jueves, 7 de enero de 2010

DIARIO DE CHINA

Un vaso de metal y una toallita. No se necesita más para viajar por China.

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Los chinos sacan a la calle sus sillas y sus tiestos, pasean con las jaulas de sus pájaros.

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He tenido que venir hasta aquí para conocer a la gente más antipática del mundo: los chinos de Pekín. Su brusquedad natural se ensaña con el extranjero... Viéndoles tratarse entre ellos, un extranjero se pregunta siempre por qué están tan ofendidos. La cobradora del autobús te devuelve el cambio arrojándote los billetes a la cara, la camarera te arrebata la carta de las manos y elige ella, impaciente por tus vacilaciones. A cualquiera que viaje a este país, lo primero que tienen que advertirle es como se dice no hay, pero tampoco sirve de mucho. A veces dicen que hay, y no es así, o te dan otra cosa. Entonces puedes enfurecerte, gritarles hasta se te vea la campanilla. De inmediato, lucirán una sonrisa beatífica. Eso quiere decir que estás perdido. Atrincherados en ella, irán desapareciendo cada vez más dentro de sí mismos, y acabarás increpando a una efigie. Si puedes, no llegues nunca a ese extremo.

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El China Daily, en todo caso, termina por servir para saber qué pasa. Como el mismo lenguaje: sirve para comunicar, finalmente, porque miente demasiado. Este periódico, fundado para disimular, no puede por menos dar bulto a lo que esconde. El método para descubrirlo consiste en conservar una docena de ejemplares: se registran los temas repetidos, las negaciones terminantes, las omisiones. Y con ello puedes configurar una especie de reverso de lo dicho: el mundo en que habitamos: aproximadamente.

Alguien ve cada cosa del mundo bajo la luz de la belleza, a la sombra de un significado. Pero no soy yo.

Lo diré de nuevo: la verdad, si es que existe, está del otro lado. Del silencio, de lo que no tiene previsión, modo, permiso de expresarse. En el reverso del lenguaje aguarda su significado. Al otro lado. Donde Roma es Amor y Eva es un Ave.

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El alma china ama lo irregular; asimetrías, arritmias, torcimientos. Desde los canales en zigzag a las ventanas, todas diferentes, que se abren en un muro. Uno podría pensar que se trata de integrar lo construido en la naturaleza circundante... Pero no. Lo cierto es que a los chinos, lo digo cuanto antes, no les gusta lo natural. Lo que les apasiona es lo artificioso. No verás nunca a un paisajista chino colocando su lienzo ante las montañas. Las pinta en su casa, después de meditar, de encender incienso y al lado de una de esas preciosas montañas de escritorio que yo no tengo dinero para comprar. Ni fuerzas: no me voy a llevar una montaña a la espalda. Un jardín chino no es nunca un pedazo de naturaleza, sino la naturaleza hecha pedazos.

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Es un tópico decir que los chinos tienen treinta formas distintas de reír, y que ninguna de ellas quiere decir que estén pasando un buen rato.

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De Lu Ch´ai se dice que fue el mejor calígrafo chino. Cuentan que fabricaba una tinta tan negra que dieron en llamarla “pupila de viuda”. Cuentan, también, que manejaba el pincel con tanta destreza y convicción que cuando pintaba la palabra alondra, la caña entre sus dedos imitaba su grito. Y cuando pintaba la palabra casa, a ella iban a cobijarse las palabras hombre, mujer y resentimiento.

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Un verdadero artista necesita diez días para pintar una flor, y un instante para pintar el océano. ¿Por qué? Porque conoce la majestad de lo pequeño y posee la intuición de lo grande.
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Si el artista insiste en hacer lo de ayer, no podrá lograrlo. ¿Por qué? Porque cuando un artista insiste en lograr algo, está obstruyendo el flujo del espíritu. Hyan Hsi-chih escribió la mejor caligrafía de su vida cuando narró el Lang-tíng-hsü. Trató de hacerlo de nuevo docenas de veces, pero no pudo igualar el primer esfuerzo, debido a que estaba insistiendo.

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De Shanghai a Güilin, de la costa a la jungla, hay treinta y seis horas de tren y aproximadamente dos mil kilómetros. Vivir día y medio con una familia china puede llevarte a odiar a la humanidad, o al menos a mil doscientos millones de humanos... El viaje comienza a las ocho de la tarde –aquí hora de acostarse, prácticamente-. Después de casi una hora de ordenar, buscar, recolocar, mover, cambiar, verificar, acomodar, palpar y sostener en las manos sus zapatillas y sus gafas, el viejo se ha tumbado. Parece dormido: ha dejado de moverse. Comienza a gemir, a susurrar. Extrovertido en sueños, se muestra de repente tan íntimo en sus efusiones que siento pudor de estar oyéndole. Enseguida entra en crisis de tos estruendosa que finalmente le obliga a levantarse y escupir el pulmón por la ventanilla. Así estará toda la noche.

A la mañana siguiente, la revisora viene a despertarnos a las seis. Es imposible hacerle entrar en razón, o al menos sacarla del compartimento. Se queda ahí hasta que nos ve a todos sentados y con la ropa de cama recogida. Esa sensación de estar en un internado la he tenido muchas veces.

Si la sintaxis de los ruidos corporales te interesa, deberías venir aquí. Y si puedes soportarlo. Dejemos de lado pedos y eructos, que el viejo escancia con primor. Los chinos son famosos por sus escupitajos. Merecidamente, diría yo. Se han organizado campañas nacionales contra el lapo, que favorece la expansión de enfermedades respiratorias. En todo caso, para mí, ese no es el problema. Si escupiesen calladamente, no se lo tomaría en cuenta. Pero no. A la hora del despertar, todos se ponen de acuerdo en la necesidad de despejar de inmediato narices y tráqueas hasta dejarlas como patenas. Y lo consiguen gracias a una riqueza incomparable de recursos, que abarca carraspeos, estertores, gruñidos, regurgitaciones y otros ruidos que no sé titular. Los oigo en el pasillo y en el lavabo.

En una de las estaciones descubro un insólito cartel: “Prohibido besarse”. Muy propio de los chinos, en todo caso. Por ejemplo, sus retretes públicos no tienen separaciones entre una fila de agujeros contiguos, y una docena de chinos es capaz de reunirse a cagar así. Sin embargo, si les regalas algo nunca lo abrirán delante de ti, para evitar que veas si realmente les gusta. Les horroriza mostrar en público sus sentimientos.

Llevar un vaso es esencial en estos viajes, en que el único entretenimiento consiste en elegir entre café, té o manzanilla, bajo el grifo del termo. La toallita, para enjugar la incesante marea de sudor.

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Salí de China por la puerta de atrás....He gastado mi salud y mi fortuna en recorrer el mundo antes de averiguarlo: “En el campo de una pulgada, en la casa erigida sobre ambos pies, puedes ordenar la vida”.
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Todas estas citas son del libro Viajes de un antipático, de José María Parreño (Ediciones Árdora, Madrid, 1999). Es cortito y muy recomendable. Además del Diario de China, que es la primera parte del libro, contiene una no menos suculenta segunda parte, llamada Cuaderno Americano, pues el autor no sólo va sobrado en 125 paginitas para protestar de oriente sino también de occidente. Dos compañeras mías de trabajo, hartas de oírme protestar también a cada rato, me lo regalaron hace ya más diez años ("¡a ver si se calla de una vez!", supongo que pensarían). Desde entonces adopté el alias de antipático, que no suele gustar, ¡qué le vamos a hacer! Y ya saben ustedes de dónde viene , que esto no se lo había dicho a casi nadie.

5 comentarios:

  1. ...muchas gracias.....por incluirme en tu lista de BLOGS ....¡¡¡¡¡ ....y me ha interesado este libre....Los viajes de un antipático...lo buscaré.....Un abrazo...Berta...... y tu no eres antipático....¡¡¡¡¡

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  2. Y qué me dices de salir de un ascensor en China; la primera vez te pilla desprevenida y te ves obligada a subir a la planta dieciséis y esperar a que las hordas desembarquen para volver a respirar. La segunda, te atrincheras frente a la puerta y con ambas manos haciendo palanca, te das impulso antes de que te arrolle la estampida... Las traducciones también merecen un capítulo aparte aún me veo reflejada en Bill Murray durante las escuetas traducciones en Lost in translation (en este caso era Tokio) y con las sensación de que te están contando la mitad de lo que realmente sucede. Cuando tú has ido ellos han vuelto siete veces, son observadores, ágiles, veloces y extremadamente trabajadores. Y lo más desconcertante, creo que es el adjetivo que mejor les define, es su incapacidad de pronunciar la palabra “no”: quizá mañana, lo tengo que consultar, y si lo hiciéramos de ésta otra manera…Para mi mente directa es un completo cortocircuito. Pese a todo, China es un país fascinante donde las nuevas generaciones aprenden a pasos agigantados para que el gran dragón se desperece y nos dé sopa con hondas.

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  3. estoy féliz!!! me has dado una alegría, no sabía que te habías unido al mundo "bloguero", eres una perla negra entre las blancas. estoy deseando leer todo lo que escribes, me ayudará la próxima semana!

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  4. ...Y yo que me he colado hasta aquí, también estoy deseando leer todo lo que escribes, porque he comenzado a hacerlo y no he parado.

    Decididamente no me pareces nada ANTIpático.

    Un saludo de una asturiana en el exilio.

    Marisa.

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  5. Me he divertido mucho con esta entrada. Ud. es un antipatico poco standard.

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