viernes, 19 de noviembre de 2010

¡OH, LA ÓPERA!

Algunas personas sufren aversión a la ópera. Sólo acuden a los teatros donde se representan esos dramas musicales, cuando no han podido evitarlo, y sólo para confirmar una vez más que, para ellos, son el colmo del aburrimiento y del mal gusto. Y me refiero a personas cultas, amantes de la música, y que disfrutan de ella tranquilamente en casa escuchando discos. Mejor sería decir que “todavía” disfrutan de ellos antes de que terminen de desaparecer.

Al escuchar los discos, los melómanos hacen de la música un objeto de su propiedad, utilizándolo como les viene en gana, sin tener que aguantar las restricciones, incomodidades e impertinencias de la ejecución musical en un teatro de ópera o de una sala de conciertos: hay que ser puntualísimos, los asientos son incómodos, no se puede hablar, ni comer, ni beber, ni toser, ni parar la música, ni saltarse los fragmentos aburridos. Si aún en esas condiciones algo les gusta, solo pueden comentarlo o aplaudir al final, cuando el entusiasmo ya ha pasado. Entonces todos se ven obligados a aplaudir durante largos minutos, hasta que le escuecen a uno las manos. Si hablamos de música pop o rock, hay que aguantar violentos baños de multitudes sudorosas, esfuerzo que requiere ser muy joven, pues sólo a edad temprana se tiene el exceso de salud física y el defecto de salud mental necesarios para soportar semejante suplicio.

Ellos piensan que con los discos, igual que con muchas conservas o con el vino, se obtienen productos muy superiores a los naturales, pues gracias a la posibilidad de montar los fragmentos correctos, en el disco se eliminan los errores del intérprete. Intérprete que suele ser mejor que aquel al que solemos poder contemplar en directo. La calidad del sonido es un inconveniente que la tecnología ha mucho tiempo que superó.

Si de deleitarse con la música se trata, ellos se preguntan: ¿qué placer puede compararse al de escuchar el fragmento preferido, tumbado en el lecho, acariciando con una mano el pecho de la amada y con una buena copa en la otra? [Perdonden, me gustan las mujeres, a quienes les gusten los hombres que toquen donde quieran].

Estas ventajas son de carácter social. Pero es que ellos encuentran también razones de orden estético para preferir el disco. Consideran que el intérprete de un drama musical es un mal actor que con su actuación no hace sino empañar una audición que encomendada a gestos y palabras pierde buena parte del poder que tiene la música para transmitir sensaciones. La música en presencia del intérprete es algo parecido a la pintura en presencia del guía del museo, del que se puede prescindir, es cierto, pero a costa de un esfuerzo supletorio para evitar sus molestias.

Piensan que es en la ópera donde el colmo del esperpento puede llegar a un grado sumo. Y es ahí donde el disco presta su mejor función: conserva la interpretación y suprime al intérprete, el montaje, el escenario o, en una palabra, el drama musical. Si el intérprete es un mal actor –afirman–, el de ópera suele ser grotesco; sus gestos banales y grandilocuentes nunca se acuerdan de la sutilidad de la melodía, les gustaría que sólo moviera los miembros que requiere el instrumento. Pero no, el intérprete no puede evitar transmitir con el gesto la experiencia por la que está pasando su alma. Y ese gesto, siempre, siempre, es desafortunado. ¿Qué no tiene que hacer la música para superar el deplorable efecto inicial de una Isolde de 120 kilogramos con una túnica blanca y largas trenzas de oro hilado, o de un Pizarro de bayeta, rodeados de cartón piedra, yelmos de latón y un pueblo que corea y al unísono alza sus brazos para celebrar el triunfo de la inocencia?

De los libretos no quieren ni hablar, pues sus textos les suelen parecer muy mediocres y, cuando no es así, su servidumbre al poder de la música, acometida en tan atroz espectáculo, les parecen meros pretextos para alargar el drama. Por que sí, porque, además de todo eso, la mayoría de las óperas se les hacen larguísimas, interminablemente aburridas. Los que no les gusta la opera se preguntan: ¿existe algún artículo de la tan cacareada cultura artística europea que de peor manera responda a su fama como la ópera?

Hay personas que así piensan, con el escritor Juan Benet a la cabeza, que escribió estas reflexiones en su ensayo titulado La moviola de Eurípides.

Yo por mi parte todavía recuerdo con horror mi iniciación a tan difícil arte cuando tenía diecinueve años: Un Lohengrin interminable y una Montserrat Caballé esperpéntica bailando la danza de los siete velos en Salomé. Para que vean que no exagero, ahí les dejo con el vídeo del baile, que debería haber sido sensual y excitante, pero en el que "cometen" una interpretación de código penal, a pesar del texto de Oscar Wilde y de la música de Richard Strauss.


No soy gran aficionado a asistir a la ópera, pero he disfrutado mucho casi siempre que he ido. Conseguí superar el trauma inicial. Inténtelo, igual a ustedes les da resultado. Si no, no tenga complejos en reconocerlo. Consigan el disco o lo que lo sustituya, y escuche la ópera tranquilamente. Si aún así no lo consiguen, siempre pueden reírse pasando Una noche en la ópera.

3 comentarios:

  1. Muy ocurrente...como siempre...Te recomiendo Puccini, tachado de sentimental, pero gran amante del cine y con un talento melódico incomparable (La Boheme)
    Aunque hay auténticos tostones, si.

    ResponderEliminar
  2. ¡Cielossssssssssss Santossssssssssssssss! ¿Y por qué nunca se les ha ocurrido recurrir a
    los inestimables dobles para tales escenas de "peligro"?

    Este es un claro ejemplo de lo que Jose comenta a menudo... ¡Si es que no se puede tener de todo! La perfección sólo habita en el cerebro de los creadores, pero al poner los pies en la tierra llega Paco con la rebaja y nos recuerda que "Soplar y sorber..."

    Parece que tu estreno fue de esos que dejan huella, ¿Eh-eh?... Te felicito por haber superado el trauma y por el disfrute de las que vinieron después.

    ResponderEliminar
  3. el convidado de piedra23 de noviembre de 2010, 19:49

    Ha de esconderse entonces, a Montserat Caballé y poner en su lugar a una modelo que haga play-back ? que pena, señores...

    ResponderEliminar