Me llega una carta de mi amiga Regenta, que vive en el valle del Tiétar (Ávila). Me recuerda que estos días pasados se ha celebrado en diversas localidades de aquella tierra la festividad de San Sebastián. Destaca entre todas las que celebran en Poyales del Hoyo. Es uno de los pueblos más pequeños del valle, rodeado de arroyos de aguas transparentes y una naturaleza, que llaman virgen, y que a mí, acostumbrado al humo y al ruido, me parecería incómoda a poco que permaneciera a la intemperie, expuesto al frío o al calor, a la lluvia o al sol, a los mosquitos, a los cardos o al viento serrano: quizá fuera sólo capaz de disfrutar de la belleza de las estaciones suaves, el otoño y la primavera, y no en grades dosis. Me manda, decía, el Almanaque de la fiesta que editaron allá por 2003, lleno de coplas, versos y textos que celebran la fiesta, recuerdan al santo y disertan sobre su imagen, además de diversas curiosidades locales. Lo más sonado de la fiesta es un auto sacramental en el que, hacen descender a un San Sebastián de carne y hueso, del campanario de la iglesia y tras representar su martirio lo exhiben en procesión y en paños menores, por las calles del pueblo.
Ustedes saben que la historia de San Sebastián, como la de tantos otros santos, nos la contó Santiago de la Vorágine, en la “Leyenda Dorada”, allá por el siglo XIII. Sebastián era oriundo de Narbona y estaba avecindado en Milán, que ambas localidades todavía se disputan el origen del santo. Fue un general del imperio romano durante el mandato de los emperadores Diocleciano y Maximiano, que lo distinguieron con su amistad y, tal era la confianza que le tenían, lo pusieron al frente de la primera cohorte que daba escolta a los emperadores, la llamada guardia pretoriana. Estos emperadores pasaron a la historia como grandes perseguidores y matachines de cristianos. A la sazón, Sebastián lo era muy devoto y creyente. Se alistó en la milicia buscando únicamente confortar a los cristianos, expuestos a desfallecer en su fe en medio de las persecuciones a los que se veían sometidos. Descubierto al fin, después de muchas prédicas y milagros, el prefecto lo denunció al emperador Diocleciano, que le llamó a su presencia.
“-¡De modo que te has aprovechado del alto puesto que ocupabas en mi corte y de los honores que te he otorgado, y de la deferencia con que siempre te traté, para trabajar clandestinamente contra mí y contra los dioses del Imperio!
-Eso no es cierto, -replicó Sebastián. –Es verdad que soy cristiano y que adoro al Dios verdadero, pero siempre he deseado y procurado para ti y para el Imperio lo mejor.
De nada sirvieron los razonamientos del acusado. El emperador mandó que lo sacaran al campo, que lo ataran a un árbol y que un pelotón de soldados dispararan sus arcos contra él y lo mataran a flechazos. Los encargados de cumplir esta orden se ensañaron con el santo, clavando en su cuerpo tal cantidad de dardos que lo dejaron convertido en una especie de erizo, y, creyendo que ya había muerto, se marcharon. Pero Sebastián, pese a la gravedad del tormento a que fue sometido, no llegó a fallecer, después de que los soldados se ausentaron, alguien lo desató del árbol y lo liberó.”
-Eso no es cierto, -replicó Sebastián. –Es verdad que soy cristiano y que adoro al Dios verdadero, pero siempre he deseado y procurado para ti y para el Imperio lo mejor.
De nada sirvieron los razonamientos del acusado. El emperador mandó que lo sacaran al campo, que lo ataran a un árbol y que un pelotón de soldados dispararan sus arcos contra él y lo mataran a flechazos. Los encargados de cumplir esta orden se ensañaron con el santo, clavando en su cuerpo tal cantidad de dardos que lo dejaron convertido en una especie de erizo, y, creyendo que ya había muerto, se marcharon. Pero Sebastián, pese a la gravedad del tormento a que fue sometido, no llegó a fallecer, después de que los soldados se ausentaron, alguien lo desató del árbol y lo liberó.”
Volvió a predicar y a ser apresado por Diocleciano, que ordenó que lo volvieran a torturar hasta la muerte y, esta vez sí, murió y fue arrojado a una cloaca, de donde fue sacado por los fieles, con la intercesión de Santa Lucía, y enterrado junto con los Apóstoles.
Actualmente, San Sebastián es muy conocido por el interés con que numerosos artistas a lo largo de la historia lo han utilizado como motivo de sus cuadros, pues fue el único caso en que la Iglesia toleró que se pintaran hombres desnudos. Nunca le he visto en ningún cuadro ensartado como un erizo o puercoespín, sino que desfallece atado a una columna o un árbol sufriendo las heridas de algunas fechas esparcidas por su cuerpo, al igual que la imagen, también sumamente erótica, del martirio de Santa Teresa de Bernini. Esa actitud de dolor sublime, ese cuerpo musculoso herido y ensangrentado, las posturas con que suele ser representado, que realzan el atractivo del cuerpo humano, lo han convertido, si no lo fue desde el principio, en un icono homosexual.
Hoy se pueden ver varios San Sebastián en la exposición, “Las lágrimas de Eros”, que siguiendo la estela de George Bataille, ha expuesto en Madrid la Fundación Thyssen. Pero son cientos, por no decir miles, las representaciones del santo que hay esparcidas por toda la cristiandad, colecciones, museos, iglesias, ermitas y demás lugares santos o profanos.
A mí personalmente siempre me ha atraído la fotografía que le hicieron al escritor, japonés y suicida, Yukio Mishima, que en una ocasión se hizo retratar disfrazado del santo. Su homosexualidad se ve claramente en toda su obra y en, especial, en “Confesiones de una máscara”, novela en la que cuenta el descubrimiento de su atracción homosexual ante una ilustración de San Sebastián, de Guido Reni, en un libro de arte, estremecido de pagano goce.
Y viendo las imágenes de las fiestas de Poyales y el gentío que acude al Auto sacramental, yo me pregunto –y que nadie se ofenda por mi prosa pagana–, si su éxito se debe al fervor a su santo patrón, a las ganas de celebrar que tienen sus habitantes, o a una oculta atracción para contemplar el cuerpo casi desnudo del joven que representa al santo. De todo habrá, imagino yo, en la viña del señor, y en las villas del Tiétar, y con los más diversos propósitos acudirán unos y otros. Por mi parte, este año no he podido asistir al Auto Sacramental debido a mis tribulaciones, pero del próximo año no pasa, allí estaré -es curiosidad lo que me atrae- y les contaré lo que allí vea, oiga y sienta. Luego dejaré aquel paraíso campestre y aldeano, y me volveré, en coche y feliz, a los horrores de la ciudad.
que delicia, como relatas ¡mira que la vida de s.sebastian no me atrae demasiado!. me he leido de pe a pa todo lo que has relatado, y como siempre aprendo algo nuevo... estaré pendiente el año que viene de lo que nos cuentes de tu viaje al tiétar
ResponderEliminar...FELICIDADES por tu premio....¡¡¡¡¡¡...aunque la que tiene un GRAN PREMIO...es Abril por tenerte a tí...... ¡¡¡¡¡ Un abrazo Berta
ResponderEliminar¡Tengo la sensación de haberme perdido todas las clases mientras estaba enferma!
ResponderEliminarTodavía estoy un tanto aturdida entre los diseños de Fortuny, las definiciones del Diccionario Epistolar, los fragmentos de "El estupor y la maravilla" y esta historia de San Sebastián. ¡Cuánta información por centímetro cuadrado!
Por cierto, ya que te van más las ciudades me animo a sugerirte que te acerques a Donosti en estas mismas fechas, que ya sabes que también aquí cerquita celebran a "su Santo", y tienen unos "pintxitos"...
Un besote, C.
Papi,hoy me he acordado mucho de tí porque he ido a un concierto en Warwick en el que se representaban todas las músicas del mundo, y la banda austriaca ha tocado "Adagio" de Mozart. Si vas a RueRacine vé el vídeo de Caruso... todavía sigo impactada. Te quiero.
ResponderEliminarAna