Llevaba trabajando durante años para conseguir mi ansiado ascenso en la empresa. Los afanes y desvelos en el trabajo, las humillaciones a que me había sometido mi infame jefe, las veces que me había arrastrado como un gusano, tuvieron su inevitable recompensa: fui pisoteado. Permítanme un consejo, no se arrastren por el suelo, es peligroso. El puesto que anhelaba se lo dieron a Marta, la chica recién llegada a la oficina, a la que yo mismo recomendé para que la contrataran, porque era amiga de mi mujer. Para colmo, me pusieron bajo sus órdenes.
Marta era el escondido secreto por el que yo había ido a la oficina con agrado las últimas semanas antes del descalabro. No sé si estaba enamorado de ella, de su belleza, de su falsa sonrisa, o tan solo de la imagen ficticia que había fabricado. El hecho es que lo único que conseguí alelándome por ella fue que me sonsacara la información que necesitaba. Sus coqueteos con el jefe hicieron el resto. Logró su ascenso en dos meses cuando yo llevaba años peleando por él. Al llegar a casa, mi mujer, hecha una furia, me llamó débil, imbécil, blando y no sé cuantas cosas más. El impacto de aquella noticia pudo con la poca vida que le quedaba a nuestro matrimonio. Mi mujer me dejó.
Un día, unas semanas después de mi separación, volví a casa triste y abatido por la rutina y la soledad. Me encontré una terrible gotera, justo en el día en que me quedé sin seguro. Había decido rescindirlo unos meses antes, después de llevar años pagando por nada. La inundación estropeó los suelos y paredes, el techo se hundió, los muebles, alfombras y libros, echados a perder para siempre. La inundación había llegado al piso de abajo. La vecina, en cuanto me oyó llegar, subió para recriminarme el desastre y exigirme el pago de los daños. Le dije que no había sido culpa mía, que había podido ser cosa de la tubería general o del vecino de arriba, pero no atendió a razones. Siguió gritando hasta que prometí pagarla. No conforme con aquello me llevó a juicio. Tampoco convencí al juez que me condenó a pagar una cantidad totalmente injusta.
Las desgracias se apoderaron de mi vida. Tuve un accidente con el coche (siniestro total), murió mi madre, mi único amigo marchó al extranjero, se escapó mi perro, me robaron en la calle, se estropeó la lavadora, me destiñeron la ropa en el tinte y caí enfermo. Me quedé sin dinero para afrontar tanto contratiempo y, además, pagar la pensión que otro juez otorgó a mi mujer, que también consideré abusiva teniendo en cuenta que no teníamos hijos.
Acosado por las calamidades y desgracias, en medio de la depresión, hace unos meses decidí suicidarme. Con un ingenioso juego de poleas, subí el piano hasta el techo, para dejarlo caer sobre mí. Antes de que estuviera bien situado, se me resbaló la cuerda. Conseguí tener un serio accidente que provocó que me quedara con varios huesos rotos y sin piano. Por poco me mato, ¡vaya susto! Hubiera estado gracioso que los periódicos hubiera titulado el suceso: “INTENTA SUICIDARSE Y MUERE EN EL INTENTO”.
Entonces supe que no podía caer más bajo. La frustración y la impotencia me inundaban el pecho, el dolor era tan intenso que para aliviarlo decidí, ya que no era capaz de suicidarme, matar a alguien, a cualquiera. Salí a la calle totalmente enrojecido por la rabia y la ira, y al ir a acuchillar al primer transeúnte que pasaba, erré el golpe, y la víctima, reaccionando rápidamente, se convirtió en agresor. Me quitó el cuchillo y me lo clavó en la espalda, lesionándome la espina dorsal y dejándome paralítico. A pesar de que había conseguido quedarme con la casa en el juicio de separación, pues la había heredado de mi abuela, tuve que venderla para pagar las deudas e indemnizaciones. Mi ordenador era la única posesión que me quedó.
Inválido y reo de intento de asesinato, sometido a exámenes psiquiátricos, declararon que sufría una trastorno psíquico cuyo complicado nombre no consigo recordar. Fui absuelto, pero declarado loco, en silla de ruedas y recluido en un manicomio de por vida.
Sufro los cuidados y el acoso de una enfermera cruel. Se llama Ángela (de la muerte). Me hace la vida imposible. Merece ser violada por una pandilla de apaches y después asesinada, entre agudos dolores y tras atroces torturas. Desde entonces vivo solo y hundido. Nadie viene a verme.
Hace unos meses conseguí sobreponerme a mi locura y a mis desgracias. Tras numerosas entrevistas con psiquiatras y forenses, me permitieron acceder a Internet, después de filtrar el posible acceso a páginas pornográficas y violentas. De ese mundo de la red he disfrutado durante los últimos meses.
“Nunca dura cosa buena” dice el refrán. Hoy la enfermera me ha comunicado que mañana quitan la línea de Internet en las habitaciones del psiquiátrico, porque la dirección ha decidido restringir gastos por la crisis. Tampoco tengo ninguna posible conexión inalámbrica. Lo único que tenía un poco de sentido para mí, aunque fuera falso, también me lo han quitado. Como despedida de todos ustedes he decidido realizar esta confesión general..., pero todavía queda algo más.
Creé este blog sin que nadie se enterara. Aquí, me he inventado una vida ficticia. He simulado durante meses que era un amante apasionado y padre ejemplar, que era un ser culto que visitaba exposiciones de arte y que leía libros, que tenía una vida con viajes, amigos, recuerdos y experiencias interesantes, y que los visitantes de mi blog me hacían comentarios inteligentes y afectuosos. Yo lo inventé todo, incluso esos perfiles de los otros usuarios que accedían. Para mi sorpresa, pronto no hizo falta seguir simulando comentarios de terceros, pues algunos incautos, como los que me están leyendo ahora, se tragaron el anzuelo, aunque de vez en cuando todavía hago intervenir a los visitantes ficticios para mantener vivo el engaño. Eso es lo que quería confesar: este blog es una inmensa mentira.
Todo ha acabado. Hoy es el último día en que me dirijo a ustedes. Expulsado del mundo real, me refugié en uno virtual más satisfactorio. También me lo niegan. No sé si conseguiré romper la estela de fracasos y calamidades que me preceden en el logro de mis propósitos. En cualquier caso, de una cosa estoy seguro: mañana Ángela de la muerte no conseguirá inyectarme el calmante. Quizá mañana encuentren alguna noticia en el apartado de sucesos de algún periódico o en la radio. Permanezcan atentos a las noticias. Je, je.
Ha sido un placer. Gracias por su compañía. Adiós.
Cuento anónimo
del libro El ser humano es extraordinario
Ed. Refrescos Aquarius
Hace mucho tiempo que no escribo.Han pasado meses sin que viva, y voy durando, entre la oficina y la fisiologia, en un estancamiento intimo de pensar y sentir.
ResponderEliminarHace mucho tiempo que no solo no escribo, sino que ni siquiera existo.Creo que solo sueño.
Hace mucho tiempo que no soy yo.
Fernando Pessoa:"Libro del desasosiego"
Hola Regenta, ya te he localizado el libro que me pediste y te lo he enviado desde el manicomio esta mañana. Te llegará pronto.
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