jueves, 27 de mayo de 2010

AUBREY, OSCAR Y SALOMÉ

Supongo que de todos ustedes es conocida, aunque sea someramente, la vida de Oscar Wilde. Esa vida que tuvo que vivir dos veces. Durante el primer período fue un granuja, que hizo y dijo lo que le dio la gana, en la que fue aupado a la fama y al éxito, gracias a su inmenso genio; durante el segundo, fue una víctima propiciatoria, denigrado, encarcelado y abandonado por todos, incluso por su mujer y sus hijos. Pero quizá no sepan ustedes la relación que mantuvo con Aubrey Beardsley, pintor que ilustró una de sus obras más famosas: Salomé.

Hace bastantes años conseguí una edición de esa obra ilustrada por Aubrey Beardsley, que para mí era casi un desconocido. Estos días me he dedicado a investigar esa relación y he aquí el resultado de mis pesquisas. El 12 de junio de 1891, Oscar Wilde estaba de visita con su mujer en casa del pintor prerrafaelista Edward Burne-Jones, uno de los descubridores de Jane Burden. Entonces llegó un joven de dieciocho años llamado Aubrey Berdsley sin previo aviso, con su rostro enjuto bajo su pelo castaño. Era dibujante y Burne-Jones, habitualmente reservado cuando jóvenes artistas le mostraban su obra, animó mucho a Beardsley. Los Wilde llevaron a Beardsley y a su hermana Mabel a su casa en su carruaje y se hicieron amigos de ellos.
En aquel entonces Wilde, un auténtico dandy homosexual, vivía rodeado de un grupo de jóvenes que le seguía permanentemente debido a su atractiva personalidad y también a su éxito. A él le gustaba su compañía por razones obvias y pasó toda su primera vida invitando y agasajando a sus amigos. Beardsley se unió a ese grupo y fue quizá por la influencia de Wilde por lo que el estilo de Beardsley se hizo más satírico y siniestro. Cuando alguna obra de Wilde se representaba en un teatro de Londres, después de las funciones Oscar iba al Crown, un pub de Charing Cross Road donde se reunían unos cuantos amigos, entre los que se encontraba Beardsley, y allí bebían oporto caliente hasta pasadas las doce..., y hasta más tarde fuera del pub.
Wilde escribió su Salomé, que él aspiraba a que la protagonizara Sara Bernhardt. Pero no pudo ser representada en Inglaterra debido a la censura. A pesar de ello, con espíritu desafiante fue escrita y publicada en francés en febrero de 1893. Después decidió provocadoramente que se editase en inglés. La cuestión de quién lo ilustraría era importante. Oscar Wilde había visto en la revista “Studio” de abril de 1893, un dibujo de la cabeza de Juan el Bautista que había atraído la atención de Wilde, como quizás era la intención del artista, Beardsley. Wilde le contrató para que ilustrase el libro. Beardsley era un joven extraño y algo cruel. Estaba evolucionando, desde un estilo japonés hacia un estilo inglés del siglo XVIII. Beardsley combinó imitaciones jocosas del rostro de Wilde, como en la luna en la cara de Herodes, con matices siniestros y sensuales. Veía la obra como un hierático absurdo. Un dibujo, el de Herodías, tuvo que ser eliminado por indecente.
Wilde generosamente dijo que los dibujos eran maravillosos y reconoció la energía homicida de la obra del autor, aunque dijo a un amigo lo que opinaba en realidad, pues había esperado que utilizase un estilo bizantino, a lo Gustave Moreau, y maldijo la desobediencia de Beardsley. Aunque Wilde no permitió que la sofisticación de Beardsley escapase indemne: “Sí, el bueno de Aubrey es casi demasiado parisiense –dijo–, no pude olvidar que ha estado en Dieppe antaño”.

La traducción al inglés de la obra, tampoco estuvo exenta de dificultades. Inicialmente encargó la traducción a Sir Alfred Douglas, su aristocrático amante que le llevaría a la perdición. El resultado fue tan penoso, que Beardsley, que leyó la traducción, dijo que no era adecuada y se ofreció a hacerla. Tampoco a Wilde le gustó ésta, y acabó haciéndola él mismo, no sin suscitar diversos episodios de celos entre ambos, que acabaron con la dedicatoria de la obra al insufrible Lord Douglas. La segunda vida de Oscar Wilde empieza con sus juicios por sodomía. La historia es de sobra conocida por todos, pero quien quiera detalles de aquel episodio recomiendo el magnífico libro “El marqués y el sodomita” de Marvin Holland. Leerlo es casi como asistir personalmente al juicio. Después fue encarcelado, y cumplió condena durante cuatro años. Fue abandonado por todos.

Mientras estaba en la cárcel un grupo de amigos franceses lograron estrenar, por fin, su “Salomé”, el 11 de febrero de 1896 en el Thèâtre de l´Oeuvre de París, con gran éxito de público. Aubrey Beardsley asistió a aquella representación. La noticia fue un gran alivio para Wilde que sufría enormemente en la cárcel. Un día que él y los otros presos estaban caminando silenciosamente en fila india durante la hora de ejercicio, oyó a alguien murmurar. “Oscar Wilde, tengo piedad de usted porque debe de sufrir más que nosotros”. Wilde casi se desmayó al oír la voz humana, pues estaba prohibido hablar. Sin volverse le respondió: “No, mi amigo, todos sufrimos igual”. Ese día escribió a André Gide, “ya no quise matarme”.

Cuando finalmente salió de la cárcel, pobre, enfermo, abandonado y sólo, se exilió en Dieppe, Francia. Allí vivía el joven Beardsley, igual que otros artistas, pero este le esquivó siempre que pudo. Tal vez Wilde no observó esta actitud ofensiva, aunque uno tiene la sensación de que se percataba de todas las ofensas. Beardsley, como tantos otros, se había beneficiado de la bondad de Wilde. Cuando este más necesitaba su ayuda, devolvió los favores negándose a hacer ilustraciones para la revista “El libro amarillo”, si publicaban trabajos de Wilde, pues un mecenas que le financiaba le había prohibido tener relación alguna con él. Resultan muy significativas unas palabras de Wilde que escribió con motivo de una mala respuesta de un amigo ante la publicación de Salomé: “Para mí es algo nuevo sentir que la amistad es más frágil que el amor”.

Un día, en agosto de 1997, Beardsley no pudo evitar encontrarse con Wilde, que le invitó a cenar en su hotel. Beardsley lo plantó y no apareció marchándose de Dieppe poco después. Sólo le quedaba ofrecer la cabeza de Oscar en una bandeja, como Salomé. “Fue lâche por parte de Aubrey”, comentó Wilde haciéndose el esnob ante el desaire, “si hubiese sido uno de mi propia clase quizá podría haberlo comprendido. No sé si respeto más a la gente que me ve o a la que no me ve. Pero un muchacho como ese, ¡a quien yo he hecho!”. Sus antiguos amigos se portaban peor con él que los desconocidos presidiarios de la cárcel.

En 1893 Beardsley era un total desconocido y cinco años después era famoso, pero ya no reconocía a los amigos que lo ayudaron. Pero el 16 de marzo de 1998 murió, a los veinticinco años. Wilde conmocionado escribió a un amigo: “Hay algo macabro y trágico en el hecho de que alguien que añadió otro terror a la vida haya muerto en la flor de la edad.”

5 comentarios:

  1. La vida moral del hombre forma parte del tema para el artista; pero la moralidad del arte consiste en el uso perfecto de un modo imperfecto.

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  2. Me haceis sentir pequeñita y a vosotros inalcanzables...

    QUE BONITA ES LA CULTURA.

    Marisalaesponjitaenconstanteaprendizaje.

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  3. ...es fascinante lo que nos cuentas....y cómo lo cuentas.....¡¡¡¡¡¡ Berta

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  4. Un abrazo fuerte para el hombre que ama a L.

    Con todo cariño

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  5. Me ha encantado reencontrarme con vosotros.
    Lo echaba de menos.

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