciana de I piombi (los plomos, como era llamada debido al material con que estaban cubiertos sus tejados), comiendo un plato de macarrones igual a aquel del que se valió para poder salir de la cárcel, de la que nadie había huído jamás.

Como amante Casanova fue lo contrario a Don Juan. Amaba a las mujeres, era feminista a su manera, les procuraba siempre felicidad a la vez que satisfacía sus mutuos deseos de amor, nunca las perjudicaba... Era un libertino que respetaba a las mujeres: las quería de verdad. Y a todas recordó con gratitud y alegría, pues en su recuerdo siempre le quedaba la reminiscencia del amor y del placer que compartieron.

Especialmente nostálgica es una anécdota que cuenta, tras la triste separación de una de sus amantes, Madame Dubois. Era el 20 de agosto de 1760. Después de separarse se fue a Ginebra. Se alojó en una posada. Se acercó a la ventana, miró por casualidad los cristales y vió escrito con una punta de un diamante: “También olvidarás a Henriette”. Recordó en ese instante, como traspasado por una flecha, el momento en que le había escrito aquellas palabras, hacía ya trece años la propia Henriette, otra antigua amante. Se le erizaron los cabellos. Se habían alojado en aquella misma habitación cuando se separó de él para volver a Francia. Se derrumbó en un sillón para dejarse llevar por sus reflexiones, evocando a su querida, dulce y noble Henriette a la que tanto amó. Nunca había pedido noticias de ella a nadie, como le prometió. Se comparó con quien él mismo era entonces, se encontraba ahora menos digno de poseerla. Aún sabía amar –pensaba–, pero ya no encontraba dentro de sí la delicadeza de entonces, ni los sentimientos que justifican el extravío de los sentidos, ni la dulzura de sus costumbres, ni cierta probidad. Abandonado por su última amante, se encontraba a sí mismo sin vigor, asustado. El recuerdo de su querida Henriette le devolvió el valor.

En contra de lo que pueda parecer, Casanova no sólo fue un aventurero libertino, sino un buen escritor, que contando su vida levantó todo un monumento a la alegría de vivir; un filósofo con capacidad de turbar tanto nuestro pensamiento como nuestra lujuria. La Historia de mi vida es un auténtico tratado sobre el placer. Aquí tienen algunos ejemplos.
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Cultivar los placeres de mis sentidos fue toda mi vida mi principal tarea; nunca he sentido otra más importante. Sintiéndome nacido para el otro sexo, siempre lo he amado y me he hecho amar por él cuanto he podido.
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La vida es el único tesoro que el hombre posee, y quienes no la aman no son dignos de ella.
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Y del mismo modo que quienes han leído muchos libros sienten gran curiosidad por leer otros nuevos, aunque sean malos, así un hombre que ha amado a muchas mujeres, todas muy hermosas, termina sintiendo curiosidad por las feas cuando las encuentra nuevas.
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Desdichados los que creen que el placer de Venus vale algo si no nace de dos corazones que se aman y en los que reina el más perfecto acuerdo.
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El enamorado que no sabe coger la fortuna por los pelos que lleva en la frente, está perdido.
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El hombre sólo puede ser feliz cuando se reconoce como tal, y sólo puede reconocerse así en la calma. Por lo tanto, sin la calma nunca sería feliz. El placer, para serlo, debe tener término.
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No podemos llamar placer al satisfacer nuestros deseos más animales, como el deseo de coito o el comer. Sólo cuando interviene la razón, que lo prevé, lo busca, lo organiza, razona sobre él después de haberlo gozado y lo recuerda, encontramos verdadero placer. Sólo cuando nuestra inteligencia interviene las satisfacciones se convierten en placer: sensación inexplicable que nos permite saborear eso que llaman felicidad.
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Sin la palabra, el placer del amor, mengua dos tercios por lo menos.
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Es imposible mantener una relación de simple amistad con una mujer que nos parece hermosa... Un platónico que pretendiera que sólo se puede ser amigo de una mujer que agrada, y con la que vive, sería un visionario.
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Si los placeres son pasajeros, también lo son las penas, y, mientras los gozamos, recordamos las que precedieron al goce, y un día acordarse de ellas nos complacerá.
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El amor es un pequeño loco que quiere ser alimentado con risas y juegos; cualquier otro alimento lo consume.
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¡Estos son los placeres de mi vida! Pero ya no puede procurarme otra cosa que el placer de seguir gozándolos con el recuerdo. ¡Y pensar que hay monstruos que predican el arrepentimiento, y filósofos necios que sostienen que los placeres no son más que vanidad!... Ahora que empiezo a chochear, lo veo todo negro. Maldita vejez, digna de vivir en el infierno, donde otros la colocaron.