En la primavera de 1961 se produjo una conmoción en la traquilidad laboriosa de una magnífica residencia situada en Nôtre-Dame-de-Vie (Francia). Su propietario, un viejo de ochenta años, volvió a su casa, convocó a todos sus criados, a los que mandó sacar champagne, y les comunicó la noticia de que acababa de casarse con la mujer con la que había vivido los últimos años: Jacqueline. Aquel enlace fue toda una sorpresa. Aquella sería su última mujer. Había habido otras muchas en su vida, con las que tuvo relaciones apasionadas y tormentosas, crueles y dañinas: casi todas acabaron mal. A pesar de su inmensa fortuna, se comporta míseramente con las que todavía vivían, apenas mantenía relación con alguno de los hijos de sus anteriores mujeres, a pesar de lo mucho que los había querido. A sus nietos apenas si los conocía. Sin embargo era considerado uno de los más grandes artistas de la historia, su fama había dado la vuelta al mundo varias veces, sus cuadros se cotizaban en cifras astronómicas. Se llamaba Pablo Ruiz Picasso.
Entre las colecciones de arte que atesoraba el viejo minotauro, se encontró una serie de grabados japoneses del siglo XVIII. Se trataba de una colección de grabados shinga, también denominados higa: estampas eróticas donde en ambientes delicados de habitaciones decoradas con sedas, biombos, jarrones y bonsais, se representaban escenas pornográficas donde destacaban el enorme tamaño de los atributos sexuales masculinos y las complicadas posturas en que los amantes, no siempre dos, hacen el amor, incluso con pulpos y otros animales.
Acabo de volver de Barcelona, ciudad de la que vuelvo lleno de sentimientos de amor y amistad, medicinas que han de estar en cualquier botiquín. También he tradído el recuerdo de un poco de belleza. El museo Picasso de la ciudad ha abierto una exposición "Imágenes secretas" (que es lo que significa el término higa), donde se pueden ver los grabados japoneses junto a los del pintor, y se puede comprobar la clara influencia que tuvieron en él, a pesar de que nunca le atrajo el exotismo ni el "japonismo", tan en boga en los últimos años del siglo XIX y principios del XX. Las similitudes de esos antiguos grabados con los cuadros del viejo pintor son evidentes.
A pesar de su vejez, continuaba trabajando incansablemente, y desarrollaba una actividad desenfrenada. Tanto en la actual residencia como en las anteriores, la mansión en Mougins, La Californie, y el castillo de Vauvenargues, acumuló miles de obras y la producción aumentaba cada día. Su vida con Jaqueline, mujer enfermiza que le cuidaba y le mimaba, fue apartándole de la vida social. Cada día ve con menos frecuencia a sus amigos, a sus íntimos y a muchos gorrones y aduladores que se acercaban al viejo monstruo del arte para medrar. Sólo recibía a unos pocos íntimos, en visitas breves, pues tenía que trabajar. Muchos enemigos se labró aquella mujer durante aquellos años, por el "secuestro" del artista, del que la acusaban. El hecho es que cada vez salía menos de casa, ni siquiera a ver las corridas de toros que tanto disfrutaba. Para conocer lo que pasaba en el mundo exterior, se aficionó a ver la televisión... Sus últimos amigos, como Sabartés e 1968, morían. A él la muerte todavía le tardaría en llegar, en 1971, pero parecía poseido por una especie de angustia al ver acercarse el final.
Para ahuyentar sus fantasmas seguía trabajando, Picasso trabajaba sin parar. En aquel período de su vida pintó miles de cuadros y grabados, que se caracterizaron, sobre todo, por su vuelta a uno de los motivos que había inspirado gran parte de su obra: el sexo, que aparecía en sus obras de manera más extrema que nunca. Pintó sin cesar a toda una serie de personajes que siempre habían poblado sus obras: mosqueteros, guerreros, hombres con espadas, toreros, comediantes, pintores, artistas de circo, seres mitológicos. Esos personajes son símbolo de la insolencia, de la virilidad, de la fantasía: raptan a las mujeres y las violan, copulan apasionadamente, los cuerpos se entremezclan y se funden con el arrebato de animales en celo. La dama desnuda, acaricidada, echada boca arriba y boca abajo en el desorden de las sábanas, goza totalmente, abandonada a los asaltos del pintor que, con sus enormes atributos, la colma una y otra vez. El "voyeur" sigue detrás de la cortina y no se pierde un detalle del espectáculo que le produce evidente satisfacción. Son obras tremendas y potentes, con imágenes de figuras contorsionadas, que muestran su sexo con detalle, copulando en complicadas posturas. Picasso parece estar diciendo: aquí tenéis como yo conquisto a las mujeres y les doy plena satisfacción. Perdida su legendaria potencia sexual, de la que tanto alardeaba, el pintor, en esas obras, sublimaba sus deseos eróticos.
Las exposiciones de sus obras de aquella época, como la que se celebró en el palacio de los papas en Avignon, tenían una sala secreta y cerrada, en la que se exhiben sus obras más fuertes, a la que sólo accedían los iniciados y amigos.Entre las colecciones de arte que atesoraba el viejo minotauro, se encontró una serie de grabados japoneses del siglo XVIII. Se trataba de una colección de grabados shinga, también denominados higa: estampas eróticas donde en ambientes delicados de habitaciones decoradas con sedas, biombos, jarrones y bonsais, se representaban escenas pornográficas donde destacaban el enorme tamaño de los atributos sexuales masculinos y las complicadas posturas en que los amantes, no siempre dos, hacen el amor, incluso con pulpos y otros animales.
Acabo de volver de Barcelona, ciudad de la que vuelvo lleno de sentimientos de amor y amistad, medicinas que han de estar en cualquier botiquín. También he tradído el recuerdo de un poco de belleza. El museo Picasso de la ciudad ha abierto una exposición "Imágenes secretas" (que es lo que significa el término higa), donde se pueden ver los grabados japoneses junto a los del pintor, y se puede comprobar la clara influencia que tuvieron en él, a pesar de que nunca le atrajo el exotismo ni el "japonismo", tan en boga en los últimos años del siglo XIX y principios del XX. Las similitudes de esos antiguos grabados con los cuadros del viejo pintor son evidentes.
Sin duda hoy es difícil decir algo nuevo de Picasso, pero esta exposición, que se recorre entre delicados paneles que semejan los biombos de los antiguos burdeles japoneses, permite abrir una ventanita en su mundo complejo y, a través de ella, intentar mirar a escondidas a ese viejo salvaje, igual que un voyeur, como los que tanto le gustaba pintar. Quizá así podamos descifrar sus pensamientos secretos, sus sentimientos ocultos o, al menos, desvelar de dónde sacaba la fuerza portentosa que le hizo mantenerse vivo y creativo hasta los 90 años.
el pasado fin de semana fuimos a la exposición "lágrimas de eros", que me dejó algo confusa. después de ver estas "imágenes prohibidas" que sólo unos pocas vieron , me pregunto: ¿por qué alguna no formaba parte de la citada exposición? aquí no debes interpretar se vé, en muchas de las obras de "lágrimas de eros" pensé en la mente retorcida, no del autor, sino de los comentaristas llamados estudiosos y conocedores de ese tabú llamado erotismo
ResponderEliminarLa fuerza del minotauro. Apasionado y destructivo a la vez. Amante y misógino, desbordante de energía y de talento. Arte que toca los sentidos y los desgarra. Pintor de gritos y de sutilezas. Impacto a la pupila y a la indiferencia.
ResponderEliminarSospecho que cualquier artista intenta captar y encerrar en sus obras parte de lo que no puede aprehender y expresar de otra manera, por ser inalcanzable, tangible, o por haber ido perdiéndolo con la edad, o por...
ResponderEliminar¿No ves cierta tendencia en ellos a mantener (de su mano, pero fuera de sí, en algo quizá más perdurable y seguro), la consecución de sus búsquedas de valores como la belleza, la perfección, la esencia de la naturaleza... o incluso su interpretación del "sexo libre y perfecto" que quizá no alcancen en su realidad personal?
De cualquier modo creo que a la obra la engrandece tanto el qué como el cómo, y eso también ayuda a imaginar cuánto habréis disfrutado con la visita hecha al museo.
Besos.