"REINA.- Inclinado a orillas de un arroyo, elévase un sauce, que refleja su plateado follaje en las ondas cristalinas. Allí se dirigió, adornada con caprichosas guirnaldas de ranúnculos, ortigas, velloritas y esas largas flores purpúreas a las cuales nuestros licenciosos pastores dan un nombre grosero, pero que nuestras castas doncellas llaman dedos de difunto. Allí trepaba por el pendiente ramaje para colgar su corona silvestre, cuando una pérfida rama se desgajó, y, junto con sus agrestes trofeos, vino a caer en el gimiente arroyo. Alrededor se extendieron sus ropas, y, como una náyade, la sostuvieron a flote durante un breve rato. Mientras, cantaba estrofas de antiguas tonadas, como inconsciente de su propia desgracia, o como una criatura dotada por la Naturaleza para vivir en el propio elemento. Mas no podía esto prolongarse mucho, y los vestidos cargados con el peso de su bebida, arrastraron pronto a la infeliz a una muerte cenagosa, en medio de dulces cantos.
"LAERTES.- ¡Ay de mí! Luego ¿ha perecido ahogada?
"REINA.- Ahogada, ahogada.
"LAERTES.- Atajemos el llanto, pues agua de sobra tienes tú, pobre Ofelia (llora). Con todo, esto no es más que una costumbre. La Naturaleza se aferra a sus hábitos, por más que diga la vergüenza. Cuando este lloro cese, no quedará en mí rastro de mujer. ¡Adiós, señor! ¡Tengo palabras de fuego, que arderían de buen grado si no las sofocara esta debilidad! (sale)."
W. Shakespeare
Hamlet. Acto IV. Escena VII.
Siempre he pensado que Ofelia simboliza la levedad y, poética paradoja, también la certeza.
ResponderEliminarEncarna la persitencia del amor, desaconsejado y delirante, por aquel que ya delira sin más dilatando su destino. Ese mismo que lo apartó de ella y que la extravió definitivamente.
Pienso que muchos vamos por esta vida cual Ofelias, cogemos algunas flores, pero la pesadumbre nos aplasta y transitamos por la ciudad con canciones antiguas, desusadas y anacrónicas, sabiendo que nuestra sobrevivencia es sólo aparente y que lenta e (im) perceptiblemente nos vamos sumergiendo en la muerte que nos atiza en el temor, también mortal, de la soledad y la desesperanza.
¡Si sólo se nos diera la posibilidad de expresar nuestras propias palabras de fuego antes que sobrevenga el destino común, quizá, sólo quizás, pudiéramos acercarnos al agua y lanzar alegremente nuestros ramos sin temer ni desear, a veces tan fervientemente, el ser arrastrados por la corriente¡
¡Pobre Ofelia!
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