lunes, 13 de septiembre de 2010

CUNQUEIROMANÍA (2)

Hace unos meses ya hablé del escritor Álvaro Cunqueiro y de su infancia feliz que nutrió buena parte de su obra y que me llenaba de nostalgias. Pero esta vez quiero contarles la siguiente etapa de su vida por la que sus biógrafos suelen pasar de puntillas.

Corría el año 1921 cuando de muchacho se trasladó a Lugo para estudiar el bachillerato y finalmente a Santiago. En la capital compostelana entró en contacto con un grupo de intelectuales y creadores que engrosaron la vanguardia artística de Galicia. Cunqueiro era un extraña mezcla entre tradicional y vanguardista. Por esos años hace incursiones en la poesía y publica Mar ao Norde (1932), influido por el cubismo y por el creacionismo del chileno Vicente Huidobro. Después de la publicación de esos versos, sus afanes se decantarán por investigar en la tradición de los cancioneros medievales. Fruto de ese interés nace Cantiga nova que se chama ribeira.

Se afilió al Partido Galeguista, una fuerza nacionalista de sesgo conservador, aunque en su seno convivía un sector obediente al nacionalismo de izquierdas. El escritor colaboraba en el órgano de expresión del partido, A Nosa Terra, y en 1936 hacía campaña a favor del estatuto de autonomía de Galicia. La verdad es que a Cunqueiro le interesaban más la buena pitanza y el vino de Ribeiro que la política. "En la cocina es donde el hombre puso más imaginación, mucho más que en la guerra, tanta como pudo poner en el amor y, sin duda, muchísima más de la que pone en la política".

Con la sublevación militar de 1936 empieza lo que algunos llaman sus años oscuros, y de los que el escritor no le gustaba hablar. La guerra sorprendió a Cunqueiro en Mondoñedo. Al poco tiempo se entera de la muerte, a manos de los insurrectos, de algunos amigos suyos, como su impresor, Ánxel Casal. A la vista de su pasado y militancia en el Partido Galeguista, el miedo se apodera de Cunqueiro. Así que enmienda sus veleidades nacionalistas y recurre a un cura de Ortigueira que le aconseja que trabaje para la revista falangista 'Era azul' y salude a lo romano. Cunqueiro hace lo que se le dice, se afilia a la falange y de su magín salen unos versos de alabanza a Franco y José Antonio Primo de Rivera. Por si cupiera alguna duda, escribe para todo papelucho donde estuviesen estampados el yugo y las flechas. En 1939 se fue a vivir a Madrid para escribir en el periódico 'ABC', que le brindó sus páginas. Si había que levantar alguna página a causa de algún problema con la censura, allí estaba presto Cunqueiro para en poco tiempo improvisar un artículo.
Su luna de miel con Madrid dura poco. Cunqueiro, al que le gustaba la buena vida tanto como la buena mesa, pecó de manirroto y estafador. El prosista había alcanzado un acuerdo con el embajador de Francia para escribir una serie de reportajes sobre tierras galas. El diplomático, que desembolsó unas cuantas pesetas como adelanto por gastos de desplazamiento, veía cómo, semana tras semana, los artículos no aparecían. Creyendo que Cunqueiro era un hombre del régimen, el embajador se quejó a las más altas instancias, y su protesta llegó incluso al Consejo de Ministros. La Dirección General de Prensa acordó desposeer a Cunqueiro del carné de periodista. Fue expulsado de la Falange y pierde todo vínculo con el franquismo. Aunque permaneció dos años más en Madrid, casado y padre de dos hijos, regresó a Mondoñedo sumido en una profunda depresión. Muchos de sus amigos republicanos se habían exiliado y los otros le dieron la espalda por sus coqueteos franquistas. Poco a poco empieza a escribir en diarios gallegos, luego vendrían más libros, sobre todo novelas, pero eso es otra historia, que les contaré en otra ocasión.

Y ustedes me dirán que a qué viene todo esto. No viene a cuento de nada, en realidad, pero mantuve el sábado pasado una conversación cenando con unos amigos, mientras reíamos y gritábamos en amigable y caótica tertulia, antes de caer rendidos por los efectos del vino. Hablábamos de arte, de libros, de política, proyectamos montar una empresa de funerales laicos, preferíamos las buenas personas a las brillantes y despotricamos del pasado juvenil y nazi de un personaje muy importante, hoy admirado por muchos.

Y esto último me ha hecho reflexionar sobre mi admiración a Cunqueiro: ¿estoy admirando a un nacionalista gallego?, ¿a un fascista converso?, ¿a un cobarde?, o ¿a un magnífico e imaginativo escritor?, pues todas esas cosas fue Don Álvaro. La respuesta está clara: las historias sobre su vida fueron ajenas al inicio de mi afición a Cunqueiro y no voy a renunciar a ella por no sé qué complejo de "déficit de compromiso democrático" o una estupidez similar. Sí, yo me puedo abstraer de todo lo demás y sólo cultivar el placer de leer sus fascinantes historias sin entrar en otras consideraciones. Uno tiene que elegir entre ser perfecto o ser feliz, entre la coherencia o el placer. A mí, como a Cunqueiro, me gusta más el vino, las buenas viandas y las historias gustosas y antiguas, que el compromiso político de nadie. Si los valores morales y políticos de los artistas fueran la vara con que hemos de medirles, ¿a cuántos salvaríamos? No todos en la tertulia eran de la misma opinión.

Indro Montanelli, en su Historia de la Edad Media, detalla las guerras que mantuvieron güelfos y gibelinos en Italia. Al final del libro el autor reflexiona sobre toda la sangre derramada, para que al final, nadie sepa hoy en día, salvo los especialistas, quiénes eran partidarios del Papa o del Emperador, por qué luchaban aquellos condotieros, reyes y nobles, de los que nadie se acuerda. De toda aquella época sólo han perdurado la belleza de su arte, su arquitectura y su literatura. Ahora sólo conocemos a alguna de las víctimas de la disputa, porque Dante Alighieri escribió su Divina Comedia en la que citaba a muchos protagonistas de aquellas guerras. También nos quedan las maravillosas obras de otros artistas (palacios, iglesias, pinturas, esculturas y joyas sublimes). Entonces, ¿a qué escandalizarse tanto sobre la ideología política de la época, si sólo quedó de ella la belleza que preludiaba el Renacimiento italiano? Ese Renacimiento, por cierto, que tanto admiraba Cunqueiro y que cantó magníficamente en su Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, notable condottiero.

1 comentario:

  1. Qué gran gusto me da conocer estas historias en este lugar, yo voto por el escritor. A veces sobre aquella guerra y posguerra me he preguntado dónde fue tanto miedo y dolor...

    Un beso, L.

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