He estado leyendo estos días, como ustedes saben, un extraño libro: “La casa de la vida”, de un escritor y catedrático italiano desencantado, Mario Praz (1896-1982). Después de estudiar leyes, marchó becado a Inglaterra, donde comenzó a publicar pequeños ensayos sobre arte y literatura, materia de la que fue profesor en diversas universidades. Amante de la época del primer tercio del siglo XIX fue un compulsivo coleccionista de muebles, cuadros y antigüedades de estilo neoclásico (estilos Imperio, Regency, Biedermeier), pero también de retratos de cera, miniaturas y casas de muñecas, libros curiosos, espejos, recuerdos rusos, bustos de personajes famosos, abanicos y de todo lo que de aquella época podía encontrar, aunque el mismo confiesa que “la figura del coleccionista a la luz de la sicología no sale bien parada, y desde el punto de vista ético hay sin duda en ella algo profundamente egoísta y limitado, mezquino incluso”.
A su vuelta de Inglaterra en 1934, se instaló en Roma, en un apartamento del Palacio Ricci, en la Vía Giulia. Lo fue decorando con toda la plétora de objetos y muebles que a lo largo de su vida fue acumulando. Abominaba de la falsedad del gusto moderno, en la que cunde el plástico, las flores artificiales, los abrigos de pieles sintéticas, los ojos brillantes gracias a las lentillas. Decía que incluso “la palabra «democrático» sirve tanto para los regímenes constitucionales como para los totalitarios, los pintores presentan una tabla acribillada de agujeros o una burda tela con algún grumo de color y los llaman cuadros, y un escultor toma el asiento de un retrete, lo combina con un tubo de estufa y lo llama una estatua”. No, definitivamente, no le gustaba lo moderno, ni las ciudades llenas de coches, sino que fue un apasionado del gusto antiguo: de aquellos colores verdaderos, sinceros, intensos; de los valores antiguos, de la cultura profunda.
Era un minucioso amante de los detalles, un apasionado de las artes decorativas y aplicadas, un ser meticuloso y perfeccionista. Podía llegar a tener un tono reaccionario en su discurso. Confesaba una extrema facilidad “para eliminar la parte desagradable del mundo circundante”. Vivía centrado en sus estudios sobre el arte y la literatura, y en sus colecciones. Pensaba que en esta época habíamos perdido el sentido de lo que es la alegría de vivir y su expresión directa, sin que podamos apreciar la forma espontánea y fácil de manifestarla.
No obstante, en esta obra nos ha dejado una autobiografía bellísima –el libro más aburrido de todos los tiempos, según algunos–, en la que va describiendo su casa y los innumerables objetos que hay en cada pieza: el vestíbulo, el pasillo, el salón, el boudoir, el dormitorio, la biblioteca...Y a la vez que, erudito, nos muestra las claves de su pasión, va recordando su vida, las circunstancias en las que consiguió sus antigüedades, lo que le pasó en cada época de su existencia, los recuerdos que le traen las diferentes estancias y muebles.
Así, fragmentariamente, vamos conociendo, desde las reminiscencias de su vejez, sus amores y amigos, cómo casó con una inglesa con la que tuvo una hija, sobre su matrimonio poco feliz, que duró cinco años, y de cómo, a lo largo de su vida, obsesionado por su manía, se sumergió entre sus colecciones, sublimando en soledad las cosas que le rodeaban, llenas de belleza, de recuerdos y correspondencias culturales. “La casa es un bosque como el de la Bella Durmiente; como un salón iluminado y desierto, cuyas puertas se abrirán de un momento a otro para el baile, como una iglesia iluminada y solemne, en la que, al compás del órgano, dentro de poco avanzará la procesión desde la sacristía, así una sensación de espera, hecha de ansiedad y de júbilo, palpita en el aire de esta casa que, como confiesan todos sus visitantes, si en ciertos aspectos parece un museo, es sin embargo un museo vivo, no una acumulación exánime de objetos”. No en vano, pensaba que“las cosas se convierten en algo más que cosas, las personas a veces se convierten un poco en cosas”. Los seres que le quisieron, probablemente hartos de ser vistos como algo menos que cosas, le dejaron sólo en aquella casa.
Son especialmente bellos algunos pasajes, como aquellos en que nos habla de las casas de muñecas, de las miniaturas o de las casas de hielo; el comentario sobre un mueble donde guardaba su antigua correspondencia, se convierte, al hilo de las cartas olvidadas, en un repaso de sus relaciones con los muchos intelectuales que conoció, en Italia y en Inglaterra.
Una de sus pasiones fueron las pinturas llamadas conversation pieces o retratos de familia o de grupo del siglo XIX, del que tenía innumerables ejemplos, que servían para fijar la imagen complacida de la familia burguesa y acomodada, hasta que llegó la fotografía y desaparecieron los pintores que se dedicaban a esta clase de trabajo.
Precisamente así, Gruppo de famiglia in un interno (Conversation piece), se denominó la película que su amigo Luchino Visconti dirigió inspirándose en él. Un viejo profesor, sosias de Mario Praz (Burt Lacaster), que vive en un palacio lleno de antigüedades ve trastornada su tranquila existencia por la llegada de unos nuevos vecinos: una familia de vida tormentosa. En España se llamó “Confidencias”. Podéis ver una secuencia de la película pinchando aquí.
Mario Praz al final tuvo que mudarse de su casa en 1969, y volvió a instalar sus cosas en otro apartamento en el que consiguió acoplar sus cosas, en el edificio del Museo Napoleónico de Roma, y que hoy es sede del Museo de Mario Praz.
Todavía allí se puede contemplar una estatua de Amor, aquella de la que nos contó al principio del libro que un día sorprendió a una criada besándola. Al final la estatua le recuerda al viejo escritor, a aquel personaje que en su juventud pisoteaba las flechas de Amor y estudiaba asiduamente, y en la vejez sucumbe a las mismas flechas que un día despreció e intentaba besar a una mujer joven. “Pero los dioses no son amigos de la vejez... A quien entra por la puerta principal del nuevo apartamento se le presenta al fondo de la galería la estatua de Amor arrodillado, que con la mano derecha hace ademán de extraer una flecha del carcaj: a los pies tiene el arco.”
Muchas ganancias he obtenido leyendo este gustoso libro: los momentos de placer que me ha deparado, las referencias a libros y obras de arte que quiero frecuentar y de las que he tomado nota, o las ganas de volver a Roma para ver su museo. Pero sobre todo me quedo con una reflexión: que la cultura es algo maravilloso para vivir, siempre que no se olvide uno de que lo importante es eso vivir, y que cada día hay que levantar la cabeza de los libros y papeles, de las cosas y los objetos, y dedicarse a las personas, que es lo único que realmente merece la pena, aunque algunas nos hagan dudar de ello de vez en cuando.
Aún compartiendo con el coleccionista, en cierta medida, el interés y la atracción por esos objetos que atesoraba, me quedo con lo que te quedas...
ResponderEliminarAdemás, los objetos no son nada sin la intención y el alma que los vivos hemos puesto dentro de ellos.
Por cierto, me alegro de que "este cacharro" me permita enviarte un besazo tan grande que cunda para repartir también entre todos los tuyos.
¡Que tengáis un gran día!, C.
...me ha interesado mucho lo que nos cuentas...he tomado nota del libro y su autor para buscarlo..me apetece mucho leerlo...¡¡¡¡ y la película de Burt Lancaster...la hemos visto este Invierno...de esas rarezas...que de pronto ponen en alguna cadena...y nos encantó....a ceci y a mí...recuerdo su casa con la gran terraza...sobre Roma....¡¡¡¡¡¡ Un abrazo Berta
ResponderEliminaren TRISTEZA decías que tu próxima entrada serías menos intenso... ya me parecía a mí que eso no podía ser, si no, no serías tú... cuando queráis podemos ir a roma a ver el museo... te quiero.
ResponderEliminarSoy un viejo coleccionista y no puedo por menos de identificarme en muchas cosas con Mario Praz (incluso en parecer antipático), excepto en una cosa: las personas serán siempre más importantes que los objetos. Comparto la opinión tan bellamente expresada más arriba por Cata: "los objetos no son nada sin las intenciones y el alma que lo vivos hemos puesto dentro de ellos"
ResponderEliminarSaludos cordiales
Eloy Martínez Lanzas
Totalmente de acuerdo contigo, Eloy, y bienvenido a este blog.
ResponderEliminar