No hace falta recibir ninguna carta para sobrevivir con decencia a la soledad: basta saber que alguien puede enviártela, basta saber que puedes recibirla.
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Al parecer, lo mejor para que se cumpla algún deseo es no luchar por su consecución.
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El problema de tener un abuelo gigante es que al nieto no le queda más remedio que ser un enano.
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Porque ese es el secreto: no hay que cansarse de mirar; no hay que retirar la mirada cuando se descubre la fealdad. La belleza sólo llega a quienes la esperan.
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No comprendo por qué nos inquieta tanto lo que está torcido. Un cuadro torcido llama la atención sobre sí mucho más que uno recto y, en este sentido, todo lo torcido posee una virtud de lo que lo recto carece por definición.
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La imaginación o riqueza interior es una cualidad muy beneficiosa para hacer frente a la soledad que suele comportar la vigilancia. La fantasía que he logrado desarrollar durante estos veintiséis años, como el ya mentado sentido de la observación, es también monstruosa. Y es que he llegado a un punto en el que todo –hasta lo más pequeño, sobre todo lo más pequeño– me produce un hondo estupor. Ante cualquier cosa que vea, toque, guste, oiga o huela, me sobreviene la impresión de estar ante una maravilla y eso es lo que he descubierto en estos años: el estupor y la maravilla.
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Y así como el silencio me ha enseñado el valor de la palabra –y este, el de aquel–, la soledad del museo me ha mostrado la dulzura de la compañía y su necesidad.
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Cuando algo fatiga, es que aún no se mira bien; quien se cansa de mirar algo no está todavía dentro de lo que mira. Por eso, precisamente, se cansa. En realidad, las personas empiezan a quererse cuando empiezan a mirarse; eso que llamamos amor consiste, después de todo, en mirar como conviene. Después de mirar algo adecuadamente, ya no podemos ser los mismos; después de mirar algo mucho tiempo, no podemos, sino cambiar de vida.
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Ser vigilante no es, pues, una simple ocupación: es un modo de ser y de estar en el mundo. Es imposible que la custodia de la belleza no imprima carácter.
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Quiero decir que la mejor forma de conocer muchas cosas es atender sólo a una. O, dicho de otra manera, que el mejor consejo que puede darse a quienes quieren conocer el mundo es que se queden en su casa. Para conocer el mundo, es sabido que no hay nada peor que viajar: los viajes son, precisamente, lo que más nos impide hacernos una idea del mundo. Cualquier viajero experimentado sabe que el atractivo de los viajes radica en que, por este medio, se consigue no estar en ningún sitio.
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Estoy de acuerdo en que el museo es uno de los lugares más aburridos que existen; pero al mismo tiempo, y precisamente por ello, es un lugar interesante. A decir verdad, no creo que pueda vivirse con intensidad sin la experiencia del aburrimiento. El aburrimiento es el más grave insulto de la vida: si hay Dios, no creo que aya nada en los humanos que le ofenda más. Y de esto es de lo que he querido hablar en este libro: de la perla que se esconde dentro de lo cotidiano, del milagro de lo vanal.
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Los hombres vienen a los museos en busca de belleza ¡Resulta tan estremecedor ver a todos esos hombres y mujeres, aquí, en respetuoso silencio, mendigando su pequeña ración de belleza!
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No es que Gabriele acompañe mis pensamientos, pues apenas la hago partícipe de ellos; ni siquiera sabe de muchos de mis sentimientos, que hasta estas memorias nunca me había atrevido a compartir. Pero Gabriele acompaña mi cuerpo, y eso –como he llegado a comprender– es mucho más importante que cualquier sentimiento que yo pueda albergar y, ciertamente, que todos los pensamientos que se me hayan podido ocurrir. Prefiero mil veces que abracen mi cuerpo que mis ideas, si es que alguna vez he tenido alguna que se pueda considerar propia. La presencia silenciosa de Gabriele, constante y fiable, me complace mucho más que las palabras de aprobación o rechazo que pudiera brindarme, en caso de que decidiese compartir con ella lo que siento o pienso.
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Solo merece la pena aquello a lo que precede una larga espera.
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También sé que lo esencial de una boca es la sonrisa, y por eso la espero siempre. Y que lo mejor de una vida es el amor, que por eso –estoy seguro– sólo he podido encontrarlo ahora, en este principio de mi final [...] Ese ojo que mira el mundo en sus mejores posibilidades es el que hace mayor justicia a las cosas, devolviéndoles su dignidad. Pero no hay mérito alguno por mi parte. Si hoy veo sobre todo el bien, es porque éste ha sido siempre, en el fondo, lo más visible. Entonces –cabría preguntar–, ¿es que no ha habido nada irritante o aburrido, nada feo o amargo en mi vida de vigilante? ¡Claro que sí! Pero yo he escrito solamente sobre el bien, porque el bien es lo cotidiano. Por el contrario, casi todos prefieren escribir sobre el mal; les gusta fijarse en lo infrecuente y lo violento. Quienes ven sobre todo el mal (¡pobres diablos!) son miopes, ¡ciegos! Ellos sólo ven los fuegos de artificio; sólo oyen el estruendo de las explosiones, incapaces de apreciar la sabiduría del silencio y de lo pequeño, que es siempre lo esencial.
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Perdemos media vida buscando librarnos de aquellos a quines debemos obediencia y la otra media, en busca de alguien a quien obedecer. Gracias a este mandato, en fin, comprendí que había recibido la vida para contarla. Ahora sé que ninguna vida merece la pena si no hay alguien ante quien narrarla o exponerla.
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Son fragmentos de “El estupor y la maravilla”, un novela de Pablo D´Ors. Sorprendente, hermoso y extraño monólogo de un vigilante de un Museo (Alois Vogel), extravagante personaje que nos cuenta su vida, reflexiones, manías y sentimientos. El libro es un (en)canto a la importancia de lo pequeño, y está lleno de perlas, como estas. El cuadro de El equilibrista, de Paul Klee, es parte de una de las hermosas historias que contienen estas páginas maravillosamente escritas.
Realmente, perlas ...cada una de ellas.
ResponderEliminarQué descubrimiento más bello y tan necesario para mí justo el día de hoy...
Muchas gracias por regalarnos este momento.
Un cordial saludo
Si que lo son y muchas mas que se encuentran esparcidas por la novela y q nos ayudan a descubrir las q tenemos en nuestra vida
EliminarYa el título de la novela es delicioso. Yo nunca he tenido facilidad para llorar, pero en un museo, sola con mis pensamientos, me veo sobrecogida por la emoción y liberada del pudor. Es un ejercicio de introspección que alimenta y revuelve a la vez. A veces llenamos la vida de actividades para no encontranos con nosotros mismos. Frente a la belleza, uno desnuda su alma. Ya no hay escapatoria...
ResponderEliminarClaro que si muy bien dicho la novela es magnífica
Eliminarme encanta leer, aunque contigo estoy descubriendo autores para mi desconocidos, temas que nunca me había atraído ahora lo hacen... que bello es aprender.
ResponderEliminarBiografia del silencio con mas de 100000 ejemplares te encantara y esta novela para mi la mejor me quedan por leer 3
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