jueves, 27 de mayo de 2010

AUBREY, OSCAR Y SALOMÉ

Supongo que de todos ustedes es conocida, aunque sea someramente, la vida de Oscar Wilde. Esa vida que tuvo que vivir dos veces. Durante el primer período fue un granuja, que hizo y dijo lo que le dio la gana, en la que fue aupado a la fama y al éxito, gracias a su inmenso genio; durante el segundo, fue una víctima propiciatoria, denigrado, encarcelado y abandonado por todos, incluso por su mujer y sus hijos. Pero quizá no sepan ustedes la relación que mantuvo con Aubrey Beardsley, pintor que ilustró una de sus obras más famosas: Salomé.

Hace bastantes años conseguí una edición de esa obra ilustrada por Aubrey Beardsley, que para mí era casi un desconocido. Estos días me he dedicado a investigar esa relación y he aquí el resultado de mis pesquisas. El 12 de junio de 1891, Oscar Wilde estaba de visita con su mujer en casa del pintor prerrafaelista Edward Burne-Jones, uno de los descubridores de Jane Burden. Entonces llegó un joven de dieciocho años llamado Aubrey Berdsley sin previo aviso, con su rostro enjuto bajo su pelo castaño. Era dibujante y Burne-Jones, habitualmente reservado cuando jóvenes artistas le mostraban su obra, animó mucho a Beardsley. Los Wilde llevaron a Beardsley y a su hermana Mabel a su casa en su carruaje y se hicieron amigos de ellos.
En aquel entonces Wilde, un auténtico dandy homosexual, vivía rodeado de un grupo de jóvenes que le seguía permanentemente debido a su atractiva personalidad y también a su éxito. A él le gustaba su compañía por razones obvias y pasó toda su primera vida invitando y agasajando a sus amigos. Beardsley se unió a ese grupo y fue quizá por la influencia de Wilde por lo que el estilo de Beardsley se hizo más satírico y siniestro. Cuando alguna obra de Wilde se representaba en un teatro de Londres, después de las funciones Oscar iba al Crown, un pub de Charing Cross Road donde se reunían unos cuantos amigos, entre los que se encontraba Beardsley, y allí bebían oporto caliente hasta pasadas las doce..., y hasta más tarde fuera del pub.
Wilde escribió su Salomé, que él aspiraba a que la protagonizara Sara Bernhardt. Pero no pudo ser representada en Inglaterra debido a la censura. A pesar de ello, con espíritu desafiante fue escrita y publicada en francés en febrero de 1893. Después decidió provocadoramente que se editase en inglés. La cuestión de quién lo ilustraría era importante. Oscar Wilde había visto en la revista “Studio” de abril de 1893, un dibujo de la cabeza de Juan el Bautista que había atraído la atención de Wilde, como quizás era la intención del artista, Beardsley. Wilde le contrató para que ilustrase el libro. Beardsley era un joven extraño y algo cruel. Estaba evolucionando, desde un estilo japonés hacia un estilo inglés del siglo XVIII. Beardsley combinó imitaciones jocosas del rostro de Wilde, como en la luna en la cara de Herodes, con matices siniestros y sensuales. Veía la obra como un hierático absurdo. Un dibujo, el de Herodías, tuvo que ser eliminado por indecente.
Wilde generosamente dijo que los dibujos eran maravillosos y reconoció la energía homicida de la obra del autor, aunque dijo a un amigo lo que opinaba en realidad, pues había esperado que utilizase un estilo bizantino, a lo Gustave Moreau, y maldijo la desobediencia de Beardsley. Aunque Wilde no permitió que la sofisticación de Beardsley escapase indemne: “Sí, el bueno de Aubrey es casi demasiado parisiense –dijo–, no pude olvidar que ha estado en Dieppe antaño”.

La traducción al inglés de la obra, tampoco estuvo exenta de dificultades. Inicialmente encargó la traducción a Sir Alfred Douglas, su aristocrático amante que le llevaría a la perdición. El resultado fue tan penoso, que Beardsley, que leyó la traducción, dijo que no era adecuada y se ofreció a hacerla. Tampoco a Wilde le gustó ésta, y acabó haciéndola él mismo, no sin suscitar diversos episodios de celos entre ambos, que acabaron con la dedicatoria de la obra al insufrible Lord Douglas. La segunda vida de Oscar Wilde empieza con sus juicios por sodomía. La historia es de sobra conocida por todos, pero quien quiera detalles de aquel episodio recomiendo el magnífico libro “El marqués y el sodomita” de Marvin Holland. Leerlo es casi como asistir personalmente al juicio. Después fue encarcelado, y cumplió condena durante cuatro años. Fue abandonado por todos.

Mientras estaba en la cárcel un grupo de amigos franceses lograron estrenar, por fin, su “Salomé”, el 11 de febrero de 1896 en el Thèâtre de l´Oeuvre de París, con gran éxito de público. Aubrey Beardsley asistió a aquella representación. La noticia fue un gran alivio para Wilde que sufría enormemente en la cárcel. Un día que él y los otros presos estaban caminando silenciosamente en fila india durante la hora de ejercicio, oyó a alguien murmurar. “Oscar Wilde, tengo piedad de usted porque debe de sufrir más que nosotros”. Wilde casi se desmayó al oír la voz humana, pues estaba prohibido hablar. Sin volverse le respondió: “No, mi amigo, todos sufrimos igual”. Ese día escribió a André Gide, “ya no quise matarme”.

Cuando finalmente salió de la cárcel, pobre, enfermo, abandonado y sólo, se exilió en Dieppe, Francia. Allí vivía el joven Beardsley, igual que otros artistas, pero este le esquivó siempre que pudo. Tal vez Wilde no observó esta actitud ofensiva, aunque uno tiene la sensación de que se percataba de todas las ofensas. Beardsley, como tantos otros, se había beneficiado de la bondad de Wilde. Cuando este más necesitaba su ayuda, devolvió los favores negándose a hacer ilustraciones para la revista “El libro amarillo”, si publicaban trabajos de Wilde, pues un mecenas que le financiaba le había prohibido tener relación alguna con él. Resultan muy significativas unas palabras de Wilde que escribió con motivo de una mala respuesta de un amigo ante la publicación de Salomé: “Para mí es algo nuevo sentir que la amistad es más frágil que el amor”.

Un día, en agosto de 1997, Beardsley no pudo evitar encontrarse con Wilde, que le invitó a cenar en su hotel. Beardsley lo plantó y no apareció marchándose de Dieppe poco después. Sólo le quedaba ofrecer la cabeza de Oscar en una bandeja, como Salomé. “Fue lâche por parte de Aubrey”, comentó Wilde haciéndose el esnob ante el desaire, “si hubiese sido uno de mi propia clase quizá podría haberlo comprendido. No sé si respeto más a la gente que me ve o a la que no me ve. Pero un muchacho como ese, ¡a quien yo he hecho!”. Sus antiguos amigos se portaban peor con él que los desconocidos presidiarios de la cárcel.

En 1893 Beardsley era un total desconocido y cinco años después era famoso, pero ya no reconocía a los amigos que lo ayudaron. Pero el 16 de marzo de 1998 murió, a los veinticinco años. Wilde conmocionado escribió a un amigo: “Hay algo macabro y trágico en el hecho de que alguien que añadió otro terror a la vida haya muerto en la flor de la edad.”

lunes, 24 de mayo de 2010

LA PINTURA OCULTA

Hace unos años leí un libro de David Hockney, llamado “El conocimiento secreto”. Se trata de un ensayo en que el artista británico nos va desvelando las técnicas utilizadas por los grandes maestros de la pintura. Básicamente defiende que muchos artistas occidentales utilizaron la óptica (espejos y lentes o una combinación de ambos, la cámara oscura, la cámara clara...) para crear proyecciones vivas. Sobre todo a partir del siglo XV.

La tesis del autor es que alrededor de 1430 en Flandes se produjo la aparición de la óptica en la pintura, aunque los espejos y lentes existían antes. Otros artistas vieron los resultados y de inmediato quedaron impresionados. La influencia del nuevo arte se extendió. El conocimiento de cómo hacerlo era objeto de los rumores de los artesanos del gremio. La noticia se divulgó, pero el “secreto” se guardó más o menos en el norte de Europa, hasta que en 1480 se envió a Florencia el “Tríptico Portinari” de Hugo van der Goes y comenzaron a extenderse las pruebas de óptica en el arte italiano. Leonardo escribió sobre la cámara oscura en su tratado “Sobre la Pintura”, el conocimiento secreto se desveló.

La cámara oscura fue el modelo por excelencia de la óptica: por un orificio (como la pupila) practicado en una habitación o en una caja entra la luz exterior, que se proyecta sobre la pared de enfrente o sobre cualquier superficie interpuesta (como la retina), con la ventaja de que la imagen proyectada es plana. El pintor, introducido en la cámara ve proyectarse en su interior la imagen que ve a través de esa ventana, y con la ayuda de lentes y espejos, la proyecta sobre el lienzo y la copia. Por eso, cuando se extiende la técnica en la pintura flamenca, hay tal profusión de retratos del busto de personajes, del que sólo se ve el busto enmarcado en una ventana.

Mientras leía sus teorías, profusamente ilustradas con todo tipo de ejemplos, se me iba haciendo patente que en esa época histórica se produjo una enorme transformación en la técnica de la pintura, consiguiendo representaciones sumamente realistas de retratos, tejidos, objetos, cuando pocos años antes todavía contemplábamos la tosquedad de muchas pinturas de los maestros anteriores. Todavía hoy quedamos sorprendidos por el enorme realismo y vida de esas pinturas. El descubrimiento de la perspectiva, que se produjo en el Renacimiento supuso otra revolución. El uso de la óptica, por supuesto, no excluye que los grandes maestros la superaran dotando a sus cuadros de sentimiento y vida con su arte.
En su obra, Hockney nos va desvelando cómo se utilizaban de esas técnicas en un pintor tras otro a lo largo de la historia, y qué rastros iban quedando en sus obras. Con la aparición de la fotografía, en el siglo XIX, tales técnicas fueron cayendo en desuso, a medida que la pintura se alejaba de su afán figurativo, función cada vez más innecesaria en la pintura, y emprendió un camino (impresionismo, cubismo, abstracción, arte conceptual...), que muy bien no sabemos a dónde va. Hoy, olvidadas por todos los pintores, esas técnicas vuelven a ser un conocimiento secreto y olvidado, pues ni historiadores ni críticos investigan, sólo valoran y opinan.

Unos años después, visité en el Museo del Prado una exposición denominada “El trazo oculto”, en el que se desvelaba cómo, utilizando técnicas de reflectografía (una especie de radiografía de los cuadros) se podía conocer su origen y cómo habían sido pintados, los pentimientos de los artistas, qué había tras las capas de pintura visibles, la técnica que utilizaban. Era muy interesante aquella exposición que enseñaba lo que se había detrás de lo visible, las figuras rectificadas o tapadas, pero lo que me produjo un escalofrío de emoción y de placer fue contemplar, hace un par de años, los nuevos talleres y laboratorios del Museo.

Mi amigo John consiguió que una conservadora del museo amiga suya nos enseñara el Prado un lunes, día de descanso en el que está cerrado al público. Pudimos contemplar a solas y en silencio algunos de los tesoros que guarda, lo que es sumamente recomendable. Especialmente memorable fue la visita a los laboratorios donde radiografiaban los cuadros y analizaban sus materiales antes de restaurarlos. Pude ver en la radiografía con infrarrojos los fantasmas que custodiaban a "La Condesa de Chinchón", el cuadro de Goya, que no eran sino dos retratos de cuerpo entero, dados la vuelta, sobre los que había pintado el retrato de la Condesa triste; también pude ver en un microscopio electrónico las mil capas de una pintura de Velázquez, que parecían los estratos geológicos que ilustraban mi libro de ciencias del bachillerato.

Cuando finalmente entramos en el taller de restauración pude ver, desmontados, fuera de sus marcos o de sus bastidores, sobre mesas de trabajo o caballetes, unas cuantas pinturas. Eran nada menos que “El Duque de Mantua” de Tiziano, “El carro de Heno”de El Bosco, “El Martirio de San Bartolomé” de Ribera, y una Anunciación. Los restauradores estaban manipulando, limpiando, curando aquellas pinturas que tenían siglos. Al tenerlas tan cerca sentí por un momento el “aura” que el artista había impregnado en ellas, la devoción casi religiosa de poder respirar a unos centímetros de aquellas obras de arte. Debe sentirse una gran emoción trabajando aquí, pensé. Acabó la visita y nos tuvimos que ir de aquel lugar, pero me hubiera quedado allí muchas horas más.

jueves, 20 de mayo de 2010

LOST BOYS


Hace unos días, paseando entre mis papeles, me encontré con una cosa extraña. Era una tarjeta de cartulina que tenía pegado el dibujo un niño con una camiseta, con las siguientes palabras estampadas: “I´m a lost boy” (Soy un niño perdido). De un agujerito que tenía en la cabeza salía un hilo, como para colgarlo en algún sitio.

Al pie de la tarjeta, figuraba este texto: “Instrucciones de uso: Acabas de adoptar un niño perdido. Este niño está numerado y firmado. Es personal e intransferible. Despégalo con mucho cuidado del papel y colócalo en algún lugar junto a algún objeto que haya sido importante en tu infancia. Envíanos una fotografía con un texto breve comentando tu elección. Quizá este niño se transporte de nuevo a tu infancia, quizá seas tú mismo quien vuelva a recuperar aquel tiempo perdido o quizá es que nunca lo habías perdido.” Al dorso había una dirección de correo electrónico.

Ese descubrimiento me ha producido una extraña sensación. No sabía qué pensar. Otra extraña campaña de publicidad– pensé, no saben ya que inventar. El misterio era que no sabía cómo había llegado a parar entre mis cosas. Tampoco parecía ser uno de los niños perdidos de Peter Pan, escapado del País de Nunca Jamás. Quizá la encontré hace tiempo en algún sitio y aquella imagen me gustó y la guardé como marca páginas. La verdad es que no tenía ni idea.

La cosa es que me he puesto a investigar un poquito sobre el niño perdido. Y son obra de un artista llamado Guillermo Martín Bermejo, y estos niños perdidos, nacieron como lo que ahora llaman los artistas modernos una “intervención urbana” en distintas ciudades del mundo, y por lo visto se han convertido en una intervención humana. Las personas que los recogen o los regalan a otras personas van creando una red, que van uniéndose de diferentes formas. La idea es replantearse sentimientos que creíamos olvidados, reencontrar experiencias perdidas. Con las contestaciones que ha recibido el artista ha desarrollado todo un proyecto mundial de niños perdidos.

La idea del artista es que esos niños perdidos son niños diferentes, que se abandonan por elección propia, se automarginan porque se saben distintos, buscan otros juegos, otros venenos. Prendidos en la calle o en lugares públicos buscan espíritus como ellos, invisibles desde la sombra, en una ruptura con lo “normal”, y viajan hacia lugares fantásticos, como Gulliver. Los que los encontramos y los adoptamos es porque nos sentimos un poco como ellos. Y yo seguía preguntándome, ¿cuándo adopté ese niño perdido que tenía en mis papeles?

Al final me decidí a mandar un texto a aquella dirección de correo electrónico. El propio Guillermo me ha contestado diciéndome que el padre de la criatura es él, pero que me la podía quedar a cambio de cuidarle bien. No he resuelto el misterio del niño encontrado, pero navegando por la red he encontrando que el artista se ha inspirado en los niños, que en su obra son misteriosos, observadores, silenciosos, solitarios.

Si pinchas esta imagen podrás ver un video

miércoles, 19 de mayo de 2010

LAS BUENAS MANERAS


No sé si vivieron y recuerdan ustedes la época en que se estudiaban unos manuales de urbanidad y de buenas maneras, que hoy algunos añoran. Aquellos tiempos pasaron, y como reacción a una educación convencional y en buena medida algo hipócrita, más atenta de las formas que del fondo, muchos entendieron que las buenas maneras eran reminiscencias de burgueses y señores, a los que desde pequeños enseñan fórmulas amables, que no están hechas para que se las tome demasiado en serio, pero que embrollan y convencen a las personas sencillas. Entre estas, la cortesía generaba a veces desconfianza, y con razón, pues cuántas veces las personas educadas y poderosas habían envuelto en ella la falta de respeto y el abuso. Esos manuales hoy nos resultan exagerados y obsoletos, si no ridículos, fruto de algunos valores francamente trasnochados.
Por eso muchos individuos en el fondo vulgares, sin poder evitarlo, tienden a creer que únicamente las malas formas revelan franqueza, porque no saben descifrar los valores convencionales y los sobreentendidos de la cortesía. Pero no por eso hay que ser vulgar, pues los malos modos nunca anuncian nada bueno.

Hace un par de años me vi gratamente sorprendido cuando leí en el periódico una entrevista al Príncipe Asserati, nieto del Negus de Etiopía. Es uno de los descendientes de una antigua estirpe de gobernantes que se remonta a los tiempo de Salomón y la reina de Saba. Extinguida la rama reinante en aquellas tierras, ahora es un alto ejecutivo y escritor que vive en Suiza. Hablaba sobre las buenas maneras. Anoté en mi cuaderno algunas de las cosas que dijo.
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El ser humano nunca estará satisfecho con lo que logra en lo material. El arte de vivir es decir “basta ya” y ponerse límites.
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El mal humor es el peor ejemplo de mala educación.
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No se trata de saber comer espárragos, sino de entender el motivo para hacerlo bien.
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La civilidad es una simbiosis de contenido y formas. Nobleza y paz interior son los pilares más importantes de la educación para la convivencia.
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El mayor signo de civilidad es hacer feliz a alguien aunque sea por un segundo.
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Los gustos son discutibles, el buen gusto no, y todos sabemos lo que está bien y mal.
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Se ha privatizado la vida demasiado: yo, para mí, conmigo; si la privacidad está en relación con la dignidad del ser humano, también es cierto que lo privado nos ocupa demasiado, no estamos dispuestos a pensar en los demás, en el otro, se ha perdido la unidad con el otro, y así abandonamos a los demás a su suerte.
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La gentileza, la elegancia, se decía, eran un privilegio ¡y claro que lo son!, pero del ser humano.
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Un aforismo africano decía: “los europeos tienen los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo”. Quien hoy tiene tiempo, para su familia, los amigos, para comer, para leer, es el más feliz.
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En fin, yo debo ser bastante feliz, porque algún tiempo le dedico a todas esas cosas. Espero no haberles incomodado hablando de esto, porque hablar de buenos modales a los demás, ¿no es también una falta de modales? Pero seamos flexibles, que también es de buena educación.

jueves, 13 de mayo de 2010

EN EL ÚLTIMO MINUTO

El pasado sábado, en una fiesta a la que acudí, uno de los asistentes presumía de ser socio del Real Madrid, de disfrutar de abono en su estadio desde que era pequeño y de llevar muchos años viendo todos los partidos de su equipo desde el mismo asiento. Parecía estar satisfecho de ello. No obstante, confesaba que seguía sin entender porqué, cuando el equipo atacaba y se creaba una situación de peligro, la gente se empeñaba en levantarse del asiento, cuando no estaba demostrado en ningún modo que eso ayudara a meter el gol. Yo, un poco irreflexivamente, le hice una observación que me parecía obvia:

–La gente no va al fútbol con la misma actitud que a escuchar a la Filarmonía de Viena, y eso lo entiende cualquiera.

Con esto corté sin querer la conversación de modo un tanto tajante. El esnobismo es algo que me espanta, se trate de afectar distinción por tener dinero, ser guapo, culto, famoso, ir a la moda, comer cosas exquisitas, o cualquier trivialidad similar. Con lo bueno que es disfrutar de todo eso sin necesidad de sentirse superior. Pero parece que muchos esnobs piensan que manifestar las emociones es algo excesivamente natural, y por lo tanto quien lo hace demuestra maneras poco distinguidas.

Todo esto lo cuento porque soy del Atlético de Madrid y ayer estaba en la cama con faringitis y mucha fiebre viendo el partido contra el Fulham (simpático equipo). A cada jugada de peligro, a favor o en contra, sufría, me echaba para adelante, me destapaba, pataleaba, saltaba en la cama. Aunque no soy socio del club, sufrí como un auténtico atlético, apenas pude gritar los goles debido a mi afonía y sudé como nunca. Si alguien piensa que debilidades así debo ocultarlas, "porque no me pegan nada", que no cuenten con ello. Finalmente ganamos la copa de la liga Europa (antigua copa de la UEFA), ¡en los últimos minutos de la prórroga! De tanto sudar me bajó la fiebre: hoy me he levantado curado y feliz. Gracias chicos.

De todos modos, lo del último minuto no está probado que sea tan bueno, pues a unos les provoca infartos y a otros la locura. Sí, loquitos de remate se han vuelto algunos esta noche por las calles de Madrid por el gol de última hora de Forlán. Juana Reina también estaba desequilibrada, sin duda, al cantar la canción "En el último minuto", o al menos eso parece en esta interpretación delirante (lo único que le faltan son unas maracas). ¿Sería del Atleti? Sea como fuere esto eran mujeres desesperadas y no lo de ahora.

martes, 11 de mayo de 2010

¿ESTÁN SEGUROS DE LO QUE VEN?

La imaginación, el pensamiento o los sentimientos, interfieren en nuestra visión. Por eso donde unos ven un cactus, un reloj, un piano o la luna, otros ven cosas diferentes. La realidad es lo que percibimos, pero ¿están ustedes seguros de que en realidad ven lo que es? Tengan cuidado dónde miran y sobre todo, cómo lo hacen. Para ello el humor es importante: hay que elegir lo que hace sonreír, no lo que hace llorar.
LUNA
Si no hubiese luna, los ríos equivocarían su camino.
Quiere ir a la luna para grabar su nombre y el de su novia en sus bancos de piedra.
Cuando se retrasa la luna en el amanecer lleva los zapatos en la mano para que no la sientan llegar a su casa.
Lo primero que habrá que hacer en la aburrida luna es el más suntuoso Luna-Park.
El claro de luna estrena camiseta.
Claro de luna: la luna en bandeja de plata.
La media luna es el aparato telefónico para hablar con el más allá.
El claro de luna es un disco que se ha quedado girando silenciosamente.
El cielo de la noche sin luna es que ha perdido el botón de la camisa.
El claro de luna es la caída al suelo de la camisa de la luna.


PIPA
De la pipa salen medias de humo. CACTUS
Los cactus son las perchas para los sombreros del viento.
Los cactus quieren ser las letras capitulares del paisaje.
Hay cactus con figura de hombre que si los arrancase se vería que en vez de raíz tienen botas.
En el cactus asoman las orejas del diablo verde.
ZAPATOMala suerte que se nos meta un cangrejo en el zapato.
Hay unos zapatos detectivescos que parecen perseguir al que los lleva.RELOJTodos habrán observado al abrir un reloj que en medio del plano de su maquinaria se ve el ruedo de una plaza de toros.
Einstein nos ha hecho dudar de los relojes.
El tiempo camina con un solo pie: el péndulo.
Con monóculo el ojo se vuelve reloj.
En el tic tac palpita la calavera del tiempo.
PIANO
Cuando la mano izquierda del pianista salta sobre la derecha le roba notas del lado que estaba prohibido.
¡Qué escalofrío en la espina dorsal del piano cuando alguien toca de corrido todo su teclado con un solo dedo! GAFAS
El amor a primera vista no necesita gafas.
Si ha perdido las gafas en la casa revísela rincón por rincón con una caña de pescar porque al fin picarán en el anzuelo.
Le quedaba en las gafas el recuerdo de las cosas vistas. Era un fotógrafo. LIBROS
La niebla se esconde y duerme en los libros.
De los libros sale el olor de incienso de la poesía.
Abrió la banana como un libro y se la comió como un erudito.
El erudito se hace la casa con ladrillos de libros.
Libro: hojaldre de ideas. NUBES
La suerte es que pasen las nubes por los ojos, pero que no se quede en ellos ninguna.
Greguerías: Ramón Gómez de la Serna
Fotografías: Chema Madoz

domingo, 9 de mayo de 2010

RIIIING

Tumbada en la cama, impaciente, resolvió levantarse y volver a intentarlo. Fue hasta el teléfono, marcó su número y, como otras veces, sólo oyó el mismo pitido indiferente y tenaz. ¡RIIIING! No cogía.

Podía ser que no hubiera nadie, que el teléfono estuviera insistiendo en soledad. Nada que hacer entonces. Cabía otra posibilidad: que no quisiera contestar, porque estaba claro que con la de veces que había insistido durante toda la tarde, si hubiera habido alguna causa momentánea que le impidiera contestar, esta ya no existiría. Empezaba a preocuparse.

A la irritación que le producía de por sí el teléfono, se sumaba la de la propia urgencia y su ansiedad: se había ido o no quería contestar. Tras los acontecimientos de aquellos días, no quiso ni imaginar que volviera a repetirse otra muerte tan atroz, no quería pensar que su cuerpo pudiera asistir inerte a aquellas llamadas inútiles.

Hay veces que la realidad, a fuerza de insistir, nos hace más ciegos que nunca. Una y otra vez nos tapa los ojos imperceptiblemente. No le bastaban las muertes anteriores de sus amantes, ni toda la serie de llamadas, para darse cuenta de que él también estaría muerto. Pero al fin se percató, como herida por un destello repentino.

Su lujoso coche fue a toda velocidad por las calles hasta las afueras de la ciudad. Más tarde, cuando todo acabó, pensó en ese loco recorrido sin explicarse cómo llegó ilesa. Salió corriendo del coche que había dejado enfrente de su puerta. El ascensor sería demasiado lento, corrió escaleras arriba. Su temor, casi su certeza, no veía una explicación distinta ya: seguro que estaría muerto. No podía ser de otro modo. La puerta de su apartamento estaba abierta, había luz dentro.

Se precipitó al interior. Se sorprendió al comprobar que estaba lleno de gente; una multitud de vecinos, curiosos y varios policías atestaban su pequeño apartamento. Ni rastro de él. Recordó entonces la ambulancia que se cruzó por el camino, cerca de la casa. Debido al estruendo y precipitación de su entrada todos se quedaron mirándola. Sudorosa, jadeante, el rostro descompuesto, a medio vestir. Comprendió su error, siempre comprendía demasiado tarde.

Alguien con aspecto de policía se dirigía hacia ella, con rostro inquisitivo. Sin reflexionar mucho lo que hacía, salió corriendo de nuevo: necesitaba huir. Demasiadas explicaciones tendría que dar para tan pocas respuestas concretas, tan pocas pruebas. Estaba sumida en un gran marasmo mental. Dos policías se precipitaron tras ella por la escalera. Todo había salido mal. Aquel chico muerto, los asesinos libres, el negocio frustrado de nuevo, la policía tras ella...

–¡Mierda! –pensó–, todo me ha salido mal.

Mucho tiempo le costó despistarles. Estaba agotada ya de dar vueltas jugándose la vida, con la policía detrás, y cuando ya estaba a punto de desistir se dio cuenta de que ya no la seguían.

Se había librado. Afortunadamente la policía no podría relacionarla en nada con ese chico. No había siquiera un indicio. Tendrían que cerrar el caso, seguro, como los demás. El coche era robado, lo quemaría o borraría las huellas con cuidado. Después podía volver a empezar. Pero después de todo era una lástima, el chico era un auténtico macizo, ella estaría de nuevo sola, rodeada de muertes por doquier. Tendría quizá que abandonarlo todo, o irse de aquella cuidad, tan horrenda, tan inhumana, a la que, sin embargo, había cogido cariño.
Charles Perrault
Cuentos Infantiles

EL FAMA QUE QUERÍA SER UN CRONOPIO

BALANCE

Muchos seguidores de este blog, al menos los más perspicaces, saben o adivinan que nació como una secuela para acompañar a “Un abril encantado”. De hecho muchos han llegado a este rincón entrando por esa puerta, pero por si algún despistado no lo sabía, ahora lo proclamo.

Abril lleva años recorriendo un camino de ida y vuelta entre la salud y la enfermedad. En su gira por los muchos males y dolencias con que ha tenido que lidiar ha demostrado ser una auténtica figura del toreo. Su arte y su valor, después de tantas cogidas y revolcones, están fuera de toda duda y lejos de cualquier explicación. A todos pasma y admira. A mí, además, me enamora. Los que están lidiando en la plaza, sufren el miedo y el dolor de las cornadas. Eso los demás no lo podemos evitar. Pero también muchas veces sienten una profunda soledad, incluso cuando los demás celebran triunfos engañosos.

Para evitar esto último a Abril, un día pensé que no bastaba con los aplausos, vítores, ¡olés! o halagos desde el tendido, ni siquiera eran suficientes rabos ni orejas, ni salidas por la puerta grande. Había que hacerle sentir que también yo estaba expuesto, rezando a mi modo desde casa a una virgen imaginaria, como las sufridas mujeres de tantos toreros.

Y decidí crear este blog, para que no sintiera que mis lecturas eran una huida, que mis encierros en mi torreón eran un escondite, y que en todos esos mundos imaginarios o intelectuales que rondaban en mi cabeza, ella también estaba presente.

En la red hay tugurios de todas clases. Hay locales de diseño donde los platos se sirven prácticamente vacíos, y hay pequeñas tascas donde uno encuentra a los amigos y las cañas. Hay lugares donde el dueño se desparrama continuamente en confesiones, y hay también salones donde se discute e intercambian ideas. Yo calificaría este blog de “barroco”, en el sentido que dicen que tenía la palabra en su origen. Las gentes portuguesas llamaron barrocas a ciertas perlas, cuya irregularidad llegaba a veces a lo monstruoso, lo que disminuía considerablemente su valor, al compararse con el que merecían las formas regularmente redondeadas. Si el blog de Abril es un lugar luminoso, blanco y redondo como una perla, en mi espejo se reflejan elementos de origen oscuro, gusto de lo teatral y me nutro de una realidad retorcida, compleja, engañosa y provisional. Si Abril busca la belleza en un ideal plácido y alegre, lleno de sonrisa y esperanza, yo la busco intentado conmover y asombrar, pero para ello no puedo evitar complicarme rebuscando, en un juego de claroscuros. Y así mezclo el diseño con las cañas, las ideas con el desparrame sentimental, la vida real con la ficción, las citas con los recuerdos, las confesiones con las mentiras.

Esto disminuye el valor de la perla barroca de Antipático, pero a pesar de todo, algunos siguen viniendo a verme. Gracias porque ya son más 4.000 visitas.

martes, 4 de mayo de 2010

EL COLECCIONISTA ARRODILLADO

He estado leyendo estos días, como ustedes saben, un extraño libro: “La casa de la vida”, de un escritor y catedrático italiano desencantado, Mario Praz (1896-1982). Después de estudiar leyes, marchó becado a Inglaterra, donde comenzó a publicar pequeños ensayos sobre arte y literatura, materia de la que fue profesor en diversas universidades. Amante de la época del primer tercio del siglo XIX fue un compulsivo coleccionista de muebles, cuadros y antigüedades de estilo neoclásico (estilos Imperio, Regency, Biedermeier), pero también de retratos de cera, miniaturas y casas de muñecas, libros curiosos, espejos, recuerdos rusos, bustos de personajes famosos, abanicos y de todo lo que de aquella época podía encontrar, aunque el mismo confiesa que “la figura del coleccionista a la luz de la sicología no sale bien parada, y desde el punto de vista ético hay sin duda en ella algo profundamente egoísta y limitado, mezquino incluso”.

A su vuelta de Inglaterra en 1934, se instaló en Roma, en un apartamento del Palacio Ricci, en la Vía Giulia. Lo fue decorando con toda la plétora de objetos y muebles que a lo largo de su vida fue acumulando. Abominaba de la falsedad del gusto moderno, en la que cunde el plástico, las flores artificiales, los abrigos de pieles sintéticas, los ojos brillantes gracias a las lentillas. Decía que incluso “la palabra «democrático» sirve tanto para los regímenes constitucionales como para los totalitarios, los pintores presentan una tabla acribillada de agujeros o una burda tela con algún grumo de color y los llaman cuadros, y un escultor toma el asiento de un retrete, lo combina con un tubo de estufa y lo llama una estatua”. No, definitivamente, no le gustaba lo moderno, ni las ciudades llenas de coches, sino que fue un apasionado del gusto antiguo: de aquellos colores verdaderos, sinceros, intensos; de los valores antiguos, de la cultura profunda.

Era un minucioso amante de los detalles, un apasionado de las artes decorativas y aplicadas, un ser meticuloso y perfeccionista. Podía llegar a tener un tono reaccionario en su discurso. Confesaba una extrema facilidad “para eliminar la parte desagradable del mundo circundante”. Vivía centrado en sus estudios sobre el arte y la literatura, y en sus colecciones. Pensaba que en esta época habíamos perdido el sentido de lo que es la alegría de vivir y su expresión directa, sin que podamos apreciar la forma espontánea y fácil de manifestarla.
No obstante, en esta obra nos ha dejado una autobiografía bellísima –el libro más aburrido de todos los tiempos, según algunos–, en la que va describiendo su casa y los innumerables objetos que hay en cada pieza: el vestíbulo, el pasillo, el salón, el boudoir, el dormitorio, la biblioteca...Y a la vez que, erudito, nos muestra las claves de su pasión, va recordando su vida, las circunstancias en las que consiguió sus antigüedades, lo que le pasó en cada época de su existencia, los recuerdos que le traen las diferentes estancias y muebles.
Así, fragmentariamente, vamos conociendo, desde las reminiscencias de su vejez, sus amores y amigos, cómo casó con una inglesa con la que tuvo una hija, sobre su matrimonio poco feliz, que duró cinco años, y de cómo, a lo largo de su vida, obsesionado por su manía, se sumergió entre sus colecciones, sublimando en soledad las cosas que le rodeaban, llenas de belleza, de recuerdos y correspondencias culturales. “La casa es un bosque como el de la Bella Durmiente; como un salón iluminado y desierto, cuyas puertas se abrirán de un momento a otro para el baile, como una iglesia iluminada y solemne, en la que, al compás del órgano, dentro de poco avanzará la procesión desde la sacristía, así una sensación de espera, hecha de ansiedad y de júbilo, palpita en el aire de esta casa que, como confiesan todos sus visitantes, si en ciertos aspectos parece un museo, es sin embargo un museo vivo, no una acumulación exánime de objetos”. No en vano, pensaba que“las cosas se convierten en algo más que cosas, las personas a veces se convierten un poco en cosas”. Los seres que le quisieron, probablemente hartos de ser vistos como algo menos que cosas, le dejaron sólo en aquella casa.
Son especialmente bellos algunos pasajes, como aquellos en que nos habla de las casas de muñecas, de las miniaturas o de las casas de hielo; el comentario sobre un mueble donde guardaba su antigua correspondencia, se convierte, al hilo de las cartas olvidadas, en un repaso de sus relaciones con los muchos intelectuales que conoció, en Italia y en Inglaterra.

Una de sus pasiones fueron las pinturas llamadas conversation pieces o retratos de familia o de grupo del siglo XIX, del que tenía innumerables ejemplos, que servían para fijar la imagen complacida de la familia burguesa y acomodada, hasta que llegó la fotografía y desaparecieron los pintores que se dedicaban a esta clase de trabajo.

Precisamente así, Gruppo de famiglia in un interno (Conversation piece), se denominó la película que su amigo Luchino Visconti dirigió inspirándose en él. Un viejo profesor, sosias de Mario Praz (Burt Lacaster), que vive en un palacio lleno de antigüedades ve trastornada su tranquila existencia por la llegada de unos nuevos vecinos: una familia de vida tormentosa. En España se llamó “Confidencias”. Podéis ver una secuencia de la película pinchando aquí.
Mario Praz al final tuvo que mudarse de su casa en 1969, y volvió a instalar sus cosas en otro apartamento en el que consiguió acoplar sus cosas, en el edificio del Museo Napoleónico de Roma, y que hoy es sede del Museo de Mario Praz.

Todavía allí se puede contemplar una estatua de Amor, aquella de la que nos contó al principio del libro que un día sorprendió a una criada besándola. Al final la estatua le recuerda al viejo escritor, a aquel personaje que en su juventud pisoteaba las flechas de Amor y estudiaba asiduamente, y en la vejez sucumbe a las mismas flechas que un día despreció e intentaba besar a una mujer joven. “Pero los dioses no son amigos de la vejez... A quien entra por la puerta principal del nuevo apartamento se le presenta al fondo de la galería la estatua de Amor arrodillado, que con la mano derecha hace ademán de extraer una flecha del carcaj: a los pies tiene el arco.
Muchas ganancias he obtenido leyendo este gustoso libro: los momentos de placer que me ha deparado, las referencias a libros y obras de arte que quiero frecuentar y de las que he tomado nota, o las ganas de volver a Roma para ver su museo. Pero sobre todo me quedo con una reflexión: que la cultura es algo maravilloso para vivir, siempre que no se olvide uno de que lo importante es eso vivir, y que cada día hay que levantar la cabeza de los libros y papeles, de las cosas y los objetos, y dedicarse a las personas, que es lo único que realmente merece la pena, aunque algunas nos hagan dudar de ello de vez en cuando.