martes, 26 de enero de 2010

EL RESCATE DEL TESORO PINTADO EN LA PARED

Hoy he leído en EL PAÍS que han inaugurado en Barcelona una exposición llamada “La princesa savia”, en el MNAC, donde se muestran las pinturas de la capilla de Santa Catalina en la Seu d´Urgell y cómo fueron arracadas y dispersadas por diferentes lugares. Esta noticia cuenta la historia de los murales románicos atesorados en ese museo, que fueron arrancados de las paredes de sus iglesias de origen a principios del siglo pasado. Leyendo esa noticia, he sentido cierto gusanillo de emoción, al acordarme del día en que contemplé por primera vez aquellos templos maravillosos de Urgell o del valle de Bohí-Taull, en aquel verano en el Pirineo de Lérida, o mi primera visita a ese museo, hace la friolera de veinte años, en la que tuve la primera noticia de aquel rescate del tesoro de las pinturas murales. Pero remontémonos un poquito más.
La aparición del arte románico en la edad media, a finales del primer milenio, fue coetánea con la desintegración del Imperio Carolingio, y fue la primera manifestación artística común del occidente europeo. Los territorios dependientes de dicho imperio que estaban al sur de los pirineos, la llamada “marca hispánica”, adquirieron su independencia, y pronto nacieron los condados catalanes, que luego reconocieron al de Barcelona como soberano. El arte románico se extendió precisamente entonces, cuando se había alejado el peligro musulmán, en un momento favorable y de euforia, en el que arraigaron las grandes familias señoriales y se organizó jerárquicamente la sociedad feudal, empezó a circular la moneda de oro y creció la población.

Esta eclosión se produce al norte del camino tradicional de Aragón, la llamada Cataluña vieja, en la que se encuentran las bellísimas comarcas de Anoia, la Segarra y el Urgell, en los Pirineos y Prepirineos, donde se concentró un gran número de construcciones románicas, cuya densidad disminuye a medida que nos desplazamos al sur. Fruto de aquello, todavía se conservan en Cataluña unas 1.900 iglesias románicas, alrededor de 200 castillos o casas fortificadas con elementos románicos, algunas casas señoriales o palacios, parcialmente renovados, edificios singulares, como juderías, puentes, molinos, etc..., hasta superar los 2.000 testimonios de la época románica. A ello hay que añadir las pinturas murales y los manuscritos ilustrados, las esculturas, tapices, retablos, objetos de culto y multitud de otros objetos (como armas, muebles o joyas).

La vida en los condados catalanes era la propia de la sociedad feudal, rígidamente jerarquizada en estamentos: los campesinos; el bajo clero y la baja nobleza y finalmente el alto clero y la alta nobleza encabezada por la figura del conde.

En estos años llegaron a Cataluña grupos de artistas de corriente italo-bizantina que dejaron sus trabajos por amplias zonas donde las autoridades eclesiásticas y políticas favorecieron la cultura y el desarrollo artístico y donde se estaba llevando a cabo la construcción y reconstrucción de muchos templos, de ahí el carácter itinerante de los artistas cuyas obras anónimas son enormemente originales. La pintura románica mural respondía a un objetivo didáctico de la Iglesia de acercar el mensaje de las historias del Antiguo y Nuevo Testamento a un pueblo que no sabía leer letras pero sí imágenes, unas imágenes que reproducen los textos bíblicos, como si de un libro se tratara. Es una pintura esquemática, sometida al soporte rígido de la arquitectura, pues era pintada en las paredes y ábsides de los templos, con las líneas del dibujo bien marcadas, de colores intensos y dotada de una fuerte carga simbólica.

Pero con el paso de los siglos, esas comarcas rurales perdieron importancia. Los grandes centros de poder se desplazaron hacia el sur y la costa. Aquellas pinturas pasaron de moda, fueron olvidadas en el Renacimiento y en la Edad Moderna. La mayoría de ellas se encontraron después de la restauración de las iglesias, escondidas en los ábsides, detrás de los retablos añadidos en épocas posteriores. Otras estaban a la vista decorando los muros laterales o bien ocultas tras la capas de cal con que blanquearon las iglesias. Aquellas pinturas fueron de lo mejor del románico español, con permiso de San Isidoro, en León.

En torno a 1919, el marchante de arte Grabriel Dereppe y el anticuario Ignasi Pollac, ambos estadounidenses, decidieron comprar aquellas maravillosas pinturas –entonces la legislación lo permitía-, arrancarlas de sus lugares de origen y luego venderlas a los museos americanos. Para ello contrataron a los Stefanoni, saga de restauradores italianos, que se habían especializado en dicha técnica, y que no tenían problemas de lanzarse a lomos de sus burros por los caminos de Europa, para responder a la llamada del mejor postor. La alarma saltó cuando el fotógrafo de la expedición, Vidal Ventura, dio el aviso de que habían comprado el ábside de la iglesia de Santa María de Mur para venderlo al Museo de Bellas Artes de Boston, donde todavía hoy se puede contemplar.

La Junta de Museos reaccionó de la única manera posible: compró los frescos y encargó a los italianos para que los arrancaran. Dominaban la técnica del “strappo” (arrancado). Los italianos pasaron tres años recorriendo iglesias del Pirineo, con la ayuda del arquitecto Lluís Doménech i Montaner, y arrancaron la friolera de 300 metros cuadrados de pinturas. La técnica requería mano firme: cubrir el fresco con una tela, pegarla con cola orgánica de cartílago, y cuando se secaba se podía arrancar la película de pintura, como si de un negativo se tratara y enrollarla. Así, enrolladas, las trasladaron al Palacio de la Ciudadela de Barcelona, actual MNAC, donde aplicaron otra tela en el dorso y las colocaron en sus paredes.

Esta exposición –y ya he vuelto al presente– trata de esta historia, de los problemas de la técnica del arrancado de las pinturas, de su aplicación con tecnología moderna en el día actual y de los problemas que tienen para conservarlas. Del debate sobre la preservación de las obras de arte “in situ” o desplazándolas, habría mucho que hablar y discutir..., y politizar, pues se podría hablar del exilio de las pinturas del Museo del Prado en la guerra civil, de la Dama de Elche, del Partenón de Atenas, o de los expolios de Napoleón..., pero yo no pinto nada en ese entierro (¿encierro?). El hecho es que hoy, gracias a aquellos arrancadores, podemos contemplar el tesoro en un museo patrio sin necesidad de ir a Norteamérica. Consuelo pobre, ya lo sé, para los puristas, que preferirían visitarlas en el lugar donde fueron pintadas y con el fervor medieval de los campesinos de antaño. Sea como fuere, yo invito a los lectores de estas letras a que, en cuanto tengan ocasión y estén cerca de cualquiera de los valles del Pirineo, visiten sus magníficas iglesias románicas, que no todo es esquiar en esta vida. En algunas de las iglesias se pueden contemplar unas magníficas reproducciones de aquellas bellas pinturas.

Esta entrada está dedicada a unas restauradoras de arte que sé que me leen, mujeres interesantes, a las que no perdonaré si no mejoran esta entrada con sus comentarios.

5 comentarios:

  1. Antipático...antipático...que placer es leerte.

    No creas que me olvido "del arte de pasear", lo voy disfrutando poquito a poquito, porque me gusta leerlo despacito, procesarlo, digerirlo y volverlo a leer...

    No dispongo del tiempo que quisiera y una respuesta que pueda estar a tu altura, no es tarea sencilla, así que he decidido simplemente decirte lo que siento...a mi humilde manera.

    Un "empático" saludo.

    Marisa.

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  2. ¡Joooooooo!, hoy no me atrevo a decirte gran cosa, pero espero con ilusión que esas "mujeres interesantes" de las que hablas lo hagan extensamente.

    Por mi parte, no puedo estar más de acuerdo contigo. Si se enseñara a disfrutar de estas obras a toda la gente que también disfruta esquiando, su tiempo libre se vería doblemente gratificado.

    En cuanto a la técnica de arrancado de frescos, todo tiene su "pro" y su "contra". Con el método del strappo sólo se traslada la película pictórica (y no en toda su profundidad), del muro a un nuevo soporte. Ésto, además de constituir una pérdida de materia pictórica presenta otros inconvenientes. Cada soporte, sea muro, tela, madera, etc., forma parte de la obra. Es su estrato más profundo, un poco como si fuera su esqueleto. Al colocar la pintura sobre ese nuevo soporte, su superficie refleja este nuevo estado, desvirtuándose parte de sus características originales.

    Por otro lado, es verdad que las condiciones en el estado de conservación de muchas obras (intereses económicos aparte), agudizaron el ingenio de estos equipos que justificaban su trabajo con el razonamiento de que se conservarían mejor en otras condiciones ambientales y con más cuidados, ya que de lo contrario lo más probable sería que se perdieran para siempre. ¿Pero no se pierde su sentido en otros escenarios? ¿Y no se pierde parte de la obra durante su manipulación? ¡Vaya!, al final me he dejado llevar...espero no haber dado mucho el tostón.

    ¡Un beso para todos!

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  3. Resultado provisional, tras las primeros comentarios:

    CONSERVACIONISTAS IN SITU 1, ARRANCADORES 0.

    El partido no ha concluido. ¿Que decís Bartleby y Príncipe de las mareas? ¿Y los demás? Todos podéis opinar.

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  4. soy incapaz de volver a escribir lo que había puesto... se me ha borrado!!!

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  5. Al fin me atrevo a saludarte, es curioso pero esta semana han estado hablando a mi alrededor de las “marcas”, como la zona de Molina, Atienza …, Sigüenza y mas cosillas.
    Parece magia cuando puedes llevarte un trozo de pintura mural, pero a la vez te sientes como si arrancases la piel y esa piel tiene tantas capas. Cuando eso ocurre, esa pintura muta y se convierte en otra cosa, soy partidaria de si eso ocurre dejar una reproducción, con un pequeñísimo cartel que diga que el original se encuentra en tal sitio, que bonita entrada, me has dejado con una sonrisa con olor, con ternura y satisfacción, un abrazo

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