Como todos ustedes sabrán, hoy se celebra en las calles de Dublín el “Bloomsday”, o día de Bloom. Es un evento anual que se celebra en honor a Leopold Bloom, personaje principal de la novela Ulises de James Joyce. Se celebra todos los días 16 de junio desde 1954, porque es el día en el que transcurre la acción -ficticia- del Ulises. Joyce eligió esa fecha porque fue la de su primera cita con la que sería su mujer, Nora Balance. Este día los celebrantes procuran comer y cenar lo mismo que los protagonistas de la obra, o realizar distintos actos que tengan su paralelismo en la novela. Especialmente se realizan encuentros en Dublín para seguir el itinerario exacto de la acción, se realizan lecturas del texto y algunos van disfrazados de personajes de la época.
En Madrid hemos copiado la idea y celebramos “La noche de Max Estrella”, rememorando el itinerario golfo del personaje de la obra de Valle Inclán Luces de Bohemia. Nunca he asistido a ninguno de ambos eventos, pues me temo que no soy amigo de actividades gregarias, por atractivas que puedan parecer.
En cualquier caso, mis veranos irlandeses no fueron tiempo perdido. En Dublín fue la primera vez en que dispuse de tiempo, libertad y dinero. Aquellos tres veranos, que en teoría debían servirme para aprender inglés, me sirvieron, sobre todo, de “primera vez” para muchas cosas: comer sopa de avena, desayunar unos extraños cereales, bailar en una discoteca, besar a una chica, robar en las tiendas, cantar el porompompero en la calle, jugar al tenis, beber cerveza negra, escaparme por las noches a los bosques de la cuidad y cosas así. No he vuelto a Dublín, ni a hacer casi nada de todo eso (¡ojo!, he dicho casi), aunque no me importaría volver. Años después leí el Ulises, pero creo que repetir semejante hazaña me iba a costar más trabajo.
Últimamente el evento se está poniendo más de moda en nuestro país, por varias razones, pero sobre todo por la última novela de Enrique Vila-Matas Dublinesca, que he leído esta primavera y por el club que él ha creado con sus amigos, para festejar anualmente la efeméride en Dublín, pero a su manera, y que se denomina “La Orden del Finnegans” y de lo que hoy hablan unos cuantos periódicos. Los miembros han aprovechado estos fastos joyceanos para editar un libro de relatos con el mismo nombre.
En Madrid hemos copiado la idea y celebramos “La noche de Max Estrella”, rememorando el itinerario golfo del personaje de la obra de Valle Inclán Luces de Bohemia. Nunca he asistido a ninguno de ambos eventos, pues me temo que no soy amigo de actividades gregarias, por atractivas que puedan parecer.
Dublín me evoca sin querer mis estancias estivales en aquella ciudad cuando era un adolescente. Yo entonces no sabía el nombre de ninguno de los espléndidos escritores que habían nacido en ese país (como Wilde, Keats, Joyce o Becket); no conocía la música céltica, ni a los Chifteins, ni a Van Morrison, no había visto La hija de Ryan ni Barry Lindon, ni tantas otras cosas. Por supuesto, tampoco tenía noticia de la existencia de tan famosísima novela, que yacía ignorada en la biblioteca de casa de mis padres. A esa edad, si hubiera leído el Ulises, habría sido un adolescente de una precocidad y pedantería insoportables. Pero tiendo a cultivar cierta nostalgia por las ocasiones perdidas en mis primeros viajes, como aquel otro de fin de curso que hicimos por Europa cuando tenía diecisiete, y del que tampoco pude exprimir todo su jugo, por falta de formación y de interés.
En cualquier caso, mis veranos irlandeses no fueron tiempo perdido. En Dublín fue la primera vez en que dispuse de tiempo, libertad y dinero. Aquellos tres veranos, que en teoría debían servirme para aprender inglés, me sirvieron, sobre todo, de “primera vez” para muchas cosas: comer sopa de avena, desayunar unos extraños cereales, bailar en una discoteca, besar a una chica, robar en las tiendas, cantar el porompompero en la calle, jugar al tenis, beber cerveza negra, escaparme por las noches a los bosques de la cuidad y cosas así. No he vuelto a Dublín, ni a hacer casi nada de todo eso (¡ojo!, he dicho casi), aunque no me importaría volver. Años después leí el Ulises, pero creo que repetir semejante hazaña me iba a costar más trabajo.
Me gusta leerte Anti, porque eres un buen "contador de historias". Siempre te intuyo con un halo de nostalgia...
ResponderEliminarHoy he aprendido algo nuevo y eso es bueno, me gusta.
.....por pura casualidad....ya te comentamos el otro día...tomando una copa en casa...que coincidimos ese día en Dublín....hace 3 años....y es algo inenarrable ¡¡¡¡¡¡ nunca se nos olvidará....sobre todo que los Dublineses...al final del día ...y del recorrido...han tomado miles de copas de su cerveza...además era viernes.....¡¡¡¡ y cantan en grupo.....¡¡¡¡ piropean a las chicas....también en grupo¡¡¡¡ fue divertido ...¡¡¡¡ y desde luego único...¡¡¡¡¡ Berta
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