domingo, 3 de julio de 2011

HOMBRE Y MUJER

Yo tenía dieciséis años y curiosidades intelectuales. De eso hace una eternidad. Me compraba revistas culturales y de arte. Llevaba unos meses comprando algunos números de la Revista de Occidente. La revista, en su 3ª época, se editaba en folio, con papel grueso y muchas ilustraciones, algunas en color. Aquel formato difería de los que había tenido antes y del que tiene ahora, más parecido al original. Cuando compré el número 19, de mayo de 1977, en la portada aparecían dos esculturas en color, de un hombre y una mujer, con una luz azulada, en lo que parecía el taller de un artista. Debajo, en grandes letras, aparecía “ANTONIO LÓPEZ GARCÍA Y SU OBRA ARTÍSTICA”. Ese era el título del artículo principal de aquel número, firmado por un crítico de arte entonces bastante conocido Santiago Amón, que murió años después en un accidente de helicóptero.

Aquella fue la primera noticia que tuve de un artista que pintaba cuadros de un hiperrealismo fascinante, con una técnica perfecta, fruto de unas dotes portentosas de observar los objetos, la luz, de aguardar el paso del tiempo, de representar la realidad, en suma. Esa realidad que, como dice el propio artista, es inmensamente generosa, pues en ella hay sitio para todos. En las esculturas de la portada, de un hombre y una mujer, llevaba años trabajando, buscando la proporción perfecta. Aquella fue también la primera noticia que tuve de ellas, pero su historia venía de muy atrás.

1966. Antonio López llevaba unos meses trabajando sobre un díptico de un hombre y una mujer de espaldas y decidió trabajar en dos esculturas, de cuerpo completo. No sabe que esas dos esculturas de cuerpo completo, de casi dos metros, le perseguirán toda su vida. Trabaja sin un modelo concreto, avanza, pero no está convencido.

1968. El hombre y la mujer se detienen. El artista está desorientado y decide arrinconarlos. Aquellas esculturas permanecen calladas en su estudio, observándole durante años. Pasa el tiempo.

1973. Retoma el trabajo para una exposición, vuelve sobre ellas, las completa. Los dos cuerpos viajan a Londres, se venden. Pero en la cabeza del artista las figuras permanecen vivas, no están terminadas. Le pide a la nueva propietaria que le permita hacer unos retoques. Ella accede sin haber llegado a tenerlas en su poder.

1977. Siguen las figuras en su estudio. Allí las fotografían para el artículo del número la Revista de Occidente que yo compré.

1990. El hombre de dos metros, que lleva más de veinte años esperando, sigue transformándose lentamente. Ya no es el mismo. Le ha cambiado el tórax, le ha cortado por la mitad y le ha hecho crecer. El cráneo es más grande y las piernas tienen otro carácter. El conflicto, confiesa el artista, es que he empezado la obra sin contar con la persona que respondía a la idea de lo que debía ser esta escultura. He trabajado exactamente al revés de cómo debo trabajar.

Ese pequeño Frankenstein privado, que es fotografiado durante todos esos años, aparece en ocasiones sin brazos, o partido por la mitad. Muchos modelos han pasado por su estudio para prestarle alguno de sus rasgos. El artista busca la proporción justa. A cada cambio se suceden nuevas necesidades de cambio. Cuando piensa que el final estaba cerca, pero siempre se aleja. Cada intervención parece la solución, pero no lo es. El trabajo es eterno, el artista duda.

1993. Las figuras son expuestas en la gran exposición antológica que el Museo Reina Sofía hace del pintor. Pero él no la da por terminada. Las paredes del estudio están llenas de medidas y números, buscando la perfección. Acumula todo un cuaderno de apuntes y bocetos a lápiz de su gran obsesión, al que él llama geografía humana.

Esta obsesión me recuerda el cuento de Borges “Del rigor de la ciencia”, en el que los geógrafos y cartógrafos de un imperio imaginario, en su celo por confeccionar el mapa perfecto, confecciona un mapa imposible de las mismas dimensiones que el imperio, para después abandonarlo a las incidencias del sol y de los inviernos.

“Nunca sueño con mis cuadros, pero algunos veces he soñado con él –confesó el artista–, me perseguía por una calle de Tomelloso. Veía su cabeza sobresali
r entre la gente y yo le esquivaba”. Años después, tiene otro sueño. “Yo estaba frente a él. Entonces, hizo un movimiento y se tiró un pedo”. Mari, su mujer, le tiene que despertar. Antonio está muy agitado.

2011. El pintor no da por acabada su obra pero la expone en una nueva exposición en el Museo Thyssen de Madrid. Ayer me reencontré con las figuras. El montaje permite acercarse a ellas. Me aproximo lentamente. Miro al hombre a los ojos, son de un realismo asombroso. Parece mantener su mirada viva. Quién sabe cuántas cosas habrá observado y escuchado, qué misterios habrá registrado ese cuerpo inerte, observando al pintor en su estudio, viajando esporádicamente, sufriendo los cambios en su figura, que no parecen tener fin. La escultura parece estar viva, ser sabia y haber acumulado la experiencia de muchos años.


Yo vuelvo a casa bastante impresionado por el reencuentro con la escultura del hombre. Espero que, en otra década, tengamos otra ocasión de volver a vernos. Hemos cambiado tanto en estos años... La primera vez que nos encontramos, yo tenía dieciséis años y muchos deseos. Tú tenías once y eras el proyecto de un artista obsesionado con la realidad. Ahora tengo cincuenta y noto el peso del tiempo sobre mi espalda. Según parece, a los dos nos esperan aún muchas cosas por ver y por vivir, tristes y alegres.

2 comentarios:

  1. NOCTURNO DEL JOVEN
    El hombre, entre los árboles,medita
    con pasión sus recuerdos.Le rodean
    sombras profundas, silenciosas alas
    oscuras,más arriba los viejisimos
    astros.Piensa que fue su vida luz,
    y que los hombres y las cosas eran
    dignos de perdurar,porque era eterno
    su amor
    Francisco Brines

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  2. es genial tu articulo. de donde sacas las referencias, cuando hablas del sueno del artista? escribo una memoria sobre el artista y el tiempo.

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