Algunos de los que murieron, ya temprano
fueron llamados a la ribera donde llueve polvo de oro.
Otros están sentados en la arena
abrazando sus rodillas,
aguardando que les den una sed de agua.
Están tristes, no imaginan nada,
no tienen ideas, se olvidaron de soñar.
En la arena semejan otra arena más oscura.
fueron llamados a la ribera donde llueve polvo de oro.
Otros están sentados en la arena
abrazando sus rodillas,
aguardando que les den una sed de agua.
Están tristes, no imaginan nada,
no tienen ideas, se olvidaron de soñar.
En la arena semejan otra arena más oscura.
Pero en un cercado hay uno que hace por erguirse,
que ensaya cuánto viento cabe en el fuelle de su pecho,
que quiere mirar hacia atrás,
hacia lo que dejó: los bosques del mundo,
las altas torres, música en una feria,
una muchacha que olía a abril,
un libro viejo que comenzaba Arma virumque cano...,
y el perro que le lamía la mano derecha.
Ese, cuando llegue la hora del trago de agua,
estará en pie y le preguntará a la Muerte
si no hay un sorbo de vino para un hombre
que quiere seguir soñando con sus tiempos.
Hay unos que de un modo caminan
y otros de otro
por la orilla de allá de la muerte.
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