“Todos conocemos a los bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville que jamás ha sido visto leyendo, ni siquiera un periódico; que, durante prolongados lapsos, se queda de pie mirando hacia fuera por la pálida ventana que hay tras un biombo, en dirección a un muro de ladrillo de Wall Street; que nunca bebe cerveza, ni té, ni café como los demás; que jamás ha ido a ninguna parte, pues vive en la oficina, incluso pasa en ella los domingos; que nunca ha dicho quién es, ni de dónde viene, ni si tiene parientes en este mundo; que, cuando se le pregunta dónde nació o se le encarga un trabajo o se le pide que cuente algo sobre él, responde siempre diciendo:
–Preferiría no hacerlo.”
Estas palabras que copio de la primera página de la novela Bartleby y compañía, de Enrique Vila Matas, me dieron pie hace unos años, a ponerle cariñosamente este apodo a una pintora amiga nuestra, cuando dijo NO a la pintura. Hace años que vivía en una larga crisis, que derivó en otras pequeñas crisis –como la que quizá le hizo renunciar a la pintura–, que desembocaron en una crisis de terrible sufrimiento. Todos esperamos que sea la definitiva. Hace unos días ha venido a hacernos una visita a casa. Estaba tranquila, guapa, mejor...
Hablamos de arte, de pintores, algunos admirados, otros amigos. Nos dijo que estaba recuperando el placer y el deseo de la pintura. Que quizá volviera a pintar, que había comprado, después de muchos años, cuadernos, pinceles, pinturas y aperos, que visitaba exposiciones...
Pensé, contento y un poco emocionado, que el mundo de la belleza y el arte, al que un día ella había renunciado, había venido a salvarla, que no la había olvidado. Ese mundo no es tan potente como el amor, ni tiene sus efectos miríficos, ya lo sabemos. No puede solucionar los problemas que uno tiene consigo mismo y con las personas que quiere. En la mayoría de los casos ni siquiera proporciona ingresos, aunque sean escasos. El arte, sin embargo, nos regala jornadas de enorme placer, una mirada nueva sobre las cosas y las personas, un poco de sentido a nuestra vida. La pintura puede ser un manantial de alegría, de equilibrio y de energía. Les anuncio que es posible que consiga que Bartleby diga SÍ.
Sé que lees este blog, Bartleby. ¡Un abrazo muy fuerte!
Jo! Con esto que acabas de escribir seguro que ahora digo que sí.Que llorera más agradable acabo de llevarme.
ResponderEliminarUn besazo enorme, os quiero mucho.
AH! Que soy bartleby aún que no sepa como ponerlo en el comentario.