martes, 23 de marzo de 2010

LA ÚLTIMA OBRA DE MOZART

Los últimos días de Mozart, como todo el mundo sabe desde que se estrenó la película de Milos Forman Amadeus basada en la obra de teatro de Peter Schaffer, está ligada a la composición de su famoso Réquiem, que quedó incompleto.
La historia de su última obra es tan notable como misteriosa. Era el año 1791, Mozart había acabado su ópera La Flauta mágica. Un mensajero desconocido le envió una carta anónima en la cual, tras muchos halagos, le preguntaba si estaría dispuesto a escribir un Réquiem, cuánto pediría por hacerlo, y cuándo podría enviarlo.

Mozart, con el consejo de su mujer Constanza Weber, contestó al desconocido patrón que escribiría el Réquiem por una cierta suma; no podía precisar el tiempo que iba a necesitar para completarlo; y deseaba saber dónde debía enviar la obra cuando estuviese acabada. Tras un corto tiempo, el mismo mensajero apareció de nuevo, trayendo consigo no sólo la suma que había sido acordada sino también la promesa de que, puesto que Mozart había sido tan modesto en sus honorarios, habría un pago adicional considerable al recibo de la obra. Sobre todo, debería escribir de acuerdo con su estilo, espíritu y sentimientos; sin embargo, no debía preocuparse en averiguar la identidad del patrón, pues tales esfuerzos serían vanos.
Entonces los Estados Bohemios le encargaron la música para la ópera de “La Clemenza di Tito”, para celebrar la coronación del Emperador Leopoldo. Cuenta la leyenda que comenzó ese trabajo en la diligencia de camino desde Viena y la acabó en Praga en tan sólo dieciocho días. En el momento en que Mozart subía al carruaje con su esposa, el mensajero apreció como un fantasma. Tiró de su abrigo y preguntó: “¿Qué hay del Réquiem?”. Mozart se excusó, aludiendo a la necesidad del viaje y la imposibilidad de comunicarse con su desconocido patrón; en cualquier caso, sería su primera ocupación a la vuelta, y era decisión de la desconocida persona aceptar la espera o negarse. El mensajero quedó satisfecho con la respuesta.

En Praga, Mozart cayó enfermo y hubo de ser atendido constantemente; estaba pálido y parecía triste, aunque en compañía de sus amigos manifestaba su alegría y buen humor con sus bromas de siempre.

A su regreso a Viena, retomó inmediatamente su Réquiem y trabajó en él con gran energía e interés; pero su enfermedad empeoró visiblemente y se volvió pesimista y melancólico. Su esposa estaba intranquila. Un día, cuando ambos paseaban por el Prater para distraerse y animar su espíritu, se sentaron y Mozart empezó a hablar sobre la muerte, afirmando que estaba escribiendo el Réquiem para sí mismo. Los ojos de aquel hombre sensible se llenaron de lágrimas: “Lo presiento de tal modo” –dijo– “que no duraré mucho tiempo; ¡estoy seguro de que alguien me ha envenenado! No puedo quitarme esa idea de la cabeza.”

El Réquiem le tuvo ocupado hasta el final de sus días, pero lo dejó inacabado. Al mismo tiempo La Flauta Mágica era un enorme éxito. Durante muchos años la gente creyó, con Mozart, que el mensajero había sido enviado del más allá, pero la auténtica verdad, revelada finalmente en 1964, es absolutamente terrenal, no divina. El mensajero, un hombre llamado Leitgeb, que era un oficial de la administración estatal de un tal conde Walsegg, cumplía las órdenes de su patrón. El conde era un melómano que había tomado por costumbre hacer pasar por suyos algunos cuartetos y música de cámara de otros autores. A la muerte de su joven esposa, pretendía hacer creer que él había escrito el Réquiem para ella: de ahí el anonimato.

Cuando murió, Constanza, horrorizada cuando se le exigió la devolución del adelanto que su marido había aceptado en el momento del encargo, pidió primero a su amigo Joseph Eybler y luego a Süssmayr, un alumno de Mozart, para que completasen la obra, y así se dio la forma definitiva a la obra, tal como hoy la conocemos.

Esta es lo que, a ciencia cierta, se sabe de su muerte y de su última obra, que nos cuenta el profesor Philips G. Dows, del que tomo toda esta información. De su muerte se han contado mil historias, que fue obra de Salieri que le envidiaba, que fue la consecuencia de un celoso vengativo por un lance amoroso, o fruto de una conspiración por haber revelado los secretos de la masonería..., y no se cuántas fábulas más.

Sea como fuere no hace falta inventar historias fantásticas para admirar a ese genio llamado Mozart, que tuvo una vida breve y peculiar: fue un niño prodigio con portentosas habilidades musicales, tuvo un padre protector y severo, pensó que era un artista al que no se reconocía el verdadero lugar que debía ocupar en la sociedad, su temperamento le hizo ser un rebelde frente a sus patronos que consideraban que su papel era el de un sirviente, su estado financiero fue siempre lamentable, lo que le hizo arrastrarse innumerables veces en busca de dinero, su matrimonio no fue feliz, sólo dos de sus seis hijos le sobrevivieron, tuvo vinculaciones con la masonería nunca del todo aclaradas, y sufrió al final un tremendo sentimiento de culpa frente a su padre, al que había decepcionado numerosas veces y del que separó a su madre cuando ésta murió estando de viaje con su hijo.
Las últimas notas musicales que compuso corresponden a estos versos del Réquiem.
In gemisco tan quam reus
Culpa rubet
Vultus meus
Suplicanti,
Parce Deus
En estos versos pide perdón. Mozart se sentía culpable. Pero después de haber legado a la humanidad una de las más hermosas obras musicales de la historia, digo yo que no debería sentirse así, sino orgulloso y feliz de haber ofrecido tanta belleza, placer y consuelo a tantos miles de seres humanos que le hemos escuchado todos estos años.

El remordimiento y la culpa nos atormentan con frecuencia y nos hacen sentirnos tristes, pero antes de caer en la tristeza hay que asegurarse de que la culpabilidad es un sentimiento fiable, porque muchas veces caemos en ella por nada o por cosas de las que no somos responsables.

6 comentarios:

  1. Leerte esta mañana me ha hecho recordar otro requiem : el de Verdi , que fuimos a escuchar con Lourdes al teatro real...

    Por cierto, aunque no disfrute del Corte Ingles, tengo una pareja de golondrinas en la terraza que están poniendo de nuevo barro en su nido...y si, yo tambien considero que la poesia es la forma más sublime de expresión..

    Feliz dia

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  2. cuanto he aprendido de lo que nos has contado hoy. voy a escuchar ahora mismo el requiem de mozart!

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  3. Recuerdo otro Requiem: el de Verdi que escuchamos en el Teatro real , hace ya mucho tiempo.

    Por cierto, aunque no tenemos Corte Inglés que nos anuncie la primavera, nuestra pareja de golondrinas está poniendo barro nuevo en su nido...

    feliz dia

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  4. Precioso requiem...me trae a la memoria el de verdi que escuchamos hace ya mucho en el teatro real

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  5. ...adoro a Mozart...¡¡¡¡¡ Berta

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  6. Regenta, ya que insistes tanto, escucharé de nuevo el Requiem de Verdi..., yo también me acuerdo de vosotros a menudo.

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