Para David y Sara
El emperador de los romanos Marco Aurelio, que además era filósofo y estoico, escribió en sus Meditaciones que los seres humanos desean con el más vivo anhelo la tranquilidad y el descanso; pero añadía que denotan vulgaridad cuando buscan para ello el campo, la playa o la montaña, pues tiene cada uno en su mano, a cualquier hora, retirarse en sí mismos, al interior de su alma y encontrar allí, con sus pensamientos, la paz y la libertad de espíritu.
Yo no sé si seré vulgar, pero he decidido que buscaré este fin de semana huir de mis tribulaciones y marchar al Valle de Iruelas. La invitación me la ha enviado quien bien me quiere, en una caja llena de piñas, hojas, frutos y aromas otoñales del bosque. Me dicen que este año el bosque tiene subidos los colores de oro, que da gusto respirar el olor a hojas secas y a musgo, que los castaños están viciosos de frutos y que se oye la música de sus arroyos y de los árboles mecidos por el viento suave. Asaremos castañas en la chimenea de una encantadora casa en la dehesa. También me prometen, pues no todo va a ser sosiego y laxitud, una excursión extrema por los montes.
La cosa es que con la ilusión me he comprado unas botas para andar. En un rincón me esperan, para patear con ellas los caminos, saltar regatos, pisar charcos, coger setas, ver animales esquivos. Paseando con mis botas miraré también al cielo, para ver de día las aves migrar a África y de noche las mágicas estrellas que nos observan. Algunos creen que las constelaciones son dioses que determinan nuestra suerte. Si yo no fuera ateo, les pediría que cambiasen la mía. En vez de eso, disfrutaré de su belleza.
No sé si ustedes conocen mi afición, poco frecuentada la verdad, por las cosas chinas y orientales. Álvaro Cunqueiro contó un día en la radio que los jesuitas que se fueron en el siglo XVIII a la China, entre las graciosas novedades de aquellas gentes, encontraron con que los mandarines de pulidas manos y largas uñas, usaban pasar gozosas horas sentándose al sol de primavera con unas bolas de cristal en la mano, como las que en Europa se hacen de nieve, solamente que ellos metían dentro finísimas hojillas secas, doradas, rojas, ocre, que un volante que iba en el pie de la bola aireaba y hacía volar dentro del cristal amarillento. Bolas de otoño en primavera. Cuando todo nace, florece y nuevas sangres alientan en el mundo, aquellas gentes se ponían a recordar el tiempo en que todo se marchita, se desnudan los bosques y las sangres de la tierra huyen hacia las cavernas del invierno.
Yo nunca he estado en el valle de Iruelas. Lo imagino como un paisaje donde uno puede sentirse feliz, rodeado de gente buena. Imagino también que tiene la medida de la acuidad visual del hombre, la medida del ojo humano. Allí donde la humana visión se detiene, el valle mismo termina... Cerrado de cumbres y de cielo pálido, será como una grande y hermosísima bola de otoño. El viento del sur aventará las hojas secas en los bosques y caminos de oro. Igual que si el valle tuviese, en sus entrañas, un volante, como las bolas chinas.
Y de manera inversa a como lo hacían los mandarines chinos, allí estaré contemplando la hermosa vejez y ocaso de la naturaleza. En medio de tanta maravilla otoñal tendré cogida en la mano a Abril (¿alguien lo dudaba?), como una bola encantada y poderosa, que siempre aleja la tristeza y me recuerda que todo vuelve a nacer y a florecer.
Precioso....
ResponderEliminarpero se te han olvidado los níscalos que David recolectó esta mañana para cocinarlos con patatas...y un bibliomaletin escolar de otoño que voy a llevaros junto con los buñuelos y los huesitos de santo
¡Ah Regenta!¡Qué nombre tan bien puesto!,pues en todo manda y rige, incluso en mi pobre imaginación, a la que reprocha no recordar lo que todavía no ha ocurrido. Ya estoy nervioso.
ResponderEliminarPero sobre todo estoy alegre y muy contento pues los dioses estelares han debido leer esta entrada y hoy me han mandado, sonrientes, buenas noticias.
Me alegro por vuestros días disfrutando del otoño con buenos amigos y sobre todo por las buenas noticias.
ResponderEliminarCristina
olores y colores, pero nada comparable al brillo de los ojos de L.
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