martes, 31 de agosto de 2010

LA MONTAÑA RUSA

Este verano he sido feliz. Tenía la sensación de flotar en las alturas de un mundo plácido y despreocupado. Unos días después me veo en plena bajada vertiginosa sin que nada pueda hacer para evitarlo.

Y no hablo de la chorrada del síndrome post-vacacional, que a todos nos afecta en cuanto volvemos de las vacaciones y pensamos en tener que trabajar. Tampoco estoy hablando de ser ciclotímico, que como ustedes saben, es una forma leve del trastorno bipolar, en la cual una persona tiene oscilaciones en el estado de ánimo que van desde depresión leve o moderada hasta la euforia y excitación, pero permanece conectada a la realidad. Ni siquiera la tan cacareada crisis de los cincuenta tiene nada que ver en esto.

Hablo de cómo la vida nos va zarandeando de un lado para otro, del derecho y del revés, hacia arriba y hacia abajo, sin que podamos evitarlo. Desde que alcancé la edad adulta o la madurez, esa edad que ahora todos llaman juventud, tengo la plena convicción de que vivimos en una montaña rusa, montados en un vagón que corre por unos raíles de hierro.

Algunos, ambiciosos, piensan que lo importante es ir en el vagón delantero, llegar primero, superar a los demás. Otros, religiosos o intelectuales, presienten que el poder lo tiene un poderoso ser que decide quién entra en la montaña rusa y quién sale de ella, cuándo se acelera y se frena y cuándo se sube y se baja. Los felices y vitalistas gritan y levantan los brazos cuando bajan, y disfrutan de las vistas cuando suben, siguiendo el ritmo de la marcha. Los desgraciados cierran los ojos de miedo y se marean deseando que acabe el viaje, algunos gritan despavoridos. Al final a todos les llega el turno de vivir un poco de todo, ir delante o detrás, reír y llorar, rezar o rebelarse, el placer y el dolor.

Yo siempre había pensado que lo más importante de todo para vivir en esa montaña era el equilibrio: entre ingresos y gastos, entre lo público y lo privado, entre lo íntimo y lo conocido, entre el trabajo y el ocio, entre mi egoísmo y el de los demás, entre los amigos y la familia... Pensaba que toda esa carrera cuesta arriba era el único camino para encontrar, en la cima, la paz y felicidad, después todo sería como una suave pendiente, en la que todo fluiría como resultado de lo ya hecho y de lo que hemos llegado a ser. No fue así, pues tras cada altura vino la bajada, y tras varias subidas y bajadas no encuentro el remanso. Cuanto más subo y bajo por la montaña rusa más me doy cuenta que ese equilibrio sólo sería posible si todo estuviera parado, lo que nunca ocurre.

No corremos hacia ninguna meta y menos hacia donde pensábamos. Tanta velocidad es una estafa, nos impide lograr el equilibrio y la elogiada lentitud con los que únicamente podríamos apreciar las cosas buenas que encontramos en la montaña. Todos los momentos felices pasan inexorablemente de modo fulminante, y los vemos alejarse si miramos hacia atrás. Después de tanto zarandeo y en plena bajada tengo ganas de cerrar los ojos para que pase todo esto cuanto antes. Pero algo en mi interior me dice que debo seguir mirando hacia delante, prepararme para combatir el mareo en la siguiente curva, que por lo que se ve, tomaremos boca abajo, y esperar que pronto venga una nueva subida. Sí, me ha costado pero lo veo claro, el equilibrio no es tan importante si no se tiene con quién compartirlo. Bajando a tumba abierta en esta montaña rusa todavía puedo apretar su mano.

domingo, 29 de agosto de 2010

CHATARRA

Han acabado mis vacaciones veraniegas por el norte, en las que he visto satisfechas mis aspiraciones de placer a base de las tres DDD (descanso, diversión y deporte), dentro de lo que incluyo también lecturas, excursiones, comidas ricas, baños en el mar, ver a los amigos, siestas en el jardín, buen humor, paseos por el campo...Por contraste a tanta actividad natural, uno de esos placeres ha sido cultural, urbanita y social. Se trata de la visita al Museo Guggenhein de Bilbao con dos personas cultas, simpáticas y encantadoras que Abril ha enganchado en su red. No las conocíamos personalmente, pero nos recibieron con una amabilidad que este antipático no merecía. Y recorriendo con ellos las salas de tan impactante museo, vimos varias exposiciones. Hoy quiero hablar de una de Robert Rauschenberg, llamada Cluts (despilfarro). La exposición consistía en objetos sobre todo de metal encontrados en desguaces, pintados de colores o no. Se trataba de salpicaderos de coches, tubos de escape, somieres, ruedas de bicicleta, señales de tráfico, tuberías retorcidas, rejillas de radiadores, bombillas y luces... El artista había ensamblado y expuesto todo aquello de manera irónica, como crítica de la sociedad actual, cuya superabundancia produce chatarra y desperdicios, que son como el símbolo de su cultura, objetos que un día fueron iconos del arte pop, movimiento del que el artista fue uno de sus primeros representantes. Si encontráramos esos objetos fuera de una sala de exposiciones, el único lugar al que destinaríamos esas obras de arte, sería el chatarrero. Sin embargo, la exposición me ha gustado y mucho, y me pregunto la razón.

Cuando tenía dieciocho años leía todo lo que caía en mis manos. En los años posteriores a la muerte de Franco (sí, he mencionado a Franco), los estudiantes, a la vez que descubríamos las cosas nuevas, teníamos la sensación de poder rescatar episodios de la reciente historia del arte, del cine, de la literatura o del teatro, que habían estado vedadas a nuestros padres. Se “estrenaba” El último tanto en París y Viridiana sin censuras, se editaba a D.H. Lawrence o a H. Miller, y se podían ver exposiciones de todo tipo, desde Francis Bacon, hasta los surrealistas o a los expresionistas abstractos. Para nosotros era una cultura nueva (aunque tenía décadas de reconocimiento mundial). Esa etapa se produjo en una edad en la que estába totalmente receptivo y mi sensibilidad todavía no tenía escamas, por lo que se pueden ustedes hacer una idea del impacto que tuvieron para mí aquellos mediterráneos recién descubiertos.
De aquella época conservo todavía un librito llamado “El arte pop”, en el que por primera vez oí hablar de Robert Rauschenberg, Jasper Jones, Andy Warhol (del que también vi todas las películas que se estrenaban) o Roy Linchestein. Esos artistas a finales de los años cincuenta empezaron a superar el expresionismo abstracto imperante hasta entonces en el mundo del arte. Descubrí la pugna entre lo abstracto y lo figurativo, sentí el impacto de aquellas obras de arte que se nutrían de imágenes de nuestra época y de sus estrellas de cine, que retrataban las ciudades modernas, los objetos que se consumían (como una lata de sopa, o una coca-cola), o los comics que se leían. También entonces estrenaron American Graffiti de George Luckas...
Ni que decir tiene que en aquel momento todo ese arte pop ya había pasado de moda. No en vano yo siempre he sido un opsímata. Pero todavía hoy, cuando visito las exposiciones de los artistas del pop, revivo la fascinación que me produjeron entonces. Decían que nada querían contarnos al mostrarnos esos objetos, que eran simples motivos para sus imágenes, negando todo significado a su arte. Quizá fueran sinceros, pero al ver la chatarra que muestra Rauschenberg, no puedo dejar de ver la crítica y rechazo a una sociedad despilfarradora, contaminante, consumista y superficial. Aunque no lo quisiera el autor, su obra transmite esas obvias ideas. Hoy todos somos conscientes que el humo de las ciudades no nos deja respirar el aire del mar o de la montaña y que sus luces de neón no nos dejan contemplar las estrellas del cielo, aunque, sin duda, tienen su belleza nociva y ellos nos lo hicieron ver.
Tras la visita al museo y la ciudad, volví a mi pequeño paraíso natural, verde y azul, a mis vacaciones y placeres, pensando agradecido en nuestros nuevos amigos y evocando con una sonrisa los recuerdos de mi juventud, pavorosamente perdida. Lo demás es sólo chatarra.

jueves, 12 de agosto de 2010

DIVAS DEL JAZZ

Nacieron con el mismo jazz. Llevaron vidas novelescas y trágicas. Todas visitaron el infierno. Casi todas fueron negras y pobres. Todas fueron artistas inmensas y cuando las escuchamos, su voces todavían ponen los pelos de punta. Estos días de verano, en que viajo de un lado para otro, he llenado el tocadiscos del coche con sus discos, y no paro de escucharlas. Fueron vidas de tragedia, al borde del abismo, formaron parte del tópico truculento que rodeó el jazz del pasado siglo. Altibajos tan extremos que sólo Shakespeare o Dickens se hubieran atrevido a imaginar. Parece como si todas tuvieran que sufrir pobreza, discrimación, prostitución, alcoholismo, drogadicción, prisión, persecución, soledad y desgracia para poder cantar esa música maravillosa.

Anita O´Day (1919-2006) llevó una vida trágica plagada de arrestos policiales, estancias en la cárcel, largos periodos de alcoholismo, adicción a la heroína y años en hospitales; bajadas al infierno que se alternaban sin solución de continuidad con felices retornos a la vida, en los que llegó a tocar el cielo. Inició su carrera cantando en maratones de danza a los catorce años, por lo que fue detenida al ser menor de edad. Fue chica de coro y camarera. Su cultura musical la adquirió escuchando discos y la radio. Cantó con los grandes del Jazz como Benny Goodman, Fats Waller o Count Basie, aunque rompió la imagen de florero decorativo que tenían las cantantes en esas orquestas. Su afición a las drogas la llevó a la cárcel a finales de los años 40. El alcohol amenazó con quebrantar su salud física y mental. En 1967 una sobredosis de horoína estuvo a punto de acabar con su vida. Tres años después, estaba de nuevo en escena. En 1983 publicó su autobiografía titulada High times, hard times (Buenos tiempos, tiempos duros). Poco antes de su muerte, grabó su último disco Indestructible. ¡Cuánta razón tenía!
Ella Fitzgerald (1917-1996). Abandonada por su padre, que era ferroviario, y muerta su madre, que era lavandera, en un accidente de tráfico en 1932, vivió un tiempo con su padrastro y luego con su tía, en medio de la pobreza. Tales comienzos provocaron su absentismo familiar y escolar y numerosos encuentros con la policía, hasta que acabó en un reformatorio. A los dieciséis años ganó un concurso de Jazz (el premio eran 10 dólares), y algunos músicos se fijaron en ella. Su primera actuación fue en el Savoy Ballromm, llamado el Hogar de los Pies Felices, donde acudían los negros de New York, y empezaron sus éxitos y su fama. Fue bautizada como la Primera Dama de la Canción. Se casó con un condenado por tráfico y consumo de drogas. Murió el director de su orquesta, de la que ella se hizo cargo, pero acabó disolviendo la formación totalmente agotada. Volvió a casarse. Emprendió una carrera más vanguardista en clubs de Jazz, con una pequeña formación, improvisando maravillosamente en las jam sesions, aunque su compañía discográfica la tenía encasilla en un repertorio más tradicional. Su éxito le llevó a grabar y a actuar con los más grandes: Frank Sinatra, Duke Ellington, Louis Amstrong, Basie, Granz. Pero tales éxitos no impidieron seguir con su vida personal azarosa y atribulada y llegó a comprometerse con un tal Larsen, joven sueco que fue condenado en su país a trabajos forzados. En sus años de decadencia, se rompió un pie durante una actuación, lo que le obligó a cantar sentada, y la diabetes que padecía la dejó ciega en 1991. En 1993, tuvieron que amputarle ambas piernas. Profundamente deprimida, desapareció de la escena y ya no se volvió a saber de ella hasta que murió a los 79 años.
Dinah Washinton (1924-1963), tuvo una fulgurante carrera artística, que empezó como cantante de godspel, pero su existencia nunca fue un remanso de paz, pues siempre siguió con una vida cada vez más tumultuosa y salvaje. Casada siete veces y divorciada seis, mantuvo amores extraconyugales con varios hombres, entre otros, con Quincy Jones. Entre sus allegados era conocida por sus exigencias fuera de medida y sus caprichos sin fin. Se sabe que dilapidó su fortuna comprando sin mesura cuanto se le antojaba y, muy especialmente, automóviles de primeras marcas, abrigos de pieles y zapatos caros. Pero su público lo perdonaba todo. En una ocasión, actuando en Londres, tomó el micrófono y dijo: “Sólo hay un cielo, una tierra y una reina. La reina Isabel es una impostora...”, lo que mereció una estruendosa ovación del público británico. La noche del 14 de diciembre de 1963, una fatal combinación de somníferos, píldoras adelgazantes y alcohol terminó con su vida a los 39 años. Se acaba de casar con un jugador de fútbol americano.
Billie Holiday (1915-1958). Nacida de una madre de trece años, que al poco de nacer la dejó con sus abuelos, junto con una prima, sus dos hijos pequeños y su bisabuela. Sus abuelos la maltrataban. A los diez años empezó a trabajar cuidando niños, fregando y haciendo recados en las casas de los barrios blancos, y como chica para todo en una casa de citas. Jugaba con los chicos del barrio y tenía fama de marimacho, y por eso empezaron a llamarla Bill (se llamaba en realidad Eleanora Fagan). Su madre volvió por ella y se fueron a vivir a Baltimore, donde regentaron una casa de huéspedes. Un día uno de ellos intentó abusar de ella, con el sorprendente resultado de una condena de cinco años para el agresor y la reclusión de la niña en una institución católica. Allí fue castigada, humillada y obligada a permanecer una noche entera junto al cadáver de una compañera. “Grité y golpeé la puerta constantemente hasta que se me ensangrentaron las manos. Nunca olvidaré ese lugar”. De nuevo su madre tuvo que marchar y volvió con sus abuelos, hasta que su madre la llamó de nuevo a Nueva York, donde se empleó como fregona y después como prostituta (a veinte dólares el polvo). Fue encarcelada, pues era menor, y la pusieron en libertad en plena depresión de 1929. Sin trabajo, vivía con su madre pasando hambre. Un día desesperada fue a un club para encontrar trabajo como bailarina, y aquello fue un desastre. Pero el pianista le dijo: “¿Sabes cantar, chica?”, a lo que ella respondió: “Claro que sé cantar, eso no es nada del otro mundo” (disfrutaba tanto cantando que no se le había ocurrido que se pudiera ganar dinero con ello). El club quedó en silencio mientras sonaba su voz y al acabar todos aullaban y levantaban sus vasos de cerveza. La contrataron para cantar entre las mesas y recoger las propinas. Sus compañeras decían: “Mírala, se cree una lady”. Con ese sobrenombre de Lady Day sería conocida en adelante. Así empezó su carrera musical. Conoció a Bob Hope, Judy Garland, Orson Wells, Bette Davis o Lana Turner. En una ocasión la despidieron por sentarse a la mesa con un blanco, lo que entonces estaba prohibido por la política de segregación racial. Se casó en 1941 con un músico que no tardó en engañarla y que la indujo a consumir drogas, que harían de ella una adicta compulsiva; relegada del circuito, vivió un tiempo absolutamente sola. Volvió a actuar, y cuando decidió desengancharse de la droga, tras tres semanas en un sanatorio, la policía empezó a seguirla, pues se había convertido en su objetivo prioritario: cantante de jazz, negra y drogadicta, lo tenía todo. Finalmente fue detenida en 1947 y condenada a un año de cárcel por consumo de heroína. A la salida de la cárcel su representante organizó una triunfal reentré en el Carnagie Hall. La cantante se había convertido en una extravagancia, en la que la gente esperaba que se cayera de bruces, totalmente colgada, o algo parecido. En 1949 fue arrestada de nuevo. En 1956 contrajo nuevo matrimonio. Fue nuevamente detenida. El alcoholismo le sacó de la droga, pero le hizo perder su voz. Al final el desastre se aceleró. Separada de su marido, los dos últimos años de su vida los pasó deprimida, abatida, enferma, arruinada. Murió sola en un hospital de Harlem.
Nina Simone (1933-2003). Nacida en una familia pobre. Su padre era un obrero y su madre una sirvienta. Su afición a la música se inició como cantante de godspel y aprendió música cuando un benefactor le sufragó sus primeras clases de piano y órgano. Cuando tenía diez años era una joven prodigio y dio su primer concierto en la biblioteca de su ciudad. Sus padres tuvieron que ceder los asientos de primera fila que habían ocupado para que se sentaran unos ciudadanos blancos. Aquel fue el inicio de su compromiso por la libertad y las reivindicaciones para abolir la discriminación racial. Iniciada su carrera musical, pero su raza le impidió conseguir una beca para estudiar música. Truncada su ambición de ser concertista de piano, empezó a tocar en clubs música popular, que mezclaba con improvisaciones de música clásica y jazz. Luego empezó a cantar y allí se inició una carrera que la hizo famosa, y llegó a ser musa del movimiento hippy y de la canción protesta. Se marchó de su país y vivió en diversas islas del Caribe y otros países europeos. Dejó de pagar sus impuestos en protesta por la guerra del Vietnam y fue acusada de fraude fiscal, por lo que fue arrestada en una puntual visita a su país en 1978. Se ganó mala fama entre los organizadores de conciertos, arremetía contra el negocio de la música, contra los Estados Unidos y los nuevos estilos de música. Su plan había consistido en convertirse en la primera concertista de piano de raza negra, y no se le ocurrió que terminaría tocando para audiencias que hablaban y bebían mentras ella tocada. Recobró una cierta fama su carrera en los años ochenta. Cantó en el festival del 80 aniversario de Nelson Mandela y murió, tras una larga enfermedad, en el sur de Francia.

lunes, 2 de agosto de 2010

¡ADIÓS MADRID!

Después de un año de duro trabajo, bueno…, de trabajo, pero año duro en cualquier caso, me voy de vacaciones huyendo del calor de Madrid. Y para los que se quedan aquí, les dejo con los argumentos de Ramón Gómez de la Serna que gustaba del veraneo de la Villa y Corte de principios de siglo.

“Me encanta ese día en que el Museo del Prado y la Puerta del Sol huelen a los asfaltos derretidos del verano, el aceite esencial del arte y de la ciudad... Y paso a pie por el lago Asfaltite de la Puerta del Sol, sobre cuyo asfalto blanco queda marcada la huella de los zapatos. ¡Zapateros misteriosos nos toman la medida y la plantilla del mejor par de nuestra vida...! Sobre la tierra aún no solidificada de la época primigenia se debió sentir tan extraña sensación. Me siento torero del sol, osado espontáneo que se atreve con el mayor Miura conocido, que bufa a la espalda, que nos empuja con sus cuernos y no nos altera el paso ¡Ya la plaza está cruzada! (...).
“El verano está lleno de cadenetas de colores, de música variada, y los tranvías se vuelven carruseles, y el campo bombardea a la ciudad con melones y se abren sombrillas de estrellas al golpe de los grandes martillos de los titanes de las verbenas, y la luna se entrega, por fin, una noche mezclada de una maravillosa sangría nocturnal... ¡Y tantas cosas más! (...)
“En el verano nacen en las verbenas, en forma de bebé, los que después han de ser maniquíes de sastrería.
“En el verano la Banda Municipal nos pone inyecciones de ciudadanía musical, de glóbulos alborotados y contumaces.
“En el verano, el Viuducto se convierte en puente de las estrellas, en zepelin que vuela sobre las más bellas kermeses.
“ En todas las esquinas los aguaduchos, con sus docenas de limones a la vista, son como amas referescantes de la ciudad.
“Están cuajadas de comedias alegres las calles y se encuentra uno con numerosos corrales de la Pacheca en funciones... De todos los solares se levanta inspiración de Lope... Las películas son puros entremeses.”

Me temo que las cosas han cambiado bastante desde entonces, pero es verdad que en estos días la ciudad ardiente queda más tranquila, se pueden frecuentar buenas exposiciones sin tumultos, los museos abren por la noche, los Veranos de la Villa han programado muchas actuaciones, los parques y paseos al atardecer permiten respirar tomando algo en una terraza, y si uno es capaz de inventar una vida distinta en el lugar donde todo el año ejerce su tiranía la rutina del mismo trabajo hoy interrumpido, de los mismos amigos ahora huidos, si se rompen las costumbres, se olvidan los compromisos desaparecidos y todo eso se sustituye por actividades placenteras, se puede pasar un buen mes de vacaciones en la ciudad tórrida.

Yo, aunque me marcho al norte, no me despego de la rutina de mis lecturas. Y meto en mi bibliomaletín los libros que pienso leer. Son heterogéneos, como siempre. Una biografía de Nijinski, un diccionario Dandi, un ensayo de Oscar Wilde sobre la artesanía, Mario el Epicúreo de Pater, El don de Vorace de Casanova, Contraluz de Pynchon, La carretera de McCarthy, un tomo más de la Contrahistoria de la filosofía de Onfray, El primer hombre, de Camus, y Helena o el mar del verano de Julián Ayesta: ¿releeré el tercer tomo de la recherche de Proust? ¿Cabrá en la maleta un ensayo sobre Ulises de Pietro Citati? ¿Y un tomo más de la historia de la vida privada? Me llevaré también el cuaderno de los "Acostados" para darle el último empujón.

Todas esas lecturas, no se crean, las combinaré con salutíferos días de playa y deporte, excursiones al campo y al arte (románico asturiano, Guggenheim...), cruasanes para desayunar con periódico, comidas deliciosas, encuentros con amigos –a algunos todavía no los conozco–, paseos matutinos por algún casco antiguo de algún lugar, compras inútiles, siestas inefables, noches con música, muchas risas y buen humor. Disfrutar no siempre está a nuestro alcance, no hay tiempo que perder.

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