lunes, 3 de enero de 2011

PROVENZA

He de confesar a ustedes que acabo de volver de la Provincia de Francia, donde hemos pasado unos días despidiendo el año 2010 y conjurando a los espíritus de 2011, para que nos sean propicios. Hemos estado instalados en una residencia inmejorable, gracias a la tenacidad y sabiduría de alguien querido. Le petite bastide está rodeada de viñedos y olivos, equipada con un hogar acogedor, con el macizo del Luberon al fondo y el río Dordoñe a nuestros pies.

Muchas son las cosas que se podrían decir de aquellos valles y bosques, agraciados por la naturaleza, de su situación inmejorable y de la sabiduría de sus habitantes, que saben cocinar, cultivar y adornar su vida. Y de unos cultivos muy especiales quería hablarles ahora, pues he sentido cómo, a lo largo de los siglos, se ha cultivado el espíritu en esa tierra.

Los griegos y romanos colonizaron toda la región intensamente, dejando calzadas, puentes, foros, teatros, arcos, monumentos, templos, acueductos y ciudades (inmejorable la visita a Glanum, en St. Remy de Provence). Ellos demostraron cómo se podía dominar la naturaleza con estética y sabiduría. Después, cuando la barbarie medieval dominaba en Europa, los señores provenzales dejaron reinar a sus damas, que inventaron las cortes de amor y el amor cortés. En sus castillos (sobre todo en Les Baux) los trovadores componían y declamaban la poesía y la música provenzal. Aquellas damas, inventando un nuevo lenguaje para el amor, avanzaron el Renacimiento, elevaron la sensibilidad del espíritu medieval, tosco a más no poder en las lides románticas, pues hasta entonces el hombre, olvidada la cultura clásica, sólo se dedicaba a la caza y a la guerra. Y allí siguieron estableciéndose pintores y escritores en los siglos barrocos y modernos: desde Petrarca a Van Gogh, de Durrell a Cezanne, de Gaugin a Camus, sin olvidar al Marqués de Sade. Muchos han sido los que han elegido esta tierra para vivir, incluso los Papas.
El resultado es que hoy sus habitantes parecen haber inventado el arte de vivir. Allí, paseando por aquellas ciudades y pueblitos encantadores, se ven por doquier abadías, palacios, iglesias y castillos de nobles y clérigos que amaron la belleza; se pueden visitar lugares donde se honra la memoria de artistas propios y extraños, que han vivido y cantado la alegría y la hermosura de la Provenza. A cada paso se encuentra uno librerías apetecibles donde te sirven un café o una copa de vino. Se pueden visitar las casas y las tumbas de los escritores. Sus habitantes conservan los mismos paisajes que pintaron los artistas que allí vivieron. Pueblos minúsculos tienen espacios reservados para el teatro y los conciertos. Nadie descuida, cada día, la belleza de las granjas y los campos, de las casas y los paisajes, de las calles, de los objetos y los escaparates en las tiendas. Dedican su tiempo al placer de la buena comida, el buen vino y la conversación. Les gustan los perfumes, las flores, las plantas, los aromas. Levantan museos a las cosas que les gustan, da igual que sea un pintor mundialmente famoso, la flor de la lavanda o los sacacorchos. Practican el arte de pasear, la caza, la cetrería. Incluso hemos visto como trabajaba un agricultor en un invernadero escuchando ópera. Allí hasta las chimeneas humeantes, las cunetas de los caminos, las estrellas del cielo o la niebla de la mañana tienen un aire refinado.

Hemos visto en aquellas tierras, en cambio, pocos jóvenes, que sin duda preferirán otras diversiones menos sutiles. Me resisto a creer que los provenzales sólo promocionen la cultura para los turistas, y que todo esto sólo sean digresiones de un iluso a principios de año. Puestos a hacerme ilusiones, me ha dado por imaginar que todavía hay una esperanza, en estos tiempos en que parece que nos vemos arrollados por corrientes poderosas que no nos dejan sosiego para pensar, sino confusión y miedo a la catástrofe. Frente a ello propongo no caer en la melancolía. Todavía quedan valles en que crece esa planta, cada vez más extraña, que es la cultura que eleva y ennoblece el espíritu..., y que además alimenta el cuerpo, porque lo que no son ilusorios son los kilos que he ganado en tan sólo una semana, aunque de eso no les quiero hablar por no ser prosaico, ni tampoco de las aves, foie-gras, ostras, vinos y quesos trasegados, ni de las sublimes burbujas del champagne que ascienden por la copa con la misma suavidad que la Virgen a los cielos.

6 comentarios:

  1. Tu "post" me ha trasladado a esa región que desde hace años quiero visitar y en la que no me importaría instalarme de forma definitiva. Por cierto, ¿es muy cara?

    Encontré, además, en la biblioteca el libro que recomendabas de Durrell sobre Provenza. A ver si puedo ponerme con él.

    Adoro la lavanda y me encantaría contemplar campos enteros malvas.

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  2. Zambullida: barata no es, aunque todo es relativo, porque, para qué nos vamos a engañar, lo que me parece prohibitivo es Madrid y, en general, España. La misma calidad no sale aquí más barata. En cualquier caso, hay muchas maneras de viajar. ¡Anímate!

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  3. Bueno, mi idea sería establecerme allí una temporada y, de paso, aprender francés y escribir; ésa es mi forma de viajar. Por el momento, no me lo puedo permitir, pero tal vez más adelante...

    Madrid, estoy de acuerdo contigo, es prohibitivo. Vivo en provincias y cuando me acerco a Madrid, el dinero parece como si volase de las manos y te aseguro que ni frecuento restaurantes caros ni nada que se le parezca. Un amigo, que últimamente ha visitado París, me comentó que era igual de caro que Madrid; eso sí: allí los sueldos son considerablemente más altos. España se está poniendo imposible, de ahí que una se plantee la posibilidad de emigrar.

    De todas las localidades que has visitado, ¿cuál me recomiendas?

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  4. ..... han sido unos días maravillosos en la Provenza..para nosotros...que nunca olvidaremos....¡¡¡¡¡...... Un abrazo Berta

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  5. Y todo gracias a tí, chata. Un beso

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