domingo, 6 de febrero de 2011

SANATORIO DEL RETRAIDO


J.R.J. por Joaquín Sorolla
Cuando Juan Ramón Jiménez (1881-1958) tenía diecinueve años, a su vuelta de Francia, era un escritor que creía que sufría una enfermedad, y en realidad la tenía, se llamaba hipocondría. La temprana e imprevista muerte de su padre le había provocado un terrible miedo a morir prematuramente. Cuando volvió a Madrid, sus amigos, y sobre todo el doctor Luis Simarro, hicieron las gestiones para que le dejaran alojarse en el Sanatorio del Rosario, que entonces estaba en las afueras de la ciudad, y que actualmente es el número 53 de la calle del Príncipe de Vergara. En sus habitaciones, un dormitorio y una salita, se estableció como en un hotel, porque “no toleraba los ruidos de Madrid”, y llevaba una vida retirada. Lo denominó él mismo como el “Sanatorio del Retraido”, cultivando una imagen –muy a la moda del malditismo imperante– de poeta enfermo de melancolía y de idealismo que cuida los signos que lo distinguen de la vulgaridad del ambiente.

Durante aquellos dos años escribió poemas y publicó libros esenciales en su obra, como Jardines lejanos o Arias tristes y corrigió Rimas. También recibía en tertulias improvisadas a poetas y escritores (Villaespesa, Jacinto Benavente, Ramón Pérez de Ayala, Salvador Rueda, los Martínez Sierra, los Machado, o Valle Inclán). Con ellos intercambiaba ilusiones y trazaba proyectos literarios. Allí se concebirá la revista modernista Helios. También frecuentaron su refugio krausistas y colaboradores de la Institución Libre de Enseñanza, que tanto influirán en su pensamiento.

Rubén Darío le había dicho una vez “usted va por dentro”. Rafael Cansinos Assens, uno de los que le frecuentaba, le recordará años después como “el inmaculado, el poeta puro, que no se roza con la vida ni la gente en su Vaticano del Sanatorio”. Pero nunca nadie pudo estar seguro de conocer a Juan Ramón Jiménez, el raro, el maniático. Detrás de ese melancólico idealismo, había pasión carnal y alegría de vivir. Porque, además de lo dicho, pasaron más cosas en aquel sanatorio.

Jardines del sanatorio, en la actualidad
El convento estaba atendido por monjas. Ni su supuesta enfermedad ni su melancolía le impidieron frecentes galanteos con las novicias más jóvenes del sanatorio, por las que muy pronto se sintió atraído. Eran tres: Pilar Ruberte, Filomena y Amalia Murillo. “Yo les traía golosinas –cuenta el poeta en su obra Sanatorio del Retraído– que ellas, aunque les estaba prohibido, se comían conmigo alrededor de mi estufa. Cuando había tormenta, venían gritando a mi cuarto. Me vestían de monja una escoba, y me la ponían sentada en el sofá, y una fotografía que tenía yo, encima de la chimenea, de una amiga francesa, me la encontraba, puesta por ellas, (...) en mi cama sobre mi almohada. La verdad es que lo pasábamos tan bien las tres y yo. Jugábamos por los pasillos, en verano sobre todo, cuando no había enfermos”. De la hermana Pilar escribe Juan Ramón: “Desde el primer día me pareció un mármol de museo, ablandado y calentado por mi”. Y también que “con aquella mimosa dulzura, mordiéndose el lunar de su labio —¿Viene usted, Juanito, a ver nacer la luna? Dejándose tirar del velo que le ponía tirante la frente y doblando atrás la cabeza, cerraba los ojos como las muñecas al tenderse.” A ella le dedicó una parte de su libro Arias tristes.
La flecha señala a Pilar Ruberte, a la que JRJ llamó
su "Venus de Milo". Fotografía tomada en Maracaíbo en 1970.
El tiempo no perdona.

Después de unos meses de escándalo, la hermana Amalia fue trasladada a otro convento y JRJ expulsado del sanatorio por la madre superiora. En un documento inédito, encontrado en Puerto Rico a la muerte del poeta, éste dejó escrito su versión de lo que pasó: “El doctor Roldán, director del Auxilio Mutuo, dijo que, cuando yo estuve en Madrid en el Sanatorio del Rosario, cuando él con sus veintiséis años era el director y yo el enfermo melancólico, yo le hacía el amor a las hermanas. El hecho era así. La madre superiora, con gran escándalo de la comunidad, se enamoró de mí y venía constantemente a mis habitaciones. Las hermanas jóvenes, que eran las que amí me gustaban (y yo a ellas), nos burlábamos de la madre cincuentona. Entonces ella, indignada espulsó a una hermana, Amalia, de veinte años como yo (...). Y después, la Madre me espulsó a mí, sin atreverse a aparecer en mi despedida, a la que vinieron todas (...) menos ella. Y todas lloraban y yo también”.

En verdad fueron muchas las mujeres que enamoraron a Juan Ramón vivían en Moguer, Madrid, Sevilla, Francia y en el sanatorio del Rosario de Madrid. Unas fueron adolescentes como él, otras señoras casadas y otras novicias. Diez años depués preparó un libro con los poemas que hablaban de aquellos amores, de sus primeras experiencias eróticas y amorosas, a los que puso nombre y apellido, poemas que nos descubren a un poeta más alegre que meláncolico, más apasionado y carnal, aunque siempre espiritual; tan espiritual que sus versos más eróticos y explícitos los reunió bajo la rúbrica de Lo Feo. JRJ, que ya entonces lo diseñaba y programaba todo, entregó el libro a la imprenta en junio de 1913, pero no llegó a publicarse.
¿Y qué pasó, por qué no se publicó?

Al parecer, fue cosa del gran amor de Juan Ramón, Zenobia Camprubí, que ya había aparecido en la vida del poeta. A ella no le gustó nada la sensualidad y el erotismo que destilaba el poemario Laberinto que acababa de publicar Juan Ramón. Así se lo expresó Zenobia al poeta en una carta: “Anoche leí Laberinto. Lo leí porque lo había escrito Ud., conste, que si no estoy segura de que no hubiera aguantado hasta el final. Y cuando lo concluí tenía una rabia contra Ud….” ¿Resultado? Juan Ramón retiró de la imprenta el nuevo libro de sus poemas de amor, mucho más cargado de testosterona,  y postergó para siempre su publicación para asegurarse el amor de Zenobia. ¡Qué bien sabía el poeta lo que le interesaba! Aquella mujer ejemplar lo cuidó y lo amó durante toda su vida, en medio de la manía reinante de su vida y del egotismo superlativo del poeta, que decía que la adoró como la mujer más completa del mundo pero a la que no pudo hacer feliz. Pero esa ya es otra historia...

5 comentarios:

  1. Muy interesante, como siempre. Ya sabía de la enfermedad de JRJ, como lo llamas, de lo demás ni idea. Me encanta JRJ, me trae recuerdos maravillosos, papá me enseño a leer en español con "Platero y yo", lo tengo guardado aún como una reliquia. Gracias por tu relato, saludos.

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  2. Que pillo.... que pillo!
    Me interesa la otra historia.
    Un saludo
    Cristina

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  3. Leyendo tu post me he trasladado a otro tiempo en el que la literatura existía porque había escritores de verdad.

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  4. Lo de las conquistas monjiles fueron pura imaginación del poeta desbocado, hoy con fuertes dosis machistas. Hay cosas sobre mujeres que no tenía que haber escrito el gran Juan Ramón, porque desmerecen. Pero ya se sabe como eran aquellos tiempos en que las mujeres poco pintaban, sino no era para idealizarlas. Un saludo.

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  5. El pie de foto "La flecha señala a Pilar Ruberte, a la que JRJ llamó
    su "Venus de Milo". Fotografía tomada en Maracaíbo en 1970" es erróneo. Las Hermanas de la Caridad de Santa Ana ya no llevaban ese hábito en esa fecha.

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