martes, 30 de marzo de 2010

JANE BURDEN MORRIS

Jane Burden nació en 1839, en Oxford, Inglaterra. Sus padres eran agricultores pobres y casi analfabetos. Como el trabajo en el campo se escaseaba, emigraron a Oxford. Su padre trabajó como mozo de cuadra y su hermano mayor se convirtió en un bedel a los catorce años. Su hermana mayor murió de tuberculosis. La familia se trasladaba a menudo, de casa en casa, pero nunca lejos del barrio de Holywell Street. La educación de Jane Burden fue extremadamente limitada y ella intentó probablemente entrar a trabajar en el servicio doméstico. Poco se conoce de su infancia, porque en los años posteriores ella rara vez habla de aquellos años.
Pero un día su suerte cambió. Cuando tenía dieciocho años fue con su hermana al teatro y se sentó detrás de los pintores prerrafaelistas Dante Gabriel Rossetti y Edward Burne-Jones. Rossetti siempre estaba buscando una modelo adecuada y en aquella ocasión los dos hombres no dejaron de mirar hacia atrás. El artista londinense estaba en Oxford para decorar con murales el Salón de reuniones de la Oxford Unión. Rossetti le propuso ser su modelo y ella aceptó. Los dos pintores clasificaron a las hermanas como espectaculares. Mientras posaba se la presentaron a William Morris, quien a la sazón se había encaprichado con la hermandad prerrafaelista y sus ideales, y estaba intentando ser pintor y poeta. En particular él estaba fascinado por el carismático Rossetti. Ella fue modelo para varios miembros de la camarilla prerrafaelista. William se enamoró de Jane. En 1858 él le pidió casarse y ella accedió. Ese año Jane Burden fue la modelo del cuadro denominado “La Reina Ginebra”, o “La Bella Isolda”, la única pintura al óleo terminada que se conserva de Morris. A su juicio, su belleza sobrepasaba incluso su poder de representación, y él garabateó en el lienzo: “No puedo pintarte pero te amo”. Vasari dijo en una ocasión que Leonardo sintió algo parecido cuando trataba de acabar la cara de Cristo, a lo que renunció, sintiendo que él no podía darle la divinidad celestial que exigía. Sin duda alguien que hubiera amado menos a Jane Burden –o que no hubiera estado prendido de su alma– hubiera estado satisfecho más fácilmente. Morris no volvió a pintar al óleo. Se casaron en Oxford el 26 de abril de 1859. Con esa unión Morris transgredió las convenciones sociales: ella venía de una familia pobre de pueblo y el de una próspera clase de comerciantes. Parecía que los padres de William no aceptarían la boda: esta chica, de la que algunos se burlaban por su aspecto gitano, no era en absoluto lo que se apreciaba entre las personas de buen gusto, ni mucho menos se consideraba el prototipo de ángel en el que ella iba a convertirse. Igualmente Morris se oponía a las nociones artísticas de moda en ese momento sobre la belleza, abogando por un arte útil, cooperativo y creativo, no separado de la artesanía, que nos hiciera la vida más feliz, sin despilfarros ni lujos inútiles, pero que se alejara del feísmo de su época dominada por el maquinismo, la fabricación en serie y la tiranía comercial del beneficio. Con el tiempo, se convertiría en un conocido diseñador de telas y papeles pintados, que tendría su propia empresa. Fue un artista decorativo influido Ruskin y por el mundo antiguo y medieval, impresor de libros maravillosos, y también un ideólogo del socialismo. Procedía de una clase pudiente, pero por temperamento y por ideas, se fue acercando cada vez a una vida sencilla, volcada en la felicidad que proporciona el trabajo creativo bien hecho, y pensando en sus trabajadores.
Desde su compromiso, Jane recorrió el camino inverso al de su marido. Fue educada privadamente. Su inteligencia y su esfuerzo le permitieron recrearse a sí misma. Fue una lectora voraz y llegó a aprender francés y más tarde italiano. Llegó a ser una lograda pianista llegando a tener un importante bagaje de música clásica. Sus modales y conversación se refinaron tanto que los contemporáneos la calificaban de regia. A lo largo de su vida, ella no tendría problemas desenvolviéndose en los círculos de la clase alta y parece que fue la modelo en que se inspiró el personaje de Elisa, de la obra “Pigmalión”, de Bernard Shaw. Cuando se casaron William Morris construyó la Red House para ella. Luego tuvieron otras casas, como Kelmscott Manor, que hoy puede visitarse y donde posteriormente instalaría la famosa Kelmscott Press. Tuvieron dos hijas, Jenny y MaryMay”, que permaneció al lado de su padre hasta su muerte en 1896. William y Jane tuvieron un tipo de vida artística y bohemia. No sabemos a ciencia cierta cuáles fueron los sentimientos de Jane por Rossetti en el momento de su matrimonio o antes, pero lo más probable es que fueran amantes, antes y después de casarse. No fue este su único amante, pues también se lió con Wilfrid Scawen Blunt, un poeta y político que se movía en su círculo. Las peculiares facciones de Jane Burden, que tantas veces fue retratada, eran reconocibles instantáneamente: pelo oscuro y abundante, cuello largo, grandes ojos, labios bien formados, nariz recta y fina. En todas las pinturas en que aparece, tanto en las de Rossetti, como las de Morris o de Burne-Jones, el contexto narrativo siempre queda subordinado al retrato de su belleza. Las pinturas de los últimos años de Rossetti, cuando Jane y William ya se habían separado, fueron expresiones palpables del amor obsesivo del artista hacia ella. En los tiempos actuales, ella hubiera sido famosa, como la última súper modelo. En su tiempo no apareció en las revistas de moda, pero sí en las vidrieras de colores en las que fue representada. Considerada muy tosca en su juventud, a través de las muchas pinturas que Rossetti y los demás pintores prerrafaelistas le hicieron, Jane llegó a ser considerada como un icono de la belleza.Cuando nosotros pensamos en el concepto que ese movimiento artístico tenía de la belleza femenina, es en Jane Burden Morris en quien pensamos. Llegó a ser comparada con un nuevo prototipo de ángel. Sin embargo, yo no dejo de pensar en el secreto oculto de su mirada triste, que no abandona en ninguno de sus retratos, y que le acompañó hasta su muerte en 1914. Jane probablemente fue la musa, la modelo y el ángel de aquel movimiento artístico, prototipo de la belleza en la Inglaterra victoriana, pero quizá, pienso yo, no fuese feliz.

miércoles, 24 de marzo de 2010

DESNUDOS

Leo en la prensa que el artista norteamericano Spencer Tunick acaba de fotografiar, una vez más, a miles de ciudadanos desnudos, esta vez frente al teatro de la ópera de Melbourne. Tunick comenzó en el año 1992 fotografiando personas desnudas por las calles de Nueva York. Sus fotos rápidamente se hicieron populares y decidió ampliar su trabajo por otros estados de Norteamérica, en su proyecto denominado Naked States (Estados desnudos). A partir de aquí, Spencer Tunick realizó Naked pavement (Pavimento desnudo), partiendo de las mismas reflexiones acerca de la relación entre el cuerpo desnudo y el espacio público en un contexto urbano.
Más tarde hizo una gira internacional, a la que denominó Nude Adrift (Desnudo a la Deriva). Este artista que fue arrestado en 1994 cuando fotografiaba a una modelo desnuda en Manhatan, ahora desnuda a miles de personas con el beneplácito y el apoyo de las autoridades locales y culturales de cada país. En ellas capta las imágenes de personas sin ropa, de pie o tumbadas, en la calle, en el campo, en glaciares y edificios, en museos, en teatros, al pie de las estatuas, en estadios de fútbol, en barcas, sobre los puentes, en las aguas, bajo los árboles, en bicicleta, etc... Si se ha hecho mundialmente famoso ha sido por su capacidad de convocar a miles de personas dispuestas a desnudarse frente a su cámara y ante sus ciudadanos. Por su parte el espectador recibe un mensaje altamente atrayente con tintes de anormalidad, el paisaje ya no es el mismo, Tunick lo ha modificado radicalmente. Se observa un espacio cotidiano trasformado por una actitud colectiva, tan simple pero a la vez tan simbólica, como es desnudarse. Traspasando por unos minutos leyes y normas, conquistando una libertad que se esfumará al finalizar la instalación de Tunick. De este instante permanece el recuerdo a través de la imagen (fotografía y video), tanto para los participantes, que son voluntarios, como para los miles de curiosos y seguidores de la obra del artista estadounidense. Ha batido todos los records fotografiando desnudos a miles de belgas, ingleses, franceses, australianos, canadienses, chilenos, mejicanos, venezolanos, suizos, o españoles y qué se yo cuántos más. Históricamente los artistas han intentado, en innumerables obras de arte, plasmar la belleza de la figura del cuerpo humano desnudo utilizando excusas del más variado pelaje, porque el desnudo no era una cosa aceptable en las sociedades en que vivían. Para representar la imagen de un desnudo antaño se recurría a unas cuantas excusas tradicionalmente aceptadas para, bien en el contexto del arte religioso, como expulsión de Adán y Eva del Paraíso o el martirio de San Sebastián, bien dentro del arte profano, sobre todo escenas mitológicas o históricas. Los desnudos colectivos no han sido tan frecuentes en la historia del arte, pero haberlos los hay. Se han reservado sobre todo para representar a las almas que, penan en el infierno o el purgatorio, o que se enfrentan desnudas al juicio final., aunque también ha habido otras exposiciones más festivas del desnudo colectivo.














Pero ¿tienen algún significado concreto las fotografías o las instalaciones de Tunick? Supongo que son una manera muy llamativa de comunicarnos mensajes ecologistas, sociales o políticos, aunque algunas veces no está tan claro ese propósito. Otras veces transmite la transgresora sensación de libertad en el acto de desnudarse en lugares y paisajes públicos. El vestido ha sido el modo tradicional de integración social, y a través del traje se encuadraba a cada uno en su sexo, clase, profesión y categoría, y también a través de él el individuo conseguía distinguirse del resto de sus semejantes. Hoy, a pesar del avance relativo del naturismo y la tolerancia en algunas sociedades, desvestirse en público, si no supone un escándalo, al menos permite señalar lo que no nos gusta en una sociedad de seres vestidos, integrados y conformistas. Ya no son los hombres los que son juzgados desnudos, sino que son los hombres desnudos los que juzgan a la sociedad o la discuten.
Las figuras de Tunick no buscan en historias del pasado o imaginarias ninguna excusa para salir desnudas, salen a la calle, en masa, exhibiendo su cuerpo, para decir: “aquí estamos liberados y fijaos bien en esto o en aquello”. De sus imágenes afloran una serie de tensiones entre los conceptos de lo público y lo privado, lo permitido y lo prohibido, lo individual y lo colectivo. Mucho más difícil es saber los motivos de sus modelos, que supongo que serán muy variados. Miles de desnudos particulares que conforman una masa inmensa de cuerpos, creando un clima liberador y catártico para los participantes, que posan desnudos entre miles de iguales, despojados de todas las protecciones y escudos de la vestimenta. Personalmente prefiero las fotografías de Tunick que me recuerdan más El jardín de las delicias de el Bosco.
O instalaciones extrañas que guardan un cierto paralelismo con La fuente de la vida.
Decididamente prefiero los lugares imaginados por los artistas de antaño en los que los hombres viven dichosos y desnudos, disfrutando de los placeres de la naturaleza, o bañándose en las aguas de la eterna juventud. Por eso yo personalmente valoraría más las fotografías que reflejaran la alegría y el gozoso esplendor de los cuerpos desnudos, y no sólo la protesta circunspecta y concienciada unos seres serios, en serie retratados. Estas fotos fueron en su día una novedad, pero como decía el otro día Martín Scorsese en una entrevista: “No paramos de descubrir cosas nuevas y la mayoría de ellas son viejas”.

martes, 23 de marzo de 2010

LA ÚLTIMA OBRA DE MOZART

Los últimos días de Mozart, como todo el mundo sabe desde que se estrenó la película de Milos Forman Amadeus basada en la obra de teatro de Peter Schaffer, está ligada a la composición de su famoso Réquiem, que quedó incompleto.
La historia de su última obra es tan notable como misteriosa. Era el año 1791, Mozart había acabado su ópera La Flauta mágica. Un mensajero desconocido le envió una carta anónima en la cual, tras muchos halagos, le preguntaba si estaría dispuesto a escribir un Réquiem, cuánto pediría por hacerlo, y cuándo podría enviarlo.

Mozart, con el consejo de su mujer Constanza Weber, contestó al desconocido patrón que escribiría el Réquiem por una cierta suma; no podía precisar el tiempo que iba a necesitar para completarlo; y deseaba saber dónde debía enviar la obra cuando estuviese acabada. Tras un corto tiempo, el mismo mensajero apareció de nuevo, trayendo consigo no sólo la suma que había sido acordada sino también la promesa de que, puesto que Mozart había sido tan modesto en sus honorarios, habría un pago adicional considerable al recibo de la obra. Sobre todo, debería escribir de acuerdo con su estilo, espíritu y sentimientos; sin embargo, no debía preocuparse en averiguar la identidad del patrón, pues tales esfuerzos serían vanos.
Entonces los Estados Bohemios le encargaron la música para la ópera de “La Clemenza di Tito”, para celebrar la coronación del Emperador Leopoldo. Cuenta la leyenda que comenzó ese trabajo en la diligencia de camino desde Viena y la acabó en Praga en tan sólo dieciocho días. En el momento en que Mozart subía al carruaje con su esposa, el mensajero apreció como un fantasma. Tiró de su abrigo y preguntó: “¿Qué hay del Réquiem?”. Mozart se excusó, aludiendo a la necesidad del viaje y la imposibilidad de comunicarse con su desconocido patrón; en cualquier caso, sería su primera ocupación a la vuelta, y era decisión de la desconocida persona aceptar la espera o negarse. El mensajero quedó satisfecho con la respuesta.

En Praga, Mozart cayó enfermo y hubo de ser atendido constantemente; estaba pálido y parecía triste, aunque en compañía de sus amigos manifestaba su alegría y buen humor con sus bromas de siempre.

A su regreso a Viena, retomó inmediatamente su Réquiem y trabajó en él con gran energía e interés; pero su enfermedad empeoró visiblemente y se volvió pesimista y melancólico. Su esposa estaba intranquila. Un día, cuando ambos paseaban por el Prater para distraerse y animar su espíritu, se sentaron y Mozart empezó a hablar sobre la muerte, afirmando que estaba escribiendo el Réquiem para sí mismo. Los ojos de aquel hombre sensible se llenaron de lágrimas: “Lo presiento de tal modo” –dijo– “que no duraré mucho tiempo; ¡estoy seguro de que alguien me ha envenenado! No puedo quitarme esa idea de la cabeza.”

El Réquiem le tuvo ocupado hasta el final de sus días, pero lo dejó inacabado. Al mismo tiempo La Flauta Mágica era un enorme éxito. Durante muchos años la gente creyó, con Mozart, que el mensajero había sido enviado del más allá, pero la auténtica verdad, revelada finalmente en 1964, es absolutamente terrenal, no divina. El mensajero, un hombre llamado Leitgeb, que era un oficial de la administración estatal de un tal conde Walsegg, cumplía las órdenes de su patrón. El conde era un melómano que había tomado por costumbre hacer pasar por suyos algunos cuartetos y música de cámara de otros autores. A la muerte de su joven esposa, pretendía hacer creer que él había escrito el Réquiem para ella: de ahí el anonimato.

Cuando murió, Constanza, horrorizada cuando se le exigió la devolución del adelanto que su marido había aceptado en el momento del encargo, pidió primero a su amigo Joseph Eybler y luego a Süssmayr, un alumno de Mozart, para que completasen la obra, y así se dio la forma definitiva a la obra, tal como hoy la conocemos.

Esta es lo que, a ciencia cierta, se sabe de su muerte y de su última obra, que nos cuenta el profesor Philips G. Dows, del que tomo toda esta información. De su muerte se han contado mil historias, que fue obra de Salieri que le envidiaba, que fue la consecuencia de un celoso vengativo por un lance amoroso, o fruto de una conspiración por haber revelado los secretos de la masonería..., y no se cuántas fábulas más.

Sea como fuere no hace falta inventar historias fantásticas para admirar a ese genio llamado Mozart, que tuvo una vida breve y peculiar: fue un niño prodigio con portentosas habilidades musicales, tuvo un padre protector y severo, pensó que era un artista al que no se reconocía el verdadero lugar que debía ocupar en la sociedad, su temperamento le hizo ser un rebelde frente a sus patronos que consideraban que su papel era el de un sirviente, su estado financiero fue siempre lamentable, lo que le hizo arrastrarse innumerables veces en busca de dinero, su matrimonio no fue feliz, sólo dos de sus seis hijos le sobrevivieron, tuvo vinculaciones con la masonería nunca del todo aclaradas, y sufrió al final un tremendo sentimiento de culpa frente a su padre, al que había decepcionado numerosas veces y del que separó a su madre cuando ésta murió estando de viaje con su hijo.
Las últimas notas musicales que compuso corresponden a estos versos del Réquiem.
In gemisco tan quam reus
Culpa rubet
Vultus meus
Suplicanti,
Parce Deus
En estos versos pide perdón. Mozart se sentía culpable. Pero después de haber legado a la humanidad una de las más hermosas obras musicales de la historia, digo yo que no debería sentirse así, sino orgulloso y feliz de haber ofrecido tanta belleza, placer y consuelo a tantos miles de seres humanos que le hemos escuchado todos estos años.

El remordimiento y la culpa nos atormentan con frecuencia y nos hacen sentirnos tristes, pero antes de caer en la tristeza hay que asegurarse de que la culpabilidad es un sentimiento fiable, porque muchas veces caemos en ella por nada o por cosas de las que no somos responsables.

domingo, 21 de marzo de 2010

CÓRDOBA INUNDADA

Si en su ciudad disfrutan de El Corte Inglés, sabrán que ha llegado la primavera. Acaba así un invierno lluvioso que ha inundado los campos y las tierras de este país, incluso en Andalucía. El río Guadalquivir estuvo a punto de desbordarse en Córdoba. Sus habitantes, cada año, cuando llega la primavera, diluvie o haya sequía, provocan una inundación de su ciudad..., una inundación de poseía.

La ciudad organiza un festival de poesía llamado cosmopoética. Durante dos meses celebran acontecimientos y actividades poéticos de todo tipo: talleres y concursos de poseía en las escuelas; “poesía para la libertad” en las cárceles; “poesía sobre ruedas” instalando poemas en autobuses urbanos; distribuyen poemas gratuitamente en la calle; se organizan recitales de poesía; se hacen concursos de video-poesía; poesía mística y de oriente; poesía cantada y musical; poesía a pedales, con rutas poéticas en bicicleta; en “arte y poesía” dialogan versos e imágenes; proyecciones de cine y video poéticos; la poesía sale de copas por las noches en los pubs; los caligrafistas escriben bellos versos; los actores los declaman en escena; la poesía está colgada en los balcones; hay iconos y poemas en la calle; desfilan cabalgatas que lanzan una lluvia de poemas; se rinde homenaje a poetas idos y otros vienen de muy lejos a recitar sus versos, a presentar sus libros...

Cada año, en marzo y abril Córdoba se llena de emoción y de belleza, de pasión poética. Allí podrán encontrarse poemas escritos, recitados, leídos, ilustrados, cantados, filmados, perdidos y encontrados, poemas encerrados y poemas en libertad. Flotan sobre la ciudad, como nubes en días de tormenta, y descargan sobre ella una lluvia que lo inunda todo y que hace florecer la ciudad. Quizá ahora añoren los tiempos en que Córdoba fue capital del Califato de los Omeyas, donde a su corte, la más rica, poderosa y culta de entonces, acudían poetas y sabios de todo el mundo.

viernes, 19 de marzo de 2010

RAMÓN EN SU TORREÓN

Es el título del último libro que me han regalado. Habla de Ramón Gómez de la Serna y de su despacho, al que llamó el Torreón porque, en 1923, lo instaló en un torreón del edificio que ocupaba el número 6 de la calle Velázquez de Madrid, y que pertenecía al vizconde de Matamala. Hoy ese edificio ha desparecido y ocupa su lugar el hotel Wellington, cuya fundación editó el libro con motivo de una exposición que realizaron en el Centro de Arte Reina Sofía en el año 2002, y de la que todavía guardo el folleto, encartado en el libro de Ramón “Ismos” al que se dedicó la exposición.
Son varias las cosas que me evoca la lectura de este libro gozoso. En primer lugar el deseo y la nostalgia de Madrid. Nostalgia de los lugares desaparecidos de mi ciudad que no conocí, pero que ahora tanto me atraen y que el escritor fecundó con su imaginación: el circo Price de entonces, del que tanto escribió, el café Pombo, en cuyas tertulias pasaba las tardes, el Torreón.... Sin duda son signos de la poca cultura de esta ciudad, que no conserva las creaciones de sus artistas, que no guarda memoria de su pasado, que no quiere saber de dónde viene ni quién es.

El deseo de Madrid es consecuencia de lo mismo: visitar y pasear los lugares que todavía se conservan: el Rastro, al que Ramón dedicó un libro admirable, otros cafés, el museo municipal, donde se custodian los paneles de su despacho, el museo romántico que compró un velador del desaparecido café, el acueducto y parque de las vistillas (donde se alza un monumento a su memoria). Si quieren saber más sobre lo que supuso su ciudad natal, pinchen aquí.
En segundo lugar, quiero hablar de los despachos de Ramón, que este libro describe admirablemente. Fueron los siguientes:
- 1903-1918. Calle de la Puebla 11 (hoy 9), donde vivía con sus padres. Madrid
- 1918-1923. En un hotelito en la calle María de Molina 44 de Madrid, hoy también desaparecido (¡ay!), hasta la muerte de su padre.
- El ventanal de Estoril, donde se hizo levantar una casa y una ruina económica, que pronto tuvo que abandonar, dilapidadas la herencia y un premio de lotería que le tocó.
- 1923-1930. El Torreón de la calle Velázquez 6, en Madrid. A parir de entonces, llamaría torreón a todos sus despachos.
- 1930-1936. El Torreón de la Calle Villanueva 38. Madrid. Allí se instaló un micrófono para emitir los programas que hacía en Unión Radio.
- 1936-1963. El Torreón de Buenos Aires, situado en la calle Hipólito Irigoyen 1974, de esa ciudad, donde recaló en su exilio. Domicilio provisional que sólo le duró hasta su muerte.
En todos esos despachos Ramón escribía por la noche hasta que el amanecer le sorprendía trabajando en sus cuartillas. Entonces dormía hasta las tres de la tarde (hora a partir de la cual estaba disponible en su teléfono y dirección, según rezaba en sus tarjetas y papel de escribir). Desde sus despachos, su ingenio y su imaginación destilaron una obra prodigiosa, llena de vanguardismo y de originalidad. El ambiente de esos torreones era abigarrado y loco, lo que quedó reflejado en su obra, igual que el sabor de las ciudades en que se encontraban. Ramón, con objetos y con tan inefable decoración, se convirtió en un auténtico creador de su entorno y ese ambiente fascinante lo iba trasladando, una y otra vez, a sus sucesivos torreones.
En cualquier caso, el ambiente de sus torreones inevitablemente recuerda el de algunas casas o gabinetes de otros grandes artistas o escritores: el gabinete André Bretón, la casa de Isla Negra de Pablo Neruda, La casa della vita en Roma, de Mario Praz, el biombo de Lord Byron, el ático de Joan Brossa en la calle Balmes de Barcelona, la casa del arquitecto John Soane, en Londres y tantos otros...
De lo último que quiero hablar es de los objetos de Ramón. En todos los torreones, desde el primero, en la calle de la Puebla, había multitud de objetos. Objetos derivados de la tradición: reproducciones de estatuas clásicas, bargueños, velones, candiles, cornucopias, azulejos levantinos, espadas, alfanjes, pistolas, cristos, vírgenes, santos, unas gárgolas compradas en París, un candelabro de Iglesia, exvotos...; Objetos actuales, en general estrambóticos y absurdos: unas mariposas de Indochina, un pájaro que canta, una codorniz de reclamo que sonaba cuando se apretaba una pera, un botijo de cristal mallorquín, objetos de magia, cajas de música, juguetes, títeres, ídolos africanos, un carillón japonés, un tapiz egipcio, una muñeca rusa, un reloj segoviano, unas manos de llamadores, una veleta; también tenía útiles de su oficio: plumas, tinteros, pipas de fumar, libros, papeles, pisapapeles, un globo terráqueo para viajar, gracias a él, con la imaginación... En el techo, bolas de cristal, murciélagos, golondrinas de madera, un sol de purpurina, pelotas de goma. En las paredes, espejos, cuadros, llaves, y un sin fin de cosas más. También dos objetos de mayor calibre: una muñeca de cera, de tamaño natural, que estaba sentada en un sofá, y un farol de la calle, donado por la compañía del Gas.... A ello se fueron añadiendo paulatinamente, gracias a su afición por acudir asiduamente al Rastro madrileño, más y más objetos, pozal de cosas, como si quisiera contener la ciudad en su interior. Describir sus torreones supondría hacer una interminable lista, una montaña de objetos. “Tendría que hacer un libro para describir por qué me rodeé de esas cosas de carácter que fui encontrando en los rincones pintorescos del mundo”, escribió. Fueron sus objetos los que inspiraron tantas y tantas gregerías.Cuando se trasladó a la calle Villanueva 38, huérfano de su interior madrileño, al principio tentaron al escritor las paredes blancas. Pero terminaría llenándolas. Como resarciéndose de la pérdida del Torreón inauguró la decoración de estampas, que recubrirían las paredes como una enredadera. Al respecto diría que “el escritor es como un presidiario que no sale de su celda y que por eso decora, igual que el confinado en la cárcel la llena de inscripciones y grafitos”. Se convirtió en uno de los mejores collagistas españoles, y pegaba estampas y fotografías en paneles, biombos, techos y paredes que lo recubrirían todo, plagando la habitación y saturando la mirada y el espacio. Pegaba imágenes de los siglos más diversos, la mayoría en blanco y negro pero también algunas en color. “Tijereteo sólo lo extraordinario y lo mismo me da desmochar un libro caro que una revista de colección”.
Acaso Antipático ha intentado hacer lo mismo en el despacho que siempre ha tenido en sus casas sucesivas: habitaciones antipáticas y antisociales, que han sido simultáneamente para él, taller de encuadernar, sala del té, alcoba de siestas, gabinete de estudio, sala de música, baúl de recuerdos, máquina del tiempo, laboratorio de soledades, agencia de viajes, biblioteca y rincón de lectura. Desde la que ahora tiene escribe esto. Va abigarrando paulatinamente el espacio con sus amigos los objetos, los libros y los papeles. Siempre, eso sí, conciente de que su talento no da más que para celebrar el genio de otros, como Ramón, a quien no pretende emular.
Pero no piensen ustedes que Ramón estaba todo el día encerrado en su Torreón, sino que era un ser vitalista, con un increíble sentido del humor. Recorrió el mundo dando conferencias, pues era un gran orador, como se puede ver en este ejemplo.

sábado, 13 de marzo de 2010

¿IMPROVISA CHARLOT?

Rara vez salen las cosas como uno tiene previsto. Muchas veces salimos del paso frustrados y otras triunfamos improvisando de cualquier manera, como este episodio de Charlot en "Tiempos Modernos". La historia que cuenta Charlot cantando y bailando hace reir y aplaudir al público que lo contempla en el café. A los que vemos la película hoy, también nos hace gracia el triunfo del buen humor sobre la mala suerte, del genio sobre la dificultad, del valor frente al temor, aunque, claro, cuando dudó, tenía a la chica animándole detrás.
Pero no nos engañemos, la improvisación no fue el caso de esta canción. Chaplin tardó semanas en escribir su letra, preparar la coreografía y el ensayar su ejecución; ¡sólo para una secuencia de tres minutos en un largometraje mudo! Con mucho trabajo consiguió transmitir la divertida sensación de sorpresa, improvisación y genio con que un pobre diablo sale de esta situación apurada.
Su trabajo infatigable le llevó a hacer películas geniales y a ser mundialmente famoso. Tanto que Geroge Bernard Shaw dijo en cierta ocasión, tal vez con una pizca de cinismo: "si alguna vez se nos recuerda, será porque fuimos contemporáneos de Charles Chaplin". En realidad estaba equivocado, porque hoy la mayoría de los jóvenes no saben quien fue ninguno de los dos, y escasos deben ser los que han visto alguna de sus películas o leído alguna de sus obras.
Pero a lo que iba, la prueba de que improvisar no era el fuerte de Charles Chaplin es, que en una ocasión se presentó a un concurso de dobles de Charlot celebrado en Montecarlo, y quedó en tercer lugar.
Por si alguien no se ha enterado, ahí va la letra:
Se Bella ciu satore
Je notre so cafore
Je notre si cavore
Je latu, la ti, la tua

La spinsah o la busho
Cigaretto porta bello
Ce rakish spagaletto
Si la tu, la ti, la tua

Señora Pilasina
Voulez vou le taximeter
Le zionta sous la sita
Tu la u, la tu, la wa

Se muntya si la moora
La sontya so gravora
Le zontya comme sora
Je la poose a ti la tua

Je notre so la myna
Je notre so cosina
Je le se tro savita
Je la tussa vi la tua

Se motra so la sonta
Chi vossa la travonta
Les zosha si Katonta
Tra la la la, la la la….

Música: Leó Daniderff
Letra: Charles Chaplin

miércoles, 10 de marzo de 2010

ME GUSTA EL TENIS


No sé a cuántas personas, de las que leen este blog, les gusta jugar al tenis. Si no juegan habitualmente, lean esto como una metáfora. Por un momento, imagínense que sus problemas son un partido de tenis y que están en la cancha, el círculo oscuro es usted. Todo lo que envuelve la pista de tenis está fuera del juego, por lo que si alguna de las cosas que figuran fuera de la pista se le viene a la cabeza, su pensamiento sale de la pista aunque su cuerpo siga allí, y acaba jugando mal y perdiendo el partido. Lo voy a explicar con ejemplos.

Si piensa uno en el pasado (“este jugador siempre me gana o siempre le gano”; “la bola del tercer punto del juego anterior me la han cantado mala cuando era buenísima”; “¡Qué lastima haber perdido el set anterior!”; etc…), aunque su cuerpo está en la pista su pensamiento está fuera del juego, pensando en algo que no tiene absolutamente nada que ver con el tenis en sí.

También es malo pensar en futuro (“Ya está, ya he ganado / perdido el partido”; “¡Uy! ¡Qué pelota más fácil! Le voy a clavar un smash que se va a enterar”; “Este tío está muy arriba en el ranking y me va a machacar”; etc…).

Las emociones también nos pueden traicionar porque nos hacen actuar más con el corazón que con la cabeza, (me cag… en su….; no quiero hacer el ridículo; ¡Qué desastre de juego estoy haciendo!; etc…). Lo peor es tener miedo a equivocarse, a perder, al ridículo.

Por último, si uno centra su atención hacia las sensaciones físicas, siempre encuentra algo ("tengo las piernas cargadas"; "¡Qué calor hace!"; "tengo hambre"; etc…).

Por eso, lo primero que debemos hacer es identificar esta clase de pensamientos para poder combatirlos y una vez nos demos cuenta de que los tenemos, sustituirlos por pensamientos más prácticos de tipo técnico o táctico.
Maruja Mallo: Elementos para el deporte (1927)

Ante las dificultades, seamos prácticos en aquello que podamos hacer, teniendo pensamientos productivos: si nos han ganado el set anterior, conviene analizar el porqué y centrarse en el juego que hay que desarrollar en el set siguiente, en vez de lamentarse; si pensamos que hay una jugada muy fácil, en vez de pensar que la vas a clavar, concentrarse en la respiración, la postura y el golpe que hay que dar; si tenemos calor o cansancio, no pensemos en ello, sino en los otros partidos en que se han superado las mismas o peores dificultades; si estamos irritados ante la dificultad del juego, tranquilidad y pensar bien la jugada.

Cada uno juega el partido solo, nadie lo va a jugar por él. Es muy conveniente, sin embargo, tener esperando fuera de la pista a los amores y a los amigos, para compartir con ellos el resultado, aunque sea malo. Con ellos no sigan estas instrucciones: hagan planes para el futuro llenos de esperanza y alegría, rían juntos recordando los buenos momentos del pasado, compartan sus emociones y sensaciones... La vida no es una cosa tan seria como un partido de tenis.
NOTA: Este texto es una adaptación del publicado en el blog de psicología deportiva al que podéis acceder pinchando en el título de esta entrada.

domingo, 7 de marzo de 2010

LA SEÑORITA LOOMIS NO SE RESIGNA


What though the radiance which was once so bright
Be now for ever taken from my sight,
Though nothing can bring back the hour
Of splendour in the grass, of glory in the flower;
We will grieve not, rather find
Strength in what remains behind;
....

Pues aunque el resplandor que fue tan vivo
Hoy se mantenga oculto a mi mirada,
Aunque no puedan ya volver las horas
De esplendor en la hierba, de gloria en las flores,
No debemos llorar, sino encontrar
Fuerza en lo que queda detrás;...

lunes, 1 de marzo de 2010

PAUL BONET

Para quien no conozca el mundo de la encuadernación quizá este nombre resulte desconocido. Antes de dedicar mis ratos libres a los libros, he de reconocer que tampoco sabía quién era. Pero desde que empecé a encuadernar y ver en numerosas ilustraciones y en algunas exposiciones las obras maravillosas que había creado, no he encontrado otro encuadernador que me guste más.

Paul Bonet nació en París en 1889. Era un diseñador y decorador. Al principio su actividad laboral nada tenía que ver con el mundo de la encuadernación. De hecho, su trayectoria profesional se inicia modelando maniquíes de madera para los escaparates de las tiendas de moda. Su afición por los libros le hizo coleccionar las mejores ediciones. Pero cuando mandaba que los encuadernaran, no quedaba contento con los diseños que le realizaban, por lo que empezó a diseñar sus propias maquetas para que las ejecutara los mejores artesanos de París, dado que él no conocía el oficio ni las técnicas.


Ilustraciones de las maquetas de portadas de realizadas por Paul Bonet














Al igual que su predecesor, Pierre-Emile Legrain, comenzó a introducirse en el mundo de la encuadernación inmerso en las últimas tendencias artísticas del momento, marcadas por los movimientos de vanguardia. Sus diseños eran muy atrevidos para el momento. En 1924, el conservador del Museo Galliéra, cuenta con él para la exposición Arte del Libro Francés. En 1925 consigue que los profesores de la Escuela Estienne colaboren en la ejecución de sus maquetas. Ese mismo año se convierte en profesional. Fue enseñando como aprendió lo mucho que de su nuevo arte ignoraba. Sus primitivos ensayos, tímidos y balbucientes, fueron alardes de puerilidad. Su empuje y su genio, no estuvieron exentos de rectificación.

Biblióficos de prestigio empiezan a encargarle algunas encuadernaciones, como el argentino Carlos R. Scherrer y R. Marty. Cuando en 1930, debido al crack económico, Marty se vio obligado a vender su colección, y la obra de Bonet se hizo bien conocida en el mundo de la bibliofilia, cuyo mundo revolvió. Los encargos proliferaron. A la muerte de Scherrer, sus libros volvieron a París, recuperados por otro bibliófilo.

En los años treinta conoce a Raoul Dufy, De Chirico y Picasso. Entonces realiza sus primeras decoraciones surrealistas. Son muchas sus innovaciones, como las encuadernaciones esculpidas, con planos perforados que dejan ver parcialmente las guardas decoradas. Emplea diversos materiales como el metal, piezas de oro, marfil y lapislázuli. Ensaya encuadernaciones fotográficas. También emplea del tradicional hilo de oro, donde consigue provocar, con el reflejo de la luz, una cierta sensación de relieve y movimiento. Utiliza las decoraciones de volutas, y después, “a la dentelle”, con entrelazos de hierros, puntos, estrellas y letras. Realiza composiciones ovales. Su proceso innovador culmina con sus famosas encuadernaciones irradiantes. También hay que destacar sus decoraciones en serie, trabajando bien con varios ejemplares de la misma obra, bien con todas las obras del mismo autor. Fue un gran renovador en un mundo de bibliófilos y aristócratas, muy conservadores. Su lema: “escapar a la obsesión del pasado”.

Realizó diversas interpretaciones para la encuadernación de una misma obra, lo que requiere una importante capacidad creadora, pero la imaginación de Bonet era poderosa. Supo interpretar magníficamente los libros en sus diseños pues era un gran lector.

Muchos autores le dedicaron sus libros, como André Breton, Max Jaxob, René Char, Paul Valery o André Maurois.

Murió el 3 de marzo de 1971. Hace treinta y nueve años. Todavía se le recuerda con el Premio Paul Bonet, que se creó como homenaje a este gran encuadernador. Hoy el mundo de la encuadernación le sigue recordando.
Guillaume Apolinaire
Caligrames
Ilustraciones de G. de Chirico
Tartarin de Tarascon
Alfonse Daudet
Ilustraciones de Raoul Dufy

Edmond de Goncourt
Les Frêres Zemganno
Ilustraciones de Auguste

Le chef-D´Oeuvre inconnu
Honoré de Balzac
Ilustraciones de Pablo Picasso

Paysages méditerrannées
Paul Morand
Grabados de F.L. Schmied


Saint-Évremond
Oeuvres (3 vols.)

Colette
Claudine (4 vols.)

Guillaume Apollinaire
Le poete assasiné

Buffon
Ilustraciones de Picasso
Voltaire

Si te ha gustado lo que has visto, puedes saber más sobre su obra y disfrutarla, pinchando aquí.
Este antipático, maravillado por las obras que de él ha podido contemplar, tiene una especie de nostalgia de un paraíso en parte perdido. Se trata de una historia algo personal. Espero que excusen los lectores la introducción en este blog de referencias personales, pero supongo que a estas alturas están acostumbrados a encontrarse con ellas en sus visitas, aunque no vengan muy a cuento. Si el disgusto que pueden provocar no les ha hecho abandonar ya, puede que incluso algún día les cojan el gusto.
Hablo del Madrid de antes y después de la Guerra. Mi bisabuelo era fotógrafo. Debió ser de los pocos que había en activo a principios de siglo XX. Mi bisabuela conocía a escritoras como Concha Espina y a pintoras como María Blanchard. Mi tía abuela, siguiendo la tradición, frecuentó a la pintora Ángeles Santos Torroella, a la escritora Elisabeth Mulder y a intelectuales como María de Maeztu, Consuelo Berges o Matilde Serrano. Mi tía abuela era una bibliófila empedernida. Yo no la llegué a conocer debido a desavenencias familiares de las que no puedo acordarme porque no me las han querido contar quienes las vivieron. Con su muerte desapareció en la familia el rastro de algunas mujeres que vivieron en contacto con el mundo del arte o la cultura. Cuando murió me enteré, con enorme dolor, que en su biblioteca había tenido ejemplares de libros encuadernados por Bonet y Legrain. Al final de su vida, para sobrevivir, se vio obligada a ir vendiendo su magnífica biblioteca, que con su muerte terminó de adelgazar y casi desaparecer. Adiós a Bonet.

La historia del libro está plagada de este mismo suceso constantemente: las bibliotecas que forma una generación están destinadas a desaparecer a manos de la siguiente. Ella pudo tocar los libros de Paul Bonet, yo tan sólo puedo admirarlos de cuando en cuando en museos, bibliotecas y exposiciones, e intentar evocar su belleza en este blog. Sí, precisamente aquí, en ese mundo virtual y electrónico, que amenaza también al libro, aunque creo que no tanto como la iconoclastia con el pasado a la que tan aficionados somos los seres humanos.

André Gide
Lettres à Angèle

Candide
Ilustraciones de Sylvain Sauvage