martes, 29 de marzo de 2011

GÉRÔME Y CHARDIN: EL GRAN ARTE Y LA INTIMIDAD


Chardin
Aprovechando que este año se celebra en nuestro país la cultura rusa, se ha programado en mi ciudad una serie de exposiciones de pintura francesa. Entre otras, estos días se exponen las obras de dos pintores franceses: Jean León Gérôme (1824-1904) en el Museo Thyssen; y Jean Simeón Chardin (1699-1779) en el Museo del Prado. 

Poco sé de Gérôme. Pintor academicista, pero al parecer poco ortodoxo, se dedicó a crear mundos pictóricos inéditos, y a contar grandes historias clásicas, de la antigüedad y temas orientales, ajenos a su época y a su vida, como gladiadores romanos, baños turcos o mitos. Es el pintor de lo exótico, el narrador de todo.
Gérôme. Pollice verso
La primera noticia que tuve de Chardin se la debo al poeta Juan Gil Albert, que en sus memorias, tituladas Crónica General, escritas con una prosa refinada y ejemplar, recoge sus primeras experiencias y las cosas que le marcaron en su juventud. Él decía que sobre ese material virgen, que uno es en los primeros años de vida, se inscribe a perpetuidad quien se va a ser, mucho antes de que hayamos aprendido a ser el que quieren que seamos. Volviendo al tema, digo, que leía esas memorias cuando me encontré con una pasaje en el que recuerda una visita al Museo del Louvre, y en la que habla a Chardin:

Chardin

“No debo dejar pasar como dato preliminar de esas nupcias de mi espíritu, el encuentro, en las salas del Louvre dedicadas a la escuela francesa, con Chardin. Se veían allí frutos sobre alguna mesa, una chocolatera de porcelana, tazas puestas al descuido, unos brioches, y sobre todo, una luz clara, módica, sin contrastes, sin patetismos, que baña las cosas, un como buen gusto casero que hacía vivir esos objetos en una atmósfera de lo que yo llamaría un fino bienestar medio, que dista tanto de la ampulosidad burguesa de los lujosos bodegones flamencos como de la exquisita abstracción monacal de los limones del Prado en las naturalezas muertas de nuestro Zurbarán; en Chardin estaba patente el tacto de la vida, la gustosidad del vivir, la encantadora medianía de los ratos fugaces que no están hechos de exaltación, de ostentación, ni de éxtasis, sino simplemente del goce culto de la vida ordinaria en el fluir de sus días normales hechos de insignificantes intimidades. Chardin, a su hora, me llevaría de la mano a presentarme en su postrero familiar, Bonnard, heredo feliz de su savia, tal vez acrecentada por una mayor dejadez sensual de los tiempos, como la mujer, al aflojarse el corsé, parece que se esponja. (...)”

Las veces que he visitado el Louvre, acordándome de la lectura de Gil Albert, me he detenido a contemplar el arte intimista de Chardin, pero saturado de tanta belleza y tanto arte, entre tanta gente y tanto ruido, nunca he podido apreciar aquella exaltación antigua de la vida casera y gustosa que emanaba de sus cuadros. Aún menos he podido apreciar a Gérôme, pues apenas si he sentido algún interés por este pintor, salvo que una vez me interesó su cuadro Friné. Claro que nunca me topé con la lectura de ningún admirador suyo, que me lo hiciera ver bajo una luz especial.

Vermeer de Delft.
Ambos pintores representan dos visiones de la pintura radicalmente opuestas. En mi primera visita al Rijkmuseum de Ámsterdam sentía una enorme emoción pensando que iba a encontrarme con la famosa Ronda de noche de Rembrandt, sin poder imaginarme que, cuando saliera del museo, el recuerdo insobornable que me iba a llevar de él era el de una joven esposa encinta que leía una carta a la luz de una ventana en un pequeño, pero maravilloso cuadro de Vermeer. Ignoraba entonces que Vermeer había tenido entre sus incondicionales a Marcel Proust, pero la lección recibida se podía resumir en algo tan obvio como que el arte se puede dividir en dos grandes apartados: el que narra el mundo exterior y el que se centra en la intimidad de su autor. Desde entonces, yo he preferido siempre éste último.

Esta semana iré a ver ambas exposiciones. Iré sólo, a deshora y en silencio, para poder apreciar los sutiles colores y esa luz clara de Chardin, para poder penetrar la intimidad de su vida. No tanto recogimiento me exigirá la pintura de Gérôme. Las expectativas de pasar un rato agradable son altas. Ojalá pueda llegar a sentir la misma emoción que Juan Gil Albert ante el arte del primero..., o a sorprenderme de los mundos fulgurantes del segundo. Quien sabe, a lo mejor me llevo otra sorpresa, como en Ámsterdam pero al revés, y quedo transportado desvelando el esplendor del gran arte. Igual me pasa como  Friné, cuando iba a ser condenada a muerte por el tribunal que la juzgaba, su abogado, desveló toda su belleza, y fue absuelta por los magistrados deslumbrados. En fin, ¿llegaré a entender alguna vez de pintura? Deséenme suerte.
Frine. Gérôme

4 comentarios:

  1. El comisario de la exposición dice que Chardin amaba profundamente el silencio...Que lo difrutes...
    Veo en el catalogo un cuadro que llama mi atención: "La joven maestra de escuela".A ver si podemos acercarnos al Prado...

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  2. Pues sí, te deseo suerte, pero es posible que la magia emocione más cuando nos sumergimos en ella que cuando la desentrañamos, ¡quién sabe!

    Yo me imagino a los pintores sin entender del todo bien qué es lo que hacen, lo que buscan, o lo que podrán llegar a encontrar. Supongo que es por eso por lo que no pueden dejar de serlo, ¿no? Nunca he estado muy segura de si es mejor aprender del tema o "dejarse aprehender" por él, pero quizá cuanto más se aprende y se entiende, más nos posea...

    De cualquier modo, espero que disfrutes muchísimo, que lo harás, y que nos cuentes como sabes, todo lo que vayas encontrando.

    Un beso de los grandes, C.

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  3. Finalmente he de confesar que no ha habido sorpresas. La pintura intimisa de Chardin ha ganado por goleada.

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