martes, 2 de noviembre de 2010

OPTIMISTAS


Todos ustedes habrán oído a muchos decir que las cosas siempre van mal, que no logramos alcanzar nuestros deseos, que nuestros proyectos, algunos de largo aliento, casi siempre se van al traste, que nos aquejan males y carencias de todo tipo: enfermedades físicas, enfermedades mentales (o sea, físicas también), escasez y carencias, frustraciones, soledad..., y que al final, si hay suerte, tras un lento envejecer y muchas pérdidas, nos espera la muerte.

Contra este arsenal de calamidades, ni filósofos, ni poetas, ni científicos saben decirnos cómo encontrar la felicidad, a pesar de todo su amor a la sabiduría, de toda su sensibilidad y su arte, de todo su conocimiento. Nadie nos da pistas de dónde anda la felicidad en este mundo y mucho menos de cómo llegar a ella. Por añadidura, el desprestigio cultural del optimismo es total, pues el único pensamiento y sentimiento digno del inteligente y del culto, es el pesimismo, la angustia vital. “El pesimista –dijo Benedetti– no es sino un optimista bien informado”. “Ser feliz y artista, no lo permita Dios”, diría Machado. Los religiosos, que también creen que la empresa es imposible en este valle de lágrimas, nos invitan a esperar la felicidad en la otra vida.

Totalmente desalentados de dar respuestas a esa búsqueda, y no sin cierta lógica, los científicos pensaron que debían centrarse en solucionar, además de las enfermedades físicas, males como la depresión, las fobias, o los problemas sexuales, que eran los efectos naturales en los que el hombre, al ser consciente de su desgracia, caía con frecuencia. Esta obsesión en el ser humano con problemas, fue degenerando, con Freud a la cabeza, en una concepción esencialmente patológica del mismo: salvo contadas excepciones todas las personas parecían estar llenas de conflictos inconscientes, de déficit de habilidades, de tendencias perversas más o menos reprimidas, de pulsiones orales y anales, de deseos de matar al padre, de acostarse con la madre, miedo a la castración, deseos narcisistas o de comer mierda. Los psicólogos y psiquiatras habían sido entrenados sólo para ver lo negativo y lo disfuncional, y en consecuencia, muchos eran absolutamente incapaces de ver ningún aspecto positivo en las personas a las que trataban. En resumen, los primeros que debían haberse tratado de pesimismo patológico... ¡eran ellos!
Ajenos a todo este bagaje científico, siempre ha habido locos que han vivido empeñados en su imposible tarea de ser felices. Aparentemente su comportamiento no tiene fundamento, ni siquiera su fe da respuestas consistentes. Si tantos sabios han sentado lo inútil de sus empeños, entonces, ¿a qué se viene su optimismo?, ¿por qué sonríen?, ¿qué les divierte tanto?, ¿cuáles son las causas de su bienestar? Sin embargo, debido a lo desinformados que están los optimistas, son incapaces de centrarse en las partes oscuras de nuestra vida y nuestra personalidad –la sombra lo llamaban algunos–, tienen una tendencia irrefrenable en centrarse en los aspectos positivos, sin razón de ser.

¿Sin razón de ser? La verdad es que algunos científicos más observadores, después de mucho tiempo se dieron cuenta de que había más de un tipo de inteligencia. Sus investigaciones les llevaron a concluir que esos optimistas tontos están más satisfechos con sus vidas que los demás y superan mejor las dificultades, los traumas o las pérdidas. Quizá se debe a que dedican más tiempo a construir una red de relaciones sanas y con un alto grado de intimidad y confianza, que se centran más en los pequeños placeres y gratificaciones de su vida cotidiana, que trabajaban y, por eso, son capaces de concentrar su atención mejor en la tarea que tienen delante, en el presente, sin atormentarse por el pasado ni angustiarse por el futuro. Sonríen a menudo, lo que les proporciona placer, no digamos a los que tienen alrededor. Todo eso les depara una mayor sensación de bienestar a largo plazo, más equilibrio mental, más salud física. Llevan, así de cualquier modo, una existencia que se parece más a la felicidad, y más inteligente que el resto.
Mi abuelo, que era otro optimista, me enseñó que el único saber realmente importante es saber vivir y que los demás conocimientos deben estar subordinados a eso. Para eso debe servir la cultura. Creo que tiendo a olvidarlo. Cada vez que lo hago, pago las consecuencias cayendo en el pesimismo y en la tristeza. Por suerte, el recuerdo de mi abuelo y la luz de su perenne sonrisa son muy potentes.

6 comentarios:

  1. Estimado Antipático

    Le cuento que yo a mis casi 50 he llegado a la conclusión que la felicidad..es la búsqueda misma, y me permito humildemente discrepar en que la cultura proporciona, una cierta acritud, es cierto, pero también momentos maravillosos.
    Debe ser porque yo no tengo " el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla" y mis lecturas solitarias de adolescente son mis tesoros maravillosos en feliz compañia con Böll y Grass (no muy felices ambos por cierto¡)

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  2. Por fin hoy he tenido un ratito más sosegado para pasarme por aquí y me he "pegao una jartáááá" de lectura, como Dios manda.

    La verdad es que veo que he llegado en un día estupendo. ¡Cuánta razón tienes! A veces miro de reojo al que está a mi lado y le envidio tanto, tanto, esa faceta, que hasta noto como se me contagia...

    De ahora en adelante, si tiendo como tú (¿más puntos que lo de Renoir en común?) a olvidarme de lo fundamental, y perderme en vericuetos menos dulces, tendré presente también a tu abuelo. Y, desde luego, continuaré concentrando toda mi energía en disfrutar de los diarios placeres que nos presenta la vida.

    ¡Un besazo mucho más optimista que antes desde aquí!

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  3. Es complicado quitarse el lastre de una epoca con un estilo de educación adicta al "no" y al castigo. Eso es un lastre, pero cada uno llegada cierta edad debe aprender a no amargarse ni a amargar a los que le rodean.
    Me gustan tus escritos. Aunque te denomines Antipatico tus escritos no denotan eso. Jeje

    Cristina

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  4. El optimismo llama a la buena suerte...¡Ánimo¡

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  5. Gracias por tu regalo palindrómico, único y brillante. Te echaba de menos.

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