He estado estos días en Valencia. La ciudad ha cambiado mucho y a mejor. Los paseos y jardines del cauce antiguo del río, que eran ilusorios proyectos hace unos años, hoy son agradables realidades. Los palacios de las artes, la música, el ocio y las ciencias han desplazado solares e industrias que afeaban la ciudad. Los coches no han asaltado el centro de la urbe, que ya tiene metro y trenes. El casco viejo, con sus museos y sus casas rehabilitadas, hacen olvidar la imagen de decadencia y pobreza del antiguo barrio del Carmen. El paseo marítimo de la Malvarrosa y el puerto están muy mejorados, probablemente debido a los fastos deportivos de la fórmula 1, la copa América y al afán de embellecer la ciudad que tienen sus habitantes. Los valencianos de cierta edad, a poco que no les falle la memoria, deben estar contentos.
Todo viaje es un peregrinaje al pasado. Allá donde voy procuro informarme de la historia del lugar, para explicarme mejor lo que veo con el concurso de la cultura: su arte, sus cuentos, sus personas y su carácter. He de reconocer que últimamente tengo un cierto recelo a la historia, porque a muchos sirve para fines espúreos, y cada vez estoy más de acuerdo con quien dijo aquello de que la historia no existe, que sólo existe la bibliografía. Pero volviendo al tema, este viaje a Valencia no ha sido un viaje al pasado histórico, sino más bien, un retorno a mi juventud.
Esa ciudad, una día de agosto de 1985, recibió a un joven madrileño de veintipocos que llegó para trabajar en su primer empleo. Allí ganó y gastó su primer sueldo, compró su primer coche que después le robaron. Aquel joven aprendió en Valencia a convivir con una mujer maravillosa, tiempo después la conoció mejor, pronto descubrió que no la merecía, y aún siguen juntos; entre los dos decoraron su primera casa en la calle Salamanca. Valencia contempló cómo ese joven engordaba y empezaba a saber lo que significaba ser padre, pues allí sintió la enorme ternura de sostener a su hija en los brazos por primera vez. Fue la ciudad de su primera biblioteca, de las visitas al encuadernador Chuliá de la calle de la Nave, de la búsqueda infatigable de libros en la librería París-Valencia, del asombro que le produjo la colección de ex libris de Agustín Arrojo Muñoz en el Museo Nacional de Cerámica, de las cenas en el restaurante Gargantúa, de las tardes de primavera en la playa, de los petardos y la pólvora, de la cremá de las fallas, de La Ceramo, del mercadillo de los domingos, de una extraña visita al Colegio del Arte Mayor de la Seda, de los almuerzos pantagruélicos a media mañana, de las terrazas donde se podía tomar copas de noche en invierno sin pasar frío, de los abrigos innecesarios, de los arroces en el campo..., y de tantos y tantos recuerdos.
Aquel joven era yo. Para mí Valencia, ahora me doy cuenta con nostalgia, será siempre la ciudad de mi juventud pavorosamente perdida, de aquellas personas a las que ya no trato pero que me depararon, durante unos años, hermosos momentos de amistad. Una ciudad donde fui feliz y donde tuve alegres ilusiones que no he perdido y que no pienso perder.
Papi,
ResponderEliminarSiempre he sabido que nací en Valencia pero nunca he estado allí. Tampoco, hasta ahora, he sentido ninguna curiosidad por ir, ya que, cada vez que os preguntaba, no hablabais de ella con el cariño con el que lo haces tú ahora.
De hecho, solía pensar que las etapas de las que se compone la vida de cada persona, se desarrollan en diferentes lugares, por necesidad, y no hay que darle demasiada importancia a dichos paisajes, pues lo que importa son los hechos y no los escenarios en los que estos tienen lugar.
Sin embargo, tras haber vivido un año fuera de casa, de Madrid, y de vosotros, me he dado cuenta que aquello no tiene fundamento alguno, y que en realidad sí importa. Me acuerdo cuando llegue a Coventry, en Reino Unido, hace ya nueve meses ... me pareció un sitio antipático, feo, y poco acogedor, al que no cogería ningún cariño. Sin embargo, a diez días de volver a casa, siento que he hecho de este sitio un verdadero hogar, un lugar en el que he encontrado una vocación, una vida diferente que hubiera sido muy distinta en cualquier otro lugar. Me da miedo volver en un futuro, por lo que mi vida haya podido cambiar.
También miro Madrid con otros ojos ... ahora me parece una ciudad fascinante, con su otoño velazquez, con su torre Picasso, su Santo y su torero, su atleti, su borbon, sus gordas de botero, sus hoteles de paso, y su taleguito de Hash ... como decía J.Sabina.
Pero, sobre todo, tengo ganas de volver por veros a ti, a mami, a María y a Argos. Asi que dejo de lamentarme por todo lo bueno que tengo y os mando un beso muy grande a los tres.
Ana
Este comentario me ha gustado tanto que no sé si reprocharte tu casi absoluto silencio en mi blog durante estos meses, o perdonarte por las cosas tan bonitas que me cuentas. En realidad digo tonterías, porque has de saber que tú eres una de esas "alegres ilusiones" que mantengo y mantendré.
ResponderEliminarYo también estoy deseando que vuelvas a casa para abrazarte como cuando naciste. Pero pensándolo mejor, ya casi tienes la edad con la que yo me fui a vivir a Valencia, y pronto tendré que decir, como D. Quijote, que "en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño".
En fin, creo que este otoño se impone ir a Valencia los cuatro, y enseñaros la ciudad en que naciste.
Antipático, hace tiempo que no escribo... pero si lo hago, porque me ha encantado tu relato de valencia, y saber que todos tenemos esos lugares de niñez, de adolescencia, de ligera madurez; pero me ha encantado comprobar que sois una familia especial, Ana tiene el mismo don que vosotros, la sensibilidad de su madre, la facilidad de palabra escrita tuya... espero que ese viaje a valencia sea en breve y lo disfrutéis mucho...
ResponderEliminarEspero que los tres, ¡qué digo!, para entonces los cuatro (que queda aún mucho sitio para más blogs), nos contéis la visita.
ResponderEliminarUn beso muy, muy grande para toda la familia, C.
...hoy quiero decirte...que lo que escribes al volver a Valencia ....tiene un alto contenido emocional para mí...porque guardo muchos recuerdos.... todos bonitos de vuestra estancia en Valencia...¡¡¡ recuerdo vuestra bonita casa...con vuestra biblioteca...los desayunos en la cocina....loe tejados de Valencia .....desde vuestro cuarto que me encantaban....¡¡¡¡ la llegada de vuestro bebé.... nuestra pequeña Ana..¡¡¡¡¡ y nuestros viajes frecuentes ...para verla crecer..y estar cerca de vosotros.... también recuerdo aquella época de una forma muy especial.....porque en mi ocurrían cosas...que iban a cambiar mi vida...¡¡¡¡¡ Un abrazo Berta
ResponderEliminarMe ha encantado esta entrada y la respuesta de vuestra hija..."de casta le viene al galgo"...
ResponderEliminarSoy una romántica, a mi es muy facilito pellizcarme el corazón...
Gracias por compartir recuerdos tan hermosos con nosotros.
Un besín y una sonrisa
Paseando por Internet me di de bruces con tu relato, me ha encantado como lo expresas y lo que dices sobre Valencia, mi ciudad, pero sobre todo ese sentimiento que transmites de instantes felices cuando se empieza a vivir de forma autonoma. Bueno... solo quería decirte eso, que me encantó leerte,
ResponderEliminarun saludo desde un chiringuito de la playa de la Malvarrosa,
Berta Fos (bertaabril@hotmail.com)