jueves, 14 de julio de 2011

VISITAS


¡Sí señores!, esta bitácora ha llegado a la cifra redonda de 30.000 visitas. En buena medida esto se debe a las enormes ventajas de las visitas virtuales. Los que vienen a este sitio lo hacen por gusto, sin ningún compromiso, pues no son mis deudos. No tienen que desplazarse. Vienen a la hora que quieren. Echan un vistazo, si quieren dejan su tarjeta de visita, o escriben su comentario en el libro de visitas, cogen o copian lo que les interesa y se van. Todo gratis. Aquí no se compra ni se vende nada. Muchos vuelven. Siempre son bienvenidos. No molestan.

Hay muchos tipos de visitas. Las visitas de compromiso, como a las que, de niños, nos llevaban nuestros padres para ver a los abuelos, a los tíos o a algún familiar más lejano. Las visitas de compromiso suelen ser un tostón tanto para quienes las hacen como para quienes las reciben.

Luego están las visitas que dan miedo. Algunos visitantes son tan espantosos, que se han hecho docenas de películas de terror sobre ellos, como las de extraterrestres.

De las visitas a los enfermos, que también dan pánico, ya he hablado en otra entrada, pues son capítulo aparte.

También están las visitas inoportunas o inesperadas. Rara vez son gratas. Muchas veces son de desconocidos: vendedores, repartidores de propaganda, encuestadores o testigos de Jehová que nos preguntan cosas como “¿quiere que recemos por usted?", como la de este video. 

A pesar de lo engorroso de esta invasión, peores son las visitas inoportunas de nuestros conocidos, pues hay que ponerles buena cara, recibir con un mínimo de cortesía, ofrecer un refrigerio y demás. Los peor educados se presentan sin avisar, pero incluso cuando te llaman antes, no puedes impedir que vengan a verte, salvo que les mientas con alguna excusa o te proclames antipático..., y seas sincero con ellos, cosa que no suelen agradecer. Algunas de estas visitas se hacen costumbres, incluso diarias, y ya nadie analiza ni su sentido, ni su oportunidad.

En el siglo XIX, esta costumbre social de visitarse, sobre todo entre las damas de la burguesía y la alta sociedad, estaba muy extendida. Las señoras abrían sus salones a sus conocidos y amigos un día fijo a la semana o al mes. Y allí se presentaban, sin tener que avisar, cuantos querían verlas. Se hacía aquellas visitas con asiduidad para coincidir con alguna de sus amistades, cumplir con un compromiso, o por el verdadero placer de una grata compañía o de una velada agradable. Si se tenía prisa se podía dejar tan solo una tarjeta de visita. Era de cumplido devolver esas visitas cuando se tuviera ocasión y en el día de visita correspondiente.

Cuentan una anécdota sobre Oscar Wilde, que recibió una tarjeta de una dama de la alta sociedad que, intentado conseguir que el escritor acudiera a su salón, le escribió una nota que decía: “Lady XXX estará en su casa el jueves a partir de las cinco”. Wilde escribió debajo, a modo de contestación, “Oscar Wilde, no”.

Se podrá objetar que este sistema social era protocolario y hasta burocrático, similar a los días de visitas que se fijan para visitar un museo o un monumento, y que hacían perder toda espontaneidad a quien deseaba ver a un amigo en un momento dado, porque le apetecía, porque lo necesitaba o porque simplemente quería estar con él. Pero yo diría que aquel sistema era insuperable, puesto no impedía el contacto personal con los amigos, sino que organizaba la costumbre social de visitarse, sin tener que sufrir los inconvenientes de tal actividad.

A lo mejor sea ahora tiempo de plantearse cuánto tiempo hace que alguien lleva esperando una visita nuestra, una visita real. Son personas con la que acaso tenemos o hemos tenido vínculos importantes, que les importamos más que a esos desconocidos en Internet, a los que revelamos confidencias que no osamos contar a quienes tenemos al lado. Quizá sea tiempo de preguntarse por qué no le llaman a uno cuando se siente solo y desea la visita de otra persona, de esa persona a la que llevamos tiempo esperando.

La mayoría de las veces se agradecen las visitas cuando uno está en un asilo de ancianos, internado en un manicomio o encerrado en la cárcel. Son una alegría indiscutible cuando tienes ganas de ver a la persona que viene a verte. Hoy que se ha desorganizado la asiduidad de la costumbre de la visita, la gente ya rara vez hace visitas engorrosas y menos sin avisar, pero hace muchas visitas virtuales. Muchos, cuando están sin nada mejor que hacer que hablar con los que tienen al lado, entran en Internet, visitan sus sitios favoritos, saludan, se entretienen..., o escriben un blog esperando que les lean. Es la soledad la que llena los sitios como este en Internet.

Confío que ustedes, que hacen visitas virtuales, no hayan olvidado que el mundo real está ahí fuera, lleno de personas interesantes. Algunas les quieren y quizá no entienden que ustedes estén sentados al ordenador. No las descuiden. En mi caso, muchos de los que me conocen personalmente también han participado en este juego. Pero si tienen un ratito no dejen de hacerme compañía, pues estas 30.000 visitas han entretenido mis momentos de soledad y espero que también los suyos. Ninguna ha sido inoportuna, terrorífica o molesta, y muchas geniales, cariñosas, emocionantes, interesantes, absurdas, divertidas, eruditas, inocentes o maliciosas. Yo estoy enormemente agradecido por su compañía. Ha sido un placer que pienso prolongar.

3 comentarios:

  1. para mi siempre es un placer visitarte...gracias por recibirme

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  2. En espera de esa visita real, como tú dices...¡Un gustazo poder volver a compartir tu espacio aquí!

    Yo también quiero darte las gracias por permitirme asomar la nariz, y hasta tener permiso para dejarte cualquier comentario.

    Un besote de los gordos, C.

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  3. Querido y admirado "antipático" la virtualidad de este espacio me permite visitarte silenciosa y discretamente para seguir disfrutando de tus generosas aportaciones, a pesar de que me remuerda la conciencia por no haberte contestado como mereces, en fondo y forma, a tu entrañable carta que atesoro en mi agenda, a la espera de disponer del momento adecuado para dejar las teclas y empuñar la pluma que, como tú, conservo como mi herramienta más expresiva cuando se trata de comunicarme con alguien que lo merece.
    Circunstancias complejas me roban el tiempo y el estado anímico para ello; pero llegará el día... Hasta entonces, un agradecido abrazo y mi petición de indulgencia.

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