jueves, 14 de enero de 2010

DICCIONARIO EPISTOLAR (3)

ABIERTAS.- Son aquellas cartas que, aún dirigidas a una determinada persona, se destinan a su publicación, bien en algún medio de comunicación, bien en formato de libro. Muchas de ellas no han resistido el paso del tiempo, pues su interés radicaba en las circunstancias del tiempo y lugar en que fueron escritas. No suelen tener carácter personal, por lo que no interesan al propósito de este diccionario.

Pese a ello diremos que han sido muchos los libros que se han escrito recopilando cartas, reales o simuladas, para tratar de los más diversos temas, crónicas de viajes, cuestiones filosóficas, poéticas, políticas, religiosas, amorosas... He aquí algunos ejemplos: Cartas a un joven poeta (R.M. Rilke), Carta al Padre (J. Kafka), Cartas de la montaña (J.J. Rousseau), Cartas eruditas y Curiosas (Benito Jerónimo Feijoo), Epístolas familiares (F. Antonio de Guevara), Epístolas (S. Pablo), Epístola moral a Fabio, en forma de poema (B.L. de Argensola), Epístolas (Epicuro), Epístola sobre la tolerancia (J. Locke), o Cartas de España (J.Mª Blanco White).

AMOR.- Las cartas de amor son tan antiguas como el arte de amar. Normalmente durante cientos de años la comunicación y el tanteo entre los amantes fue escrito a través de cartas, largas o cortas, de billetes, mensajes, intercambios, etc. Para eso se necesitaba un cierto alfabetismo. Por esto, durante un largo periodo de tiempo ha sido habitual en la historia humana, al menos en la que conocemos. Veamos dos ejemplos.

Si los amantes siguen en relaciones, tras lo dicho viene la correspondencia por medio de cartas, y en esto de las cartas hay maravillas.
“Yo he visto enamorados que se dan prisa en romper a pedazos las cartas, una vez leídas, o en desleir la tinta con agua, o en borrar su escritura, por ¡cuántas mancillas no han tenido principio en una carta!... Conviene que la forma de estas cartas sea la más graciosa de todas, y su disposición la más placiente.
“Por la vida mía, la carta, en ciertos lances, sirve de lengua al amante, cuando éste se encuentra impedido para hablar o sufre sonrojo o timidez. Tan es así, que cuando el amante sabe que la carta ha llegado al amado y que éste la ha tenido en sus manos y la ha visto, siente un arrobo maravilloso que vale por una entrevista. En recibir la respuesta y en contemplarla hay asimismo una alegría que suple al encuentro. Por eso verás que el enamorado se pone la carta sobre los ojos o sobre el corazón y la estrecha. Yo me acuerdo haber conocido algunos enamorados que hablaban con desembarazo, describían con soltura, sabían decir sus sentires de manera acabada y tenían perspicacia y sutileza para apreciar la realidad, y, con todo, no renunciaban a la correspondencia, aún siéndoles hacedero unirse con el amado, por vivir cerca y serles posible la visita. Y es que se cuenta que en la correspondencia hay muchas suertes de placer. Hasta me han dicho de un hombre depravado y de bajos instintos que ponía la carta de su amada sobre su miembro; pero esto es un género de fea rijosidad y un ejemplo de excesiva incontinencia.
“Respecto al hecho de mezclar la tinta con lágrimas, yo conozco a uno que lo hacía, y a quien su amada correspondía mezclando la tinta con saliva.... Yo he visto una carta de un amante a su amado: aquél se había hecho una herida en la mano con un cuchillo, había dejado correr la sangre y, mojando en ella, había escrito la carta. Cuando yo la vi después de seca, me pareció que estaba escrita con lacre.”
Ibn Hazm de Córdoba: “El collar de la paloma”.

“Aprende las buenas letras, es mi consejo, juventud romana, no sólo para que protejas al reo tembloroso. Tan como el pueblo y el juez circunspecto y el senado escogido, así también la joven se entregará rendida a tu elocuencia. Pero que tus recursos queden ocultos, no seas elocuente con descaro; tus expresiones eviten palabras cargantes ¿Quién si no un mentecato le echa discursos a la tierna amada? Muchas veces un exceso de cultura fue motivo de desdenes, sea tu estilo natural y tus palabras sencillas aunque lisonjeras, de modo que parezca que hablas tú en persona”. Ovidio: “Arte de Amar”.

Rafael Argullol, en su blog, comenta que, de manera violenta la aparición del teléfono rompió esto, y nos sumió en una atmósfera de cine negro. En realidad, el cine negro de los cuarentas o cincuentas es la exaltación del teléfono. En las películas la gente no se enviaba cartas, sino que se telefoneaba, y de ahí la crudeza, la violencia y la brutalidad de las relaciones, y la intensidad pasional de las relaciones, porque muchas veces no había siquiera el tanteo previo. Nuestra época, curiosamente, le ha dado la vuelta a todo eso. La comunicación amorosa directa por teléfono ha disminuido muchísimo respecto a lo que era durante el siglo pasado, y hemos vuelto de nuevo a una forma de tanteo escrito, sea a través del email, o del sms, que no deja de recordar aquellos billetes y aquellos tickets que se enviaban los aspirantes a amantes o los amantes en épocas previas a la comunicación verbal. Te doy la razón, pero ha habido un paréntesis en la historia humana moderna y marcado precisamente por el cine en el que la comunicación era directamente telefónica. En el cine clásico predomina la comunicación telefónica, apenas se mandan cartas. Hacen estas llamadas que te introducen a toda la incertidumbre e inquietud que tiene el teléfono: ¿cómo me contestará?, ¿qué tono utilizará?, ¿me contestará? Además, el teléfono exigía que tú mismo fueras en tiempo real variando tu propia táctica en función de las respuestas que ibas recibiendo. Casi no podías pensar. En cambio con el sms, aunque aparenta un tiempo real, tienes unos segundos, minutos u horas para pensar e introducir un elemento que en cierto modo recuerda al antiguo mensaje y a la antigua carta.

Pero la carta de amor quizá ya graznó su canto de cisne sin que lo supiéramos ¿fue su epitafio la angustiada frase de Kafka ("los fantasmas se beben nuestros besos por el camino"), la melancólica chabacanería de Joyce, las ternezas de Kurt Tucholsky o alguno de los tangos que se placen en contrastar lozanías de pasión con reumatismos de la desilusión?
En este género literario siempre sorprendemos a nuestros admirados bajo otra luz: Oscar Wilde en sus solicitadas a los diarios es altivo y brillante pero en sus cartas privadas un mendigo sensiblero; Perón carece de ambición política y es entrañablemente cariñoso en sus mensajes a Evita, Henry Miller es menos erotómano y violento, Picasso inventa un "te amo en todos los colores", Heidegger relativiza el concepto desoculto de verdad para excusar ante su esposa Elfride una de sus tantísimas infidelidades, Napoleón, asquerosamente depravado, ordena a Josefina: "Llego en dos semanas: no te bañes". O las enigmáticas cartas de amor de “Seda”, de Alessandro Baricco.
Hay tantas clases de cartas de amor, como amores hay en este mundo. Pero aquel que vive su amor por correspondencia, no puede dejar de sentir, la ansiedad de recibir otra carta, lo que la golondrina llama “anhelo”, pues así debió sentirlo.

ANHELO.- Deseo vehemente de encontrar esa carta en el buzón-bandeja de entrada. Dependiendo del remitente, puede ir acompañado de ilusión, añoranza, desasosiego, avidez y a veces incluso obsesión, desembocando en una maravillosa sensación placentera una vez leídas y releídas esas líneas, objeto de deseo.

ANTIGUA.- La carta personal más antigua que se conoce fue escrita por un soldado egipcio alrededor del año 2400 a. de C. En ella, además de otras consideraciones de índole personal, se queja de la mala calidad de los uniformes.

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