La historia que hoy les quiero contar es el argumento de la película Buscando a Greta, de Sydney Lumet.
Gilbert es un contable, vive en Nueva York, su trabajo es aburrido, su jefe un cicatero insoportable y el ambiente de su oficina es opresivo. Está casado con una mujer mona y convencional que quiere llevarle a vivir a Los Ángeles, donde su adinerado padre ha ofrecido a su yerno un trabajo mejor remunerado.
Su madre, ya entrada en años, es una mujer divorciada e inconformista, vitalista y nada convencional. Es una activista que se rebela continuamente contra las pequeñas injusticias que aparecen en su vida y por lo que consigue ser arrestada a menudo. También es una apasionada admiradora de Greta Garbo: ha visto innumerables veces sus películas, sigue llorando con ellas cada vez que las ve, se sabe todos sus diálogos y colecciona sus fotografías. A su hijo le puso el nombre de John Gilbert, que era el nombre de la pareja más famosa que tuvo la Garbo en el cine.
Un día diagnostican a la madre un tumor cerebral. Le dan pocos meses de vida. La internan en un hospital. Ella afronta la realidad de los hechos, le da rabia irse tan pronto, y expresa a su hijo el deseo de poder ver a Greta Garbo antes de morir. En aquella época La Divina era un mito que se había retirado del mundo y vivía enclaustrada e inaccesible en un apartamento de Nueva York. Su hijo piensa que es imposible alcanzar esa estrella, pero por amor a su madre decide intentarlo, en lo que será una búsqueda que le llevará a vivir mil peripecias.
Lo primero que hace es comprar todos los libros de la diva del cine. Se pone en contacto con uno de los fotógrafos que consiguieron hacerle una de las últimas fotos a la actriz. Resulta ser un paparacci, viejo, arruinado y solo, que vive en un siniestro apartamento. Le contrata para que ayude a encontrar a la actriz. Gilbert dice en la oficina que está enfermo y que no puede ir a trabajar. Pasan los dos una semana haciendo guardia en la calle frente al lujoso edificio de apartamentos donde vive ella. No consiguen nada. El fotógrafo se despide de él y le dice que está cansado de perseguir a la gente, de esperar agazapado a que se descuiden para poder fotografiarles, de que le miren con aire de superioridad y de desprecio.
Después intenta hacerse pasar por un repartidor para subir al apartamento donde vive La Divina. Es expulsado de mala manera. Averigua qué empresa de gourmet reparte comidas en el edificio y, tras una entrevista con el encargado, que le enseña lo que supone ser rico en esa ciudad, se emplea como repartidor. Para ello ha tenido que conseguir que le cambien el horario de trabajo de su oficina, dejándose las tardes libres, empezando a trabajar a las seis de la mañana. Pasa semanas agotadoras, de madrugones insoportables por las mañanas para ir a la oficina y de repartidor de comidas por toda la ciudad en una bicicleta con carrito por las tardes. Al fin, un día le mandan al apartamento de Greta, y sube hasta su casa, pero no consigue pasar de la entrada de la cocina, donde una doncella y un mayordomo le impiden entrar. Cuando insiste, vuelve a ser expulsado de mala manera.
Gilbert recuerda entonces que el fotógrafo le dice que la actriz no siempre vivía en Nueva York, que viajaba a Francia, a España y que iba a menudo a la Isla del Fuego. Esa isla, situada frente a la ciuidad, resulta ser un lugar lujoso de vacaciones, frecuentado por homosexuales. En el trasbordador conoce a un gay maduro, solitario y amable que le cuenta que un día la vio paseando por la playa y que desapareció frente a una casa y le enseña dónde está. Se pone a montar guardia frente a la casa. De repente, ve movimiento de gente y se precipita para ver si la encuentra. Llama y le dicen que allí no vive ninguna Greta. Entonces se da cuenta de que ella se escapa, en un bote, a una avioneta atracada en el mar. Se mete corriendo en el agua, gritando, para hablar con ella, pero es inútil, ella ya sube al avión y despega, él se cae. Cuando intenta volver, todo mojado, ya ha salido el último trasbordador y tiene que dormir en la playa. A la mañana siguiente, al volver a casa, su mujer, le dice que le han llamando de su oficina porque ha faltado sin avisar, que ella lleva toda la noche esperándole. Discuten y ella le dice que ha tomado la decisión de separarse de él, que vuelve a Los Ángeles, pues ella sólo quiere una familia y seguridad, sin sorpresas y últimamente su vida está llena de sucesos inesperados.
Mientras tanto, su madre sigue en el hospital. Poco a poco va perdiendo vista y no puede leer ni ver los partidos de baloncesto de la tele, va perdiendo oído y tampoco puede escuchar la música que le gusta bailar, nota cómo su final se acerca. A veces se desorienta y empieza a no reconocer a la gente, pero sí que tiene tiempo para interesarse por las condiciones de trabajo de las enfermeras y las anima a luchar por unas condiciones de trabajo dignas.
Su hijo sigue visitándola pero no consigue darle la noticia que ella espera. Durante todo ese tiempo conoce a una nueva compañera en el trabajo, que quiere ser actriz, es joven, guapa, simpática y extravagante. Se va enamorando poco a poco de ella.
Gilbert no sabe qué más hacer. Acude a un ciclo de conferencias y películas sobre la Garbo, y en el cóctel escucha a alguien que dice que una amiga de Greta, es mejor actriz que ella. A través de una agencia de actores intenta conocer la dirección de esa otra actriz, ya octogenaria. Tampoco lo consigue, pero su nueva compañera de trabajo sí, pues está afiliada al gremio de actores. Finalmente encuentran a esa vieja gloria del cine, en unos ensayos de teatro. Chochea, se tambalea, les habla de la Garbo y les cuenta que le gusta mucho ir los domingos al mercadillo de antigüedades de la sexta avenida.
Allí se planta nuestro sufrido héroe, sin mayor esperanza. De repente la ve. No puede creer que aquella mujer con sombrero y capa, que está a lo lejos, en la otra punta, sea la mismísima Greta Garbo. Sale corriendo, se planta delante de ella y le dice:
–¿Podría dedicarme un minuto, por favor? No soy un periodista ni nada de eso, se trata de mi madre, escúcheme por favor. Mi madre está muy enferma, está internada en el Hospital General de Nueva York. Tiene un tumor. Le queda poco tiempo de vida, muy poco. El doctor cree que esta semana morirá. Ella tiene un gran deseo. Conocerla a usted. He estado buscándola durante tres meses. Lo único que desea es verla antes de morir. Solo eso. Solo quiere mirarla. Por favor, venga conmigo, solo unos minutos, se lo ruego, cinco minutos..., un minuto. Por favor, no hay ni siquiera tiempo de pensárselo. Ella la quiere tanto..., la quiere a usted, tal vez, más que a mí.
En la escena se ve a Greta de espaldas, solo se ve el rostro suplicante de ese hijo que quiere desesperadamente hacer feliz a su madre. Y lo consigue. Lleva a Greta Garbo al hospital, la deja con su madre en la habitación. Allí tienen una larga conversación sobre sus vidas. Cuando se La Divina marcha, su madre está exultante de dicha, su hijo también.
La madre muere habiendo alcanzado su mayor deseo. Su hijo toma una sorprendente decisión. Abandona su trabajo diciendo lo que piensa a su jefe miserable. Declara su amor a su compañera. Había tomado la decisión de aspirar a mucho más en esta vida, algo tan sencillo como vivir con quien se ama y trabajar en un sitio que le guste.
En la última escena se ve a la pareja feliz, paseando por un parque. De repente ella ve a lo lejos a Greta Garbo. Se lo dice a Gilbert, excitadísima. La actriz se acerca a los dos y le dice a él:
–Hola Gilbert, ¿cómo estás?
Su novia se queda atónita y le dice, llena de admiración, que es alguien sorprendente. Sí, ese triste y apocado contable, se ha convertido en un hombre feliz, gracias a la ardua misión que se impuso de proporcionar un poco de dicha a su madre antes de morir.
Mi querido Antipàtico
ResponderEliminarCuando se camina buscando para otro,uno siempre se encuentra a sì mismo. Cuando se ama a otro sin esperar nada, uno se encuentra de bruces con todo, y cuando un momento perfecto se produce se desencadena un universo de belleza y momentos preciosos. Suena la Sonata Claro de Luna, hay aroma a cafè recièn hecho y las estrellas nos llaman con gritos azules. Amar siempre y siempre amar nos lleva a un viaje al centro de uno mismo y de ahì emerge con la certeza de que uno tiene luz como de àngel. Amigo te quiero