miércoles, 6 de abril de 2011

BASURA

De todos ustedes es conocido que la sociedad de consumo es una enorme fábrica de basura y que los residuos ingentes que producen nuestros hábitos opulentos y desarrollados amenazan con colapsar la naturaleza, el paisaje y nuestra cultura.

Antes sólo había basura física. Los desperdicios orgánicos de los restos de comida poco a poco fueron convirtiéndose en envoltorios plásticos, vidrios, papeles. A ese arsenal añadimos excedentes más voluminosos, como muebles viejos, trastos rotos, bibelots feos, juguetes casi sin estrenar, electrodomésticos anticuados, o cosas simplemente sin usar pues no lo pensamos bien al comprarlas compulsivamente. Y así seguimos con los vertidos industriales, la basura del fondo de los océanos, la basura tecnológica, los residuos radiactivos y hasta la basura espacial.

Cuando nuestra sociedad estaba menos desarrollada era infinitamente más eficiente. Antaño la gente aprovechaba lo usado por otros, se reutilizaban las botellas de vidrio, cuyo precio se descontaba al devolverlas, se remendaba y se daba vuelta a la ropa, se volvía a coger los puntos de las medias, se arreglaban los objetos estropeados, el chamarilero pasaba por las casas comprando los papeles de periódico, se ahorraba más, se despilfarraba menos. Hoy todas esas actividades, propias de sociedades más pobres, se han sustituido por el “reciclaje” y la “gestión de residuos”, que no es sino una nueva actividad industrial, tan próspera, que en Italia es controlada por la mafia. Para ello nos imponen –y que conste que me parece bien– sistemas de clasificación por colores de nuestra basura doméstica: gris para la basura orgánica, azul para el papel y el cartón, amarillo para los envases plásticos y metálicos y el verde para el vidrio. Se nos acaban los colores para los “puntos limpios” en los que podemos tirar pilas, bombillas, metales, electrodomésticos, aceites, etc. Ojalá que algún día, si nos concienciamos, consigamos separar, depurar y reciclar toda esa materia inservible.
Pero nuestra producción de excrementos no finaliza aquí. También empezamos a denominar basura a los productos intangibles que generamos y desechamos cada día. No son objetos, son más bien subproductos inmateriales, costumbres degeneradas en las que nos desenvolvemos como peces en el agua (contaminada). Como ejemplos de lo que me estoy refiriendo, he aquí una de mis listas:

- La comida basura: grasas saturadas, excedentes de la comida de “gourmet”, alimentos prefabricados, ganadería industrial,...
- La telebasura: deshechos humanos que exhiben en la televisión sus miserias, con las que pueden compararse las de los espectadores, para su regocijo.
- Los contratos basura: nueva forma de esclavitud a la que se somete a inmigrantes, jóvenes y becarios, y a los que se vende como una gran oportunidad de futuro (¡menudo futuro que les espera!).
- El pensamiento basura: frases recicladas de filósofos que un día iluminaron con su pensamiento profundo y que hoy se utilizan para deslumbrar un instante con su brillantez, en cualquier “demo”, anuncio publicitario o discurso político. La palma se la llevan esos manuales de autoayuda con una filosofía que parece comprada en una tienda de todo a zen.
- Literatura basura: pseudo novelas históricas, llenas de esoterismo y misterios espirituales sacados de arsenal inverosímil de personajes del mundo antiguo. Novelas falsamente románticas, etc. Tienen la cara dura de llamarlos a todos esos libros “best sellers”, aunque la mayoría tienen unas ventas muy discretitas.
- El correo basura: es la propaganda y anuncios indeseables, con los que llenan los buzones de nuestras casas, y ahora también, los del correo electrónico.
- La basura artística: que se nos ofrece habitualmente en los museos y ferias, como el colmo de lo moderno. Otros lo llaman arte líquido. Muchos artistas utilizan en sus obras objetos de la basura.
- Noticias basura: la práctica totalidad de la información con la que todos los medios de comunicación nos inundan cada día, torturando nuestra mente con sus opiniones sesgadas, y con supuestas nuevas, que son las viejas de siempre.

No quiero aburrirles con más ejemplos, sigan ustedes con la lista. Esa basura inmaterial es la más contaminante. El objetivo es no dejarnos pensar, meternos miedo, para ver si nos hacemos caca y generamos así más basura. Se trata de entretenernos, esclavizarnos, atontarnos y sacarnos el poco dinero del que disponemos. Tienen que ser productos altamente perecederos, pues se trata de usar y tirar. Nada de todo eso tiene que permanecer en la memoria, para que queramos volver a comprarlo, ya saben. Su reciclaje tiene la ventaja de que es menos costoso, eso es parte de su esencia: el pastiche y el deshecho. Pero, ¿quién depurará toda la suciedad que queda en nuestro cerebro? ¿La reciclarán para volvérnosla a meter de nuevo? ¿Con qué color la separamos? ¿Con el marrón o con el gris? Me temo que la única solución es dejar de generarla, pues no existen incineradoras y depuradoras para ella. Sin embargo, cada vez utilizamos más el término basura para denominar la vulgaridad y la pobreza espiritual de todo lo que nos rodea. Es una manera de trivializar este lamentable fenómeno y quitarle importancia, para no tener que afrontarlo.
Me temo que si no dejamos de producir basura, el próximo paso serán las personas. Me refiero a esas que ya no producen, que no proporcionan ni siquiera un momentáneo placer o utilidad, y que ya podemos descartar de nuestra vida. No sé si lo saben, pero ya las tenemos entre nosotros estorbando: son esas personas mayores a las que tenemos que cuidar. Sí, esos seres que un día llamamos padres o abuelos; son los vecinos indeseables que no sabemos como se llaman; los enfermos incurables; los parados que cobran subsidio sin pegar golpe; los presidiarios que tan buena vida llevan en las cárceles a nuestra costa, los compañeros de trabajo molestos a quienes el jefe no se decide nunca a despedir; los forasteros de otras razas que vienen a nuestro país para poder comer. Algunos de estos miserables, de países miserables, ya se han trasladado a vivir a los vertederos y a comer basura, ¿a qué esperan los demás? ¿Por qué no los podemos tirar a la basura con el resto de los desperdicios? ¿Qué nos impide llamarles por su auténtico nombre: personas basura?

Quizá nos lo impide el recuerdo de un mundo pasado, en que no había tanta basura, que nos trae un lejano rumor de la conciencia. Quizá sea el miedo al futuro y a que alguien, un día, también nos considere basura indigna. Aunque, bien pensado, eso de la dignidad se encuentre en el presente, y empiece por no rodearnos de tanta basura, generada por el despilfarro, por el abandono, por la falta de amor a lo que nos rodea y por el desprecio a los objetos y a las personas que nos sirvieron un día. Todo esto no es más que una forma de desprecio a nosotros mismos, que nos hemos acostumbrado a vivir en el basurero.

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